Ceuta, 8 de septiembre de 2016.
Esta mañana he quedado con Pepe Navarrete para ir a avistar aves rapaces. Aunque llevan pasando todo el verano por el Estrecho de Gibraltar, sólo es posible verlas en el cielo de Ceuta cuando sopla viento de poniente. Y claro, este verano ha predominado el levante, con lo cual no ha sido fácil ver rapaces. Así que en un día como hoy de poniente no podíamos desaprovecharlo sin contemplar estas magníficas aves.
Nos hemos situado en el mirador de Benzú. El viento sopla con gran fuerza. Las altas temperaturas de los últimos días pueden que sean las responsables de la densa niebla y de las nueves que cubren las costas meridionales de la Península Ibérica. Con estas condiciones meteorológicas pocas aves se han atrevido a atravesar la franja de agitadas aguas que separan a Europa y África. No obstante, hemos sido persistentes y después de un rato han empezado a llegar las rapaces. Las más abundantes han sido los abejeros, seguidos por las águilas calzadas. También hemos podido contemplar varios ejemplares de culebreras, un aguilucho cenizo y dos gavinales. Un poco más tarde, y situados en las proximidades de la Curva de la Viuda hemos identificado y observado a un elegante milano negro.
Gracias a las indicaciones de Navarrete he aprendido a distinguir algunas de las principales especies de rapaces que son posibles ver volando sobre Ceuta. Son unas aves realmente extraordinarias. Planean, con sus grandes alas desplegadas, aprovechando las corrientes térmicas y buscando desesperadamente tierra. Sus siluetas son de una belleza extrema. De igual modo, los colores de sus plumajes y los dibujos de sus alas les dan una gran personalidad que las hace merecedoras de ser consideradas los dioses y diosas de los cielos. Un ejemplar de águila calzada ha pasado muy cerca de nosotros, momento que ha elegido para flexionar sus patas y sus alas ofreciendo una imagen emocionante. Sus agudos graznidos han llegado hasta mis oídos haciendo vibrar mi alma. Es un sonido tan penetrante que consigue perforar la delgada membrana de la memoria dejando una marca indeleble.
Mi relato, como pueden comprobar, es más propio de un poeta que de un naturalista, aunque ambas dimensiones no están divorciadas. Pueden convivir en cualquier persona que sume la curiosidad científica con la sensibilidad literaria. Un ejemplo fue mi admirado Henry David Thoreau. El libro “Volar” editado por la editorial Pepitas de Calabaza, -que contiene fragmentos seleccionados de los diarios de Thoreau en los que habla de las aves-, es una magnífica prueba de la feliz convivencia que mantuvieron en el alma de Thoreau el amor por la naturaleza y el interés por la ciencia.
Las rapaces que hoy he visto han dejado de ser anónimas figuras aladas, como son para la mayoría de las personas. Ahora pertenecen al extenso reino de la literatura y de la fotografía. Ellas siguen, -ignorantes de esta nueva dimensión de sus vidas-, su viaje hacia las cálidas tierras del África subsahariana. Puede que las vuelve a ver en su peregrinaje de retorno primaveral. Aquí las estaré esperando para verlas y mostrarles mi admiración por su belleza.
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