Ceuta, 20 de agosto de 2017.
De improviso he sentido una indescriptible sensación de placer y fuerza al llegar al portal de mi casa. Tal es la fuerza que he experimentado que al abrir la puerta el manojo de llaves se ha deshecho entre mis dedos. Me siento vital y sano, como si una súbita energía se hubiera apoderado de mi cuerpo. Algo me empuja a escribir para plasmar por escrito mis actuales impresiones.
Una sensación de calor recorre mi cuerpo concentrándose en la parte baja del vientre y elevándose hacia la garganta. Mis sentidos están despiertos como nunca antes y anhelan nuevas percepciones. Lo mismo sucede con mi mente, que llama a la puerta de más elevados niveles de conciencia.
El placer es inmenso. Mi cuerpo y mi espíritu desean unirse a su contraparte femenina. Me adentro en el terreno de lo inconfesable e íntimos. Son palabras escritas para ser leídas por la Gran Diosa. Ella me atrae ejerciendo un magnetismo del que me es imposible huir. Estoy atrapado en su red de poder y me entrego de manera fiel y leal a su voluntad. La Gran Diosa me indica que me vista y suba hasta la cima del Monte Hacho. Me ha regalado este extra de vitalidad para acudir raudo a su encuentro.
A la mágica hora de la siete salgo de casa. Nada más salir me encuentro con dos niñas que me piden les compre una pulsera. No llevo dinero encima, pero les encargo que me preparen una pulsera con el nombre de mi pequeña Sofía. A la vuelta pasaré a recogerla.
Al asomarme a la Rocha contemplo el Monte Hacho como si fuera la primera vez que lo veo. Hoy parece que está más cerca que nunca.
Tardo apenas veinte minutos en alcanzar la cima de este mítico promontorio. No he sentido nada de cansancio ni esa pesadez en las piernas que a veces sufro al subir una empinada cuesta o al estar mucho tiempo de pie. Lo que sí he sentido es el calor pegajoso del levante. Tengo el pelo chorreando de sudor y sus gotas caen sobre mis brazos y las páginas de la libreta.
Me he sentado sobre el saliente rocoso en el que se erige el baluarte de San Amaro de la fortaleza del Hacho. En él ondea, a media asta, la bandera de España. Esta rota por el viento y también por el dolor de un país que llora por la muerte y el sufrimiento de las víctimas de los actos terroristas cometidos en Cataluña.
La bandera de España simboliza los valores de una nación forjada en el yunque del tiempo. Esta muralla y esta bandera representan la lucha de un pueblo por mantener intactas sus señas de identidad y la posesión de una tierra sagrada, mítica y mágica. Nuestros antepasados tuvieron que hacer frente a muchas vicisitudes y enfrentamientos para lograr que hoy Ceuta sea una ciudad en la que reinen los ideales democráticos y domine la libertad para pensar y expresar lo que cada uno opine y crea. Una ciudad en la que todos tenemos la oportunidad de desarrollarnos con personas y cumplir nuestros particulares objetivos vitales. Estos logros, insisto, han costado sangre, sudor y lágrimas y no podemos dejar que ser pierdan por culpa del fanatismo, el odio, la violencia, el miedo y la desconfianza entre las distintas culturas que habitamos Ceuta en el presente. Cada uno de ellas aporta los rasgos de su idiosincrasia a un cuerpo social y cultural diverso y rico, como la propia naturaleza que ahora me rodea. Esta mezcolanza civilizatoria resulta inestable y sumamente frágil. Requiere de la buena voluntad de todos las partes para que podamos disfrutar de una convivencia pacífica y gratificante.
La empatía y la misericordia son las formas de amor más elementales para alcanzar el objetivo de la comunión entre los ciudadanos de cualquier pueblo, ciudad o nación. Esta unión amorosa entre los ciudadanos es imposible de lograr cuando algunos se proclaman poseedores únicos de la verdad considerando hermanos a sus iguales y viles animales a los demás.
La bandera y los árboles cercanos, junto a las aves, unen sus voces aquí donde me encuentro para decirnos que el sol que ahora cae y se oculta tras las nubes ilumina y calienta por igual a todas las criaturas que habitan la tierra. Una fuerza, al mismo tiempo inmanente y trascendente es creada por la vida y la hace crecer. Esta energía está en el todo y en las partes, y mantiene aglutinado al mundo. Siento la fuerza a mi alrededor, y esta tarde con especial fuerza en mi interior.
Los seres humanos no somos simple materia perecedera. Además de cuerpo poseemos mente y espíritu. Una pequeña chispa de energía cósmica reside en nuestro interior y sobrevive a nuestro cuerpo. Gracias a esta fuerza y a la mente que se alimenta de ella somos seres autoconscientes y expresivos, capaces de maravillarse ante la sacralidad, la magia y la belleza de la naturaleza y el cosmos. Aquel en cuyo corazón reside esta visión del mundo no puede albergar odio y deseo de muerte para ellos mismos, sus semejantes y cualquier criatura que forme parte de la naturaleza. No existen animales impuros. La impureza está en la mente del que piensa así. Hemos venido a este mundo para amar y no para odiar. Yo amo a la bandera que se agita sobre mi cabeza. Amo a las piedras que dan forma a esta muralla. Amo a las que con denodado esfuerzo las levantaron. Amo a la ciudad que contemplo desde la lejanía. Amo el sonido de las campanas que anuncian, en este instante, las nueve de la noche. Amo a los árboles cuyas ramas son agitadas por el viento de levante. Amo el canto de las aves que despiden al sol. Amo al día que se va y a la noche que llega. Amo, en definitiva, a la fuerza vital que lo inunda todo.