La vinculación de nuestros sentidos, las experiencias y los sentimientos con el Lugar, el Trabajo y la Gente es bastante sencilla. Con nuestros SENTIDOS llegamos a conocer nuestro medio ambiente, percibiéndolo y observándolo. Nuestros SENTIMIENTOS evidentemente proceden de nuestra gente, de las más remonta infancia, a través del amor y la atención de nuestros padres, hermanos, familiares y vecinos. Y nuestras EXPERIENCIAS surgen ante todo de nuestras actividades, entre las cuales la predominante es el trabajo.
Las experiencias sentimentales relacionadas con nuestra ocupación son las que definen nuestras habilidades y las concernientes con el lugar marcan nuestro apego a la tierra en la que nacemos y vivimos. A través de nuestros sentidos, como hemos comentado, percibimos en el lugar donde discurre nuestra vida. Pero hay muchas formas de percibir el espacio geográfico. Cuando los hacemos de una forma consciente, viviendo en el presente, captamos la belleza del lugar y nos impregnamos de su esencia. Precisamente, por este motivo, Patrick Geddes fue un firme defensor de la Educación de los Sentidos que promovía María Montessori, a la que debía sumarse el desarrollo de las habilidades manuales y, por supuesto, también de las intelectuales.
En sus comentarios sobre la educación Geddes decía que todos los alumnos debían disponer de su parcela en el jardín de la escuela y su banco en el taller de artesanía. Era muy crítico con el modelo de educación que anteponía la formación de nuestros niños y niñas por las tres R, (Reading, wRiting, aRithmetic), es decir, la lectura, la escritura y la aritmética. Él era partidario de comenzar por las tres M (Madre, Mano y Mente), -pues en ese orden se desarrolla el ser humano-, y las tres H (Heart, Hand y Head), Corazón (sentimientos y emociones), Mano (aprender haciendo) y Cabeza (“libros” o aprendizaje intelectual).
Su apuesta por la educación al aire libre era clara. Así dijo: “¡Pongan a los niños a observar la naturaleza, no con lecciones rotuladas y codificadas sino con sus propios tesoros y fiestas de belleza, como son sus piedras, minerales, cristales, peces y mariposas vivas, flores silvestres, frutas y semillas! Por encima de todo, muéstrenles las plantas cultivadas y los animales bondadosamente domésticos, que domesticaron al hombre en el pasado y que ahora vuelven nuevamente hay que hacer volver para que lo civilizen y le den paz…La maravilla de las estrellas, la maravilla de la piedra, la maravilla de la vida y de la gente; he aquí la sustancia de la astronomía y la física, de la biología y las ciencias sociales. A esto se debe el lugar fundamental del estudio de la naturaleza y de nuestros levantamientos. Apreciar las puestas de sol y los amaneceres, la luna y las estrellas, las maravillas de los vientos, las nubes y la lluvia, la belleza de los bosques, la luna y los campos; he aquí los principios de las ciencias naturales”.
Promulgar el sentimiento de amor a nuestro entorno, desarrollar destrezas manuales relacionadas con la tierra (el cultivo, la jardinería, …) y conocer de primera mano el espacio geográfico en el que nuestros niños y jóvenes es el mecanismo más eficaz para garantizar su aprecio, conocimiento y disfrute estético de nuestro medioambiente y asegurar el éxito en su conservación y acrecentamiento. Patrick Geddes, como comentaba su discípulo Lewis Mumford en “Las transformaciones del hombre”, consideraba que el examen regional “es sobre todo un instrumento de educación que puede reclutar a todos los miembros de la comunidad, así como también a los niños de las escuelas”.
Nuestra escuela, la ESCUELA como así denomina Patrick Geddes a este cuadrante de “la espiral de la vida”, no puede seguir siendo una prisión para nuestros niños y jóvenes. El modelo actual retrasa, cuando no impide, que en el futuro estos niños y niñas, convertidas en personas adultas, participen de manera activa en la política, el enriquecimiento de la cultura local y el embellecimiento de nuestras ciudades. Patrick Geddes expresaba esta idea de la siguiente manera en su libro “Ciudades en Evolución”: “nuestra educación ha sido en el pasado tan libresca, tan estricta nuestra disciplina de las “tres R”(Reading, wRiting, aRithmetic), y casi tan completa nuestra persistencia entre ellas, que nueve de cada diez personas, y a veces hasta más, comprende la letra impresa mejor que las ilustraciones y las ilustraciones mejor que la realidad…Unas cuantas postales bien escogidas producirán más efecto en el espíritu de la gente que la visión directa de sus belleza monumental, los colegios e iglesias por un lado, el palacio, el castillo y el coronamiento de la ciudad por el otro”. Nuestro alejamiento del entorno no sólo impide percibe la belleza, sino también dificulta tomar conciencia de los problemas de nuestro medioambiente y el desarrollo de la visión crítica de los ciudadanos. “Puesto que nos hemos tornado casi ciegos a la belleza de estas calles y los mejores elementos de su vida y herencia, también nos ha ocurrido lo mismo en cuanto a sus aspectos lamentables; sobre todo cuando, como ocurre en determinadas ciudades culturales antiguas, estos aspectos pueden estar representados por la fosilización de la sabiduría o de la religión y no ser simplemente fenómenos de decadencia activa. Sin embargo, incluso a éstos los apreciamos más fácilmente mediante la breve crónica periodística que mediante la tumultuosa miseria que demasiado a menudo encuentran nuestros ojos”.
Esta ceguera artificial, como la define Patrick Geddes, es posible curarla apostando por una educación al aire libre. La difusión de este tipo de educación, tan presente en países escandinavos y en la Escocia natal de Geddes, debido a su inspiración y labor educativa, “comienza a librarnos de esas anteojeras hechas por muchas capas de papel impreso y que durante mucho tiempo tuvimos puestas sobre los ojos”. La enfermedad, por desgracia, está muy enraizada. Todos nosotros, como decía Geddes, “hemos sido más o menos mutilados; en las escuelas hasta se nos convirtió artificialmente en retardados por falta de esas observaciones y no se despertó nuestra inteligencia con la labor y los juegos de la naturaleza. Cada niño necesita su parcela en el jardín de la escuela y su banco en el taller; pero asimismo habría que llevarlo a excursiones cada más extensas que, asimismo, fueran cada vez más de su elección. Tenemos que darles a todos las perspectiva del arte, que comienza con el arte de ver; y luego seguiremos con lo de ver el arte, e incluso con lo de crearlo”.
Nuestras experiencias sensoriales y sentimentales son las que definen por excelencia nuestra conducta personal, así como la moral y las costumbres colectivas. La idiosincrasia de los ceutíes es la propia de las gentes del mar: individualidad fortalecida, confianza en sí mismos, hospitalidad, además de carácter aventurero y abierto. Nuestro benigno clima hace de las gentes de Ceuta personas alegres, extrovertidas y amantes de la conversación improvisada. De igual modo, nuestras ricas experiencias sensoriales nos convierten en seres sensitivos y profundamente amantes de su tierra. Nuestro aislamiento respecto al resto del territorio español, junto a la importante presencia de militares y funcionarios, explica el pensamiento conservador de una parte importante de los ceutíes. Somos un pueblo hermético a las nuevas ideas, dominado por una oligarquía local de carácter hereditario que le aterra cualquier cambio que puede desestabilizar el vigente status quo. Este aislamiento al que nos referimos es más mental que real. El mar no es percibido con un medio de contacto con otras culturas y naciones, sino como una barrera que nos separa de nuestros paisanos peninsulares. Damos la espalda al mar, como también se la damos al continente del que formamos parte.
La manera en la que interiorizamos nuestras experiencias sensoriales tiene una enorme repercusión en la conformación de nuestros símbolos representativos. En el siglo XIII, durante el periodo azafí, la bandera de Ceuta presentaba dos llaves que simbolizaban la importancia geoestratégica de la ciudad como llave del control político y militar del Estrecho de Gibraltar. Esta simbología, estrechamente unida al genius loci, desapareció de un plumazo tras la conquista portuguesa de Ceuta.