Ceuta, domingo de Resurrección, 4 de abril de 2021.
A las 6:20 h me desperté y pensé que hoy es un día idóneo para venir a contemplar el alba. Hoy es domingo de Resurrección. Cuando me he asomado por la ventana era completamente de noche. En el cielo nocturno aún se veían algunas estrellas y brillaban con fuerza Venus y la luna en cuarto menguante.
El rocío de la noche reforzaba las fragancias de las flores que me iba encontrando en mi camino a la Cala del Amor. Aquí, sentado sobre un promontorio rocoso, escucho el canto mañanero de los gallos y el graznido de las gaviotas que, cuando dejan de hacerlo, me dejan oír otros sonidos, como el del mar o los chirridos de una primilla que sobrevuela a los lejos.
El mar está en calma. Todo lo está a mi alrededor mientras esperamos expectantes la resurrección del sol. Tanto la luna, como yo no perdemos de vista el horizonte donde en apenas siete minutos volverá el astro rey para renovar la vida en la tierra. La neblina va adquiriendo un tenue tono rosáceo prefigurando el escenario en el que se representará la mágica aurora. Una ligera brisa de poniente refresca el ambiente y sirve a las gaviotas para planear de manera grácil y elegante. Tengo delante el santuario de Sidi Bel Abbas Sabti que consagra el carácter sagrado de este lugar en el que se derrama entre las rocas la savia verde del Monte Hacho.
El sol se eleva como un globo aerostático pintado de naranja. Su redondez es perfecta, como una hostia sagrada que ofrece Dios a sus fieles creyentes, o como el Grial que con su luz apaga a las estrellas y a la luna. Todavía me permite contemplarlo con la mirada fija antes que su resplandor sea cegador. Su luz dorada se expande y difumina su hasta hace un momento nítido contorno.
El sol ha pasado en el Hades profundo hasta resucitar en este momento, como Jesús, en este mañana en la que yo también me siento renacer del vientre de la naturaleza. Me quedo absorto contemplando la lanza de Longinos que el sol que ha dejado caer sobre el mar y alcanza en este preciso instante mi corazón para atravesarlo. Esta lanzada divina me emociona y me lanza a un vuelo mágico que me permite observar la tierra desde una posición elevada y trascendente.
Desde aquí pienso que nuestro planeta es una materialización del Anima Mundi, un auténtico paraíso de vida en un cosmos infinito creado por Dios para manifestar su bondad y su belleza. Sin embargo, no conseguimos apreciar su obra hasta que la Sabiduría Divina (Sophia Aeterna) se aloja en nuestro templo interior. Es entonces cuando la fuente del agua de la vida vuelve a brotar y regenera la tierra baldía. Para que esto suceda necesitamos nada más que una cosa: cultivar una percepción sutil de la verdadera naturaleza. Si desarrollamos esta capacidad nuestra mente comienza a fluir y podemos escuchar la voz de Sofía que nos habla desde nuestro “Santa Sanctorum”.
Necesitamos renacer y así despertar nuestros sentidos sutiles para percibir la Realidad que permanece oculta para los que miran con ojos literalistas o profanos. Hay que sentir captar la energía vital que nos rodea y dejar que penetre para que a su vez nos convirtamos en centro de irradiación de fuerza renovadora de la vida. Como escribió Joseph Campbell, quien se convierte en “centro del mundo” vitaliza a su entorno. El camino al centro es la ruta hacia Ítaca: el retorno a la patria. Mircea Eliade tuvo la revelación de que “el exilio es una larga y pesada prueba iniciática destinada a purificarnos, a transformarnos. La patria lejana, inaccesible, será como un Paraíso adonde retornaremos espiritualmente, es decir, “en espíritu”, en secreto, pero realmente”. Para completar el viaje de regreso tenemos que pasar por una serie de pruebas iniciáticas que implica tanto aceptar su sentido, como investir a la vida de sentido. Hay quienes naufragan, como el desdichado Ulises, y necesitan una larga estancia en la isla de Ogigia para purificarse y transformarse antes de continuar el camino. En los “siete años” que pasó Ulises aquí, junto a la ninfa Calipso, contemplando la belleza de este lugar tuvo tiempo para reflexionar y prepararse para volver a su patria. Lo que Calipso le enseñó fue el secreto del mysterium coiunctionis, la superación de la dualidad y el misterio de la totalidad. Tal y como nos enseñaron Mircea Eliade, Joseph Campbell o Carl Gustav Jung, “la muerte y la resurrección en los mitos equivale a la ignorancia y el nacimiento a una vida de conocimiento. De esta manera la hermenéutica transformadora es también liberadora, pues supera muerte y resurrección como dos contrarios, integrándolos en la unidad de la experiencia” (introducción al “Vuelo Mágico” de Mircea Eliade). Esto fue lo que nos enseña Jesús con su Resurrección y el Sol con su renacimiento diario en las aguas renovadoras de Ceuta.
El regreso a Ítaca hay que emprenderlo atravesando el brazo de mar que queda entre los promontorios de Escila y Caribdis, que simbolizan el miedo y el deseo. El principal miedo del viajero, como vocación de escritor, es el que dirán y el principal deseo el ser reconocido. Les confesaré que mi gran temor es no haber vivido la vida y no haberme esforzado lo suficiente para llevar a cabo la misión para la que he sido traído al mundo. En cuando a mi deseo, me conformó con haber sido útil a alguna otra alma humana en su despertar y realización. Estoy alegre y satisfecho con mi vida alegre, feliz y discreta, y agradecido por todo lo que me ha dado la vida. Creo que he superado la prueba y no he sido devorado por la hidra de Escila ni me he ahogado en la corriente de Caribdis. Continuo mi camino hacia Ítaca.