Ceuta, 27 de mayo de 2016
Hoy lo primero que he escuchado al levantarme ha sido el agudo chillido de los vencejos. Este sonido es el silbido que nos dirige la naturaleza para que estemos atentos a sus mensajes. Lo que esta mañana me ha sugerido la Gran Diosa es que relea algunos de mis cuadernos. Y es lo que he hecho. Me he sentado en mi sillón y he leído con atención mis anotaciones de los tres últimos meses, los mismos que llevo preparando las oposiciones. Al hacerlo he tomado conciencia del alto valor de mis experiencias, pensamientos y emociones. Quien está representado en estas libretas soy yo mismo, como mis días buenos y mis días malos, con mis momentos de euforia y de abatimiento, con mis certezas y dudas existenciales, con mis descubrimientos arqueológicos y mis extravíos personales. Si no hubiera tomado estos apuntes, todos estos momentos se hubieran disipado como la niebla al salir el sol.
Estoy me emocionado, tanto que las lágrimas resbalan por mi rostro. No es alegría ni tristeza lo que siento, sino gozo. Es mi alma lo que toma el control de mis sentimientos y me hace llorar de emoción. Esta alma mía se ha reconocido en el espejo de mis cuadernos y se ha visto bella y fulgurante. Por ella no pasan los días ni los años, porque es eterna y cósmica. Asumo y entiendo las palabras de Walt Whitman: “me celebro a mí mismo, y cuanto asumo tú lo asumirás, porque cada átomo que me pertenece, te pertenece a ti también”. Mi alma no es mía, ni tuya, pertenece a la infinitud del cosmos. No está atrapada en nuestros cuerpos, sino entretejida en cada una de nuestras células. Cuerpo y alma son uno sólo. Una entidad tangible, pero al mismo tiempo etérea. Como dijo Goethe, “la naturaleza no tiene hueso ni cáscara, sino que lo es todo a la vez”.
Cuando la energía del alma se activa gracias a la contemplación de la belleza interior o exterior, ésta toma el control de nuestros sentidos. A través de los ojos del alma aprecio en este instante la transparencia de la atmósfera que me rodea. En este cielo transparente vuelan en espiral los vencejos, mientras hacen su llamamiento a las almas dormidas y atrapadas en el tiempo. Yo miro a estos vencejos con mis ojos despiertos y los veo a ellos y al resto de las aves que se han convertido en mis más fieles acompañantes en estos meses de estudio. No puedo ver el mar, ni las montañas, ni a las criaturas que nos acompañan sentando aquí en mi hogar, pero cuando cierro los ojos pueden verlas con toda nitidez. Abarco toda la inmensidad y siguiendo las palabras que me inspira el mismo Goethe, que me dirige en estos momentos desde la eternidad, cumplo mi anhelo de vagar hacia lo lejos y me preparo a un raudo vuelo. Al ser fiel a mí mismo y a los demás, “la estrechez se ensancha lo bastante” (Goethe) para aprehender la totalidad.
Vuelo con mi imaginación más allá de las estrechas paredes de mi habitación. Me uno a los vencejos y sigo su espiral que me eleva por encima del edificio en el que vivo. Voy tomando altura sin miedo ni vértigo disfrutando del mágico paisaje de Ceuta, del Estrecho de Gibraltar, de Europa y África unidas por el mar y de las nubes que se mueven sin parar. Me detengo a cierta altura para contemplar la tierra en toda su amplitud y diversidad de paisajes y colores. ¡Es tan bella! Mis ojos vuelven a humedecerse, señal de que mi vuelo está siendo real. Me situó a igual distancia entre el sol y la luna y siento que el influyo de los principios masculinos y femeninos, que respectivamente encarnan, están en equilibrio y en armonía. Dudo entre seguir adelante o disfrutar de este instante, pero decido continuar. Salgo del sistema solar y contemplo la galaxia en toda su inmensidad. La tierra es un diminuto punto que se pierden entre incontables estrellas y planetas. Vuelo entre las constelaciones que cada noche contemplaba desde la ventana de mi casa y, de manera inesperada y sorprendente, me veo a mis mismos sentado en la playa del Desnarigado mirando el firmamento. Entonces entiendo que el espacio y el tiempo no existen para el alma y que los universos son diversos y paralelos. Vuelvo a mí, y a mi relativo tiempo y espacio vital. El viaje ha terminado. Debo seguir viviendo mi vida terrenal.