No ha sido una tarea fácil llegar a identificar el verdadero rostro de Ceuta, al menos la cara que a mí me muestra. Puede que otros la vean de otra manera, y no por ello dejará de ser certera la visión que cada uno tenga. Reconozco que mi percepción del territorio es muy particular, fruto de mis experiencias en contacto directo con la naturaleza ceutí. Naturaleza y experiencia han ido de la mano en mis descubrimientos sobre el genius loci de Ceuta. Este cóctel ha sido aderezado con el conocimiento adquirido en mis años de estudio sobre la arqueología y la historia de Ceuta, así como con la lectura de las obras escritas por autores que para mí han sido un permanente referente: Goethe, Emerson, Thoreau, Whitman, Geddes, Mumford, Jung y Campbell, entre los más importantes.
Sin duda mi visión de Ceuta podría calificarse de mística, un apelativo que me gusta y del que me siento honrado. La visión y el pensamiento místico es el que nos permite emocionarnos hasta inimaginables para “el profano” y elevarnos más allá de la realidad tangible. También nos anima a adoptar una postura distinta ante la vida. Símbolos considerados inertes para muchos, como las estrellas, los árboles, las montañas, el mar o los ríos adquieren vida ante los ojos del místico de la naturaleza. La imaginación se enriquece y da bellos frutos en forma de poemas, escritos o cualquier otra modalidad de arte. Es entonces cuando nace en ti la necesidad de hacer algo por aquel lugar al que amas, en mi caso Ceuta. Mi manera de devolver todo lo que me ha dado esta ciudad ha consistido en defender su patrimonio natural y cultural, además de esforzarme para desvelar algunos de los misterios que se esconden tras el delicado velo de la Gran Diosa. Queda mucho hacer en esta materia, y firme decisión es continuar esta labor consiste en “descifrar cuidadosamente y contemplar con detenimiento la parte del universo infinito que me sea posible abarcar” (John Ruskin). Y esta parte es para mí Ceuta.
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