Ceuta, 6 de septiembre de 2016.
Ha merecido la pena madrugar a las 7:00 h para contemplar el firmamento. En este momento observo que la constelación de Orión está marcada en el cielo y bajo su silueta se encuentra la estrella Sirio. Hoy brilla con una destacada intensidad y late como si estuviera viva.
El día empieza a llegar marcando la silueta de la ciudad y tiñendo todo el paisaje de un llamativo color cristal. Esta nueva jornada viene perfumada con una fragancia que me cuesta identificar. Yo diría que se trata de aroma a tierra mojada por el trasnochador rocío.
No corre nada de aire. El levante de los últimos días se ha ido, pero el poniente todavía no ha llegado, así que la calma es absoluta.
El cielo se va volviendo celeste al mismo tiempo que las estrellas desaparecen. Sólo Sirio resiste con un su resplandeciente luz. Veo en su figura reflejada a mi amada Isis. Me quedo mirándola y ella, de alguna manera, me lo agradece. Pocas personas advierten ya su presencia, como tampoco lo hacen de su reino natural. Siento su llamada palpitante que me anima a pasear por las costas y montes ceutíes. Quiero volver a contemplar el oscuro azul del mar y el verde follaje del bosque antes de que empiece a amarillear.
Inspiro, sin pensarlo, de manera profunda, como si mi alma quisiera absorber el espíritu de la mañana. No hay mejor modo de empezar el día que hacerlo asomado a la ventana y en penumbra.
Me sorprende la ausencia de aves en el cielo. La inmensa mayoría de los vencejos ya han emigrado y las habituales gaviotas todavía no han aparecido. Sólo los gallos llaman a mis vecinos a despertarse. Los primeros coches empiezan a circular. La ciudad se pone lentamente en movimiento. Yo también me dispongo a hacer mis cosas.
…Son ahora las 15:00 h. La ausencia de viento ha durado toda la mañana, pero en este instante ha llegado de improviso el aliento de Euro. Es un viento húmedo que refresca el ambiente. Las cortinas del salón se han inflado como las velas de un bergantín. Mientras, en la calle, las cañas y los árboles comienzan a desperezarse tras un descanso demasiado prolongado. La luz es deslumbrante y el olor que percibo me recuerdo al mullido colchón natural que surge a los pies de los pinos del Hacho.
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