Ceuta, 25 de enero de 2016.
El pasado lunes, mientras regresaba a casa después de pasar toda la tarde recorriendo el Camino de Ronda del Hacho con dos de mis alumnas del Master en Profesorado, vino a mi mente un pensamiento realmente evocador. Me hubiera parado en la misma calle para plasmar por escrito lo que sentí en aquel momento, pero preferí dejar estos sentimientos y pensamientos madurar antes de sacarlos y ponerlos negro sobre blanco en mi libreta.
En esta repentina revelación tomé conciencia del profundo cambio que he experimentado en mi percepción del tiempo y del espacio. Ahora apreció las horas del amanecer al atardecer de una manera consciente. Ya no es el reloj el que marca el tiempo de mis días, sino los sutiles cambios en la intensidad de la luz y del color del cielo. La noche ya no es la ruptura del día, sino el complemento necesario que los seres humanos necesitamos para observar el firmamento y darnos cuenta de la inmensidad del cosmos y su aspecto siempre cambiante. Todos sabemos que la tierra gira sobre su eje y se mueve alrededor del sol, pero no le prestamos demasiada atención a estos hechos que marcan nuestra existencia. Este sol que nos ilumina y nos da calor arroja luz sobre nuestro interior para despertar la razón y dormir, en cierto modo, a la intuición. Allí donde la luz cegadora del sol no llega residen las verdades más ciertas.
Estas ideas venían a mi mente al mismo tiempo que los postreros rayos del sol pintaban de rosa todo lo que veía a mi alrededor. Nadie parecía darle importancia a la belleza con la que se despedía este día invernal. Quienes se cruzaban conmigo por la calle vivían en el tiempo ordinario y yo di un salto al celestial. Con este repentino cambio de escala temporal el espacio se expandió para abarcar con los ojos de mi alma todo el paisaje de Ceuta y del Estrecho de Gibraltar. Estoy seguro de que si hubiera persistido en mantenerme en este estado de epifanía podría haber aprehendido la totalidad del cosmos, pero ahora prefiero mantener con los pies en la tierra y asomarme con curiosidad al cosmos. Ambos planos de la existencia me interesan y de los dos tengo muchas cosas que aprender todavía. Quiero seguir disfrutando de mi vida terrenal y así poder gozar de la maravilla de las estrellas, de los amaneceres, del canto mañanero de los gallos, de mi querido planeta Venus, del azul intenso del alba, del inmenso y profundo mar, del pausado desfile de las nubes y del rápido vuelo de las aves, del graznido de las gaviotas, del calor del sol en mi cuerpo y del frío de la noche, del tacto áspero de las rocas y de la calidez de los árboles, de la mirada de los animales, del amor de mis padres, de mi esposa y de mis hijos, de la sincera amistad de mis amigos, de la sabiduría de los grandes hombres y mujeres, de la imaginación de los escritores y poetas, del arte, de la música y del teatro, de la tragedia y la comedia, y de la belleza de la naturaleza y de las grandes ciudades. No me conformo con ser un simple espectador. Aspiro a ser un co-creador del mismo cosmos al que me asomo. Yo mismo me creo en cada acto de autotransformación que emprendo con la firme voluntad de lograr un vida digna, plena y rica para mí y para todos los que me rodean. Mi única aspiración es contribuir, en la medida de mis posibilidades, a la renovación de la vida, al esclarecimiento de la verdad y a la expresión de la belleza.