Después de unos cuantos meses sin venir por aquí vuelvo a sentarme junto a la acequia de la Tarramonta, en plena Vega de Granada. Llegué ayer a Armilla para pasar unos días en la casa de mis suegros y pensé: mañana saldré temprano para pasear por los campos granadinos.
En Ceuta solemos decir que es bueno un cambio de aire. Y es verdad. En Ceuta siempre está cambiando el aire. Unas veces de levante y otras de poniente, pero las calles y las gentes siempre son las mismas. Así que, de vez en cuando, conviene cambiar de escenario. A mí el de Armilla me gusta. Noto algunas diferencias importantes. La primera de ella es el silencio. A diferencia de Ceuta en este pueblo de Granada aún soy capaz de apreciar el “rumor” del silencio. Esta calma sonora permite escuchar el canto de los numerosos pájaros que saltan de tejado en tejado, ya sea volando o, como trapecistas, sirviéndose de los cables de la luz y el teléfono.
El cielo de Granada es también muy limpio. Esto permite disfrutar de las estrellas, la luna y los planetas de nuestro sistema solar. Por la noche, cuando todos duermen, salgo al patio y me tumbo sobre un poyete desde el que observo el cielo estrellado. Son momentos de éxtasis emocional. Es cuando mejor percibo la totalidad y el milagro de la vida. Yo, un diminuto ser pensante que miro el firmamento y me emociono con su belleza. Mi espíritu se expande como también lo hace el cosmos. Y entonces me siento parte del poderoso drama del cosmos y de la humanidad. Yo, humilde pensador e improvisado poeta, que camina por la vida en la búsqueda de la bondad, la verdad y la belleza, me siento feliz de poder sentir lo que siento.
Hoy me he levantado temprano, como es costumbre en mí, y he salido a la calle. He limpiado mi ojos con el rocío de la mañana en las hierbas de la Vega.
Al final de la calle he visto un hermoso naranjo. Sus frutos cuelgan de sus ramas sin que nadie se haya preocupado de recogerlos. ¿Cuántos frutos damos que pasan desapercibidos y que ni siquiera nosotros recogemos? ¿Cuántos sentimientos, emociones, ideas y sueños se pudren en el árbol de nuestra vida sin que los disfrutemos nosotros y quienes nos rodean?
¡Oh, qué bello es emocionarse mientras que sacamos de nuestro interior sentimientos que ni uno mismo sabe que reposan en el fondo de nuestra alma! ¡Cuán poco escuchamos el chapoteo del río de la vida que atraviesa nuestro corazón como lo hace esta acequia junto a la que escribo estas improvisadas letras! ¿Qué sería de la vida sin estos instantes de profunda emoción en los que los lagrimas brotan de nuestros ojos al ser conscientes de estar viviendo un momento de epifanía? ¿Quién soy? ¿Quién coge mi mano para escribir estas palabras? ¿Alguien escribe a través mía? ¿Cuáles son esas fuerzas profundas que impulsan la nave de mi vida? Si. Sé quiénes son. Ellos cada día me lo dicen más claro. Nada permanece oculto. Todo se hace transparente.
Tengo mi propia personalidad e identidad. Me he autoconstruido con los materiales que he tomado de autores a los que admiro: Emerson, Thoreau, Whitman, Goethe, Eucken, Geddes, Mumford… Pero el diseño es propiamente mío.
Levanto la cabeza. Miro a mi alrededor y veo Sierra Nevada a mi derecha. Justo enfrente me deleito con el movimiento del agua y el sonido de su rápido discurrir por la acequia. Un sonido que se complementan con el canto de los abundantes pájaros que cantan entre los árboles que me dan sombra. Es hora de volver. Pronto volveré.