El otoño es el tiempo de la madurez y también el de la renovación. Las hojas de los árboles caen para renovarse y extender la vida a través suya y las semillas. Las piñas de los pinos ruedan alrededor de su tronco para dispersar la vida. Así somos también los seres humanos. Contenemos la semilla de la renovación de la vida, aunque no siempre seamos conscientes de este feliz acontecimiento. Salir de excursión a observar las flores y los árboles nos sirven para aprender a conocer la vida que hallamos por el camino y para comprender los paisajes que atravesamos. Estas observaciones de la naturaleza son también la preparación necesaria para pensar, tanto en detalle como en ideas generales. Pensemos en una hoja. ¿Cuántas personas piensan dos veces en una hoja? Se preguntaba Patrick Geddes en su última conferencia. “Y sin embargo, dijo Geddes, la hoja es el producto y fenómeno principal de la Vida: nuestro mundo es un mundo verde, en que los animales son comparativamente pocos y pequeños, y todos dependientes de las hojas. Por las hojas vivimos. Algunas personas tienen la extraña idea de que viven por el dinero. Piensan que la energía es generada por la circulación de billetes. En tanto que el mundo es ante todo una vasta colonia de hojas, que crece sobre un suelo con hojas y lo incrementa, no una mera masa mineral; y no vivimos mediante el tintineo de nuestras monedas sino por la abundancia de nuestras cosechas”. Pero no sólo las hojas son la base de la vida, también son el origen de nuestra energía, ya que el carbón y el petróleo no dejan de ser vida vegetal fosilizada.
Como vemos, los árboles y sus hojas nos dan muchas lecciones. Todos los otoños, comentaba Ruskin, “nos embarga la melancolía cuando vemos el remolino de las hojas que caen marchitas, ¿y no pudiéramos muy cuerdamente levantar los ojos de la esperanza, considerando los grandiosos monumentos que tras sí dejan? Contemplad cuán hermosos son y cómo se dilatan en arcadas y en naves las avenidas de los valles, formadas por las arboledas que adornan las colinas. ¡Qué firmes, qué eternas! Son la alegría del hombre, el bienestar de todas las criaturas vivas, la gloria de la tierra, y a pesar de ello no son más que los monumentos de esas pobres hojas, que vuelan lánguidamente y pasan junto a vosotros para morir. No las dejemos pasar sin que comprendemos su último consejo y ejemplo; para que también nosotros, sin preocuparnos del monumento funerario, edifiquemos en el mundo un monumento que enseñe a los demás, no dónde hemos muerto, sino donde hemos vivido”.
Estas lecciones de la hoja las podemos trasladar al cuidado y conformación de la imagen de nuestras ciudades, nuestros jardines, edificios y espacios públicos. Lo que nosotros hagamos con nuestro paisaje urbano y natural dirá de nosotros mucho más que las crónicas de los logros tangibles alcanzados. Ellos permanecerán y nosotros, como las hojas, si nos elevamos espiritualmente, nos convertiremos en el abono que haga posible la renovación de la vida.
En la Escuela de Vida “Vivendo Discimus” queremos que nuestros adultos, muchos de ellos obsesionados por el trabajo y el tintineo de las monedas, como decía Geddes, se reintegren de nuevo en la espiral de la vida. La mayoría de los individuos de nuestro tiempo están divididos en dos partes, decía Eucken, “permaneciendo sometido a una contradicción insoluble entre el trabajo cruel y el goce o la satisfacción frívola. Tal antagonismo es imposible que se admita con carácter definitivo”. El primer paso es la reintegración con el lugar, con la naturaleza y sus magníficos dones. Y también con el resto de personas que forman del cuerpo social de su localidad. El segundo paso es enriquecer su vida interior, despertando de nuevos sus sentidos aletargados por la continua exposición a las imágenes de las pantallas de los ordenadores, teléfonos móviles y demás artilugios tecnológicos; por el intenso ruido que caracteriza a nuestros ciudades; por el humo de los vehículos; por el frío tacto del teclado del ordenador o la pantalla del ipad o smartphone; y por el insípido sabor de unas frutas y verduras que venden en los supermercados. Y en tercer lugar, y no menos importante, es alimentar y fortalecer la única fuerza que puede frenar el actual proceso de desintegración: el amor. El amor en todos los significados, como comentaba Mumford: “amor con deseo erótico y procreación; amor como pasión y placer estético, degustando lentamente sus imágenes de belleza; amor como sentimiento de amistad y amabilidad, ofreciendo sus dones a todo aquel que lo necesite; amor como preocupación y sacrificio paternales; amor como milagrosa capacidad de sobreestimar sus propio objeto, glorificándolo y transfigurándolo, y dejando para la vida algo que únicamente puede ver el amante. En este momento, necesitamos un amor redentor y universal como el mencionado, para poder rescatar a la propia tierra y a todas las criaturas que la habitan de las insensatas fuerzas del odio, la violencia y la destrucción”.
En el mismo plano de la vida interior queremos, desde la Escuela de Vida “Vivendo Discimus”, revitalizar los ideales que hicieron posible el florecimiento de la verdad, la bondad y la belleza, que dieron lugar a la filosofía, la ética y la estética. El nacimiento de estas disciplinas tuvieron lugar en Grecia entre los siglos VI y IV a.C. Pocas culturas, como la Grecia clásica, han sido capaces de representar lo verdadero y plenamente humano. Estos hombres totales, como Solón, Sócrates y Sófocles, sobresalientes pero no únicos entre los suyos, son la prueba de las posibilidades reales del hombre para dotarse de un modo ideal de vida que permita el desarrollo de una personalidad completa y una comunidad equilibrada.
Según Mumford, el ciudadano griego tenía como principales ideales la armonía, la moderación, el aplomo, la integridad, el equilibrio, la simetría y la autodisciplina. Además contaban con un espíritu personal que hacía alarde de flexibilidad, falta de prejuicios, libertad y coraje solitario. Los griegos ahorraban en los niveles inferiores del ser (necesidades puramente físicas) y gastaban en lo más elevado (espíritu, pensamiento y creación). Ambas necesidades, las físicas y las espirituales, estaban en interacción rítmica, el trabajo y ocio, la teoría y la práctica, el pensamiento y la acción, la vida privada y la vida pública, por tanto, no eran entendidas como esferas separadas del ser humano.
No todo pensamiento, nos dice Geddes en una de sus notas, adquiere una forma en la acción, pero, como sentenció Freud, “el pensamiento siempre es un ensayo para la acción”. Según podemos apreciar en la realidad del día al día, las ideales, -con creciente claridad en su exposición e intereses, y en síntesis con otros pensamientos-, se llevan a la acción mediante la etho-política en permanente sinergía, es decir, hacia unos fines específicos que consigan unos logros concretos. De este modo, y relacionando el pensamiento con la acción, vemos que la ideales se transforman en amor; la filosofía en sabiduría e impregnándole sinergía en historia; y la imaginación creativa en arte, y éste en felicidad y éxito cuando lo aplicamos a nuestra vida.
El objetivo principal de nuestra vida en la etapa del otoño o madurez, como estamos, debe ser elevarnos desde el plano de la experiencia al mundo suprasensible del espíritu. Este mundo está compuesto, según Eucken, por tres esferas: la espiritualidad militante, la espiritualidad fundamentadora y la espiritualidad triunfadora. La primera de estas esferas, la militante, está relacionada con la aludida etho-política. Para llenarla es preciso que dediquemos una buena parte de nuestro tiempo y energía al servicio público, ya sea participando de manera activa en alguna entidad cívica, ejerciendo una crítica vigilante de las actuaciones promovidas por las administraciones o aportando sugerencias para la mejora de la vida en nuestra ciudad. En este sentido, pretendemos que nuestra Escuela de la Vida lo sea también de Ciencia Cívica y aprendizaje del compromiso social.
La segunda esfera es la fundamentadora. Contra la dudas sobre el significado de la vida es preciso que nuestras acciones están bien fundamentadas sobre firmes pilares educativos y culturales. La filosofía, la ciencia y la historia constituyen estos pilares necesarios para nuestro crecimiento personal y el reforzamiento de nuestro mundo de adentro. En nuestra Escuela de la Vida “Vivendo discimus” vamos a ofrecer cursos y talleres sobre “Filosofía de la Vida”, “Historia de las ideas” y “Perspectivas para el Mundo Nuevo”.
La última de las esferas es la denominada triunfadora. Cuando hablamos de triunfo asociamos a esta palabra con el éxito profesional y menos con el personal. Respecto al trabajo, este éxito va a depender de haber encontrado nuestra vocación y potencialidades. Todos nacemos con una serie de cualidades innatas que necesitamos desarrollar en algún momento de nuestra vida. Tenemos que confiar en nuestras capacidades creativas que podemos aplicar en el diseño de nuevos planes y proyectos o la expresión artística para la que estemos mejor dotados. Los que tienen esta confianza, en opinión de Mumford, “no tienen miedo a romper con los patrones existentes” ni temen salirse de las líneas marcadas férreamente por la sociedad, simplemente porque puede encontrarse con el rechazo, el fracaso o el error, cuando el pensamiento precisamente nace de este último. Encontrar estas potenciales y animar la manifestación de esta creatividad es uno de los objetivos de la Escuela de Vida “Vivendo Discimus” y, en concreto, de este programa dirigido a adultos denominado “La Hoja”.
La hoja, según nos cuenta Geddes, es “uno de los elementos básicos de la producción artística y asimismo una historia de la educación artística. Un escultor asirio admiró esta hoja de acanto y la modeló; y ha sido copiada desde entonces, por todas las escuelas, hasta cansarnos. En cada gran período del diseño nuevas plantas han sido observadas y utilizadas por los artistas”. Como siguió relatando Geddes en su conferencia, en cada jardín “hay un mundo del cuál sólo el borde ha sido tocado. Pese a lo cual las pobres y tímidas escuelas de arte siguen con sus limitaciones tradicionales y sus aspirantes a diseñadores no descubren estas fuentes de originalidad. Ahí están, en torno de ellos: afuera, en el jardín, en los bosques, junto a los ríos, hasta en el mar…; donde las busquen en toda la Naturaleza. Aquí pueden ustedes dibujar incontables bellezas, hallar nuevos símbolos, hacer nuevos diseños convencionales. Con los ojos abiertos, la imaginación se renueva y las manos hacen maravillas”.
Nuestra Escuela de Vida quiere ser también una Escuela de Arte de la Naturaleza abierta a los amantes de la Naturaleza. Vamos a ofrecer cursos de historia del arte de la naturaleza, de pintura, fotografía y diseño. Y talleres en los que enseñar “El Arte de Ver” y a “Ver el arte”.
Volviendo a la esfera de la espiritualidad triunfadora, el éxito de nuestra vida depende en buena parte del tiempo y la atención que dediquemos a nuestra familia y amigos. En nuestra época, de tanta exigencia laboral, se da una relación inversa entre éxito profesional y vida familiar. Muchas personas que han “triunfado en la vida”,-como si la vida solo fuera trabajo-, han fracasado de manera estrepitosa en su vida familiar. Matrimonios rotos, hijos que no saben lo que es jugar con sus padres, criados sin el cariño y amor de sus progenitores, demasiado ocupados en su carrera profesional. Por este motivo queremos que nuestra Escuela de Vida sea un punto de encuentro familiar, donde los padres y las madres participen en el cuidado del “jardín” y el “bosque” de sus hijos. Una de las actividades será la confección de los álbumes de fotografía familiares, cuyas “hojas” son una de las más preciosas recompensas de la vida.
En la intersección de estas esferas, la militante, la fundamentadora y la triunfadora se crea un espacio donde acontece la vida plena. La creación de este espacio, a partir del acrecentamiento de estas esferas, es el objetivo de la paideia y de nuestra Escuela de Vida “Vivendo discimus”. Conviene recordar en este punto, como expusimos en el apartado de objetivos de nuestra escuela que “la paideia es más bien la tarea de dar forma al acto mismo de vivir, tratando toda ocasión de la vida como un medio para hacerse a sí mismo, y como parte de un proceso más amplio de conversión de hechos en valores, procesos en finalidades, esperanzas y planes en consumaciones y realizaciones. La paideia no es únicamente un aprendizaje: es un hacer y un formar, y la obra de arte perseguida por la paideia es el hombre mismo”.