Ceuta, 27 de octubre de 2016.
Fue el hallazgo del talismán con la representación de la Gran Diosa el que me animó a visitar la denominada Cala del Amor, en cuyas proximidades se ubica el morabito Sidi Bel Abbas. Quería observar, de primera mano, las cuevas en las que, desde hace tiempo, las mujeres musulmanas bajan a practicar rituales propiciatorios de la fertilidad y de la curación a través del baraka del santo al que rinden culto en el mencionado morabito. Después de varios intentos no conseguía adentrarme hasta el final de la galería en la que depositaban ofrendas consistentes en recipientes con comida y líquidos. La entrada estaba colmatada de residuos y las paredes ennegrecidas después de un incendio provocado con algún material inflamable. A pesar de no conseguir mi propósito investigador, sí que encontré en aquella cala un lugar inspirador en el que reflexionar y escribir. En aquellas visitas también me llamaron la atención una serie de aberturas verticales excavadas al pie de una pared vertical tintada de verde.
El día 30 de junio de 2015 volví a la galería acompañado por mis amigos Óscar Ocaña y Paquita Serrais. Íbamos bien pertrechados con potentes linternas y, con lo más importante, la firme voluntad de llegar hasta el final de la misteriosa galería. Conseguimos superar la complicada y sucia entrada andando en cuclillas. El umbral de la galería adoptaba una marcada curva. Tras ella aumentaba, de manera considerable, la altura de la galería, así que pudimos hacer el resto de recorrido de pie. Nuestros pies se llenaron de agua y de barro, ya que la galería estaba en parte anegada por el agua que rezumaba de las negras paredes. Todo el suelo estaba lleno de recipiente de cerámica, cuencos de porcelana blanca y objetos personales (peines, camisas, sujetadores, etc…). A ambos lados se abrían galerías ciegas. Después de recorrer unos cincuenta metros llegamos al final de la galería. Allí nos hicimos unas fotos en la que se puede apreciar la tizne de las paredes sobre nuestros rostros y ropas. Yo apenas podía ver. El alto grado de humedad empañaba mis gafas y el objetivo de las cámaras.
El regreso al exterior fue muy reconfortante. Pudimos volver a respirar aire puro y limpio. Estábamos, además, satisfechos tras haber logrado nuestro objetivo y haber vivido una gran aventura. No todos los días uno explora una galería desconocida en el ámbito de la investigación geológica, biológica y arqueológica. Desde allí nos acercamos a la siguiente cala en la que previamente yo había identificado unas aperturas verticales que no había duda tenían un origen humano. Nos dimos cuenta que el agua del mar penetra parcialmente en el pasillo que era observable desde los pozos excavados en la roca. Al asomarnos a la poza verde que hay junto a este saliente rocoso nos pareció ver una entrada desde mar en su lado occidental. No tardó mucho Óscar en desprenderse de su camiseta y ponerse las gafas de buceo que llevaba en su mochila. Se sumergió bajo las aguas buscando una entrada al mencionado pasillo, pero no encontró nada. Decidimos entonces dar por finalizada nuestra aventura. Vimos claro que la única posibilidad de llegar al pasillo era bajar sirviéndose de una escalera o una cuerda.
A los pocos días de la exploración de la galería yo me fui a pasar el resto del verano en Granada. No regresé hasta principio de septiembre. Luego llegó el otoño y el invierno, y en estos meses tan solo visité la cala del Amor para escribir. A principio de año tomé la decisión de prepararme las oposiciones de secundaria y mis salidas al campo y el litoral se redujeron de manera drástica. Tan sólo modifiqué mi plan de estudio para realizar una excavación arqueológica en la calle Eduardo Pérez. Tuve la suerte de documentar un horno metalúrgico de época altomedieval en el transcurso de esta intervención arqueológica. Este hallazgo planteaba muchas incógnitas e insospechadas líneas de investigación. Una de ella era determinar la procedencia del hierro y otros posibles minerales que se transformaron en el horno. Para ayudarme en esta tarea llamé a Francisco Pereila, buen amigo y geólogo ceutí. Les mostré las escorias y las piedras que se utilizaron para nivelar el suelo del horno. Según me comentó en la misma excavación, él tenía localizado varios filones de hierro en distintos puntos de la geografía ceutí.
Los más próximos al área de intervención arqueológica son la zona de San Amaro, -donde precisamente existe un barranco llamado del Hierro, así como una fuente del mismo nombre-, y el entorno de la cala de Sarchal. Precisamente, durante la construcción de las llamadas torres del Sarchal, aparecieron potentes niveles de hierro y de calcopiritas que, por desgracia, no pudieron ser convenientemente documentados y estudiados.
Una vez finalizada la excavación y entregado el preceptivo informe de resultados a los promotores de la obra y a la Consejería de Educación y Cultura, volví a concentrarme en la preparación de las oposiciones. Las pruebas se celebraron el día 18 de junio, aunque las notas no se dieron a conocer hasta el día 27. No había obtenido los resultados esperados. Este fracaso tuvo al menos la ventaja de liberarme del enclaustramiento que me había autoimpuesto durante medio año. Por fin tenía tiempo para retomar mis salidas a la naturaleza y las investigaciones sobre mis últimos hallazgos arqueológicos. Había un proyecto que me rondaba por la cabeza desde hacía mucho tiempo consistente en acompañar al sol, en su trayectoria por el cielo de Ceuta, desde el alba hasta el ocaso. Lo iba a llamar “El Día de mi Vida”. Después de llevar a la familia a Armilla (Granada) para que pasaran allí las vacaciones de verano, yo regresé a Ceuta para limpiar y clasificar los materiales arqueológicos recuperados en la excavación del horno metalúrgico medieval. Estuve pendiente al tiempo para encontrar el día idóneo para realizar mi ansiado proyecto. Tenía que ser un día de poniente, con el cielo y los paisajes limpios de nubes. No tuve mucho que esperar. La semana siguiente de estar en Ceuta, las previsiones meteorológicas marcaron un día que cumplía mis requisitos: el 12 de julio de 2016. Al día siguiente me llevé una grata sorpresa al enterarme de que ese día coincidía con el del nacimiento de Henry David Thoreau, uno de los grandes inspirados de mi vida.
Todo lo que vi, experimenté y sentí el “Día de mi vida” está plasmado en un libro del mismo título que todavía permanece inédito. Uno de los lugares que visité fue, precisamente, la cala del Amor. Cuento en mi libro la llegada a este lugar con las siguientes palabras: “…el camino es pedregoso y tengo que descalzarme para atravesar la puerta natural que da acceso a la cala del Amor. Me fijo en las vetas verdes que aparecen entre las rocas. Puede que la presencia de mineral de cobre en este lugar explique la existencia de la galería excavada en el lado occidental de esta cala. Una galería que es utilizada por mujeres musulmanas para practicar ritos relacionados con la fertilidad”. En aquel preciso instante, de una forma súbita, relacioné el talismán, el horno metalúrgico y aquella misteriosa galería que el verano anterior había explorado junto a mis amigos Óscar y Paquita.
Al día siguiente le conté, en el Museo del Mar, mi aventura a Óscar. También aproveché esa misma mañana para llamar a Paco Pereila, mi amigo el geólogo, para hacerle llegar mis sospechas sobre la presencia de mineral de cobre en la cala del Amor. Dado el interés de este posible hallazgo arqueológico y geológico quedamos, esa misma tarde, Paco, Óscar, Paquita y yo para visitar la galería y las machas verdes que abundaban en este sitio. Llegamos a la cala del Amor a las 19:30 h del jueves, día 21 de julio de 2016. Mientras Paco examinaba con detalle las manchas de mineral sobre las paredes verticales, tomaba muestras y analizaba con ácido las rocas para averiguar si contenían carbonatos o no, Óscar, Paquita, sus dos sobrinos,- Joan y Martí-, y sus queridos perros Aman y Agron, se tiraron al mar para intentar, de nuevo, encontrar una entrada a la galería localizaba detrás de este macizo rocoso.
El dictamen de Paco era que, efectivamente, estábamos ante el afloramiento de mineral de cobre y de sulfuros de hierro. Sin embargo, no era posible determinar con exactitud la variedad de cobre que era observable en este lugar. Lo que sí nos afirmó con rotundidad Paco era que no existían referencias de este filón de cobre en los distintos estudios publicados sobre la geología de Ceuta. Yo tampoco, le dije, tenía noticias de citas históricas sobre estas antiguas minas de cobre. Quedaba claro el doble interés, geológico y arqueológico de este hallazgo, y la necesidad de acceder a las galerías inferiores para observar con detalle lo que el subsuelo ocultaba. La única manera de hacerlo era a través de uno de los dos pozos verticales excavados al pie de la pared vertical donde las manchas de cobre eran muy evidentes. Para ello necesitamos a alguien que supiera de técnica de descenso y que contará con el material adecuado para este tipo de trabajos. Entonces me acordé de mi amigo Keke Raggio. En varias ocasiones me había comentado que su hermano había trabajado como monitor de escalada. Le mandé un whattsap a Keke y éste me facilitó el teléfono de su hermano Cuko. Cuando lo llamé, casualmente, estaba con otro buen amigo, Jotono Gutiérrez. Quedamos para el sábado, día 23 de julio, a las 18:30 h, en la plaza de Azcárate.
El día elegido para explorar las galerías ocultas en las entrañas del Monte Hacho nos juntamos un buen grupo de personas a las que deseo citar una a una: Francisco Pereila, Clara Benhamú, Óscar Ocaña, Paquita Serrais, Jotono Gutiérrez, Cuko Raggio, mi hermano Jesús Pérez Rivera, y el que ahora escribe, José Manuel Pérez Rivera. Después de tomarnos un té en la terraza de la playa de los Reyes emprendimos el camino hacia la cala del Amor. Una vez allí, mientras que algunos mostrábamos la zona a los que no la conocían, Cuko y Jotono prepararon el sistema de cuerda para el descenso a la galería.
El primero en bajar fue el mismo. Al tocar suelo soltó el arnés de la cuerda y echó un primer vistazo a la galería. No tardó en darse cuenta de que había una entrada de luz en el lado occidental de la galería. Antes que nos diéramos cuenta emergió de entre las rocas que daban al colindante acantilado.
Seguimos sus pasos y llegamos hasta la entrada de la galería que miraba y era mojada por el mar. Nos quedamos boquiabiertos al contemplar la belleza del umbral a una galería que hacía años que no pisaba ningún humano.
El brillante color verde de la entrada parecía una enorme esmeralda embutida en las paredes del Hacho. El mar penetraba en el interior de la galería y era necesario aprovechar la inspiración del agua marina para acceder a su interior.
El espectáculo era fascinante. Las paredes resplandecían con sus vivos colores verdes del cobre y amarillos del azufre. Mis ojos miraban, de manera alternativa, al suelo donde era visibles objetos de hierro y a las espectaculares paredes de la mina, en cuyo lado norte se abría otro ramal colmatado de piedras que dificultaban nuestro avance.
Unos metros más adelante vimos otro ramal en el que los mineros apenas pudieron avanzar un metro y medio. Encontraron una pared granítica que debió resultar impenetrable para sus barrenos, cuyas huellas era claramente visibles en el fondo de esta galería secundaria.
Al fondo de la galería, en su extremo oriental, encontramos un gran relleno de tierra y piedra que nos impedía el paso.
El sentimiento de aventura era apreciable en el húmedo aire de la mina. Nuestros cuerpos estaban sumergidos hasta la pantorrilla en el agua del mar que entraba en la galería. Para aliviar este problema, los mineros que explotaron este yacimiento geológico construyeron un muro y una serie de compuertas para evitar que la mina se les inundara. Ahora, en esta agua, además de nosotros, nadaba una rata que ante nuestra inesperada visita salió huyendo hacia la entrada. Por fortuna no la volvimos a ver en nuestro regreso a la superficie.
Volvimos al centro de la ciudad alegres por el feliz año hallazgo de la mina y por toda la belleza que habíamos contemplado bajo tierra. Todavía nos dio tiempo a disfrutar de un maravilloso atardecer desde el Recinto Sur. Ya en casa tocaba revisar las fotos y pasar a limpio nuestras notas de la aventura que esa tarde habíamos vivido.
Tal y como ocurrió el verano anterior, después de mis andanzas y aventuras por Ceuta, me reintegre al grupo familiar en Granada. Lo que queda del mes de julio, que era poco, y todo el mes de agosto, lo dediqué a leer los libros de Carl Gustav Jung sobre alquimia. En estas obras encontré muchas claves para entender el significado alquímico de los sulfuros y minerales de cobre que había encontrado en la cala del Amor. Mis conclusiones al respecto figuran en el capítulo final de este libro.
Terminado el periodo estival regresamos a Ceuta y yo empecé de nuevo a salir, de vez en cuando, a pasear y a escribir por distintos puntos del Monte Hacho. Con los niños pequeños no me puedo despistar mucho, así que aprovecho para salir las horas que ellos todavía duermen, o bien las tardes y las noches de los fines de semana en los que Silvia puede quedarse con Alejandro y Sofía. Los días que me voy a contemplar el amanecer no me alejo mucho de la casa. Tampoco lo necesito. En apenas dos minutos llegó hasta las escaleras que conducen a la Playa Hermosa. En una de mis últimas salidas a esa franja del litoral, concretamente a primera hora de la mañana del día 12 de septiembre de 2016, llegué hasta el extremo oriental de la cala del Sarchal para fotografiar a un numeroso grupo de gaviota y a una saltarín andarrío que volaba entre las rocas. Quise acercarme lo más posible hasta donde estaba posado el ejemplar de andarrío para tomar una buena fotografía. Cuando estaba en la misma laja de piedra donde se encontraba el andarrío antes de emprender el vuelo me fije en los curiosos estratos de mineral de hierro que eran visibles en esta zona. Fije mi mirada y, ¡Sorpresa! ¡Localicé varías manchas de mineral de cobre entre los estratos geológicos! El andarrío me había llevado hasta un nuevo yacimiento minero.
Esa misma mañana llamé a Paco Pereila y le conté mi nuevo descubrimiento. Como era lógico se interesó por este hallazgo y quedamos en ir una tarde a visitar la zona. Pasaron los días y no encontraba el momento para quedar con Paco. La ocasión se presentó el pasado martes, día 18 de octubre de 2016. Esa mañana, a primera hora, recibí el resultado de las analíticas realizadas a las escorias de fundición recuperadas en el interior del horno metalúrgico de la calle Eduardo Pérez. No cabía duda de que se trata de un horno de forja de hierro, seguramente relacionada con la construcción de barcos. En cuanto a las muestras de rocas procedentes de la mina de la cala del amor se ha podido terminar que se trata de calcopiritas con un alto contenido en sulfuro de hierro y cobre. Según me aclaró el Prof. Pérez Macias, de la Universidad de Huelva, con el que estoy estudiando el horno metalúrgico, la presencia de cobre en una de las escorias analizada se debe a que el mineral de partida procede de un yacimiento de sulfuro de hierro-cobre, del que no se han explotado los sulfuros, sino los óxidos y carbonatos (de hierro) de la parte superior (sombrero de hierro) para la producción de hierro. Tampoco, en opinión del Prof. Pérez Macías, podemos descartar que también se haya producido cobre, pero no en el sitio de la excavación, sino en otro lugar próximo. La metalurgia de hierro en los puertos siempre está relacionada con las atarazanas (Saltés, Sevilla, Algeciras, etc.). Esa misma debe ser la explicación en Ceuta.
Una de las primeras cosas que hice al recibir los resultados del laboratorio de la Universidad de Huelva fue reenviárselos a Paco Pereila. También lo llamé por teléfono para comentarlos en persona. Al final de la conversación me dijo que esa misma tarde iba a ir a tomar una serie de datos de la mina de la cala del amor y decidí acompañarle para, de camino, enseñarle el afloramiento de hierro y cobre que había identificado a pocos metros del fuerte del Sarchal. Quedamos temprano, a las 16:15 h en la puerta de mi casa. Desde allí bajamos por las escaleras que desembocan en la playa Hermosa. Nos entretuvimos mirando algunas rocas con abundante presencia de granate. Y llegamos al lugar previsto. La marea estaba muy alta, cerca de la pleamar, así que tuvimos algunas dificultades para movernos por la zona. Además el sol estaba cayendo por occidente creando alargadas sombras que dificultan la toma de fotografías.
A pesar de estas adversas condiciones conseguimos documentar los afloramientos de minerales y tomar algunas muestras. Pudimos observar que el mineral se concentraba en el intersticio de algunos estratos de rocas con una orientación muy precisa. Siguiendo la línea que marcaba el mineral de cobre, como si fuera la flecha indicativa en el mapa de un tesoro, llegamos ante la entrada de una galería existente enfrente de la entrada al fuerte del Sarchal. Yo había estado, hacía dos veranos, en esta galería junto a Óscar y Paquita. En aquella ocasión no nos dimos cuenta de que estábamos en otra galería minera.
Ahora que ya sabíamos lo que buscamos no tardamos mucho en localizar, en las paredes de las galerías, las característica manchas amarrillas del azufre y las verdes del cobre. Este mismo color que aporta el cobre era observable en la misma puerta de la galería. Una mina, cuyo ramal principal ascendía hacia la parte alta de la cala del Sarchal. Esta constatación científica explicaba la noticia de la aparición de potentes niveles de calcopiritas durante la excavación de los cimientos de las llamadas “Torres del Sarchal”.
Desde el fuerte del Sarchal nos dirigimos a la cala del amor. Allí Paco tomó varias mediciones con su brújula y comprobó de nuevo con ácido sulfúrico que no se trataba de malaquita el mineral verde visible en las paredes de este hermoso lugar. Yo aproveché la ocasión para explorar la cala desde distintas perspectivas. Una de ella me permitió observar cómo el cobre rezumaba de las mismas paredes batidas por el mar. Delante de unos llamativos círculos rojos le comenté a Paco que había pensado en el nombre con el que bautizar a este yacimiento geológico-minero y arqueológico. Mi propuesta era que le llamáramos las minas de Venus. Paco le pareció bien y con un apretón de mano bautizamos a nuestro descubrimiento.
Tanto Paco como yo nos fijamos en una escalera, similar a la que da acceso a la cala del amor, algo más al oeste de donde nos encontrábamos. Le preguntamos a un chaval del barrio para que nos indicara el camino para llegar a la escalera que habíamos visto y nos comentó que pertenecían a un finca privada. No obstante, nos dijo que entre las casas de la parte baja del barrio, cercana al fuerte del Quemadero, había un camino que nos llevaría a la playa y que desde allí podíamos acceder al lugar que nos interesaba. No sin dificultad conseguimos dar con la senda mencionada por el amable vecino del barrio del Sarchal. Bajamos por una escalera de un solo ladrillo, un ejemplo de ahorro de recurso, hasta una piscina natural frecuentada en verano por bañistas y aficionados al kayak. Nos asomamos primero hacia el oeste, donde no vimos nada de lo que buscábamos; y luego hacia el oeste, por donde avanzamos algo más. Llegamos así a una pequeña ensenada que tenía a sus pies una construcción abandonada. Como la noche estaba ya conquistando el cielo, consideramos más prudente dejar la exploración de estas estructuras para otra ocasión y regresamos al centro de la ciudad.
Aquella noche, mientras repasaba el día tumbado en la cama y con la luz apagada, me acordé que, al lado de los afloramientos de cobre y hierro que habíamos identificado esa tarde a pocos metros del fuerte del Sarchal, existía una concavidad excavada en la roca que bien podría ser otra galería minera. Al levantarme al día siguiente lo primero que hice fue repasar las numerosas fotografías que tengo de mis paseos por la playa Hermosa, pero no encontré ninguna de esta posible mina. Tenía que ir allí para confirmar mi hipótesis. Antes de hacerlo comprobé la tabla de mareas. A las 12:16 alcanzaría el mar su punto máximo de bajamar.
Prepararé mi mochila, -con la linterna y la máquina fotográfica-, y tomé el camino que me llevaría al fuerte del Sarchal. Ya voy conociendo a los habitantes de este vetusto castillo: una amplia colonia de grajillas. Y volví a ver, volando sobre el mar, a mi amigo el andarrío. No menos familiares me resultan las numerosas gaviotas que encuentran en estos estratos de gneiss del Hacho su aposento predilecto. Con mi presencia todos se vieron alterados. Aunque me conocen, no dejan de inquietarse con la presencia humana.
La marea estaba muy baja, cumpliendo las previsiones que ofrecían las tablas de mareas. Anduve con mucho cuidado entre las rocas antes sumergidas, por lo que resultaban sumamente resbaladizas. A punto estuve de dar con mis huesos contra las redondeadas rocas del litoral. Así llegué al sitio que buscaba. Y efectivamente, lo que encontré fue una nueva galería. El corazón latía con fuerza en mi pecho por la emoción del nuevo descubrimiento.
Sin pensármelo dos veces me introduje en la galería que estaba repleta de restos de cañas, maderas y otros tipos de residuos flotantes que el levante había introducido en pasados temporales dentro de la mina. Me arrastré como pude sobre el inestable firme de la galería, teniendo cuidado de no cortarme con los hierros y cristales esparcidos en su interior. Con mi linterna iba alumbrado el fondo de la mina y las paredes ennegrecidas por algún fuego que había tenido lugar no sabemos cuándo. Del techo me caían gotas de agua y a mi paso arrastraba grandes telarañas que llegaron a cubrir mis gafas.
Fui tomando fotografías de la galería, tanto a la entrada como en mi salida, para contar con una memoria gráfica de mi aventura. Salí exhausto de la galería con una araña balanceándose delante de mis ojos y con la ropa llena del tizne negro de las paredes. Me asomé al mar para respirar aire puro y descongestionar mi rostro con un ligero baño de agua marina. Recuperado el tono vital observé con detenimiento las paredes de la entrada a la galería.
El agua filtrada desde los estratos superiores apagaba el vivo color amarillo del azufre, así como la intensidad tonalidad verde del cobre. No obstante, en algunos puntos la humedad no era tan intensa y el azufre relucía con toda su belleza. No menos atractivo eran los colores pardorojizos del hierro que contemple en la parte inferior de la entrada a la mina.
Tomadas las fotografías de la entrada me dirigí hacia el este en busca de nuevas galerías. Pero tuve que desistir de mi proyecto. El verdín acumulado sobre las piedras era demasiado resbaladizo, así que preferí concretarme en analizar con detalle las inmediaciones de la mina que acaba de explorar. De este modo, me di cuenta de detalles muy interesantes. Sobre la superficie de los estratos verticales documenté una clara huella de un cincel triangular que indicaba varios planos perpendiculares de fractura.
No cabía duda de que, además de una explotación minera en profundidad, estábamos ante una actividad extractiva en superficie. Lo que buscaban eso mismos estratos de hierro y cobre que ahora veía con toda claridad debajo de un gran bloque de roca.
No lo pudimos ver Paco y yo el martes porque en las horas de marea alta se encuentra cubierto este estrato por las aguas. Unas aguas que con su sal resaltan el hierro y apagan los colores verdes del cobre y amarillos del azufre. Tomé fotos de detalle de estos hermosos afloramientos mineralógicos, y generales de la zona visitada según emprendía el camino de regreso a casa.
Durante el itinerario de retorno a la civilización urbana llamé a Paco para contarle los nuevos descubrimientos. Hemos quedado en volver a este lugar en los próximos días. Yo, mientras tanto, proseguiré con mis investigaciones en mi biblioteca personal y en los archivos municipales y militares. Mis primeras pesquisas me ha permitido establecer un “terminus ante quem” para la excavación de las cuatro minas que llevamos localizados desde que emprendimos esta investigación geoarqueológica. Parece claro que estas minas son anteriores a principios del pasado siglo XX. El investigador y primer cronista oficial de Ceuta, Antonio Ramos Espinosa de los Monteros, en su obra “Ceuta 1.900” (escrita entre 1900 y 1912) da una breve noticia de las galerías descubiertas en el Sarchal: “…en la playa del Sarchal hay buenos pesqueros, y en su rocha piedras para construcciones y manifestaciones de productos de minas” (pág. 206). En las mismas fechas en la que Espinosa de los Monteros escribe su obra, otro investigador, el médico Celestino García Fernández redacta su conocida “Geografía médica de Ceuta”. Este libro incluye un breve capítulo sobre la geología de Ceuta. Al hablar del Hacho escribe lo siguiente:
“En las montañas del Hacho, son notables las calizas dolomíticas; en sus terrenos cretáceos se hallan la serpentina y la esteatita y en la vertiente Sur de dicho monte, se distingue una roca azulada conocida vulgarmente con el nombre de piedra del Sarchal, que viene a ser una piedra talcosa, cuyo color gris oscuro la hace asemejarse al mármol negro; esta roca bastante dura, es fácil de labrar, untuosa al tacto y capaz de pulimento.
De las rocas y terrenos indicados, se aprovecha la piedra de construcción de facilitan las canteras; de las calizas, se obtiene en los hornos abundante cal de buenas condiciones para la fabricación; la arcilla plástica para la elaboración de ladrillos y tejas y otros objetos de alfarería; y aunque en pequeño, alguna se utilizado para las labores artísticas. De la piedra de asperón se han construidos adoquines de comprobada utilidad para el piso de los empinados callejones de la población. En algunos sitios, se encuentra el almagre, alguna pinta de cobre estratiforme, la ampelita gráfica y ocres rojos y amarillentos” (pag. 48 y 49).
Vemos, pues, que la presencia de hierro y cobre en el Hacho era conocida a principios del siglo XX, pero no hay referencia a su extracción con fines comerciales o de cualquier otro tipo. La confirmación de este hecho la encontramos en un libro de finales del primer cuarto del siglo XX. Nos referimos a la obra “Abyla Herculana” del Francisco Sureda Blanes. En su capítulo “preliminares”, el mencionado autor introduce un apartado dedicado a los “yacimientos minerales”, sobre lo que dice: “los estudios geológicos han descubierto en la zona de Ceuta los siguientes minerales, de más o menos importancia comercial e industrial: HEMATITES, en los estrato-cristalinos; CALCOPIRITA, en los gneis del Monte Hacho y en las diversas perioditas” (pag. 41). Cita también otros minerales presentes en el territorio ceutí como la estribina o el antimonio. Desde el punto de vista de Sureda Blanes, “es indudable que todos estos minerales, debidamente explotados por la industria española, constituirían una notable fuente de riqueza; pero…”. Estos puntos suspensivos finales dejan a las claras que en el momento de escribir estas líneas (1925) no había explotación de los recursos mineros en Ceuta.
Con las citas bibliográficas anteriormente expuestas podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que los afloramientos de hierro y cobre documentados en el Hacho no fueron explotados en el siglo XX, ni en fechas anteriores cercanas. Para determinar la cronología de las minas documentadas durante nuestras exploraciones vamos a iniciar un recorrido inverso, es decir, intentaremos establecer un “tempus post quem” para la excavación de las galerías halladas en el Monte Hacho.
Las estructuras y niveles más antiguos documentados en el núcleo urbano ceutí corresponden al llamado “asentamiento protohistórico de Ceuta”. Este yacimiento, ubicado en la placeta anexa a la catedral de la Asunción, aporta una cronología que comprende los siglos VIII y VII a.C. En las conclusiones del estudio publicado sobre este yacimiento arqueológico se comenta que “las posibilidades mineras de la región no son demasiadas aunque ya se indicó la existencia de explotaciones de minas de antimonio en época contemporánea aunque nada puede decirse de su aprovechamiento en momentos anteriores. En el caso del yacimiento de Ceuta no se ha podido constatar el manejo de minerales o el procesamiento de los mismos, por lo cual y de esta situación, es difícil establecer un vínculo” (pag. 207).
Desde el periodo protohistórico hasta la ocupación romana de Septem Fratres a finales del s.I a.C. nos encontramos con una franja cronológica para la que no contamos con datos textuales ni arqueológicos, al margen del material anfórico de época púnica recuperado de los fondos marinos próximos a Ceuta. En lo que concierne al periodo romano, sabemos por las diversas intervenciones realizadas en la zona ístmica de Ceuta que su actividad económica giró en torno a la producción de salazones y salsas de pescado. Respecto a una posible actividad minera o metalúrgica en época alto imperial no contamos con ninguna prueba que avale esta posibilidad, al menos en el actual estado de la investigación arqueológica del territorio ceutí. No obstante, en el estudio de la economía de la Mauritania Tingitana (s.I a.C-II d.C) realizado por el Prof. Gozalbes Cravioto (1997:51) se alude a los trabajos de M.Ponsich sobre los distintos indicios de explotaciones mineras de cobre y del plomo en la zona de Tamuda y de Septem Fratres (Ponsich, 1966: 1271-1279).
Los primeros indicios de un procesamiento metalúrgico lo que encontramos en las excavaciones llevadas a cabo en la “Parcela 21 de la Gran Vía”, colindante con la basílica tardorromana de Ceuta. Este yacimiento estaba caracterizado por un potente nivel de colmatación, fechado entre finales del s.VI y mediados del VII d.C. De estos sedimentos arqueológicos se recuperó una cantidad significativa de escorias de fundición que, según recientes publicaciones (Hita y Villada, 2007: 106-107), “debemos interpretar como evidencia clara de actividades metalúrgicas realizadas por los contingentes militares aquí destacados”. La interpretación que se hace de estos hallazgos apuntan a la posibilidad de “actividades de fragua/herrería para la reparación de enseres o armamento, o bien como resultado de la refundición de metales para la elaboración de otros artefactos” (Hita y Villada, 2007: 106).
Pasando al periodo medieval, en la síntesis más reciente sobre esta etapa de la historia de Ceuta (Hita y Villada, 2009: 204-315) no encontramos ninguna referencia a explotaciones mineras o talleres metalúrgicos. Tan sólo se alude a la referencia que Al Ansari incluyó en su obra sobre la importancia que alcanzó la orfebrería de latón vendida en el mercado de al-Saqqatin. De igual modo se comenta la noticia dada por León el Africano respecto a la alta valoración que obtuvo la orfebrería ceutí en Italia, que nada tenía que envidiar a las producciones de Damasco (Hita y Villada, 2009: 261). Conviene tener en cuenta que el componente principal del latón es el cobre, que ahora sabemos no necesitaban buscarlo muy lejos. No parece que las minas descubiertas hasta ahora en el Monte Hacho puedan ser datadas en época medieval, sino en fechas posteriores, como comentaremos algo más adelante. No obstante, es bastante habitual que las explotaciones mineras se mantengan activas durante varias etapas históricas, siendo las primeras difíciles de identificar por el propio carácter destructivo asociado a la actividad minera. Tendremos que esperar a un estudio arqueológico de alguna de estas minas para determinar, de manera fehaciente, sus orígenes y fases de explotación.
Por ahora ha sido la arqueología, en fechas muy recientes, la que ha abierto esta nueva línea de investigaciones sobre el aprovechamiento de los recursos naturales, en concreto geológicos, de Ceuta. Tal y como hemos comentado con anterioridad, llegamos a identificar las minas de la cala del amor debido a nuestro estudio del horno metalúrgico documentado en el transcurso de la intervención arqueológica en la calle Eduardo Pérez (Pérez, 2016). Por primera vez se ha encontrado los restos de un taller metalúrgico en Ceuta, con una cronología establecida entre finales del s.XI y principios del s.XII d.C. Gracias al estudio de las escorias recuperadas en el interior de la cámara de combustión sabemos que se trata de un horno de forja de hierro. Un mineral que también está presente en las galerías localizadas en la fachada sur del Monte Hacho.
La existencia de minas de hierro en época medieval está atestiguada de manera textual por la referencia que hace Al Ansari a explotaciones de mineral férrico en las proximidades de Ceuta. Sin especificar la ubicación exacta de los yacimientos mineros alude Al Ansari a “las minas de hierro y rejalgar y otros productos de los que se beneficia la región para la construcción de barcos y para cuanto se refiere a la guerra santa. Todo esto se encuentra en el territorio próximo a la ciudad, que de ello se beneficia; pocos lugares en la Tierra reúnen dichos productos” (Vallve, 1963: 441). La relación que establece Al Ansari entre las minas de hierro y la construcción de barcos de guerra viene también avalada por el resultado de los análisis de las escorias recuperadas en el horno de la calle Eduardo Pérez. A este respecto, el mismo Al Ansari, al hablar de los puertos y fondeaderos de Ceuta, menciona a las atarazanas situadas en la zona de Madrib al-Sabika. En este lugar se ubicaba el cementerio del arrabal de Afuera, dentro de las Murallas del Mar (Vallve, 1963: 436) que, según el investigador Carlos Gozalbes Cravioto, correspondería al lugar donde hoy se encuentra la antigua estación de ferrocarril (Gozalbes, 1995: 51). La mención a las atarazanas de Ceuta en la descripción de Al Ansari viene acompañada, en la traducción que hizo de esta obra Joaquín Vallvé, de una nota a pie de página del mencionado historiador, en la que recoge varias citas de Mascarenhas sobre las antiguas atarazanas de la Ceuta hispanomusulmana:
“…destos escollos para la puerta del Campo ai dos playas grandes donde estuvieron las ataraçanas antiguas, como muestran los vestigios que oi se conservan” (Mascarenhas, 1995: 13).
“Fue Ceuta de mayor grandeça en los siglos anteriores, i oi se manifiesta de sus ruinas, que como esta ciudad estuviese tan en el passo d`Hespaña , aque concurrian todas las naciones del mundo, por ser corta la trauiessa, passavan tambien á ella, i assi de mercaderes como de corsarios permanecen oi reliquias de ataraçanas, tanto en la mar de Levante como de Poniente” (Mascarenhas, 1995: 13).
“En una Crónica antigua manuscrita de los Reyes de Marruecos, q`traducida de lengua arábiga en la Castellana, se conserva entre los manuscriptos de mi estudio, hallo q`Joseph Aben –Jacob Rey de Marruecos edificó la casa de las ataraçanas (que este autor dice se conservaran en su tiempo) i q` hizo esta obra el año de los Arabes de 572 iq`fue el mismo, en q`empezó a fundar la mesquita mayor de Sevilla” (Mascarenhas, 1995: 25).
De estas tres referencias a las atarazanas que figuran en la obra de Mascarenhas podemos extraer varias conclusiones. La primera es la confirmación de la ubicación que Al Ansari menciona para estas instalaciones de construcción de barcos. La segunda, la existencia de más de varias atarazanas, aunque de menor importancia que la principal de Madrib al-Sabika, situadas tanto en la bahía norte como en la sur. Y por último, nos aporta una fecha concreta para la construcción de la atarazana principal, “fundada en el 572 (1175-1177) por el sultán almohade Yusuf ibn `Abd al Mu`min” (Vallvé, 1963: 436, nota 110). A partir de una cita de Al-Idrisi, Vallvé aclara en una nota que “anteriormente estaban las atarazanas en Alcazarseguer o Qasr Masmuda” (Vallve, 1963: 436, nota 110). Entendemos que Al Idrisi se refiere a la Ceuta previa a su nacimiento en esta ciudad.
En la Ceuta que conoció Al Idrisi, entre finales del siglo XI y principios del s.XII, -fechas que coinciden con el funcionamiento del horno metalúrgico de la calle Eduardo Pérez-, “uno de los sectores de mayor importancia es el de la construcción naval desarrollada en el arsenal de Ceuta, dada la importancia que para la defensa y el comercio tenía la flota ceutí. En esta producción trabajan carpinteros, aserradores, calafateadores, herreros, esparteros y demás artesanos vinculados en el proceso de construcción naval” (Hita y Villada, 2011: 180). El origen de esta flota se remonta a la época bizantina. Según recoge la crónica de Procopio, Justiniano mandó el traslado a Ceuta de una importante flota de dromones, capaces de controlar y defender la propia Septem y controlar el estratégico paso del Estrecho de Gibraltar. Esta misma flota fue la que prestó el Conde Don Julián a las tropas comandadas por Ibn Tariq para alcanzar las costas de la Península Ibérica en el año 711.
La reactivación de la importancia de Ceuta como base naval vendría de la mano de Abderraman III y no la abandonaría durante todo el periodo medieval. Fue en el periodo almorávide cuando el peso del puerto ceutí adquiere un mayor calibre al convertirse en la cabeza de puente del paso de las tropas hacia al-Andalus. Durante las primeras décadas de dominio almorávide, el puerto de Almería siguió siendo el predominante en el mar del Alborán, pero tras su toma por los reinos cristianos en el año 1147, el primer puesto pasaría por derecho propio a Ceuta (Hita y Villada, 2009: 223).
A modo de recapitulación, podemos decir que, desde al menos la época bizantina, es posible encontrar en las fuentes arqueológicas y textuales indicios, más o menos evidentes, de actividad metalúrgica en Ceuta, en buena parte relacionada con la construcción de barcos, sin olvidar la conocida producción de objetos de latón durante el periodo medieval. El hallazgo del horno metalúrgico en la calle Eduardo Pérez es una prueba irrefutable de la existencia de herrerías en la Ceuta medieval. Los datos aportados por el mencionado yacimiento arqueológico permiten sugerir la hipótesis de la extracción del mineral de hierro y cobre de los afloramientos de calcopiritas identificados en el Monte Hacho. Por el momento, las galerías de minas localizadas en la ensenada del Sarchal y en la cala del amor no cuentan con una datación arqueológica precisa. De ellas no hay ninguna mención ni en las crónicas medievales ni en las modernas y contemporáneas.
A la espera de poder realizar una intervención arqueológica en alguna de estas minas, los únicos elementos que nos permiten acercarnos a su datación son su propia tipología y el estrechamiento cronológico que hemos establecido al intentar determinar un “tempus antes quem” y un “tempus post quem”. Por el momento, lo único cierto es que de estas minas no estaban en funcionamiento a principios del s.XX. Antonio Ramos hace alusión a las minas del Sarchal, dando por entendido que llevaban tiempo abandonadas; y Celestino García alude a los afloramientos de cobre en el Monte Hacho, pero no dice nada de las minas existentes en este promontorio.
Las dimensiones de las galerías, su tipología, las huellas de herramientas y barremos circulares, así como la toponimia son los argumentos que esgrimimos para proponer una cronología moderno-contemporánea (finales s.XVIII-primera mitad del s.XIX) a las minas localizadas en el Monte Hacho. Empezando por este último aspecto, resulta bastante esclarecedor que la torre situada justo encima de la mina localizada en la cala del amor aparezca en el plano de Ceuta fechado en 1850 y firmado por D. Francisco Coello con el nombre de garitón del cardenillo. Existe una mina del mismo nombre y las mismas características geológicas y mineralógicas en el municipio malagueño de Benahavis (Romero et alii, 2013). Este apelativo, según el grupo de investigadores que han estudiado esta explotación minera, tiene que ver con la forma tan bella y colorida de presentarse las sales de cobre en las paredes de las galerías, que es denominada “flor de cobre o cardenillo”. Parece bastante claro que existe una estrecha relación entre el nombre de la torre aludida y las minas de cobre localizadas justo bajo ella. La semejanza entre los morteros utilizados para la construcción de este garitón y el observable en algunos de las estructuras relacionadas con la mina nos hace pensar que son coetáneas.
Hemos estado revisando distintos planos generales de Ceuta de entre finales del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX. Uno de ellos, depositado en la Biblioteca Nacional, fue realizado por Tomás López, entre 1789 y 1800. En este plano figuran, de manera detallada, los restos de fortificaciones existentes en el Hacho. Aparecen representadas la “Guardia de Fuentecubierta” y la cercana “Guardia de la Palmera”, pero no figura el garitón del Cardenillo. El siguiente plano que hemos localizado con semejante grado de detalle es el referido plano de Ceuta de D. Francisco Coello, dibujado en 1850. Por tanto, la construcción de la torre del cardenillo, y posiblemente la última fase de funcionamiento de la mina excavada a sus pies, tuvo lugar entre finales del s.XVIII y 1850. Esto no supone que el aprovechamiento de los afloramientos de calcopiritas del Monte Hacho no hubiera tenido fases anteriores ni tampoco restringe la posibilidad de que estuvieran activas en parte de la segunda mitad del siglo XIX. La última palabra son la correcta atribución cronológica de estas minas nos la dará una futura intervención arqueológica.
Como creemos está quedando patente a lo largo de este escrito, es necesario diseñar y poner en marcha un ambicioso proyecto de documentación y estudio de las minas de cobre y hierro hasta ahora identificadas en el Monte Hacho. La investigación tiene dos vertientes, la geológica y arqueológica, que deben convergen en una puesta en común de la información que ambas disciplinas aportan y cuyo resultado final desembocará en un estudio general de la explotación minera y la actividad metalúrgica en Ceuta durante su amplia y dilatada historia. El punto de partida adolece de una ostensible ausencia de referencias textuales y científicas sobre este asunto. No obstante, se trata de una línea de investigación prometedora. Los primeros trabajos de revisión archivística y bibliográfica están aportando datos de enorme interés y poco estudiados hasta la fecha. Estamos seguros que al final este trabajo tendremos una imagen muy certera de la importancia que tuvo la minería en determinados periodos de la historia de Ceuta. Para ello resulta imprescindible acometer excavaciones arqueológicas con el objetivo de desvelar el origen de la explotación de estas minas y las distintas fases de uso que ha tenido a lo largo de la historia.
A partir del conocimiento obtenido por los estudios que estamos realizando y abordaremos en el futuro, estamos ampliando el interés y valor patrimonial del Monte Hacho. Quedamos mucho por hacer en materia de conservación de los bienes naturales y culturales que podemos encontrar en la superficie y ahora también en el subsuelo de este emblemático y mítico promontorio ceutí. En general, el estado de conservación de los recursos patrimoniales del Monte Hacho es bastante malo. Las mismas galerías que hemos identificado en estos dos últimos años se encuentran abandonadas, repletas de residuos y en algunos casos han sufrido los efectos del fuego, afectando de una manera importante a la belleza de sus paredes colmatadas de minerales de cobre y hierro. Es necesario, cuanto antes, proceder a su limpieza y al cierre de sus accesos para evitar nuevos incendios y actos de expolio.
Estos nuevos hallazgos de carácter geológico-minero y arqueológico refuerzan la solicitud que desde hace décadas viene haciendo la asociación Septem Nostra para convertir al Monte Hacho en un Parque Cultural, con la categoría de Bien de Interés Cultural y en la modalidad Sitio Histórico. El Monte Hacho es la joya de la corona del patrimonio ceutí y merece que la protejamos, cuidemos y mostremos al mundo orgullosos del gran tesoro que la naturaleza y la historia han puesto en manos de los ceutíes. Merece la pena que los ciudadanos de Ceuta nos involucremos en cuidado y protección. Ahora, gracias al descubrimiento de estas minas, el Monte Hacho incrementa su atractivo e importancia patrimonial. Estamos revalorizando el interés del Monte Hacho y haciendo más sugerentes para que ceutíes y foráneos se interesen por conocer su patrimonio geológico, natural y cultural. Para lograr este último objetivo necesitamos diseñar e implementar un adecuado proyecto de difusión patrimonial.
El Monte Hacho, como demuestra el hallazgo de estas minas, encierra aún muchos tesoros naturales y culturales por descubrir y poner en valor. Resulta llamativo que siendo como es el Monte Hacho un lugar muy transitado por los ceutíes y por los investigadores hayan podido pasar desapercibidas estos afloramientos mineralógicos y estas antiguas minas. Esto demuestra la importancia que tiene la exploración minuciosa y atenta del territorio. La naturaleza desvela sus secretos a aquellos que se acercan a ella con curiosidad, respeto y veneración. El conocimiento de un lugar no puede limitarse a la consulta de libros, artículos y documentos depositados en los archivos y bibliotecas. Hay que salir a la naturaleza con el sano afán de enriquecer nuestro mundo interior con nuevas experiencias perceptivas y emotivas. Debemos sentir y buscar al espíritu latente que envuelve y da sentido a todo lo que nuestros sentidos son capaces de percibir. No todos son capaces de inspirar el espíritu de lugar y llevarlo hasta su alma para luego cristalizarlo en imágenes o palabras. Es necesario describir experiencias, como la que yo he vivido durante la investigación de las minas del Hacho, no con un lenguaje objetivo y carente de sentimientos, sino mojando la pluma en el mismo corazón. Cada día necesitamos más que las personas compartan con valentía lo que fluye en su interior. Investigar no tiene porqué ser una actividad despersonalizada y carente de sentimientos. Todo lo contrario. La investigación es pura aventura y profunda emoción.
Los científicos más notables son aquellos que han unificado en su mente la dimensión científica y mística. Uno de ellos, Albert Einstein, afirmó que “lo más bello que podemos experimentar es el misterio fuente de todo arte y de toda ciencia verdadera. Quien permanece ajeno a esta emoción, quien ya no puede asombrarse ni imbuirse de admiración, está prácticamente muertos y sus ojos se mantienen cerrados.
Realmente existe lo impenetrable, que se manifiesta como noble sabiduría y belleza radiante, y que nuestras débiles facultades apenas pueden comprender en su forma más primitiva”.
La falta de emoción y de sincera admiración con la que tradicionalmente se ha mirado al Monte Hacho explica que unas minas a la vista de todos no haya despertado la curiosidad de los investigadores, empezando por el que les escribe. No ha sido hasta mi despertar espiritual cuando he empezado a mirar a la naturaleza de la manera que permite descubrir sus secretos. No hubiera llegado hasta estas minas sin mi vocación por desvelar el espíritu de Ceuta y sin la emoción que ahora experimentó al acercarme a la naturaleza ceutí. Todos mis conocimientos previos sobre el patrimonio natural y cultural de Ceuta, alimentados por experiencias trascendentes y significativas, me han elevado hacia una nueva realidad. Este viaje de una realidad a otra, -muy distinta y mucho más rica-, no hubiera sido posible sin el cultivo de una sensibilidad que tiene algo de innata, pero también es el fruto de un sentimiento tan profundo como el amor que siento por Ceuta.
La Ceuta en lo que yo vivo es el resultado de una imaginación desbordante que choca con una realidad cotidiana de maltrato a la naturaleza y el patrimonio, de ignorancia y de ausencia de sensibilidad hacia el arte, la naturaleza y la cultura. No puede callarme ante tan insidia mi conformarme con lo que mis ojos perciben a mi alrededor. Siento las profundas raíces que ha echado el árbol de la vida y de la historia en esta tierra mágica y sagrada. Hemos llegado a la última y definitiva etapa de su crecimiento y florecimiento. La epopeya ceutí está a punto de cumplirse, pero no termina de dar sus frutos. La savia verde que rezuma de las mismas entrañas del Monte Hacho no circula con fluidez por las venas del árbol de la vida. Si no hacemos algo pronto el árbol de la historia se secará y morirá sin llegar a mostrar sus esperados frutos. Mis escritos son parte de los sabrosos frutos de este árbol a los que pocos prestan su atención. Sólo algunas personas han decidido probarlos y alimentar con ellos su alma. Pero estoy contento. Existen estas frutas que han brotado en la madurez de la historia de Ceuta y en la mía personal. El espíritu de Ceuta se está manifestando a través de los hallazgos arqueológicos que aparecen comentados en este libro y de mis propias experiencias vitales que estoy pacientemente recogiendo en mis libretas. Nada es casual. Todo tiene un sentido profundo.
El mundo del consumismo, la ignorancia y la indolencia espiritual está llegando a su fin. Revive con fuerza un olvidado arte de vivir. Estamos entrando en una etapa de renovación de la vida que conlleva, a su vez, una renovada relación con el resto de la creación. El poder será sustituido por el amor. Y la verdad dejará de ser patrimonio exclusivo de la ciencia objetivo para ser una experiencia vivida en cada momento de nuestra existencia. Volveremos a dialogar con la naturaleza, con el cosmos y con nuestros congéneres. Será un diálogo sincero y basado en solidos principios éticos. Un diálogo en el que primará, además de la sinceridad, el coraje y la valentía. Como dice Henryk Skolimowski, la nueva filosofía vital, que es participativa, “implica un redescubrimiento del coraje, del valor de ser y devenir. Supone la valentía de llevar el propio destino sin resentimiento y con dignidad, de ejercer la racionalidad y al mismo tiempo reconocer sus límites en este universo misterioso” (Skolimowski, 2016: 452).