Las lluvias y el viento dejan paso al frío y la nieve. Entramos en el invierno de nuestra vida. Es la edad de la contemplación. El horizonte vital se estrecha, y el pesimismo tiene más peso que el optimismo. Surgen con fuerza las dudas relativas a la significación y valor de la vida, tanto general como particular. Sentimos la nostalgia de la juventud. Este sentimiento es un signo que nos indica que la vida no encuentra su verdadero centro, permaneciendo completamente vacía en su elemento interior. Nuestra crisis de la madurez no ha sido resuelta y arrastramos sus consecuencias en nuestro caminar por la vida.
Necesitamos comprender y asumir que el contenido de la vida, como explicaba Rudolf Eucken, no viene de afuera, sino de adentro. Cuando hacemos este cambio entendemos que los bienes, la fuerza y la belleza no se limitan a la juventud; está presente en las otras etapas de la vida, sucediendo solamente que presenta una formación distinta, teniendo preferencia la vida espiritual sobre la vida física. Si llegamos a entender esta idea, nos convertimos, según Eucken, en “colaboradores en la construcción de una realidad propiamente dicha y podemos llegar a ser un aumentador del reino del espíritu. Con tal transformación se puede contraponer al destino una vida espiritual independiente, original y creadora, en conexión con el Todo, cambiando la existencia del ser humano en una lucha entra la libertad y la fatalidad”. Nuestro propósito, en opinión de Eucken, pasa a ser convertirnos en un centro de vida espiritual independiente y una energía espiritual. No se trata de caer en un estado contemplativo, sino en una actividad inconmensurable para la vida del individuo. Una vida espiritual que persigue una inquisición y conquista de sí mismo. El ser humano ha de procurar llegar a ser más joven en esta etapa de la vida, acercándose cada día más de día en día desde el tiempo a la eternidad. La senectud, por tanto, no es una lenta extinción y declive, es una progresiva involución sobre uno mismo. Un volver a enrollar lo desarrollado durante la vida, haciendo que la vida adquiere sustancialidad, sentido y significado.
Llegamos al final de la trayectoria de la vida, pero no por ello debemos renunciar a disfrutarla y apreciarla. Lo que hemos perdido en juventud física lo podemos compensar en juventud y originalidad espiritual. Pasamos a tener una participación activa en la vida, en su permanencia y construcción. Nos hemos convertido en el sabio peregrino que mira hacia atrás y siente una intensa satisfacción por haber cubierto todas las etapas del camino. La Escuela de la Vida “Vivendo Discimus” poco tiempo que enseñarles, más bien aprende de sus experiencias vitales y les acompaña en su retorno a la totalidad cósmica.