Ceuta, 16 de septiembre de 2016.
Presentía que esta noche iba a ser especial. El día no podía haber sido más bello. La transparencia del cielo era absoluta y la luz intensa y cegadora. Durante toda la jornada no hice otra cosa que mirar la bóveda celeste para intentar comprender de dónde procedía el azul que pintaba todo lo que veía y tocaba. Hasta que, mientras comía, mi mirada se perdió más allá de las entreabiertas cortinas y comprendí que este azul era el del agua derramada de la bañera de la bellísima Afrodita. Esto explicaba lo sublime de este día de mediados de septiembre.
Ya por la tarde, a eso de las siete, me recogió de mi casa mi amigo Jotono Gutiérrez. Junto emprendimos el camino hacia el fortín de Punta Almina. Exploramos fascinados cada rincón de este mágico lugar y hablamos de historia y leyendas. Ambos, como dijo Jotono, sentíamos esa emoción indescriptibles que los seres sensibles experimentamos antes del comienzo de un espectáculo anhelado. Con nuestra mirada barrimos el amplio horizonte que teníamos frente a nosotros. El Estrecho de Gibraltar ofrecía un color sin igual, con franjas horizontales que nunca antes habíamos contemplado. Pero nuestra atención se centró en la franja del cielo en la que, en pocos minutos, iba a nacer la luna. Ninguno de los dos había visto antes una combinación de colores semejante.
Sobre un lienzo celeste blanqueado por los postreros rayos del sol, las manos de los dioses habían dibujado un ancho estrato de color lila que no dejaba escapar una porción del intenso azul celeste que había contemplado todo el día. Cuando la luna empezó a emerger de manera majestuosa del mar se volvió de color vino tinto. La copa del dios Baco se derramó sobre la superficie marina para servir de lecho a la recién nacida luna. No era una luna cualquiera. Hoy estaba más bella que nunca. Parte de su rostro estaba cubierta con un velo que los humanos llamamos eclipse. Este tul reforzaba los rasgos del rostro de la Diosa Madre. Tal era su aspecto humano que ayudados con los prismáticos nos fijamos en cada detalle de su hermosa faz. Hasta el color anaranjado de su cara denotaba su condición hermafrodita entre lo divino y lo humano.
El vino torpemente vertido por Baco fue recogido por la propia luna y con él trazo un camino mágico de color cobrizo sobre el mar. Esperamos ansiosos que esta senda de luz llegara hasta nosotros. Mientras esto sucedía, un elegante catamarán navegaba sobre el profundo mar azul en perfecta calma. La lanza de cobre llegó hasta nosotros y atravesó nuestros corazones. No podíamos contener nuestra emoción que no se manifestaba con palabras, sino con un respetuoso silencio.
Sentados en el suelo del fuerte cenamos a la intemperie mientras las estrellas eran encendidas una a una por los dioses, como si fueran las velas de un elegante restaurante. Nuestras viandas eran humildes, pero el marco incomparable. No teníamos otra luz que la de la luna, que resultaba más que suficiente. A nuestra espalda la noche tomaba posesión del Estrecho de Gibraltar. El sol, antes de morir, pintaba el borde de las montañas peninsulares de rojo y naranja. La luna no quiso ser menos y transformó la lámina de agua en una plancha de acero. Tan resistente nos pareció que, de habernos atrevido, podríamos haber llegado a la otra orilla en un agradable paseo.
Nuestro postre fue la contemplación de las estrellas. Marte, Saturno, las estrellas Vega y Arturo y la elegante Casiopea, fueron algunos de los acompañantes en la sobremesa, pero no los únicos. Quisimos que nos acompañaran algunas de nuestras almas más admiradas. Y allí, a la luz de la luna, leímos pasajes de los diarios de Ralph Waldo Emerson y su amigo Walt Whitman. Ambos hablaban de sus experiencias emotivas iluminados por la luz de la luna llena. ¿Quién les iba a decir a ellos que ciento ochenta años después de haber escrito las anotaciones en sus diarios un par de jóvenes ceutíes repetirían sus palabras en una noche mágica? ¿No es asombroso el poder que tiene la poesía para romper las barreras del tiempo y del espacio? Quien sabe, comentamos Jotono y yo, si en el futuro otras personas llegarán aquí para vivir una noche como ésta.
También leímos un conmovedor texto sobre la infinitud del universo, cuya conclusión ya fue adelantada por William Blake: «que es posible ver un mundo en un grano de arena».
Me siento muy contento de haber disfrutado de una cena tan especial con un alma gemela, sintiendo la presencia de figuras espectrales de otros tiempos y de otros lugares. El espíritu de Ceuta lo inundaba todo y nosotros nos dejamos arrastrar por las corrientes que generaba. Su fuerza nos animó a planear, mientras volvimos a casa, acciones cívicas para proteger y salvaguardar la belleza de esta tierra mágica y sagrada. Hemos firmado un pacto secreto en pro de Ceuta teniendo como testigo de excepción a la luna llena y a las estrellas. Y cumpliremos nuestra palabra.