Ceuta, 17 de enero de 2018.
La destrucción y restauración del templo resultan inseparables. Este asunto ha sido materia de teósofos visionarios que han recibido la instrucción y la información por parte de un mensajero personal procedente del Templo. Un templo celestial conocido como Jerusalén. Este lugar sagrado es designado por Ibn Arabi con “la expresión coránica de “Confluencia de los dos mares”. Para este célebre pensador sufí este sitio constituye “la confluencia del mundo de las ideas puras en su substancialidad inteligible y el mundo de los objetos de la percepción sensible. Es el mundo en el que devienen vivas todas las cosas que parecen inanimadas en nuestro mundo físico. Es el mundo al que llega Moisés antes del encuentro con su iniciador (Khidr)” (Corbin, 2003: 262). Aquí, en “La Confluencia de los dos mares”, es donde se presenta al visionario la Imago Templi.
La Confluencia de dos mares es un lugar imaginario, más ya del tiempo y del espacio. No obstante, no han faltado autores, ya en época medieval, como Al Garnati, que identificara este emplazamiento con el Estrecho de Gibraltar, donde, efectivamente, se da la confluencia de dos mares: el Océano Atlántico y el mar Mediterráneo. Es en la confluencia de los dos mares donde Moisés y su servidor hallaron, según el Corán, la fuente del agua de la vida (ma al-Hayat). Lo hicieron gracias al pez que recupero la vida al caer en estas aguas sagradas. En el itinerario marítimo de Muhammad B. Yusuf Al-Warrak (s.X) se sitúa esta fuente en el territorio de la actual Ceuta. Al estudiar el itinerario de Al-Warrak, el Prof. Ahmed Siraj (1995: 338, carte 15) propone que la ubicación de la fuente del agua de la vida estaría en las inmediaciones de Punta Bermeja, donde, efectivamente, hay una fuente, la de la Victoria, a la que acuden los ceutíes a coger agua.
Ceuta, sin lugar a dudas, es un escenario ideal para experimentar la imaginación activa. Los paisajes que podemos contemplar de “la confluencia de los mares” constituyen una metáfora geográfica de ideas arquetípicas profundamente enraizadas en la psique humana. Uno puede imaginar el Estrecho de Gibraltar como el canal que pone en contacto el plano sensitivo y el plano supraconsciente, donde el sabio Al Khadir puede devolverte las llaves del templo. Un templo que requiere de sus custodios, entre los que destacaron, precisamente, los templarios. No obstante, tal y como explica Henry Corbin, podemos hablar de un antes y un después de los templarios respecto al cuidado y mantenimiento del templo sagrado. Si miramos para atrás veremos a los esenios y después de la aniquilación de la orden del temple nos encontraríamos, entre otros con la Orden de Cristo, que jugó un papel muy importante en en la toma portuguesa de Ceuta en 1415. En tiempos más cercanos tenemos citar a las obras de Willermoz, Zacharias Werner y Swedenborg.
En el templo, situado en la “confluencia de dos mares”, el visionario es visitado por los resplandores de la luz. Cuando esta luz se vuelve permanente se alcanza el estado de Sakina, término islámico relacionado con el concepto hebreo de Skekhina, “la misterioso Presencia divina en el Santo de los santos del templo de Salomón” (Corbin, 2003: 270). Esta presencia divina se aloja en el santuario del microcosmo humana, en nuestra alma. De este modo, nuestro interior cumple la función de cripta del templo donde se guarda la luz divina. Podría decir que el mundo entero es la cripta del templo. Por desgracia, vivimos en un tiempo de desacralización y desencantamiento en el que ya no nos sentimos exiliados del templo celestial. La Imago Templi se ha esfumado como una bruma mañanera y, por este motivo, “el mundo está “desorientado”, ya no tiene “Oriente”. Uno se cree en medio del cielo; no hay un arriba ni abajo (Corbin, 2003: 272).
Para orientarse se requiere un centro, marcado por una “roca” o betilo, que establece la comunicación entre el santuario terrenal y el templo celestial. Esta roca está guardaba en el santa sactorum del santuario. Sobre una de estas piedras Jacob apoyó su cabeza durante el sueño en el curso del cual vio la escala que une el cielo con la tierra, por la que descendían y subían los ángeles (Gén 28). Henry Corbin amplía la información sobre el betel de Jacob y comenta que esta roca “estaba de hecho compuesta de doce piedras, y que Dios sumergió después esta piedra compuesta en el mar, para que fuera el centro de la tierra (Corbin, 2003: 277).
En el siglo XIII se localizó en Ceuta, enclavada en “la confluencia de dos mares”, un centro del mundo. Este centro fue marcado por una gruta sagrada, en cuyo interior se practicaron ritos propiciatorios de la fecundidad, y donde se depositó un colgante con la imagen de la diosa, en su dimensión de Sophia gnóstica y heredera de la tradición iniciada por Isis. En este mismo santuario de la calle Galea apareció un betilo urobórico, de tipo hermafrodita, que representa la unión de opuestos. Este conjunto de hallazgos arqueológico nos indica que en este lugar existió un santuario que reflejar la Imago Templi.
Aunque el ser humano, en su dimensión microcósmica e individual es un “templo de luz”, no todos tienen conciencia de esta idea espiritual. Sólo unos pocos visionarios están llamados a formar parte de la comunidad-templo, cuya misión “permanece centrada en la reconstrucción del templo, porque su norma es luchar contra la desacralización del mundo. Pero esta reconstrucción no será definitiva e imperecedera más que si es la construcción del templo por venir, más allá del tiempo de este mundo. La destrucción del templo es la catástrofe del origen. Su reconstrucción sólo puede ser una reconstrucción cósmica” (Corbin, 2003: 278). Los encargados de la reconstrucción del templo, y posterior custodia, lo son de los dos templos: el celestial y el terrenal, que pone en comunicación el Cielo y la Tierra (Corbin, 2003: 330). Este nuevo templo debe ser construido primero en el corazón. Este propósito es compartido tanto por los caballeros del temple original como por sus sucesores en la actualidad. Antes que ellos, los esenios fueron los poseedores de un conocimiento que quedó en manos de un restringido grupo de iniciados conocidos como los “Canónigos del Templo”. Según Henry Corbin (2003: 338), estos últimos “eran los herederos de las altas ciencias de los esenios a través de la meditación de siete eremitas, surgidos de la vicisitudes de transmisiones sucesivas, de la comunidad esenia primitiva”.
El momento en el que Hugo de Payens y sus compañeros llegaron a Jerusalén se encontraron con estos siete eremitas que, al verlos, recordaron la profecía que anunciaba el regreso de la Sabiduría eterna, la Sophia aeterna, al santuario de Jerusalén, “cuando caballeros vestidos de blanco vinieron de más allá de los mares para defender la Ciudad Santa” (Corbin, 2003: 338). Además de esta versión sobre el regreso de la Sophia al templo existen otras que hablan de una caballería mística, la de los “Caballeros de la Aurora y de Palestina”, que después de la destrucción del segundo templo se retiraron a los desiertos de Tebaida y nos regresaron hasta la llegada de los templarios a Jerusalén, a los que se unieron para reconstruir el templo bajo la égida de un cristianismo gnóstico. Los caballeros de la Aurora, en opinión de Henry Corbin, “eran esenios, terapeutas, hijos de los profetas, de Melquisedec, rey de una Salem sobrenatural” (Corbin, 2003: 339). Por último, tenemos que hacer referencia a otra versión, la de los “Doce maestros elegidos”. Se trata “de doce maestros que, después de la finalización del primer templo, formaron una cofradía distinta, dirigida por uno de ellos, y que fueron propiamente los guardianes elegidos para la custodia del templo” (Corbin, 2003: 340). Sus descendientes se unieron a los Caballeros del Temple con el objetivo de establecer un templo cristiano sobre el modelo del templo de Salomón.
Sea cual sea la versión que elijamos, todas coinciden en el propósito de reconstruir el templo. Al igual que “los dos primeros templos, el de Salomón y el de Zorobabel, fueron todavía construidos por manos de hombres”, el tercer templo se erigirá “en la confluencia de los dos mares” y será una construcción realizada por la mano divina: lo que requiere es una caballería a su servicio” (Corbin, 2003). La descripción de este tercer templo aparece reflejada en las distintas versiones de la leyenda del Grial. Algunas de estas descripciones son muy pormenorizadas. Lo que aquí quiero resaltar es que el templo se sitúa, insiste Henry Corbin, en la confluencia de los dos mares y en el centro del mundo (Corbin, 2003: 349-350). Y fue construido para ser la morada del Santo Grial, al igual que el Templo de Salomón lo fue para albergar la Shekhina.
El templo del que venimos hablando contiene la idea de una visión del mundo. Como nos recuerda Henry Corbin (2003: 374), “la palabra latina templum designaría en principio un espacio amplio, abierto por todas partes, desde el que se puede observar atentamente todo el campo del horizonte. Contemplar es eso: es “apuntar” hacia el cielo desde el templo definiendo el campo de visión. Por eso la idea contemplación lleva consigo la de consagración”. Cada uno de nosotros, desde su particular templo terrenal, es decir, desde la naturaleza cercana, puede con su mirada consagrar el espacio que recorre con su mirada. Al hacerlo contribuye la reconstrucción del templo en el que pueda de nuevo residir la Sophia gnóstica. Dicho de otra manera, “la destrucción del templo es la destrucción del campo de visión: la contemplación se derrumba por falta de espacio, por falta de horizonte más allá de este mundo. El cielo y la tierra han dejado de estar comunicados: ya no hay templo ni contemplación” (Corbin, 2003: 376).
Gracias a la Imago Templi, nos explica H. Corbin (2003: 376), “podemos sentirnos en el interior de nosotros mismos fuera de nosotros mismos”. Yo me siento de esta manera cuando, en la condición de guardián del Templo, ejerzo de contemplativo “en la confluencia de los dos mares”. Nuestro destino, como guardianes del templo, es ser ignorado por la masa de los hombres. Formamos parte de una tradición que se remonta mucho tiempo atrás. Desde el momento en el que nace en nuestro interior el deseo de unirnos a esta tradición milenaria establecemos un lazo histórico con nuestros predecesores. Nos convertimos en herederos legítimos y sucesores de los guardianes del templo, a pesar de que entre unos y otros no haya ningún tipo de continuidad histórica (Corbin, 2003: 332).
BIBLIOGRAFÍA:
Corbin, H (2003): Templo y contemplación. Ensayos sobre el Islam iranio, Madrid, Editorial Trotta.
Siraj, A (1995): L`Image de la Tingitane. L`Historiographie arabe médiévale et l`Antiquite Nord-Africaine, Roma, Collection de L`Ecole Francaise de Rome, 290.