Un mito relacionado con la fuente de la eterna juventud y el axis mundi es el del Santo Grial. En la obra “El retorno de la diosa. El aspecto femenino de la personalidad” (1984), del psicólogo junguiano Edward C.Whitmont, se explica que estamos en el umbral de una nueva era: la de Acuario, “el que porta el agua y restaura el flujo de las aguas”. Su llegada supondrá la renovación de la vida y el espíritu. Según E.C. Whitmont (1984: 266), en esta nueva etapa “se recuperarán la paz, la felicidad, el amor y la sabiduría. El camino que lleva a esta nueva era es el objeto de la búsqueda del hombre. Hemos de hallarlo aumentando la búsqueda y la investigación de los secretos ocultos de la naturaleza y de la mente”. Esta búsqueda de la Suprema Sabiduría y la iluminación está asociada a la inmortalidad. Pues puede que todo se resuma en percibir el tiempo en la eternidad y la eternidad en el tiempo. Los buscadores del árbol de la vida (Gilgamesh), de la fuente de la eterna juventud (Moisés, Alejandro Magno, etc…), del Santo Grial (los Caballeros de la Mesa Redonda) comparten un mismo fin: el conocimiento del significado de la vida y la unión con la Divina Base (A.Huxley, philosophia perenne). El buscador del Santo Grial debe formular la pregunta que hace posible que las aguas fluyan de nuevo: ¿A quién o a qué sirve el grial, qué hay detrás del misterio de la herida y el dolor? Según Whitmont (1984: 302), “hemos de formular la pregunta nosotros mismos e intentar descubrir por nuestras vías individuales, mediante nuestras pruebas y experimentos, cómo y cuándo se revela a nuestro yo individual el misterio de la vocación o el destino de nuestra vida. Así, como indicó Campbell, los caballeros del rey Arturo salen juntos en busca del Grial, pero cada uno de ellos elige un camino individual e independiente en el bosque”.
La respuesta correcta a la pregunta formulada es que el grial sirve a la diosa que, a su vez, representa a “la propia vida; que hay que aceptar tal cual es, en sus tinieblas y en su luz, con sus altibajos, con los vaivenes del destino. No sólo hay que aceptarla, sino que hay que responder también a ella” (Whitmont, 1984: 302). Sin perder nuestra integridad, debemos responder a la llamada de la diosa y aceptar su juego. Todo lo que recibimos de la diosa hay que devolver “al caballero verde, al poder chamánico y dionisíaco de la muerte y la renovación” (Whitmont, 1984: 303). Los dones, el afecto y la protección de la diosa que nos brinda la diosa son intercambiadas por la sensibilidad lúdica y juvenil, la fuerza y el poder de la madurez y la astucia y sabiduría de la edad avanzada. Estos regalos de la diosa no son propiedad nuestra ni motivo de orgullo y complacencia, sino medios para el cambio, el crecimiento, la transformación y la experiencia. “Han de ofrendarse a los dioses, al poder de la vida” (Whitmont, 1984: 303).
El buscador del Grial establece una relación de amor cortés con la diosa en la que debe contener su deseo y pasar las pruebas que le impone al pretendiente. Está obligado a demostrar su fidelidad, su discreción y refinamiento. Estas pruebas también le sirven para valorar si el amor del adepto hacia ella es pasajero o leal. Tiene que ganarse su confianza antes de poder acceder a su alcoba (Whitmont, 1984: 305). Se trata de una relación sexual no dirigido a la procreación o el placer físico, sino a la transformación psíquica y del cuerpo sutil (Whitmont, 1984: 306). Lo masculino y lo femenino se unen para hacer posible el mysterium coniunctionis.
El hecho de que muchos de estos mitos tengan como escenario el Estrecho de Gibraltar, y Ceuta, son buena prueba del carácter mágico y mítico de un lugar de unión de opuestos. El héroe debe superar la dura prueba de la conjunción entre lo masculino y lo femenino en su propio interior. Para ello debe emprender la marcha para reencontrarse con la diosa. El camino está lleno de peligros y duras pruebas, entre ellas la aceptación de conflicto interno, emotivo y psicológico, -desde una posición de lealtad y fuerza-, así como la escucha atenta de la voz que nos habla desde nuestro mundo de adentro (Whitmont, 1984: 300). El buscador del Santo Grial ha de ser valeroso, leal y devolver en forma de actos y hechos los dones entregados por la diosa. El buscador, como Gawain, en un primer momento, “actúa, pero no expresa” (Whitmont, 1984: 300):
“al beber las aguas de la diosa, el ego renuncia a su pretensión personal de poder. De hecho, el ego se reconoce sólo como recipiente y canal de un destino que fluye desde una tierra profunda y misteriosa del ser, que es la fuente del terror y de la repugnancia, así como del hermoso juego de la vida. Para obtener la protección de la diosa ha de manejarse con respeto este poder que fluye de la soberanía de la vida. “La armadura de la diosa” y la cinta verde de la dama del castillo simbolizan esa protección” (Whitmont, 1984: 301).
Mientras que la diosa está en manos del rey Amargón la bondad, la verdad y la belleza no volverán a la tierra. Este dios representa el dominio del pensamiento patriarcal, tecnocrático, mecanicista y excesivamente racional, frío y calculador. Autores como Lewis Mumford nos advirtieron, con un lenguaje menos poético, sobre las consecuencias del ascenso del mito de la máquina, intrínsecamente unido al monoteísmo ya sea religioso o profano (la adoración a la máquina y a la idea del progreso). El mito de la diosa es la contraparte del mito de la máquina. Ambos mitos, en sus aspectos positivos, deben convergen en un nuevo mito: el de la vida, tal y como propone Mumford en el epílogo de su obra “El Pentágono del Poder”, titulado “el avance de la vida” (Mumford, 2011: 673-708).