Ceuta, domingo, 20 de enero de 2019.
Mi mente está sincronizada con el despertador. A las 7:20 h me he despertado de manera automática. Ya no podía retomar el sueño, así que me he puesto a pensar durante una hora. Una serie de ideas y conceptos constelaban en el firmamento de mi cielo interior. Pensaba en el círculo, el centro, los puntos cardinales, el agua de la vida, etc… e intentaba ordenarlos para conformar un discurso coherente y entendible.
El orden, así como la continuidad y el significado, son necesidades básicas del ser humano. La percepción de caos debió ser muy intensa en los albores de la humanidad. La naturaleza parecía que conspiraba contra el ser humano para que se extinguiera. El frío, la lluvia, la enfermedad, el hombre y los animales salvajes eran los aliados de la muerte. Frente al caos reinante los seres humanos empezaron a observar el movimiento del sol, las fases de la luna y la visión de ciertos puntos brillantes fijos en el cielo y encontraron un orden que les reconfortaba. Este orden no podía ser obra de los indefensos seres humanos, sino de los dioses. Desde la aparición de la idea de la existencia de un ente superior, el hombre permaneció atento a su voluntad y deseo. Ansiosos de hallar un punto de orden los dioses marcaban mediante actos sagrados o hierofanias ciertos lugares de especial significado y poder. Una vez reconocidos y consagrados a través de diversos rituales, principalmente ofrendas y sacrificios, estos sitios pasaban a ser centros neurálgicos a partir de los cuales era posible dibujar un círculo. Dentro de este círculo imaginario o real, en este caso simbolizado por una muralla defensiva, reinaba el orden.
La ubicación de los primeros asentamientos en lugares altos no era tan sólo un recurso estratégico de defensa, sino también una manera de orientarse. Los seres humanos sentimos miedo o desconcierto cuando no sabemos dónde estamos. Necesitamos puntos de referencia para orientarnos. La trayectoria del sol es la que permite está orientación. Cada día el sol nace en Oriente y muere en Occidente. Su sombra también marca el norte y el sur. Determinados puntos en el cielo, como la estrella polar, marcaban una referencia hacia lo alto. Entre el centro y este punto estelar era posible imaginar un Axis Mundi o eje del mundo que conectaba el inframundo, la tierra y el cielo. Esta comunicación con los dioses era fundamental para el hombre arcaico.
El centro, por tanto, es un punto de especial significado e importancia. Él concreta el poder de que procede del cielo, de la tierra y de las profundidades del planeta. Los poderes cósmicos y de la naturaleza se daban la mano en este lugar central. La energía de la naturaleza estaban simbolizados por los cincos elementos: el aire, el fuego, el agua, la tierra y el Anima Mundi o Sensu Naturae. El modo en el que se combinan estos cinco elementos es lo que conforma el espíritu o genius loci de un determinado lugar. Carl Gustav Jung explicó este espíritu en términos similares al físico de la energía. Se distingue de este último en que la psique presenta un aspecto más cualitativo que cuantitativo, sin negar que también posee una “energética física latente”. Todo ello nos conduce a la idea de que la materia está dotada de una psique latente. De este razonamiento se desprende que los lugares pueden tener conciencia. De manera completamente directa, Joseph Campbell declaró en la conversación mantenida con Bill Moyers, que “la conciencia y la energía son, de algún modo, lo mismo. Dondequiera que veas una auténtica energía vital, allí hay conciencia”. La hay en los bosques, en el fondo de los océanos y los mares, en los animales y, también, en la propia tierra, que solemos considerar algo inerte. Así era como pensaban los alquimistas y los herreros en la antigüedad y la Edad Media, tal y como explicó Mircea Eliade.
El propósito de los alquimistas era liberar esta energía o sustancia vital de la materia para utilizar como elixir de la inmortalidad. Puede que mi misión no sea tanto liberar el espíritu de Ceuta, como reactivar esta energía y permitir que vuelva a fluir. La fuente del agua de la vida se ha secado porque hemos dejado de buscar la sabiduría, como lo hizo Moisés cuando se dirigió a la “Confluencia de los dos mares” para encontrarse por al-Khidr y tomar sus enseñanzas. Incluso aquellos que emprender este camino y hallan al viejo sabio no lleguen a comprender el significado de ciertas imágenes y símbolos. Y no lo logran porque no dedican el suficiente tiempo y no tienen la necesaria paciencia.