Ceuta, 27 de enero de 2017.
Son las 17:05 h. Estoy sentado en uno de los bancos situados junto a la entrada del Campus Universitario de Ceuta. Hoy es día de vendaval. El aliento de skirion, el dios del viento del noroeste, está desatado. Sopla con tremenda fuerza desplazando contenedores y derribando las frondes de las palmeras. Es un viento frío y seco que engarrota mis manos y hace que lagrimeen mis ojos, a pesar de que llevo gafas. Las hojas de los plataneros bailan al frenético ritmo que les imprime el fuerte viento.
Las nubes se desplazan a una velocidad desacostumbrada generando unos atractivos juegos de luces y sombras. Siento el frío viento del noroeste en la nunca, al mismo tiempo que recibo los cálidos rayos del sol en los hombros.
La atmósfera está limpia. Tengo la sensación de que este vendaval anuncia cambios en mi vida. Todas mis preocupaciones son barridas y arrastradas por el viento. Respiro una bocanada de aire fresco y renovado. Los colores de lo que tengo antes mis ojos en este instante son puros y brillantes.
…El viento incrementa su intensidad. No da tregua a los pobres árboles. Viento, sol, nubes y frío se combinan para crear un ambiente mágico. Las hojas vacías de la libreta se abran como si quisieran mostrar las palabras que vendrán y ahora no consigo adivinar ¿Qué será de mi futuro a partir de este momento? ¿Qué me tiene reservado el destino? El calor que ahora siento por la momentánea tregua del viendo me hace estar esperanzado ante el futuro. Es un presagio de buenos augurios.
La visión de las nubes que pasan por encima mía me recuerdan el inexorable paso del tiempo. Mi vida es un minúsculo intervalo entre una eternidad pasada y una futura. Pero yo estoy aquí para cristalizar este instante. Entre este vendaval y los que llegarán está éste que yo estoy experimentando.
Las gaviotas juegan a hacerse pasar por cometas. Se les nota que disfrutan con el vendaval. Al acercarme a la iglesia del Valle puedo contemplar el Estrecho Gibraltar por el hueco que abre la cortadura del Valle. El viento norteño arrastra las olas de frente hasta el litoral septentrional de Ceuta. El mar adquiere un brillante color verde al golpear las costas ceutíes. Entiendo que esta tonalidad es el resultado de la propia disolución de la savia verde del Monte Hacho en el mar Mediterráneo.
Desde el banco ubicado en la entrada de la iglesia del Valle puedo observar la danza de los árboles del Monte Hacho. Las palmeras son las más bailarinas y animan a sus compañeras auricarias a seguir su ritmo, pero su mayor estatura las hace más torpes. Los eucaliptos bailan también con mucha gracia, mientras que los densos pinos sólo mueven sus copas de forma pausada.