Ceuta, 11 de enero de 2017.
Mis últimos escritos fueron redactados directamente en el ordenador y publicados en el blog, por este motivo no han caído las hojas de este cuaderno. Desde el pasado sábado que salí a tomar fotos con Miguel Ángel Domínguez Cebey a la Cala del Amor me siento débil y con dolores en las piernas y los brazos. Creo que cogí frío. No obstante, pienso que este estado de salud tiene que ver con la desantención de mi misión. Como escribió Emerson “la salud y la fortaleza consisten en la fidelidad con la que transmitimos la influencia de lo vasto y universal al punto en el que nuestro genio puede actuar”. La salud y la excelencia, dijo igualmente Emerson, consiste en ser el canal a través del cual fluye la tierra; en suma, la plenitud en el que el éxtasis ocurre. Al igual que le ocurre a las plantas, me debilito y marchito si no recibo la luz del día, si no siento el viento en el rostro y si no contemplo la naturaleza o el firmamento. Encerrado entre cuatro paredes mi fuerza se apaga y mi ánimo decae. Necesito la energía que procede del espíritu del lugar. Mi morada interior debe ser ventilada con el aire de la mañana. Por eso lo primero que hago al levantarme es abrir la ventana del estudio e inspirar con profundidad para el que genius loci penetre hasta los rincones más escondidos de mi alma.
El recuerdo de lo que veo y siento en ese momento me acompaña todo el día. Hoy el amanecer ha sido muy bello. El azul del cielo era transparente y limpio, con unas nubes difuminadas por los mismos dedos de los dioses. A distinta altura y separados en el espacio brillaban Saturno y Júpiter. ¿Qué puedo decir de ellos? Son amigos que nunca fallan y me influyen de manera positiva.
Buena parte de la mañana la he dedicado a escribir la colaboración semanal para el periódico “El Faro de Ceuta”. He quedado agotado. El ejercicio mental también cansa. Intento poner en mis escritos lo mejor de lo que soy y pienso. Es importante velar por el interés espiritual del mundo y llamar la atención sobre la importancia de atender las necesidades superiores del ser humano, aquellas que satisfacen la poesía, la literatura, la religión, la ciencia y el arte.
En días tan luminosos y claros como hoy aprecio con mayor nitidez la magnificencia del cosmos y el milagro de la vida. Mi siento como si fuera el único hombre que hubiera en la tierra manteniendo una conversación íntima con la totalidad. Soy capaz de ver que, -más allá de la intensa luz que el sol proyecta en este instante sobre una parte de la tierra-, hay una profunda, inmensa y fría oscuridad. Esta sensación refuerza el valor de este momento. Esta luz caliente es la que permite el despliegue de la vida y me otorga la posibilidad de establecer aquí y ahora una conexión especial con el cosmos, y en especial con el sol. La distancia entre nosotros se ha estrechado en esta mañana invernal. No reconocemos como iguales, aunque de muy diferente tamaño y fuerza. Los dos compartimos la cualidad del calor interno y la capacidad de iluminar. En mí está la luz y consigo iluminar desde mi centro, como hace el sol. Mi alma, mi yo cósmico, es una minúscula gota de la misma sustancia de la que está hecha el sol. Yo también soy capaz de dar vida con mi energía, mi calor y mi consciencia despierta. Los paisajes relucen a través de mi mirada, mis ojos le aportan color y forma; mi olfato el olor de las flores; y mi tacto sensibilidad a los árboles y animales. Nada de esto existiría sin mí…y sin ti. Influir con los sentidos y los sentimientos en el carácter del día es el mejor logro al que puede aspirar un ser humano, como dijo Henry David Thoreau.
Nosotros somos los que hacemos a los días y a los lugares especiales, sagrados y mágicos. Nada existe al margen de nuestra mirada. La poesía, y la escritura en general, tiene esta extraordinaria capacidad de cristalizar nuestras experiencias más significativas para que no sean presa del olvido y puedan, con su transmisión, iluminar a otras vidas y otras consciencias.
Me parezco también al sol en el hecho de que nuestra luz interior está destinada a apagarse con el tiempo. La luz de nuestra llama se apaga antes, pero esta menor duración es compensada con la posibilidad de una clara y activa consciencia de nuestra propia existencia que no tiene el sol. Si mantenemos presente y alimentamos el fuego que llevamos dentro ésta luz puede llegar a ser eterna, o al menos calentará a muchas generaciones que vendrán detrás nuestra.
Como seres luminosos que somos nos acompaña siempre una sombra, como la luna acompaña al sol. Cuanto más débil es nuestra luz, más sombra proyectamos. Siempre quedan rincones de nuestra morada a la que no llega la luz y donde escondemos aquello que no queremos ver ni mostrar. No debemos preocuparnos, hasta el sol tiene manchas. Lo importante es saber que existe esta sombra y hacer lo posible para que le llegue la luz y desaparezca.
Somos sol. Somos luna y estrellas, cuyos destellos llamamos intuiciones. Somos agua y fuego, tierra y aire. De estos cuatro elementos estamos compuestos. Somos aves, cuyas alas llamamos imaginación. Somos árboles, cuyas raíces están enraizadas en el cielo y en la tierra. Somos semillas que emergen, plantas que florecen, dan sus frutos, se marchitan y mueren. Los animales y el resto de seres vivos son nuestros hermanos y merecen todo nuestro respeto y amor, pues no son tan distintos de nosotros. En su conjunto, la naturaleza es la que nos permite un diálogo fecundo con la mente universal. Si nos acercamos a ella con admiración y veneración se abren ventanas y puertas que nos trasladan a otra dimensión. De todos los beneficios que nos aporta la naturaleza, el de facilitarnos la comunicación con la divinidad es el más valioso. La naturaleza es generosa y exuberante. De ella obtenemos el aire que respiramos, el agua que nos hidrata, los alimentos que nos nutren y los materiales con los que construimos nuestras casas y confeccionamos nuestros vestidos.