La imagen de la Gran Diosa Madre ha sido ocultada durante muchos siglos bajo toneladas de tierra y también de fanatismo, ignorancia e insensibilidad estética. A pesar de todo este esfuerzo por anular su poder no han logrado disminuir su fuerza. Su regreso, marcado por una escala de tiempo distinta a la habitual para el ser humano, anuncia un Mundo Nuevo definido por la reconciliación del principio masculino, dominante hasta la fecha, y el femenino, representa por la Gran Diosa. Ella, tal y como subraya Joseph Campbell (2015, 86) no es sólo una divinidad de la fertilidad. “Ella es la musa, la inspiradora de la poesía, la inspiradora del espíritu. De modo que tiene tres funciones: una, darnos la vida; dos recibirnos en la muerte; y tres, nuestra realización espiritual, poética”. En otro pasaje del libro que Campbell dedica a las Diosas profundiza en esta dimensión espiritual de las divinidades femeninas. Para el célebre mitólogo estadounidense,
“La Diosa nos da a luz físicamente, pero es también la madre de nuestro segundo nacimiento: nuestro nacimiento como entidades espirituales. Es éste el significado esencial del motivo del nacimiento virginal: nuestros cuerpos nacen de manera natural, pero en cierto momento se despierta en nosotros la naturaleza espiritual, que es la naturaleza humana superior, no la que simplemente obedece al mundo de los impulsos animales, del instinto erótico y de poder y del instinto de cumplir los deseos. En lugar de eso, se despierta en nosotros el propósito espiritual, la vida espiritual: una vida esencialmente humana, mística, que ha de ser vivida por encima de las necesidades de alimento, sexuales, económicas, políticas y sociológicas. En esta esfera de la dimensión mistérica, la mujer representa el agente del despertar, es ella la que nos alumbra en este sentido” (Campbell, 2015: 46).
A mí este despertar espiritual inspirado por la Diosa me ha llegado de manera progresiva. No fue un despertar brusco y traumático, sino suave y placentero. Cuando hago memoria recuerdo el verano del año 2013 , que pasé en la casa de mis suegros en Armilla (Granada). Para ocupar mi tiempo hice un importante acopio de libros. Entre ellos me hice con un ejemplar de la obra de Walt Whitman titulada “Perspectivas democráticas y otros escritos”. Cuando vi este libro en la estantería de la librería no dudé en comprarlo. Unos meses antes había dedicado mucho tiempo y esfuerzo a traducir esta obra por mi cuenta, con un resultado no del todo satisfactorio. Mi interés por este libro procede de una mención que hace al mismo Lewis Mumford en su obra “La condición del hombre”. Para Mumford (1948: 510) “Perspectivas democráticas” era el libro que más cerca estaba de su objetivo de plantear una alternativa al proceso de disolución de los componentes esenciales de la condición humana.
La edición de “Perspectivas democráticas” preparada por la editorial Capitán Swing venía felizmente acompañada por una obra de Whitman que hasta entonces no había tenido la oportunidad de leer: “Días cruciales de América”. Este libro, según el propio autor, recoge las anotaciones breves que fue haciendo en unos cuadernillos que lleva siempre con él, ya fuese durante su visita a los enfermos y heridos en la Guerra de Secesión, o, en un segundo momento, durante su retiro para la recuperación de un parálisis que le tuvo inmovilizado durante algunos años. A partir de la fecha de recuperación de dicho ataque, dice Whitman, “pasé parte de las distintas estaciones, especialmente las estivales, en un lugar solitario, un escondite, situado en el condado de Candem, Nueva Jersey, a orillas de un riachuelo llamado Timber, procedente del gran Delaware, a unas doce millas, de distancia. En aquellas primitivas soledades, entre las corrientes serpenteantes, en las orillas ocultas y frondosas, juntos a los manantiales y en compañía de todos los encantos producidos por las aves, las hierbas, las flores silvestres, los conejos, las ardillas, los robles añosos, los robles añosos, los nogales, etc…. En aquellos tiempos y en aquellos parajes escribí la mayoría de las páginas” (Whitman, 2013: 136) en las que narra sus experiencias de contacto íntimo con la naturaleza. De todas ellas hay que me conmovió de manera especial. Todavía hoy la leo y no puedo evitar emocionarme. Cuenta Whitman que en la noche del día 22 de julio de 1878 disfruto de una situación perfecta. El cielo se hallaba en un “estado de claridad y esplendor excepcional”. “Una curiosa luminosidad que afectaba a la vista, al sentimiento y al alma”. Y allí, narra Whitman, “en la abstracción y en el silencio (salí de mí mismo para absorber la escena, para mantener el hechizo intacto), la abundancia, la inmovilidad, la vitalidad y la claridad desbordadas de la aglomeración de esa concavidad estelar penetró en mí suavemente, elevándose libre e interminablemente, extendiéndose al este, al oeste, al norte y al sur…Y yo, aun siendo solamente un punto, todo lo abarca.
Como si fuera la primera vez, la creación se hundió silenciosamente en mí y a través de mí; su plácida e inenarrable lección, superior -¡cuán infinitamente superior!- al arte, a los libros, a los discursos de toda ciencia –hora religiosa-, indicaba claramente, como nunca lo volvería a hacer –señalando lo no acotado- los cielos completamente constelados. La Vía Láctea, como una sobrehumana sinfonía, alguna oda de vaguedad universal, desdeñando sílaba y sonido, es un destello relampagueante de deidad dirigido al alma. Todo es silencio, la indescriptible noche y los astros: lejanía y silencio” (Whitman, 2013: 287-288).
Desde la lectura de este breve texto que Whitman título “Horas para el alma” no volví a mirar el cielo de la misma manera. Deseaba experimentar esa misma apertura de los sentidos y esos mismos sentimientos que Whitman describió con tanta belleza en sus cuadernos. El final del verano estaba próximo y antes de volver a Ceuta compré un cuaderno decidido a llenarlo con los relatos de mis propias experiencias sensitivas y emotivas en íntima conexión con la naturaleza. Empecé mi aventura espiritual el día 18 de septiembre de 2013 y lo hice en un lugar llamado el Cortijo Moreno, ubicado en el Monte Hacho de Ceuta. A partir de ese día no he dejado de describir en mi cuaderno el resultado de mis vivencias en pleno contacto con la Madre Tierra. La mayor parte de los textos han sido escritos en Ceuta, pero también han tenido como escenario la Vega de Granada.
En el transcurso de este despertar de mis sentidos, sentimientos y emociones profundas inspirado por la Diosa hubo un momento de máxima intensidad. Durante un mes sentí una gran inquietud interior y un irrefrenable impulso a escribir sobre el espíritu de Ceuta. Sentado delante del ordenador parecía que mis dedos se movían llevados por una fuerza ajena a mí y dejaban sobre la pantalla ideas que brotaban a borbotones desde lo más profundo de mi alma. Yo mismo me sorprendía de lo que salió de mi mente y de mi espíritu. No podía dejar de escribir. Me sentía vital, alegre y animado por una fuerza inspiradora que ocupaba cada milímetro de mi cuerpo. Fue entonces, casi al final de esta experiencia que podríamos calificar de mística, cuando adiviné la estrecha relación que Ceuta tenía con la Gran Diosa Madre. Era el día tres de febrero y escribí un artículo que titulé: “Ceuta, santuario de la vida”. Concluía el texto con el siguiente mensaje: “lo importante de los Dioses y Diosas del Olimpo y las Musas del Parnaso es que simbolizan los pilares de un nuevo orden, de una nueva cosmovisión, de un nuevo paradigma, de una nueva mutación de la conciencia, de una reeducación de nuestra mente y un sincero culto a de la Diosa Madre, Gea, matriz del proceso del universo y dadora de vida. Una vida que fluye de manera constante y cuyo proceso de renovación es especialmente observable en Ceuta, un lugar de especial fuerza, significado histórico y mitológico, donde los dos mares confluyen, como lo hacen los dos planos de la existencia, el terrenal y el espiritual. Este lugar sagrado y mágico está llamado a ser “una gruta sagrada”, un santuario dedicado a rendir culto a la vida, en el que se inicie la sustitución del mito de la máquina por el de la vida”.
Tras este tiempo de epifanía continué con mis salidas al campo y terminé mi libro “la espiral de la vida. El camino hacia la vida buena”. Nada más terminar el libro recibí una llamada de los dueños de un solar en el que años atrás había realizado un peritaje arqueológico. Querían que terminara el estudio arqueológico de la parcela. No llegamos a un acuerdo económico y acordé con ellos que al día siguiente presentaría un escrito en la Consejería de Educación y Cultura renunciando a la dirección de la intervención arqueológica en la parcela de su propiedad. Pero esa noche recibí la llamada de un constructor que me pidió que no cursara este escrito. Según me narró, estaba en negociaciones para comprar el solar y quería antes de hacerlo concluir con el peritaje arqueológico. No deseaba sorpresas de última hora. Así que a la semana siguiente estaba ya trabajando en el solar acompañado con un grupo de peones.
Como cuento en uno de los artículos de mi blog, al que titulé “la fortuna me ha encontrado”, desde el principio sentí una fuerza especial en este lugar que no había sentido tres años antes cuando realicé los primeros sondeos en la parcela. El lugar era el mismo, pero el que era distinto era yo. Mi sensibilidad por la vida que albergaba este solar era mucho mayor. Nunca antes, en toda mi carrera profesional como arqueólogo, me había detenido a contemplar los pájaros que cada mañana daban círculos por encima de mí, ni me había preocupado de la suerte de los caracoles que ahora retiraba cuidadosamente para que no sufrieran ningún tipo de daño. Cada gesto de amor y respeto por la naturaleza era correspondido con un golpe de suerte. La Fortuna rodó su rueda y se paró en la de premio extraordinario la tarde antes de concluir los trabajos arqueológicos. Lo que en principio parecía un silo medieval sin apenas interés arqueológicos resulto ser uno de los hallazgos arqueológicos más importante de mi carrera profesional y, posiblemente, de la arqueología ceutí. Allí estaba la “gruta sagrada” que yo presentí en la que siglos atrás rindieron culto a la Gran Diosa Madre. Allí estaba el colgante con la representación de la propia Diosa Madre con los brazos alzados, los pechos marcados y las piernas abiertas fecundando a la naturaleza. Allí estaba la señal que simboliza, como adiviné unos meses antes, los pilares de un nuevo orden, de una nueva cosmovisión, de un nuevo paradigma, de una nueva mutación de la conciencia, de una reeducación de nuestra mente y un sincero culto a de la Diosa Madre, Gea, matriz del proceso del universo y dadora de vida”. Allí, en este colgante, estaba representado el espíritu y el significado de Ceuta como un lugar de conjunción de opuestos.
El mensaje aún necesitaba aclararse todavía más. Así lo deseaba la propia Diosa Madre. Amplié la zona de la excavación para buscar nuevos hallazgos que permitieran aclarar el sentido de esa curiosa cueva artificial en la que realizaron ritos y sacrificios de animales, y habían dejado el colgante de la Gran Diosa Madre. Gracias a la ampliación de la excavación di, de manera mágica y misteriosa, como ya contaré más adelante, con el betilo de piedra negra del Sarchal que simboliza precisamente este carácter de conjunción de opuestos que define a Ceuta y al nuevo tiempo que está naciendo entre los escombros de este mundo en descomposición y desintegración. La alternativa a este proceso de disolución lleva mucho tiempo en formulación. Sus bases fueron expuestas por los mismos autores que han inspirado mi crecimiento espiritual e intelectual, y han favorecido mi despertar. Entre ellos destacan Emerson, Thoreau, Whitman, Melville, Goethe, Geddes, Waldo Frank, mi maestro Lewis Mumford, Ortega y Gasset y Joseph Campbell, entre muchos otros. Todos ellos experimentaron en su tiempo y en su lugar una mutación de la conciencia y por su ejemplo y su acción se aclaró el camino de la nueva evolución y la renovación del ser humano. Esta transformación, como anticipó de manera profética Mumford (1948: 520), “lleva más de un siglo produciéndose y cuyo momento de tomar la iniciativa y desafiar abiertamente las fuerzas que se encuentra en su camino se acerca. Este movimiento ha estado produciéndose en muchas partes del mundo y en muchas clases de actividad diferentes, en circunstancias muy diversas…Hay mucha gente, en lugares oscuros cuya verdadera vida ha de realizarse, no sólo en la comunidad a la que sirve inmediatamente, sino en aquella que está contribuyendo a crear: esas gentes y cientos como ellas ejemplifican la doctrina geddesiana de la vida: participantes polifacéticos en su crecimiento, reproducción, renovación e irrupción. Lo que ellos sienten y piensan y hacen hoy, millones podrán hacer y sentirlo y pensarlo de aquí a una generación”.
Nosotros somos esa generación anunciada por Mumford que inspirados por la Diosa Madre despertamos a un Mundo Nuevo. Un mundo que reemplazará al medio mundo de la expansión urbana, económica y poblacional por el Mundo Nuevo del equilibrio y la personalidad orgánica. Un mundo que dejará atrás la irracional destrucción de la naturaleza y dedicará todo su esfuerzo a la conservación de los recursos naturales y culturales y al recultivo de los campos y los paisajes. Un mundo en el que el ser humano despertará sus sentidos ante los espectáculos de la naturaleza y volverá al culto de la Gran Diosa Madre en su triple dimensión de dadora de vida, acompañante en la muerte e inspiradora de una vida plena, digna y rica.
Este libro que tienen entre sus manos o en la pantalla de su ordenador o dispositivo móvil cuenta la historia de mi despertar por la innegable influencia de la Gran Diosa. No es la obra de un iluminado ni de una persona especialmente inteligente ni sagaz. Soy una persona normal y corriente. Hijo de unos padres de clase media sin estudios superiores ni brillantes carreras profesionales, pero que han dedicado toda su vida al cuidado y la educación de sus hijos. En este sentido he sido una persona afortunada. Yo no he buscado la fortuna. Ella me ha encontrado y me siento contento por ello. Mi suerte ha sido nacer en una familia bondadosa, ambiciosa en lo espiritual y sensible a la belleza. Ahora he creado mi propia familia, junto a una mujer excepcional. El fruto de este matrimonio han sido dos hijos maravillosos, inteligentes, cariñosos y curiosos ante los espectáculos de la vida.
Podía haber nacido en cualquier otro sitio, pero lo hice hace cuarenta y seis años en Ceuta. Me siento también afortunado por esta circunstancia. Por razones que escapan a mi entendimiento, el destino quiso que creciera influido por la intensa luz del cielo de Ceuta, por el olor y el sabor a mar cuando siendo niño me sumergía en sus aguas y mis labios degustaban el salitre marino, por los bellos amaneceres y atardeceres que disfrutamos cada día en esta tierra transfretana, por el sonido de las gaviotas y de otras aves que componen la sinfonía natural de Ceuta, por el viento siempre cambiante que ha marcado el ritmo de mis días y por la presencia a mi alrededor de vestigios históricos de civilizaciones desaparecidas que han dejado su impronta en el paisaje urbano. De ahí surgió mi interés por la historia y la arqueología.
Aunque mi formación como arqueólogo me llevó a Granada y a otros países como Francia, mi labor investigadora y profesional ha estado y sigue estando centrada en Ceuta. He excavado mucho y publicado poco. En esto me parezco mucho a otros de mis maestros: Patrick Geddes. Al igual que él he sacrificado buena parte de mi tiempo a la defensa cívica del patrimonio natural y cultural, en mi caso de Ceuta. Mi dedicación a la ciudadanía ha supuesto retardar mi fructificación como hombre de ciencia. Siempre me ha preocupado más lo que sucedía fuera de los estrechos límites de mi disciplina. No podía contentarme con un éxito profesional construido desde la indiferencia cívica. A este interés por el despertar cívico se ha sumado mi total dedicación al despertar espiritual. Como recogían las palabras de Joseph Campbell que reproduzco al principio de la introducción a este libro, cuando se despierta en nosotros el propósito espiritual esta vida “ha de ser vivida por encima de las necesidades de alimento, sexuales, económicas, políticas y sociológicas” (Campbell, 2015: 46). Llevo muchos años entregado a la lectura dejándome llevar por mi intuición. Yo no he buscado a los libros, Los libros me han buscado a mí. Esto ha sido una constante en mi vida. No sé qué fuerzas poderosas los han colocado en mi camino, pero ahí estaban. Sin duda la lectura de estos libros ha sido fundamental para encontrar el camino que me ha llevado hasta aquí. No hubiera entendido el significado profundo de los hallazgos arqueológicos realizados en mi última excavación arqueológica sin el poso intelectual que ha quedado depositado en mi mente después de tantos y tantos libros.
Este libro es una rara combinación de experiencias sensitivas, emotivas, intelectuales y espirituales. El resultado final es la plasmación de mi visión de la naturaleza y el cosmos, así como el intento de cumplir con mi misión vital. Por razones que desconozco me ha sido otorgado el honor de ver y sentir cosas que muchos ni ven ni sienten. Esta percepción suprasensible, como decía Steiner, no es “una anomalía sino una capacidad potencial de la conciencia normal en la que es posible educarse” (Lachman, 2012: 145). Mi único mérito es dedicar el necesario tiempo y esfuerzo para desarrollar esta capacidad. Visión y misión van unidas. Al despejarse mi visión también se ha clarificado mi misión. Todo se ha sucedido siguiendo un plan que yo no he escrito, pero del que he tomado parte de forma activa. Como explica Richard Tarnas en su libro “cosmos y psique” todos venimos al mundo influido por una particular conjunción planetaria, pero de nosotros depende dibujar la espiral de nuestra vida.
El primer capítulo de este libro lo he titulado “El despegar”. Forma parte de estas primeras páginas de este libro mis primeras incursiones en mi mar profundo y la descripción de los primeros descubrimientos que encontré sobre el fondo de mi alma. Aquí ya aparece mi manera de concebir mi presencia en el cosmos. A diferencia de Whitman, no es el cosmos el que toma posesión de mí y se expande hasta alcanzar hasta el último rincón de mi cuerpo. Mas bien soy yo el que abandona mi cuerpo e inicia un vuelo imaginario que me hace ver, -como si de un ave se tratara-, mi propio cuerpo, el lugar donde estoy, la geografía de mi ciudad, de mi región, de mi continente y del resto continentes hasta llegar a ver el planeta en su totalidad. En este sentido, mi visión es similar a la que Waldo Frank describe en su novela Isla del Atlántico: “lo que se necesita es un núcleo para comenzar, aunque no sea mayor que un punto; un foco, un punto de apoyo para la palanca de la acción y debe estar en ti mismo. Pero tú estás en un caos. Por tanto, el foco que está en ti también debe estar más allá. Más allá, más allá…¿Qué tan lejos para lograr solidez? Solamente el total de la vida podría dar solidez al foco que sirviera de punto de vista” (Frank, …., 1039). Tengo siempre presentes ambos focos el interior y el cósmico, que son el mismo, pero dispuestos en planos diferentes. Cuando estoy en contacto con la naturaleza consigo abrir el foco de mi mente y estoy me permite captar de una manera integral y plena todo lo que me rodea. Desde ahí emprendo mi viaje por mi mundo interior y vuelvo al mundo de afuera con ideas y proyectos nuevos que sirvan para el realización de los ideales supremos de la bondad, la verdad y la belleza en el seno del grupo humano en el que me ha tocado vivir y, de manera más ambiciosa, la transmisión de estos mismos ideales al conjunto de la humanidad.
En la segunda parte, titulada “El despertar”, reproduzco los distintos artículos que publique durante el mes en el que caí preso bajo la influencia de las Musas. Aquí expongo mi visión de Ceuta y el espíritu de esta ciudad en la que nací y vivo. Ceuta es, sin duda, una ciudad hermosa y agraciada por la naturaleza, pero no es el único lugar bello de la tierra. La belleza, como bien nos decía William Blake en sus poemas, está en los ojos del que ve. No obstante, no deja de ser cierto que ciertos lugares, como Ceuta o Delfos, expresan a la perfección ciertas ideas arquetípicas que residen en nuestro inconsciente y se despiertan ante la contemplación de determinados paisajes. El despertar del que hablo en esta sección del libro no es sólo personal, sino también aspira a ser una llamada al despertar de los propios ceutíes sobre las cualidades de su ciudad. El timbre de este despertador aspira también al despertar de todos los seres humanos a la belleza, a la verdad y la bondad. Y es que, como proclamó el sabio , “la verdadera bondad, la verdadera verdad y la verdadera belleza reside en la naturaleza”.
La tercera parte cuenta todos los acontecimientos relacionados con la aparición del colgante con la imagen de la Gran Diosa Madre y del betilo que simboliza la conjunción del principio masculino y el femenino. Por este motivo, hemos denominado a esta parte del libro “La aparición”.
Toda aparición mágica o religiosa viene acompañada de la revelación de un mensaje. La propia imagen de la Gran Diosa Madre aparece literalmente “desvelada” o “revelada”, como prefieran. Muestra su cuerpo desnudo y velo descorrido. Aparece dando luz a un Mundo Nuevo en forma de flor de loto. No guarda ningún secreto aparente, pero no todos los ojos pueden leer su código secreto. Las claves de su desciframiento están dispersas en multitud de publicaciones y libros dedicados a la Gran Diosa Madre. Desde la aparición del colgante con la representación de la Gran Diosa y del betilo no hemos dejado mi mujer y yo de investigar para aportar una interpretación correcta de estos hallazgos. Lo hicimos, al principio, de una manera compulsiva. Todo el tiempo nos parecía poco. Estábamos literalmente dominados por una pasión incontrolable por encontrar la verdad y desvelar el misterio de este colgante y esa curiosa piedra prismática con un puño labrado en uno de sus laterales. Con el paso de los días fuimos relajándonos y asentando en nuestra mente toda la información que habíamos acumulado en estas frenéticas semanas de investigación. Había llegado el momento de un estudio más pausado y de la lectura serena de las obras más relevantes sobre la Gran Diosa Madre. Esto nos llevó a la lectura de los libros de Erich Neuman, Edward C. Whitmont, Anne Baring y Jules Cashford, y Joseph Campbell, entre otros. Esta última parte del libro lleva el título de la revelación.
En las siguientes páginas les muestro sin tapujos el proceso de gestación y renacimiento espiritual de una persona normal y corriente. La Gran Diosa Madre dirige la nave de mi vida y marca mi travesía vital. Solo ella conoce mi destino. Solo ella sabe el porqué ha querido renacer en Ceuta y que yo contribuyera a su descubrimiento y al desciframiento del mensaje que trae a la humanidad. Solo ella determinará el momento en el que se haga efectiva la definitiva transformación del ser humano.
Estoy convencido de que lo que he percibido, experimentado, sentido y pensado en este tiempo otros iguales que yo lo han hecho por todo el mundo. El proceso de expresión y formulación de la nueva conciencia humana lleva mucho tiempo en marcha. Ahora ha llegado el momento de la encarnación. Las nuevas ideas y los nuevos propósitos se han transformado en un pequeño grupo de seres humanos que dan fe de este renovado idolum en sus actos, hechos y fines de su vida. Es muy probable que, como ya nos advertía Mumford, sólo unos pocos comprendan las posibilidades de la idea pura, pero muchos serán los capaces de comprender el ejemplo vivo. “Yo y los míos no convencemos con argumentos”, dice Whitman, “convencemos con nuestra presencia”.
Al intentar finalizar esta introducción me ha sucedido otra revelación. Buscando una idea he sacado de la estantería de mi biblioteca el libro más querido para mí: “Las transformaciones del hombre” de Lewis Mumford. Este libro me ha acompañado en multitud de ocasiones. Siempre me ha atraído como un talismán. Al pasar sus páginas me he detenido en un párrafo marcado en rojo. Dice así:
“En determinado momento todas las fuerzas de la vida del profeta se polarizan y forman una nueva constelación, en armonía con un orden de existencia más completo, dirigido a una consumación divina. De entonces en adelante, el profeta actúa con una absoluta sensación de certeza y bienestar; tiene una misión, y en el cumplimiento de esa misión cada acto lleva el sello de la nueva personalidad. Ese el milagro del segundo nacimiento. En consecuencia, el nuevo ser se convierte en el ser “real”, y sólo el segundo modo de vida satisface sus exigencias”.
Les aseguro que cuando escribí el prólogo, la introducción y la conclusión de este libro no recordaba este pasaje escrito por mi maestro Lewis Mumford. Se pueden imaginar la impresión que me he llevado cuando al volver a él, siguiendo mi instinto, justo en el momento en el que me disponía a terminar esta obra, he encontrado una exacta descripción de mi estado de ánimo y de mis actuales sentimientos. Me siento, efectivamente, en perfecta armonía con el cosmos e inundado de una agradable sensación de felicidad y bienestar. Tengo por delante una misión y estoy dispuesto a cumplirla. He renacido con un propósito y un fin: convertirme en guardián de la vida. Quiero dedicar mi segunda vida a la defensa, potenciación y renovación de la vida, al fortalecimiento de la vida interior, a la elevación de la condición humana, a contribuir al noble esfuerzo de que todas las personas tengan la oportunidad de una vida digna, plena y rica. Una vida que merezca ser vivida.
Como guardián de la vida estoy bajo la advocación de la Gran Diosa Madre y me encomiendo a su protección y guía. Su manto es la propia red de la vida y el mismo firmamento. Bajo él cabemos todos y todos estamos llamados a renacer para convertirnos en un numeroso y poderoso “ejército” de guardianes de la vida.