Termina el verano y el otoño hace su aparición. De la juventud pasamos a la madurez. Es el fin del periodo de la formación y el inicio de la época del trabajo que nos otorga amor y alegría. Se forma un hogar y establecemos un contacto más íntimo entre la vida y la realidad. Los propósitos se ven más claros y el esfuerzo se hace más seguro. Vemos como se incrementa nuestra capacidad de abnegación y sacrificio. Todo parecer ir cuesta arriba. Pero entonces llega la crisis de la madurez, el instante más crítico de toda la existencia. Empezamos a apreciar que algo nos falta. Durante este tiempo de trabajo y esfuerzo continuado hemos abandonado nuestra vida interior. Al mismo tiempo apreciamos que nos hemos convertido en un engranaje de un sistema que nos aplasta.
Es hora de hacer balance. Nuestros planes y proyectos de la juventud los comparamos con nuestra realidad personal y profesional. Nos inunda una sensación de fracaso. Muchos caen en un estancamiento profesional y los escasos triunfadores pagan su éxito laboral con una vida familiar penosa. Las enfermedades hacen su aparición y la muerte de algunos de nuestros seres más queridos nos recuerdan la finitud de nuestra existencia. De alguna manera, morimos, pero también se nos presenta la oportunidad de un nuevo renacer. Tenemos la posibilidad de compensar nuestro declive físico con un incremento de nuestra fuerza espiritual. Sin embargo, la mayoría desaprovecha esta oportunidad para vivir una segunda vida e inician un proceso de degradación íntima.
La creación espiritual se convierte en un hábito vulgar. Asistimos a la mecanización de la vida. El trabajo degenera en rutina y caemos en un realismo utilitario. Todas nuestras aspiraciones se concentran en el dominio del mundo exterior para compensar nuestra vacuidad exterior. Somos así víctimas del materialismo y el consumismo. Este vacío existencia se quiere rellenar con todo tipo de distracciones y destrucciones (juegos, deportes, sibaritismo, snobismo, …)No buscan vencer el vacío mismo, sino simplemente rellenarlo con satisfacciones frívolas. El espíritu muere.
Las hojas del árbol de nuestra vida caen a nuestros pies. Tenemos la oportunidad de convertirlas de nuevo en vida. Tan sólo necesitamos conocer el valor de estas hojas y utilizarlas para activar nuestra espiral de la vida. Este es el propósito de nuestro programa “La Hoja”, que ofrecemos desde la Escuela de Vida “Vivendo Discimus” para superar la crisis de la madurez y hacer de ella una magnífica oportunidad para nuestro crecimiento espiritual.