Las espirales están presentes de manera constante en la naturaleza. Caracoles, corales marinos, telarañas, fósiles, conchas y un largo etcétera adoptan la forma de una espiral. Las plantas crecen danzando con la espiral de la vida. Este detalle no pasó desapercibido a agudos observadores como el botánico Patrick Geddes, alumno de Charles Darwin y Thomas Huxley. La primera revelación que tuvo Geddes de lo que luego se convertiría en su más perfecta «máquina de pensar» fue en forma de espiral.
Patrick Geddes solía hablar a sus hijos de las espirales. «La vida», según les decía, «es, a decir verdad, como una danza de espadas, con sus cuatro divisiones (las que vemos en la imagen inferior). Pero esos cuatro pasos forman un conjunto redondo: el círculo de la vida. Llamésmoslo, más bien, la espiral de la vida y concibámosla como una espiral que se desarrolla, ampliándose con el paso de los años…» Sí, llevaba razón Geddes, «la vida es una espiral, que trabaja durante la semana y descansa los domingos, gozando, soñando, planeando de nuevo. Aquellos cuyas mentes tienen grandes vueltas o bien muchas en sus espirales son las vidas más grandes. «A veces, por desgracia, la espiral se rompe», recordaba Geddes a sus hijos, «pero ahora ustedes pueden entretenerse diseñando diferentes clases de espirales».
Nuestra vida es un espiral. Según Geddes, «las espirales vitales de los seres humanos, hombres y mujeres, a menudo pueden ser dibujadas. Cuando esto está bien hecho con respecto de vidas pasadas recibe el nombre de biografía. Cuando uno trata de hacerlo cuidadosamente y en forma justiciera en cuanto a personas que todavía viven y trabajan en la actualidad, recibe el nombre de crítica. Pero cuando se hace de forma apresurada y con negligencia se le llama chismes».
Decía el gran escritor alemán Goethe que “el espíritu humano avanza de continuo, pero siempre en espiral”. Esta forma geométrica, muy presente en la naturaleza, nos permite crecer tanto en el plano interno como en el externo, así como en una dirección hacia afuera como hacia dentro. Permite la transformación en algo nuevo y distinto, sin que ese cambio modifique nuestra forma exterior. Para que esta espiral no se malogre es necesario que crezca de manera armoniosa y rítmica. Y esto se consigue, según comentaba Rudolf Eucken, contraponiendo “la expansión por medio de una concentración, y la extensión en amplitud por medio de una tendencia a la profundidad, con lo cual la vida podrá recobrar de nuevo su equilibrio”. El centro de esta espiral es la vida espiritual, que une a las personas mediante sentimientos y emociones tendentes al amor, la sabiduría y el arte. Todas nuestras fuerzas, individuales y colectivas, se deberían dirigir a la consecución de esta vida espiritual que otorga la posibilidad de alcanzar un vida total, verdaderamente sustancial.
La lucha que tenemos frente a nosotros no es sólo contra los terroristas fanatizados. Es una lucha por una vida digna, plena y rica que busca la perfección de los seres humanos y la elevación de la naturaleza humana hacia los dominios de la ética, la espiritualidad, la cultura y el arte. Una lucha en la que no cabe la superficialidad ni la pusilanimidad y en la cual se persigue, en palabras de Eucken, “no solamente el bienestar del individuo, sino también la justificación de los derechos de la vida espiritual en el dominio de la Humanidad. Solo en tal respecto, ciertamente, alcanza nuestra vida una significación y un valor”.
Durante muchos siglos la humanidad ha delegado en un ser supremo, bajo el nombre de Dios, la construcción de su vida espiritual. Pero esto ha terminado. La evolución de la conciencia humana nos lleva hacia un nuevo paradigma más integral, equilibrado y pleno. Como asegura Peter Watson, vivimos en otra etapa: “se trata de un mundo que ofrece muchas más maneras de encontrar sentido y plenitud, en lugar de la ortodoxia estrecha derivada de una abstracción desconocida y heredada”. La alternativa a la religión, en opinión de Watson, son la democracia y la cultura. A través de ellas podemos desarrollar nuestra capacidad innata, aunque subdesarrollada, de ser coparticipes y elementos productores de la vida y contribuyentes al aumento del dominio del espíritu.