Rousseau fue el primer en demostrar que la principal ocupación de la niñez es el crecimiento. Acertó igualmente a relacionar la educación con la naturaleza. De nuevo encontramos en algunos pasajes de su obra “Emilio” una reivindicación de la educación de los sentidos, del desarrollo de las destrezas manuales y del crecimiento intelectual. Por primera vez alguien relacionó la educación con el sentido y significado de la vida. Toda estas ideas figuran en el siguiente pasaje: “enséñale a vivir antes que a evitar la muerte, y vida no es respiración sino acción, el empleo de nuestros sentidos, nuestra mente, nuestras facultades, cada parte de nuestro ser. La vida consiste menos en la extensión de los días que en el profundo sentido de vivir”. Vemos, pues, que para Rousseau la educación no era la adaptación de un organismo a un molde fijo. Era la dirección del proceso de crecimiento orgánico y comprende cada aspecto de la personalidad.
Rousseau quizá fue el primer educador, si exceptuamos a Platón, en reconocer cuánta buena educación se adquiere fuera de la escuela, sin la ayuda de la pedagogía, y en incorporar estas actividades espontáneas, autodirigidas, en su plan de educación. Señaló que cada estado de crecimiento tenía su ambiente apropiado y su material apropiado. Para nosotros este lugar es el aire libre y los materiales los que aporta la propia naturaleza.
Comenius, el considerado ideólogo de la escuela tal y como la conocemos hoy en día, fue el primero en proponer una unión de corazón, cabeza y mano. Esta idea fue luego actualizado por Patrick Geddes en su modelo educativo basado en las tres H (Heart, Hand y Head), sistema que sirve de sostén ideológico a nuestra Escuela de la Vida. De igual modo, Comenius se sirvió de las ilustraciones pictóricas y los trabajos manuales al mismo nivel que la disciplina verbal y los textos. Sin embargo, y por desgracia, las escuelas se pusieron al servicio de la producción en masa. “Sostengo-dijo Comenius- que no sólo es posible para un maestro enseñar a varios cientos de alumnos al mismo tiempo, sino que es también esencial”. Bajo ningún concepto, según Comenius, debía el maestro impartir instrucción individual. Así el ideal humanitario de una educación sistemática para todos se combinó con una pedagogía mecánica que lo invalidó. Las escuelas se convirtieron en fábricas de autómatas dispuestos a aceptar un mundo mecánico y a someterse a la disciplina mecánica. Las paredes de estas fábricas separaron a nuestros niños de la naturaleza y el contacto directo con su ambiente social.
Como comentaba Geddes en “Ciudades en evolución”, a nuestros jóvenes “se los vigila muy de cerca, como si se trataran de salvajes en potencia, a quienes ante el primer síntoma de sus actividades naturales de abrir cavernas, hacer represas, etc…deben expulsarse inmediatamente y puede considerarse en suerte si no son entregados a la policía”. En vez de reorientar esta energía y vitalidad juvenil, “hemos aplastado, dice Geddes, los gérmenes de esta fuerza vital con nuestra represión de tipo policíaco, tanto en la escuela como fuera de ella, de estos juveniles instintos naturales de auto-educación vital que siempre son armónicos en su impulso y esencia, por torpes y desmañados, o hasta malignos y destructivos que resulten cuando se limitan a coartarlos, como lo han sido por lo común, y todavía lo son en exceso…Es ante todo por falta de este toque de experiencia rústica de primera mano que hemos forzado la energía juvenil a convertirse en delincuencia juvenil o, peor todavía, la hemos forzado por debajo de tal nivel”. También hace mucho tiempo que Emerson prescribió un bosque como la mejor cura para los desvaríos juveniles.