Archivos para mayo 2020
BELLEZA DOMINICAL
Ceuta, domingo, 17 de mayo de 2020.
Hoy también ha tocado levantarse temprano. Si uno quiere aprovechar el día no queda más remedio que dejar la pereza a un lado. Anoche dejé todo preparado en la entrada de la casa, así que no he tardado mucho en estar en la calle. La noche, aún presente, me ha permitido observar el blanquecino reflejo de la luna menguante en un mar en perfecta calma. En la jornada de hoy la mañana ha amanecido despejada y algo más húmeda que ayer. Los coches estaban cubiertos por el rocío nocturno.
No me he cruzado con nadie en mi trayecto hacia el Camino de Ronda, con la única excepción de un vehículo de la Policía Nacional que patrullaba por la barriada del Sarchal. A las 6:50 h ya estaba en mi destino y sin prisas he instalado mi cámara fotográfica. Pronto he comprobado que detrás del castillo del Desnarigado, y sobre el horizonte, se formaba una aureola rojiza. La composición es inigualable. Todos los elementos del paisaje estaban armonizados para ofrecer una imagen sobrecogedora.
La belleza de este entorno no deja de emocionarme por muchas ocasiones que lo haya visitado y descrito en mis cuadernos. No soy el único que contemplo el amanecer. Un cuervo mira hacia donde sale el sol posado en lo alto de un poste. Dicen que es una de las aves más inteligentes.
Quería estar solo y oculto de la mirada de los otros. Por esta razón me he adentrado entre los frondosos escobones y sentado sobre los peldaños de unos escalones naturales. Desde aquí diviso la playa y el castillo del Desnarigado.
Realmente la soledad buscada es aparente, ya que a mi alrededor tengo varios ejemplares de curruca cabecinegra que no paran de emitir su persistente canto. Consigo fotografiar una de estas aves con una libélula en el pico. Su canto se combina con el sonido de las débiles olas que mueren en la coqueta bahía de la torrecilla.
En cuanto a los olores, disfruto de la limonosa y dulce fragancia de los escobones, que no solo me atraen a mí, sino también a los mosquitos y las abejas. Mi mano y mi frente dan buena cuenta de la presencia de los molestos mosquitos.
En mi camino de regreso he hecho una nueva parada con el propósito de plasmar lo que siento. Apoyado en la barandilla de madera que delimita el Camino de Ronda me he puesto a escribir. Me siento abrumado por toda la belleza que contemplo en esta mañana dominical. Frente a mí atisbo el curvo horizonte que amplia mi perspectiva interna y externa. El mar está tan calmado que se distinguen a simple vista los cardúmenes de peces a los que se acercan las gaviotas para desayunar. La claridad del día y la transparencia del mar se han unido para que pueda deleitarme con el verde esmeralda del fondo marino, resaltado por el ocre de los gneis del Monte Hacho. A instantes percibo el espíritu de Ceuta y lo absorbo hasta llenar mi alma. Se hace un silencio que permite que escuche la voz de Sophia Aeterna. Me hace entender lo afortunado que soy por ser acogido en su templo, como ayer lo hizo cuando entramos Silvia y yo, y los niños, en la Ermita del Valle. El blanco de su imagen sólo es comparable a la sombra de la luna y al reflejo del sol sobre el mar en esta mañana. El sol vespertino entró en el altar para iluminar su imagen y el pecho de Cristo.
Escribo liberado del deseo de ser leído y del miedo a ser incomprendido. La destinataria de mis escritos es Sophia Aeterna: la encarnación del espíritu de Ceuta. Escribo con el mismo desprendimiento que lo hacen la mayoría de los artistas. Lo único que hacemos es dejarnos llevar por el instinto creativo que todos llevamos dentro. Hay quien la naturaleza le ha entregado el don de la pintura, de la escultura, de la música, la danza o la escritura, por citar algunos ejemplos de las artes. Nos equivocamos, como escribió C.G.Jung, si pensamos que estos dones nos pertenecen, pues se tratan de unas capacidades sobrenaturales que nos ha sido prestada para que las desarrollemos y compartamos sus frutos ¿Cuál es la utilidad de estos frutos? Alimentar y hacer crecer el alma. Ella se expande y vibra con las melodiosas notas que pueden ser sonoras, visuales, olfativas, táctiles o en forma de palabras. En la naturaleza todas estas notas se armonizan bajo la partitura y la batuta de Sophia, ofreciendo un concierto de música celestial.
PAISAJE MULTIFORME
Ceuta, 16 de mayo de 2020.
He pasado toda la semana contando los días que faltaban para que llegara el fin de semana. Tenía muchas ganas de regresar a la naturaleza. Para hacerlo he puesto el despertador a las seis y veinte de la mañana.
He visto por la ventana que la luna menguante me esperaba cerca de mi casa. He salido a su encuentro y hemos coincidido en la playa Hermosa.
La escalera que da acceso a la playa estaba custodiada por las gaviotas. Se han puesto muy nerviosas ante mi inesperada presencia. Están en época de nidificación y ya saben que el ser humano no siempre actúa con el debido respeto a la naturaleza. De hecho, me ha llamado la atención, aunque no me ha sorprendido, la cantidad de basura que el mar ha arrastrado hasta las rocas y la orilla.
Una vez localizado el punto elegido para contemplar el amanecer, he desplegado el trípode y colocado la máquina fotográfica. Desde este lugar, y en esta época del año, no puedo ver la salida del sol, pero sí disfrutar del efecto que su llegada causa en las nubes que cubren el horizonte y se expanden de forma aborregada por encima del Monte Hacho.
Después de presenciar el alba, me he sentado tranquilamente a escribir sobe los redondeados guijarros de la playa con mi espalda apoyada en una gran roca. Ahora mismo disfruto del armonioso sonido del mar acariciando la orilla al que se acopla el graznido de las gaviotas y el agudo chirrido de los vencejos. Los delicados dedos del mar rascan la superficie de la orilla y con sus yemas mueven pequeñas piedras, que al chocar entre ellas tintinean.
La temperatura es muy agradable. Poco a poco voy notando el calor que me llega del sol para calentar mi cuerpo. Este calor intensifica el olor que desprenden las algas que se mezclan con los guijarros de la orilla. Los colores también se van intensificando con la luz solar. Los dorados rayos solares enciende el verde de la vegetación que cubre los acantilados de la Rocha y el verdinegro de las peridotitas.
Mientras que el azul del cielo resalta más las nubes blancas que se ciernen sobre la cúspide del Hacho. Pienso que no valoramos lo suficiente el papel que desempeñan las nubes en la composición de los paisajes. Son los elementos más cambiantes de las estampas naturales. A veces adoptan formas sugerentes capaces de despertar nuestra imaginación.
He venido muchas veces a esta playa y siempre me sugiere percepciones distintas. Ni esta playa ni yo somos idénticos en todo momento. Las posibilidades de combinación de los elementos del paisaje son infinitas, como también lo es la manera en que sentimientos, emociones y pensamientos se articulan para dar forma a mi estado de ánimo y a mi expresión escrita. Nada de lo que hago, digo y escribo responde a leyes inmutables. Todo surge con un río que en la mayoría de las ocasiones dibuja plácidos meandros y en otras abre profundos y torrenciales cauces por el que discurre a gran velocidad mi creatividad.
En mi recorrido por la playa Hermosa me he encontrado una silla vacía. Era una invitación que no podía rechazar para sentarme de nuevo a escribir. Lo que me inspira este sitio es la idea de la enorme cantidad de atractivas imágenes que ofrecen las grandes rocas que jalonan esta playa. Nada tiene que ver con las playas llenas de turistas, toallas y sombrillas. Aquí la naturaleza es multiforme y salvaje. Está pensada para otras modalidades del disfrute del litoral, como el contemplativo, el curioso de la naturaleza, el caminante o la práctica de deportes náuticos respetuosos con el medio marino, como la natación, el Kayak o el surf de remo.
Unos metros más adelante, una gran roca me invita a que me siente en ella para escribir y acepto agradecido su ofrecimiento. Me gustan mucho los ejemplares de taray que han crecido en la poca arena fina que muestra la playa Hermosa.
En mi camino de regreso a casa paso junto al fuerte del Sarchal. En la playa Hermosa se combinan a la perfección el patrimonio natural y el cultural.
INSPECTOR DE ARCOÍRIS
En recuerdo de Pepe Gutiérrez
Esta mañana me he vuelto a levantar temprano con la intención de ir a contemplar el amanecer, pero el tiempo, como habían pronosticado, no invita a salir de la casa. Los ceutíes sabemos lo traicionero que puede ser el vendaval. Te ofrece su mejor cara y cuando te confías dejar caer sobre ti una copiosa lluvia. Así que me he vestido y preparado mis cosas, a la que hoy he incluido un paragua. Iba mirando por la ventana mientras que en los intervalos releía “Un verano en los Lagos” de Margaret Fuller. Acaba de leer la siguiente reflexión de M. Fuller -“solo necesitamos contemplar el milagro de lo cotidiano para satisfacer a diario nuestra necesidad de reflexión y asombro”- cuando he apreciado que era el momento propicio de asomarme a los acantilados del Recinto para inspeccionar el estado de la naturaleza. Presentía que me iba a encontrar algo extraordinario. Y así ha sido. Me esperaba un hermoso arcoíris que moría en la bahía sur de Ceuta.
Apenas me ha dado tiempo a preparar la máquina fotográfica para captar esta bella estampa, pero sabía que vendrían más. Al fondo observé que sobre Ceuta avanzaban a gran velocidad unas nubes cargadas de agua. De hecho, veía con claridad cómo iban descargando una copiosa lluvia sobre la ciudad.
Mientras que la lluvia llegaba me deleitaba percibiendo la mezcla de fragancias que desprendían la higuera y las flores que cubrían las escarpadas paredes de los acantilados. El agua de la lluvia había potenciado esos olores.
Había hecho caso a Silvia y tenía puesta la mascarilla, pero en ese momento me la quité para captar el perfume de la naturaleza. Mi oído también estaba entretenido con los agitados graznidos de las gaviotas y mis ojos no perdían detalle de la composición de un paisaje en el que hoy los protagonistas eran las nubes, las lluvias y los arcoíris. Recordé entonces aquel nobel oficio que más le gustaba a Henry David Thoreau, el de inspector de ventiscas y diluvios.
Fue entonces cuando en el frente de las nubes se dibujó un arco multicolor de una belleza indescriptible. Saqué la única arma que tengo, mi máquina fotográfica, y fui disparando con la mira puesta en el arcoíris para tomar todas las fotografías que puede. Vino a mi memoria a la afición de la fotografía que siempre hemos tenido en mi familia, empezando por mi abuelo Diego, mi padre, mi hermano Diego y nuestro primo Pepe Gutiérrez, que justo hace hoy tres años nos dejó. Quiero dedicarle a él estas imágenes. Yo no tengo ni de lejos su maestría, pero comparto con él y con el resto de mi familia sensibilidad por la luz, los paisajes y la belleza de esta tierra. Seguro que hubiera disfrutado hoy de lo lindo fotografiando estos arcoíris, aunque tengo la impresión de que, de alguna forma, estaba allí a mi lado diciendo mira primo, mira, mientras que su cara se iluminaba y sus ojos lagrimeaban de emoción. Recuerdo su permanente sonrisa y sus ojos azules, similares a los de mi padre. Yo no he heredado los bellos ojos azules de los Gutiérrez, pero sí la mirada capaz de apreciar la belleza y emocionarse con los espectáculos de la naturaleza.
El cortejo de las nubes que se acercaban hacia mí lo abrían unos ángeles dibujando arcoíris con sus pinceles. Un, dos, tres, incontables arcoíris formaban un cuadro de una belleza indescriptible. Lo sobrenatural se estaba manifestando y sentía, como siento Margaret Fuller, la presencia de poderes invisibles. Creo que este momento justifica la existencia y me hace sentirme un hombre muy afortunado por ver lo que para muchos pasa desapercibido.
UNA EXPERIENCIA SUBLIME Y NUMINOSA
Ceuta, 9 de mayo de 2020.
Al levantarme lo primero que he hecho es asomarme por la ventana. La oscuridad de la noche era todavía patente, pero el día estaba latente. Saturno y Júpiter, uno cerca del otro, brillaban como dos perlas sobre el manto oscuro de la noche.
Una luna brillante, pero achatada, se dirigía hacia Occidente. Yo, por mi parte, he tomado el camino opuesto para recibir a su amado sol. Así he mantenido el paso hasta llegar al fuerte de la Palmera, que era mi destino. Desde aquí se puede contemplar uno de los amaneceres más bellos del mundo. Una pareja de amigas se ha adelantado unos metros en el Camino de Ronda y han extendido su palo del selfie para grabar un vídeo del amanecer y dedicárselo a un amigo que hoy cumple años. Coincido con ellas cuando le han comentado a su amigo que este era uno de los mejores regalos que le podían hacer este día. Hay pocas cosas más hermosas que un amanecer en Ceuta.
He pensado entonces en mi próxima obra, “Arqueología del alma”, que muy pronto presentaré. Este libro está lleno de imágenes y descripciones poéticas de las auroras y los atardeceres ceutíes. Cierto es que prefiero los amaneceres. Transmiten vitalidad y optimismo. Es un momento que nos recuerda cada día que la vida se renueva de manera constante y nos ofrece una oportunidad para vivir experiencias gratificantes, para sentir y emocionarnos, para imaginar y expresar lo que llevamos dentro. Hoy he sentido una gran alegría por tener la oportunidad de contemplar un amanecer tan bello dentro del incomparable marco de los paisajes del Monte Hacho.
Las franjas de nubes que se apoyan sobre el sobre el horizonte que parecía iban a eclipsar el amanecer lo que han logrado es realzarlo. Entre las nubes y el mar se ha abierto una alargada y estrecha ranura por la que ha emergido el sol mostrando un vivo color rojizo, que pronto se ha vuelto de una intensa tonalidad dorada.
Es una auténtica pepita de oro que proyecta su luz sobre un mar en calma. Luego ha vuelto a esconderse entre las nubes y no ha querido mostrarse hasta el preciso instante en el que el reloj marca las 8:00 h. Agradezco el calor que el sol hace llegar hasta mi cuerpo. La madrugada ha sido húmeda, como corresponde a los días de levante. Las gaviotas también se alegran del regreso del astro rey.
El pasillo de luz que se abre sobre el mar atrae a los peces a la superficie y así las gaviotas tienen la oportunidad de desayunar. Las nubes hacen que el sol proyecte su sombra redondeada sobre el mar, lo que atrae a las aves marinas. Imagino que esta luz llega hasta el fondo marino para iluminarlo y encender sus colores. Debe ser algo muy bello estar allí para verlo. La vida marina es otro de los grandes espectáculos que se puede disfrutar en Ceuta. Esto lo saben viven los buceadores deportivos y los biólogos marinos, como mi querido amigo Óscar Ocaña.
Pienso que hay pocos lugares, como Ceuta, que ofrezcan en tan poco espacio una combinación tan atractiva de fondos marinos, paisajes y patrimonio cultural. A mi vista tengo un camino histórico jalonado por fuertes y torres defensivas del siglo XVIII. Es el lugar ideal para despertar y cultivar los sentidos, sensibles y sutiles, así como para trascender la realidad inmediata. Hay muchas posibles visiones de Ceuta, como de cualquier otro lugar. Yo lo hago ahora desde una alta atalaya, pero hay quienes prefieren hacerlo desde el mar, como lo hacen el grupo de piragüistas que en este instante veo navegar.
Otros, como ya he comentado, optan por sumergirse en el mar para deleitarse con los fondos marinos, o contemplar el paso de las aves, como hacen mis amigos ornitólogos. Son distintas formas de apreciar la naturaleza ceutí, a la que debemos añadir la práctica del senderismo por caminos, como en el que ahora me encuentro.
Puede que esta pandemia del COVID-19, en la que estamos inmersos, contribuya a que la gente aprecie aún más la vida que el virus amenaza y les ayude a abrir sus ojos a la bondad, la verdad y la belleza de la naturaleza y el cosmos. A los poetas nos corresponde el noble trabajo de expresar en forma de palabras lo que la mayoría de las personas experimentan al contemplar determinados lugares como Ceuta. Decía C.G. Jung que Dios es la experiencia de lo sublime y lo numinoso. La belleza es un regalo que los dioses han ofrecido a los seres humanos para que nuestras vidas no sea sólo dolor y sufrimiento, sino también disfrute y gozo. Amar la naturaleza es amar a la propia vida. En sentido contrario, todo el daño que le provocamos a la naturaleza no es sino el reflejo del hastío y la desesperación que muchos sienten en sus corazones. Como escribió H.D.Thoreau en las primeras páginas de “Walden”, “la mayoría de los hombres lleva vidas de tranquila desesperación. Lo que se llama resignación es desesperación confirmada”. Tal inquietud la provoca la falta de sentido que una amplia mayoría de personas encuentran a su vida. ¿Para qué tanto estudiar y trabajar, para que tanto sufrir y llorar si al final nos espera la muerte?
Yo sé que mi vida tiene un sentido y que he venido a este mundo para cumplir una misión. No creo que en esto sea distinto a los demás. Todos son formados por la naturaleza para desempeñar un papel. Somos, de alguna manera, una solidificación consciente del Anima Mundi para que los dioses pueden contemplar su propia obra. Todo está impregnado de este principio vital que lo anima todo y la labor de algunos consiste en liberar esta energía atrapada en la materia. Nuestro cuerpo es un envolvente material que contiene una chispa luminosa de la energía vital de la que les hablo. Al mismo tiempo que procuro liberar el espíritu de Ceuta practico la alquimia interior para extraer mi propia esencia y describirla en mis escritos. Mi corazón es un templo que acoge a la fuerza vital que los gnósticos llaman Sophia Aeterna. Al sentirla alojada en mi interior, la fuente del agua de la vida fluye y empapa la tierra sobre la que me siento para nutrirla y así lograr que las semillas que contienen emerjan con el tiempo.
Algunas de estas semillas fueron plantadas en el siglo XIII, cuando Ceuta fue un importante centro religioso, científico, cultural y artístico. Sus huellas han quedado marcadas en el paisaje, como el santuario de Sidi bel Abbas que tengo delante, o en los objetos arqueológicos que he descubierto en mis últimos de actividad profesional. Toca ahora, como llevo haciendo en mis libros, regar estas semillas con el agua de la vida para que luzcan sus flores en primavera y den sus frutos en los próximos veranos.
SUPERLUNA DE LAS FLORES
Ceuta, 7 de mayo de 2020.
Esta noche tendremos superluna llena: la llamada luna de las flores. No quería perdérmela, a pesar del confinamiento. Por fortuna tengo muy cerca el mar. A apenas cien metros de mi casa se encuentra una empinada y sinuosa escalera que conduce a la playa Hermosa.
El día ha amanecido nublado, pero, cumpliendo las previsiones meteorológicas, el día se ha abierto al mediodía. No obstante, en la parte occidental de Ceuta las nubes se mantienen después de que hasta allí las empujara el viento de levante.
La superficie del mar muestra anchas ondulaciones que denotan la agitación del fondo marino. Estas olas rompen contra los arrecifes dejando su impronta blanquecina. El rugido del mar es constante, demostrando su fuerza y viveza.
Son las 21: 27 h y la noche empieza a hacer acto de presencia. Las luces de la barriada del Sarchal se reflejan sobre las aguas que encuentran refugio en esta pequeña bahía. También se encienden los focos que iluminan la fortaleza del Hacho. La ciudad, por su parte, se engalana para recibir a la luna. Un velo rojizo cubre a Ceuta, al mismo tiempo que la superluna emerge del mar con el mismo color de los granates que esconden en su interior las rocas sobre la que me siento.
Puede que estos granates sean el recuerdo de todas las superlunas de las que han sido testigos las peridotitas del Sarchal. Del mismo modo, los microbrillantes que contiene la playa Hermosa son el reflejo de las estrellas que empiezo a contemplar en el firmamento.
Dejo la libreta y el bolígrafo a un lado y concentro toda mi atención en la luna y el cielo nocturno.
Alrededor de la luna se han formado una aureola cobriza que se refleja sobre el mar para abrir un camino a la eternidad. Por el influjo de la luna, toda la atmósfera se ha vuelto mágica.
Las nubes negras que a intervalos cubren la luna me recuerdan que la «Umbra Mundi» sigue presente en la actualidad. No sabemos cuanto tiempo durará este tiempo de oscuridad y las consecuencias que traerá. Por lo pronto ya ha segado muchas vidas y está dejando a su paso mucho desempleo y problemas sociales. Esperemos que la luz logre vencer a las tinieblas y asistimos al alumbramiento de un Mundo Nuevo.
DESPERTAR ENTRE NIEBLAS
Sin necesidad de poner el despertador, hoy me he levantado a la hora adecuada para preparar mis cosas y salir a disfrutar de la naturaleza. Cuando me asomé por la ventana el día me pareció despejado, pero al salir una espesa niebla cubría la calle. No por eso desistí de mi propósito y me dirigí con paso firme hacia la Rocha. Tengo la suerte de tener estos bellos acantilados a apenas cien metros de mi casa. La humedad se me pegaba a la ropa según andaba. Al llegar a mi cercano destino puede contemplar un paisaje fantasmagórico. Apenas se distinguía el perfil del Monte Hacho ni el propio mar. Lo único que percibía con nitidez eran los graznidos de las gaviotas.
La niebla crea paisajes irreales. Se forman sutiles colinas y acantilados informes, superficies algodonosas y olas de nubes.
Como si fuera un tsunami, la niebla ha impactado contra la bahía sur de Ceuta. El sol no sé muy bien si ha emergido del mar o de la niebla.
Según iba tomando altura la niebla se replegaba dejando ver el azulado mar.
Como es habitual, las gaviotas celebran la llegada del sol hablando entre ellas. Si tuviera la sabiduría del rey Salomón entendería su lenguaje.
Siguiendo a la niebla me he dirigido al Recinto Sur. La bahía mediterránea de Ceuta hoy ha amanecido cubierta por un manto nuboso.
Cientos de gaviotas se arremolinaban entre las rocas de los acantilados. Parecía que habían establecido un sistema de vigilancia por la niebla. De manera disciplinada ocupaban los antiguos garitones del siglo XVIII con la mirada fija en el difuminado horizonte.
Me gusta ver y captar los colores de la naturaleza que vuelven a la vida cuando los primeros rayos del sol impactan sobre ellos. En esta atípica primavera los mirabeles se han extendido por todos los paisajes aportándoles sus atractivas tonalidades amarillas en sus flores y verdes en sus tallos y ramas.
Como puede apreciar, no tengo que irme muy lejos para disfrutar de los espectáculos que nos ofrece la naturaleza y por este motivo, entre otros, me siento muy afortunado. No hay dos días iguales, así que la fuente de la inspiración para un escritor en Ceuta es inagotable. Tampoco nosotros somos los mismos al despertarnos. Las vivencias del día anterior, el contenido de los libros que leemos antes de acostarnos o nuestro viaje al mundo de los sueños son determinantes para la configuración de nuestro estado de ánimo. La recuperación de mis salidas a la naturaleza está contribuyendo a elevar mi ánimo y afrontar con esperanza el futuro. Observo en los rostros de las personas con las que me cruzo en estas dos mañanas de desconfinamiento una renovada vitalidad y un deseo de reconectar con la vida y la naturaleza. Es inevitable que sintamos miedo al contagio del COVID-19 y es necesario que no bajemos la guardia. No obstante, la vida sigue su curso en el interminable ciclo de nacimiento, muerte y renovación. Puede que ahora, bajo una amenaza constante a enfermar, apreciemos más el milagro de la vida y aprovechemos la oportunidad que la naturaleza nos brinda a diario para emocionarnos, cultivar nuestro pensamiento y desarrollar nuestra creatividad. El amor, la sabiduría y el arte tienen que ser los cimientos de un mundo nuevo modelado por todos y cada uno de nosotros con los materiales que generosamente nos aporta la naturaleza. Se habla mucho en estos días de reconversión de la economía o de reconstrucción de nuestro país. Yo prefiero utilizar el término restauración para la tarea que debemos emprender a partir de este momento.
Los criterios de restauración de la naturaleza y de nuestras ciudades tienen que estar claramente establecidos y basados en el respeto a la vida y a la dignidad de todas las formas de vida, empezando por el propio ser humano. El amor a la tierra debe animar todos y cada uno de nuestros proyectos y acciones individuales y colectivas. Es hora de establecer una estricta ética de respeto a la vida y, como hemos indicado, a la dignidad de todos los seres vivos. Para ello tendremos que disminuir el porcentaje de tiempo de desperdiciamos en cosas banales y la cantidad de bienes que consumimos y acumulamos. La calidad y no la cantidad debe primar en todo lo que pensamos y hacemos. El flujo de información y de mensajes que recibimos inunda nuestra mente y es hora de ser selectivos y promover la síntesis del conocimiento científico. No se trata de saber más, sino de aprender a pensar mejor y por nuestra cuenta. La sabiduría, y no la acumulación de conocimiento, tiene que ser nuestra meta. Si hay un conocimiento perdido que debemos recuperar es el de la imaginación, tal y como ha expuesto Gary Lachman, de manera magnífica, en su última obra editada por Atalanta (Gary Lachman, el conocimiento perdido de la imaginación, Atalanta, 2020). El mundo de la imaginación, o mundo imaginal, según lo definió Henry Corbin, es tan real como la tierra que pisamos, aunque de una “materialidad” distinta. Los seres que la habitan hablan un lenguaje que fue el corriente en el pasado y que ahora hemos olvidado: la lengua de los símbolos. Seguimos conservando algunos de los dialectos, como el del lenguaje hablado y escrito, y las ideaciones gráficas de las matemáticas, pero son formas de expresión que se han ido empobreciendo al faltarles los ingredientes básicos de la imaginación y los sueños. No concibo el diseño de un mundo nuevo sin la imaginación poética y artística. Antes de reconstruir nuestra realidad tenemos que ser capaces de recrearla en nuestra imaginación.
Carecemos de líderes proféticos y visionarios. El ciclo de los profetas se acabó hace tiempo, aunque ello no implica la inexistencia de guías y maestros. Muchos de ellos ya no están entre nosotros, pero nos han dejado sus obras y su ejemplo. Acude a mi mente el recuerdo de algunos autores que me han ayudado a conformar mi pensamiento, como Lewis Mumford, Patrick Geddes, Goethe, Ralph Waldo Emerson, Henry David Thoreau, Walt Whitman, C.G. Jung, Joseph Campbell o Henry Corbin. Estos autores me han abierto el camino hacia la senda de mi propio autodescubrimiento y me han conducido hasta el mundo del pensamiento y la imaginación. Ahora sé que mi mirada tiene que ser con los ojos de “fuego”, los únicos capaces de ver desde el corazón y apreciar lo que, para muchos, pasa desapercibido. Esta mirada sería imposible si mi corazón no fuera en este momento un templo que acoge agradecido a Sophia Aeterna. Ella es la que me hace percibir, sentir, pensar y actuar con ahora lo hago.
Es inevitable hablar de uno mismo para tratar sobre la restauración de la tierra. El único camino posible es el de la individuación y para cada uno de nosotros esta vía es distinta. Como los caballeros de Grial, tenemos que tomar nuestra propia senda en la búsqueda del Grial. Si no queremos fracasar -como le ocurrió a Parzival en su primer encuentro con el castillo del Grial- tenemos que plantearnos la pregunta correcta: ¿qué nos aflige a nosotros y a la tierra en estos momentos? ¿Por qué la tierra está baldía? La respuesta es que la fuente del agua de la vida se ha secado y no volverá a rebrotar hasta reaparezca el Grial en la “confluencia de los dos mares”. Entonces el templo interior y el exterior serán uno.
REENCUENTRO CON LA NATURALEZA
Ceuta, 2 de mayo de 2020.
Después de siete semanas de confinamiento por la pandemia del COVID-19 hoy se nos ha permitido salir a practicar deporte o pasear. Anoche estuve calculando el radio de la circunferencia de un kilómetro en la que me puedo mover tomando como centro mi casa.
En el mismo límite oriental del círculo oriental del círculo entraba el lugar al que tenía previsto venir una vez que empezara la desescalada. Esto sitio es la cala del amor, en la que se localiza la mina de cardenillo.
Al salir de casa he apreciado el olor a hierbas y flores intensificado por el rocío de la noche. Una noche que ya empezaba a retirarse para dejar de protagonista al sol. Testigo de la parte oscura del nuevo día brilla Venus y a su lado Júpiter. Mientras que las luces de estos astros se apagaban una ancha franja amarilla y naranja se apoyaba sobre la línea del horizonte dibujada por un mar en perfecta calma.
Se notaba más movimiento de lo habitual en esta mañana sabatina. Una pareja de chicos jóvenes se asomaban por la Rocha y tomaban fotografías con sus móviles. Un poco más adelante, un grupo de chicos se concretaban al lado del kiosco situado junto a la parada de autobuses del Sarchal. Yo he seguido mi camino hasta llegar a mi destino. Se nota que hace tiempo que nadie baja por aquí. El camino está prácticamente cerrado por la vegetación.
Siguiendo la zingueante escalera he alcanzado el promontorio donde he colocado el trípode y la cámara fotográfica. En ese momento un par de chicos recorrían los acantilados. Les he escuchado decir que nunca habían visto nada tan bonito como lo que estamos presenciando en estos minutos antes de la salida del sol.
Las imágenes que he podido captar son espectaculares. Tras la bruma el sol ha ido emergiendo del mar trazando un haz de luz que ha pintado de dorado las rocas de los acantilados. A los pocos minutos, la lanza solar me ha alcanzado y ha atravesado mi corazón. No ha sido dolor lo que he sentido, sino la alegría de estar y sentirme vivo.
Según pasan los minutos, el calor del sol se hace más intenso. No sopla ni una brizna de viento que atenúe una temperatura más propia del verano que de primavera. Aun así me llega con nitidez el olor a mar. También percibo el sonido que provocan las caricias que las aguas hacen a las rocas. Demuestran una gran delicadeza. Me transmite una gran tranquilidad y sosiego. El mar es un bálsamo imprescindible para superar estos tiempos de zozobra. Esta cualidad del mar hay que extenderla a toda la naturaleza. Puede que estas semanas de reclusión hayan servido para que la gente apreciar cosas tan sencillas como respirar aire fresco, contemplar los paisajes, escuchar los sonidos de la naturaleza o sentir los primeros rayos del sol en tu cuerpo. El nuevo tiempo que inauguramos parece pensado para las personas que disfrutamos de estas fugas a la naturaleza, como la que estoy llevando a cabo hoy. En el estrecho círculo y en el breve tiempo que se me ha concedido entra todo lo que necesito: aire, mar y unos sublimes paisajes.
Voy recuperando la sensación de incluir en mí la totalidad de la tierra y el cosmos. Estoy sentado en un punto concreto de nuestro planeta, pero al observar el círculo del horizonte tomo plena conciencia de que la tierra flota sobre una infinita oscuridad rota por unas horas gracias a la luz y el calor del sol. La tierra es un oasis pleno de vida en la inmensidad del firmamento. Desconocemos si en la infinitud del cosmos había algo similar en su belleza a la tierra. Poco me importa esta posibilidad, lo que me atañe es aprovechar la oportunidad de percibir la belleza, vivir experiencias gratificantes y desarrollar mi capacidad de expresar mis sentimientos, emociones y pensamientos mediante el don de la escritura.
Como escribió C.G.Jung en su misterioso “Libro Rojo”, nos equivocamos si pensamos que nuestras más altas capacidades y dones nos pertenecen. Su origen suprapersonal y se nos ha concedido para que hagamos un buen uso de ellos y compartamos sus frutos con los demás. Yo no escribo otra cosa que lo que dicta la naturaleza. Adoro el silencio y la soledad, pues gracias a ellos escucho con nitidez la voz de mi alma. Lo que en este instante siento es agradecimiento: doy las gracias a la vida por todo lo que me ha dado y por ser un manantial inagotable de amor, sabiduría y creatividad. Desde las diminutas flores de las siemprevivas del Estrecho que tengo delante, hasta las rocas esculpidas por el mar y el viendo, todo me resulta de una extraordinaria belleza.
La mirada se me va detrás de los verdes fondos del mar y veo con los ojos de la imaginación tantos secretos como los que guarda el cielo azul. Necesitamos escapar a la naturaleza para tomar perspectiva sobre nuestra existencia. A lo lejos observo con nitidez Ceuta y la costa mediterránea marroquí entre Findeq y Cabo Negro. No contemplo fronteras, sino unos asentamientos habitados por personas con las mismas inquietudes y anhelos. Todos buscamos vivir una vida digna, plena y feliz, pero no a todos se les concede. Podemos pensar que es cosa del destino, cuando la verdad la razón estriba en la injusticia social.
Espero que la crisis que estamos sufriendo nos haga tomar conciencia de la identidad común de la humanidad y la necesidad de cuidar entre todos de la tierra. Como dijo Goethe, hay que hacer “lo que se pueda, y debemos hacerlo allí donde estamos, y sin palabrerías”. Aunque sabemos “cuán poco es lo que se podemos hacer, es mejor que se haga”. Siguiendo esta idea, antes de irme he recogido este corcho que había quedado entre las rocas para depositarla en uno de los contenedores de basura de la barriada del Sarchal.
En mi camino de regreso a casa he disfrutado de la belleza de este día y del manto de flor que nos ha traído la primavera.