Ceuta, 12 de julio de 2018.
He salido de casa a las 6:25 h. Lo primero que me he encontrado es a una pareja de jóvenes gatos. Se han quedado mirándome con cara de sorpresa. Debían preguntarse dónde irá éste tan temprano. No tenía tiempo de pararme a saludarles, ya que tenía una cita con el sol e iba con el tiempo justo. De hecho he llegado con tan poco margen que apenas he tenido tiempo para preparar el trípode y la cámara de fotos. El sol ha aparecido con la majestuosidad a la que nos tiene acostumbrados y pintando el cielo de vivos colores con la maestría que le caracteriza.
Las gaviotas han despegado de los acantilados en cuanto los primeros rayos del sol les han alcanzado. Ahora sobrevuelan el erizado mar por el aliento de Céfiro. Es un aire fresco que sopla con cierta intensidad, lo que me hace desear que el sol tome altura y comience a calentar mi cuerpo. Esto es lo que tiene Ceuta. Mientras que al otro lado del Estrecho se mueren de calor, aquí los dioses con su aliento nos mantienen frescos.
Disfruto de la magia de la escritura, de este simple ejercicio que tanto le gustaba practicar a Henry David Thoreau que consiste en dejar que la inspiración tome el control de la pluma. Hoy se cumplen doscientos y un años de su nacimiento. Me prometí a mí mismo que todos los años saldría en este día para recordar su figura. Creo que la mejor manera de hacerlo es salir al encuentro de la naturaleza y escribir todo lo que ella tenga a bien contarme. Yo luego me encargaré de transmitirlo a los demás por si alguien está interesado en conocer su estado de ánimo.
Es curioso, pero las últimas veces que he salido a escuchar a la naturaleza soplaba viento de poniente y en todas estas ocasiones he sentido algo de frío. Estamos teniendo un tiempo atípico este verano. Con este frescor, que es bien recibido, fluye mejor el pensamiento. Precisamente venía pensando esta mañana, -mientras me dirigía aquí, a Punta Almina-, en lo salvaje. Ayer por la noche terminé de leer el primer volumen de los “Escritos sobre naturaleza” de John Muir. Buena parte de sus aventuras tuvieron como escenario un espacio salvaje e indómito como era, por aquel entonces, el Parque Natural de Yosemite. Gracias a la maestría con la que escribía he podido acompañarle en sus excursiones y disfrutar con la imaginación de este fantástico paraje. En este lugar John Muir descubrió su verdadera naturaleza, tan salvaje como los paisajes que contemplaba…Cuando iba a escribir que Ceuta no es tan salvaje como Yosemite, una ráfaga de aire casi logra levantarme del peldaño de madera sobre el que estoy sentado. Es como si la naturaleza quisiera decirme que estoy equivocado, que la naturaleza es siempre salvaje, pero de distinta manera. Aquí manifiesta su poder a través del viento y los temporales de poniente o de levante. Su fuerza ha quedado patente en los profundos acantilados que son las cicatrices dejadas por los puñales del viento y las olas. Los árboles están también peinados por el viento. Esto no quita para decir que la naturaleza ceutí está demasiado humanizada o antropizada, y en buena parte maltratada en su superficie, pero no hay quien pueda con el profundo mar que nos rodea.
Es tal la unión que estoy llegando a establecer con el espíritu de Ceuta que su carácter es el mío. John Muir se hizo montaña y arroyo; Thoreau y Emerson, lago; Whitman, río; y yo mar. Todos tenemos en común, de una manera u otra, el agua. Lo que este mar azul hoy me inspira es la profundidad y los mundos desconocidos que se esconden bajo las apariencias de las cosas.
….He dejado Punta Almina para dirigirme a otro saliente del litoral: la punta del Desnarigado. Aquí el sol pega ya de lleno y estoy refugiado del intenso viento de poniente. Este corto recorrido ha conseguido reavivar mi amor por los paisajes ceutíes. Nunca he dejado de amarlos, pero hace tiempo que no nos veíamos cara a cara. Ahora estoy sentado al borde de los acantilados. He recuperado fuerza con un ligero desayuno y acto seguido me he puesto a escribir de nuevo. Me siento muy tranquilo y relajado. He dejado atrás el tiempo para adentrarme en el reino de lo eterno. Me concentro en el sonido del mar y en el zumbido del viento. Al mismo tiempo escudriño el horizonte y me fijo en la perfecta línea curva que dibuja. El mar se arremolina junto a los salientes rocosos, como si las olas no supieran muy bien qué camino tomar. Todo aquí es serenidad.
Los antiguos fortines del Desnarigado y la Palmera me traen el recuerdo de un pasado conflictivo y del sentido territorial de los seres vivos. Un grupo de gaviotas luchan entre ellas para hacerse con un pequeño hueco en la inabarcable superficie marina.
Me alegra observar que los limoniums aún conservan sus bellas hojas lilas. Son de una belleza extraordinaria. Fotografío algunas de ellas mientras me dirijo a la playa de la Torrecilla.
Rodeado por frondosos escobones bajo hasta la cala y me siento en el saliente oriental. Estoy tan cerca del mar que me llega con intensidad su característica aroma. Los olores son capaces de reactivar recuerdos perdidos en el inmenso baúl de la memoria. Esta fragancia marina me recuerda mis juegos de niño en el litoral y mi deseo de aventura. De las películas de piratas lo que más me atraía eran las cuevas en la que escondían sus tesoros. Puede que esta fantasía infantil fuera la que me motivó a explorar las antiguas minas de hierro y cobre que he encontrado en el Hacho.
Hace un año cuando vine aquí me encontré con un grupo de jóvenes que participaban en un programa social de la Cruz Blanca. De manera sincrónica, al sentarme en este mismo punto he recibido una llamada de uno de los monitores que acompañaban a estos chicos para pedirme que les dé una visita en las próximas semanas. La conexión acasual es increíble. Mi presencia en este lugar ha activado el recuerdo de este monitor y le ha hecho llamarme. Este tipo de “casualidades” son extraordinarias, pero a mí ya no me sorprenden. Soy plenamente consciente de la magia de la vida y del poder de la psique. Tenemos la capacidad, como escribió Carl Gustav Jung, de estrechar las dimensiones del tiempo y el espacio, además de la posibilidad de influir en los demás a través de nuestro pensamiento. Son infinitos los universos que se dan de manera sincrónica. En cada punto del mundo están ocurriendo innumerables acontecimientos y son todavía más numerosos los que pasan desapercibidos ante la falta de ojos humanos que sean testigos de ellos.
Llego hasta el extremo occidental de la cala del Desnarigado y me adentro en los acantilados. Todo está lleno de basura. Allí donde el ser humano actual pisa deja un rastro de residuos. El carácter sagrado de la naturaleza es continuamente profanado. Muchos seres humanos dejan testimonio de su verdadero carácter en su comportamiento con la naturaleza. Aquellos que sólo tienen en su mente y en su cuerpo basura esto mismo es lo que dejan a su paso. La naturaleza está hecha para ser contemplada y amada, para emocionarnos y estimular nuestra imaginación. Estos afilados acantilados son las columnas que sostienen un templo llamado Abyla y las cuevas abiertas por el mar en los duros gneiss del Hacho son criptas sagradas para rendir culto a la Gran Diosa. Las arboledas dispersas en este mágico monte son las residencias de las hiadras y las calas son los palacios de las ninfas. Las blancas gaviotas son espuma de mar transformadas en aves por los dioses para que sirvan de guardianes del templo. El incienso en este espacio sagrado huele a mar y a algas ¿Y quién soy yo? Pues un simple sacerdote al que se le ha dado la llave para entrar a este templo cuando quiera y así poder estudiar y conocer sus secretos.
Tengo motivos de sobra para considerarme un hombre afortunado, pero no consigo desprenderme de la melancolía. Padezco el mismo mal que el de los todos los románticos. Vivo a diario en un mundo que no es el mío. Mi verdadero lugar es el que ahora disfruto. Pero cuando vengo hasta aquí se agudiza mi nostalgia por las personas que amo en la existencia real. Echo de menos a mi mujer y mis hijos, que ahora están fuera, y al recordarlo mis ojos se llenan de lágrimas.
…Pienso que un baño en el mar es una de las cosas más relajantes y placenteras que uno puede disfrutar. En esta idílica playa estamos en este instante tan sólo tres personas. De dos de nosotros puede decirse que somos naturalistas. La otra persona es la esposa del segundo amante la naturaleza que nos hemos dado cita en esta cala. Esta no es una playa de uso masivo, y menos a esta hora cercana al mediodía. Es un lugar bellísimo, cerrada por una muralla del siglo XVIII y con un castillo que desde lo alto lo vigila. Su pedregosa orilla repele a muchos bañistas, pero a mí me atrae este símbolo de autenticidad y salvajismo. Hace unos años un ignorante consejero de Medio Ambiente propuso domesticar esta playa vertiendo arena fija, pero se encontró con una fuerte oposición ciudadana de lo que nosotros formamos parte. Este rechazo cívico le llevó a desistir de esta descabellada idea. Nunca hay que bajar la guardia. Hay mucho loco suelto.
…No podía terminar esta excursión dedicada a Henry David Thoreau sin visitar la cala del amor y las minas del Cardenillo. Este es uno de los lugares más mágicos y sagrados de Ceuta y a mí me encanta visitarlo. Hoy quiero empezar a leer un libro que he adquirido recientemente sobre “La alquimia en al-Andalus”. Este sitio tiene grandes connotaciones alquímicas. En las minas del Cardenillo rezuma la savia verde del Monte Hacho y el sulfuro de la sabiduría. A estas cuevas, luego convertidas en minas, bajaba para meditar el sabio Sidi bel Abbas Sabti, según cuenta la leyenda. Su santuario esta en esta misma cala, lo que aporta cierta veracidad a este mito. Bajase o no a estas cuevas el mencionado santón árabe de lo que estoy seguro es de que estamos en un punto que anima a la reflexión.
La principal idea que he obtenido de estas siete horas de paseo y pensamiento es que Ceuta no será tan salvaje como el Yosemite de John Muir, pero su belleza y sacralidad compensa con creces su mayor grado de civilización. Este ha sido un lugar y ocupación desde los orígenes de la humanidad hasta nuestros días. Es normal que la huella humana esté más marcada en el paisaje.
A mí mi ciudad natal me aporta experiencias significativas, además de inspirarme pensamientos elevados y de emocionarme hasta límites insospechados. Y esto creo que es lo importante. Ceuta guarda secretos que requieren muchas vidas para ser desvelados. Aunque casi siempre frecuente lo mismos puntos de la geografía ceutí, en cada ocasión recibo una inspiración distinta. Lo que no cambia es la sensación de bienestar y salud con la que regreso a casa cada vez que salgo al encuentro del espíritu sagrado de Ceuta.
….Volvía a casa reflexionando sobre el sentido de la vida y pensando que, al fin y al cabo, todos buscamos experiencias gratificantes, cuando al girar la cabeza para el ver el fuerte del Sarchal he contemplado algo que me ha conmovido de manera muy intensa. Lo que he visto es un enorme corazón verde ribeteado por una estrecha banda morada. Con este símbolo la naturaleza ha querido manifestar su amor a uno de sus adoradores más entusiasta: Henry David Thoreau.