Tal y como explico en uno de los capítulos de mi obra “El Espíritu de Ceuta” (Avant, 2019), hace cuatro años tuve la suerte de documentar, en una de mis excavaciones arqueológicas, una gruta sagrada en la que en el siglo XIII se practicaron ritos relacionados con la fertilidad. La pieza más destacada de este contexto arqueológico fue un extraordinario colgante de plomo con la imagen de una divinidad femenina. La explicación de la aparición de una imagen tan potente de la Gran Diosa en un contexto religioso y cultural tan marcadamente doctrinario en lo religioso, como el que se vivía en la Ceuta del siglo XIII, hay que buscarla no en la superficie de la sociedad, sino en lo más profundo de la psique humana. El arquetipo del Gran Femenino, o más específicamente, de la “Gran Madre” ha estado siempre presente en el inconsciente de los seres humanos desde fechas muy tempranas de su evolución religiosa y cultural. Cuanto más han intentado combatirlo ciertas tradiciones religiosas, con mayor fuerza ha renacido lo femenino en el seno de las clases populares.
En los periodos históricos de rigorismo religioso, el culto a la Gran Diosa se refugió en grupos mistéricos que siguieron practicando sus ritos de manera secreta y oculta. Hoy día contamos con magníficos trabajos sobre el arquetipo de la Gran Diosa que han sido escritos por psicólogos, como Sigmund Freud, Carl Gustav Jung, Erich Neumman y Anne Baring; y especialistas en mitología comparada como Joseph Campbell, Jules Cashford, Mircea Eliade o Robert Graves. Generalmente, este tipo de trabajos no son utilizados por los investigadores del campo de la arqueología y de la historia. Ambas disciplinas siguen ancladas en sistemas de interpretación de los hallazgos arqueológicos, las obras de arte o las fuentes escritas demasiados descriptivos y poco analíticos desde el punto de vista de la psique.
El complejo ritual documentado y el fuerte simbolismo del talismán asociado a la cueva artificial, así como el betilo hermafrodita, ambos descubiertos en el transcurso de la intervención arqueológica en la calle Simoa de Ceuta, no pueden entenderse si no acudimos a los estudios sobre psicología analítica y mitología comparada mencionados con anterioridad. El primero en abrir la senda del estudio del arquetipo de la “Gran Madre” fue el padre de la psicología analítica, Carl Gustav Jung. Sus pioneros trabajos en este campo fueron ampliados de manera importante por uno de sus alumnos, Erich Neumann. Fue el interés de su maestro y la disposición de la señora Fröbe-Kapteyn a prestarle el material que ha reunido sobre el arquetipo de la Gran Madre los que animaron a Neumann a redactar el libro “La Gran Madre. Una fenomenología de las creaciones femeninas de lo inconsciente”. La primera edición de este trabajo fue publicada en Suiza, allá por el año 1974, y no se ha traducido al castellano hasta fecha recientes (año 2009) por la editorial Trotta.
Ocho años después de la primera edición del trabajo de E.Neumann, el director del C.G. Jung Training Center de Nueva York, Edward C. Whitmont publicó su obra “El retorno de la diosa. El aspecto femenino de la personalidad”. En ella Whitmont centra su atención en las consecuencias actuales de la falta de integración del principio femenino en el inconsciente colectivo, a la vez que hace un repaso al peso que el arquetipo de la Gran Diosa ha tenido en los mitos y símbolos de las culturas antiguas y medievales, en especial en la leyenda del Santo Grial.
Pero, sin lugar a dudas, el libro más importante escrito hasta la fecha sobre el principio femenino es “El mito de la diosa”, cuyas autoras son la psicoanalista junguiana, Anne Baring; y la experta en mitología, Jules Cashford, autora también de la magnígica obra “La luna. Símbolo de transformación” (Atalanta, 2018). En esta obra podemos encontrar una rigurosa explicación de la evolución del arquetipo femenino desde la prehistoria hasta su ocultación parcial en época medieval.
Desde el prisma de la mitología comparada, el libro de referencia es “Diosas”, del conocido mitólogo norteamericano Joseph Campbell.
Un libro de reciente publicación de gran interés es “De la diosa a María. Una aproximación desde la teoría de los arquetipos”. La obra de Joaquín Campos Herrero es una magnífica introducción al arquetipo de la diosa. Este arquetipo, como indicó Carl Jung, y confirmó en su estudio E. Neumann, “hace acto de presencia de forma idéntica y análoga en todos los pueblos y épocas y pueden también emerger espontáneamente sin que la conciencia tenga en absoluto conocimiento de ello” (Neumann, 2009: 28). En la misma línea, Jung decía que “los símbolos no pueden conscientemente crearse o destruirse, sino que son productos espontáneos del inconsciente colectivo” (Baring y Cashford, 2005: 555). Esto explicaría que una idea tan enraizada en el inconsciente pudiera emerger en la Ceuta de la segunda mitad del siglo XIII. Como afirman Baring y Cashford (2005: 382), “las imágenes míticas perduran durante milenios”. Tanto Nietzsche, como Freud descubrieron que “los dioses y las diosas nunca mueren realmente, sólo van bajo tierra. La mitología, como la cabeza cortada de Orfeo, va cantando incluso en la muerte y en la distancia” (Downing, 2010: 30).
Durante buena parte de la historia de la humanidad la naturaleza fue considerada sagrada. Este sentimiento ha quedado fijado en el inconsciente colectivo de la humanidad y, por este motivo, no es extraño que reaparezca con fuerza en determinados momentos históricos, sobre todo en aquellos caracterizados por la escasez de recursos naturales (hambrunas, sequias, plagas, etc…) y en circunstancias, como las actuales, en las que el propio ser humano está provocando un cambio global en el planeta.
No debemos caer en el error de pensar que el arquetipo de lo femenino es exclusivo de las mujeres. Tanto en el hombre, como en la mujer está presente, aunque con desigual importancia en la realidad consciente. Lo femenino en el hombre fue denominado por Carl Jung con el apelativo de anima, mientras que lo masculino en la mujer es lo que llamó el animus. Para lograr una correcta salud psíquica y progresar en la evolución espiritual personal ambos principios, el anima y el animus, deben estar armonizados y en perfecta conjunción. Este ha sido el objetivo perseguido por algunos de las corrientes de pensamiento más fructíferas que ha dado la humanidad como la obra alquímica. La propia aspiración de lograr esta conjunción ha tenido también su reflejo en la simbología y en sus representaciones materiales.
En general, el principio de lo femenino tiene un doble carácter: uno elemental, que en forma de “Gran Círculo” o gran continente, muestra “la tendencia a retener a su lado lo originado en él y abrazarlo como una substancia eterna” (Neumann, 2009: 40). Y un carácter transformador que es “la expresión de una diferente constelación psíquica básica” (Neumann, 2009: 43). Relacionado con el referido “Gran Círculo” esta la idea de “la unidad de la vida dentro del cambio de las estaciones y de la transformación de los seres vivos en su seno” (Neumann, 2009: 44). El “Gran Círculo” no es tan sólo un símbolo de totalidad, sino que también “reabsorbe a todo lo nacido en él en su seno originario y mortífero” (Neumann, 2009: 40). Vida y muerte están, por tanto, unido gracias a este “Gran Círculo” que representa al principio femenino. Introducirse en el seno de la Gran Madre, como hicieron las mujeres que bajaron a la cueva artificial que documenté hace unos años en Ceuta, era beneficiarse del poder transformador y fecundante de la tierra.
El carácter transformador de la “Gran Diosa” no se limita al aspecto fecundante, sino que también afecta al campo de acción y la creación. Tal y como subraya Joseph Campbell (2015, 86) la Gran Diosa no es sólo una divinidad de la fertilidad. “Ella es la musa, la inspiradora de la poesía, la inspiradora del espíritu. De modo que tiene tres funciones: una, darnos la vida; dos recibirnos en la muerte; y tres, nuestra realización espiritual, poética”. En otro pasaje del libro que Campbell dedica a las Diosas, el autor profundiza en esta dimensión espiritual de las divinidades femeninas. Para el célebre mitólogo estadounidense:
“La Diosa nos da a luz físicamente, pero es también la madre de nuestro segundo nacimiento: nuestro nacimiento como entidades espirituales. Es éste el significado esencial del motivo del nacimiento virginal: nuestros cuerpos nacen de manera natural, pero en cierto momento se despierta en nosotros la naturaleza espiritual, que es la naturaleza humana superior, no la que simplemente obedece al mundo de los impulsos animales, del instinto erótico y de poder y del instinto de cumplir los deseos. En lugar de eso, se despierta en nosotros el propósito espiritual, la vida espiritual: una vida esencialmente humana, mística, que ha de ser vivida por encima de las necesidades de alimento, sexuales, económicas, políticas y sociológicas. En esta esfera de la dimensión mistérica, la mujer representa el agente del despertar, es ella la que nos alumbra en este sentido” (Campbell, 2015: 46).
BIBLIOGRAFÍA:
BARING. A. y CASHFORD, J. (2005): El mito de la diosa. Evolución de una imagen, Madrid, Ediciones Siruela.
CAMPBELL, J. (2015): Diosas. Misterios de lo divino femenino, Girona, Atalanta.
CAMPOS HERRERO, J. (2015): De la Diosa a María. Una aproximación desde la teoría de los arquetipos, Barcelona, Publicacions de L´Abadia de Montserrat.
CASHFORD, J. (2018): La luna. Símbolo de transformación, Girona, Atalanta.
DOWNING, C. (2010): La diosa. Imágenes mitológicas de la femenino, Barcelona, Kairós.
JUNG, C.G. (2017): Arquetipos e inconsciente colectivo, Barcelona, Paidós.
NEUMANN, E. (2009): La Gran Madre. Una fenomenología de las creaciones femeninas de lo inconsciente, Madrid, Editorial Trotta.
PÉREZ RIVERA, J.M (2019): El Espíritu de Ceuta, Barcelona, Editorial Avant.
WHITMONT, E.C. (1998): El retorno de la diosa. El aspecto femenino de la personalidad, Barcelona, Paidós Junguiana 4.