PRESENTACIÓN
«Por lo general, no recordamos que, al fin y al cabo, siempre es la primera persona la que habla. No hablaría tanto de mi mismo si hubiera otra persona a quien conociera tan bien. Por desgracia, estoy limitado a este asunto por la pobreza de mi experiencia. Además, por mi parte, exijo de todo escritor, antes o después, un relato sencillo y sincero de su propia vida, y no sólo lo que ha oído de las vidas de otros hombres; un relato como el que enviaría a sus parientes desde una tierra lejana, porque si ha vivido sinceramente, tiene que haber sido en una tierra lejana para mí«
H.D. Thoreau
El libro que tienen entre sus manos o en la pantalla del ordenador es una obra de carácter iniciático que narra las experiencias, los sentimientos y los recuerdos de quien les escribe a lo largo de un viaje, de tan solo un día, -entre Oriente y Occidente-, a lo largo de la pequeña península de Ceuta. El motivo que me impulso a llevar a cabo este proyecto literario es completar una idea que rondó por la cabeza del poeta Walt Whitman, pero que él no pudo realizar por el mal estado de salud que padeció en los últimos años de su vida. Tengo que decir, antes de seguir, que si no hubiera sido por la influencia de Whitman posiblemente éste, y el resto mis libros, nunca habrían sido escritos.
Fue en el verano del año 2013 cuando encontré, en una librería de Granada, una edición española de la obra “Perspectivas democráticas y otros escritos” de Walt Whitman. Unos meses antes, había dedicado muchas semanas a traducir por mi cuenta, y con un resultado poco satisfactorio, esta misma obra poco conocida del inmortal y cósmico poeta americano. Así que no dude ni un segundo en comprarla y empezar a leer en cuanto llegué a casa.
Como reza en el título del mencionado libro de Walt Whitman “Perspectivas democráticas y otros escritos”, la obra tiene como tema central las perspectivas de Whitman y contiene un apartado secundario denominado “otros escritos”. Este “otros escritos” corresponde realmente a una recopilación que hizo el propio Whitman de las anotaciones en sus cuadernillos, tomadas en dos momentos de su vida: sus visitas a los enfermos y heridos durante la Guerra de Secesión, por un lado; y los años posteriores al ataque de parálisis que sufrió en el 1876. En una de sus últimas anotaciones, que Whitman titula “confesiones últimas”, comentaba que el plan que barajaba al escribir la referida segunda parte de sus anotaciones “era originariamente conseguir datos y elementos para uno poema sobre la naturaleza que llevase en sí las experiencias personas de unas cuantas horas, desde mediodía hasta el final de la jornada”.
Durante los últimos tres años he seguido los pasos de Walt Whitman y Henry David Thoreau para recorrer muchos caminos a lo largo y ancho de Ceuta. El resultado más tangible de estas experiencias sensitivas y emotivas son los cincos cuadernos que he rellenado con mis escritos íntimos y personales. El motivo que me ha impulsado a hacerlo ha sido dejar testimonio de lo que soy y de lo que podría llegar a ser, así como absorber el espíritu de Ceuta. Puede que también todos estos paseos por la naturaleza ceutí y todas las páginas escritas no hayan sido otra cosa que el entrenamiento que necesitaba para escribir esta obra que he titulado “El Día de mi Vida”.
El objetivo que persigo con la escritura de este libro es mostrar la estrecha relación que existe entre el macrocosmos y el microcosmos tanto en la dimensión temporal como espacial. Esta idea la concreté en un breve texto que publiqué en mi blog a comienzos de la primavera del año 2014. Decía así: “nuestra vida, con su primavera, verano, otoño e invierno, no es otra cosa que un año ampliado a varias décadas. En orden inverso, lo mismo sucede con nuestros días: son con un año reducido a varias horas”. Quiero, por tanto, demostrar que un día completo de vida plena y consciente puede equivaler a toda una existencia prolongada. De igual modo, es mi objetivo ilustrar que un recorrido por tu ciudad, desde el lugar donde el nace el sol hasta el punto en el que se oculta, es una distancia apropiada para hacer balance de tu vida y planificar las etapas que aún te quedan por cubrir en tu existencia. Estoy convencido de la utilidad de este ejercicio, -que combina contemplación consciente e introspección profunda-, para lograr una vida plena y rica.
Este ejercicio que yo he realizado, y que te propongo que hagas allí donde vivas, tiene un carácter eminentemente íntimo y personal. Nadie puede hacerlo por ti ni debes temer que alguien pueda copiarlo. Se trata de una actividad en la que debes girar, -como si fueras una espiral-, entrando y saliendo sin parar de tu mundo de adentro y tu mundo de afuera. Te recomiendo que este viaje por tu tierra y por tu vida lo hagas solo. Ya tendrás oportunidad a posteriori de compartirlo con tus familiares y amigos, incluso de repetir la experiencia con ellos. Seguro esa sería otro proyecto muy interesante para el futuro.
Este libro, como ya habrás captado, está dirigido a todas aquellas personas a las que les interesa fortalecer su vida interior y desean conocer quién es y para qué están aquí. Vivir en plena consciencia, con todos los sentidos interiores y exteriores activos, es el mejor regalo que te puede hacer la vida.
La preparación de este día, el día de mi vida, me llevó algún tiempo. Tenía claro cuál iba a ser el punto inicio y el del fin del recorrido, pero desconocía cuáles serían los puntos que recorrería ni cuánto tiempo estaría en cada de los sitios a visitar. Mi propósito era seguir la trayectoria del sol por el territorio ceutí. Esta era la idea original de Whitman y quise mantener la esencia de su proyecto. A diferencia de los tiempos de Whitman, ahora contamos con potentes aplicaciones informáticas que nos facilitan mucho la preparación de una iniciativa de esta índole. Busqué en internet y di con una página (http://www.sunearthtools.com/), dirigida a los consumidores y productores de energía solar, que te suministra un completo informe sobre la posición del sol en cada momento para la fecha y el lugar que tú indiques. Yo elegí como punto de referencia el solar de la calle Galea en la que hace un año realicé una excavación arqueológica. En el transcurso de esta intervención documenté una estructura excavada en la roca en la que realizaron en la edad media ritos relacionados con la fecundidad. Tal y como averigüé durante mis estudios de este yacimiento, la cámara en la que se realizaron estaba situada en un vórtice solar muy preciso, además de estar orientada hacia la línea de salida y ocultación del sol en el solsticio de verano.
Al introducir los datos en la mencionada aplicación informática me quedé realmente sorprendido. La curva que marcaba la trayectoria del sol rodeaba de manera perfecta todo el borde marino de la bahía sur de Ceuta para pasar, a media tarde, por la línea que une a la península de Ceuta con la zona continental hasta desembocar en la bahía norte. Pero todavía había más sorpresa en este recorrido que me marcaba el propio sol. Me quedé boquiabierto al comprobar que la mayoría de los puntos que el sol me decía que debía visitar eran los que yo más había frecuentado en los últimos años.
A la hora del amanecer, a las 7:14, tenía que estar en la Sirena de Punta Almina. Desde aquí describiría el alba y las últimas estrellas. Luego bajaría a la Playa del Desnarigado. A las 11:00 debía estar en el morabito de Sidi bel Abbas. A las 13:00 me daría un baño en la playa del Sarchal antes de llegar al mirador del Pintor, a las 14:26 h, para ser testigo del mediodía solar.
Ya por la tarde, a las 16:00, pasearía por las Murallas Reales y desde allí me dirigiría a los jardines de la República Argentina donde descansaría un rato antes de llegar a la playa de Benitez. Desde este lugar iniciaría mi camino hasta llegar a Benzú, donde, a las 21:39, acompañaría al sol hasta su entrada en el reino de Hades.
En total el recorrido me llevaría catorce horas y cuarto. Por tanto, a cada una de las cuatro estaciones del día y de mi vida le dedicaría, aproximadamente, tres horas y media. En el siguiente cuadro resumo la duración y los puntos de referencia para cada una de las etapas del viaje y periodo de edad al que corresponde cada una de las estaciones. Lógicamente, en mi caso no he cubierto todas estas estaciones. Aún estoy al comienzo de mi otoño. No obstante, aproveché este periodo de tiempo que está por escribir para reflexionar sobre mi pasado y mi presente, así como para planificar mi futuro.
El cuándo iba a llevar a cabo mi proyecto era un aspecto muy importante. Lo deseable hubiera sido hacerlo el mismo día del solsticio de verano, ya que es un día muy especial, además de ser el día más largo del año. Pero ya sabemos que uno no hace siempre las cosas cuando quiere, sino cuando puede. Y este ha sido mi caso, -por fortuna-, como un poco más adelante explicaré.
El día 7 del presente mes de julio de 2016, llevé a Silvia y a los niños a Armilla (Granada) para que pasaran allí las vacaciones de verano. Yo, el domingo 10, regresé a Ceuta. Tenía que presentar una serie de documentaciones y limpiar los materiales de la última excavación arqueológica. Tenía decidido que era el momento de realizar mi proyecto y que no debía esperar mucho. Era necesario hacerlo antes de que avanzara más el verano y los días fueran acortándose.
Consulté las previsiones meteorológicas y observé que para la semana que comprendía los días 11 al 17 de julio el único día adecuado para hacer mi viaje el martes día 12. El rango de temperatura era el más conveniente y, lo que era más importante, este día estaba previsto que soplara fuerte viento de poniente y el cielo iba a estar completamente despejado de nubes. En los días de poniente la luz es imponente y es posible ver con nitidez los paisajes del Estrecho de Gibraltar, al norte; y los de la fachada mediterránea entre Ceuta y Cabo Negro.
Las previsiones meteorológicas para los siguientes días no eran buenas. Al día siguiente, miércoles día 13, el viento iba a rolar a levante y así estaba previsto que estuviera toda la semana, como se está cumpliendo. De hecho el miércoles el día amaneció bien, pero se fue nublado a lo largo de la mañana y de la tarde. Pensé para mí: “¡Qué suerte he tenido!”. Lo que no podía imaginar era lo que iba a descubrir a los pocos minutos. Leyendo una entrada en Facebook me enteré que el día en el que llevé a cabo mi proyecto se conmemoraba el 199 aniversario del nacimiento de Henry David Thoreau. No contaba con este dato decidí que el día 12 de julio sería la fecha para realizar mi ansiada idea de pasar un día completo, desde el amanecer hasta el atardecer, recorriendo Ceuta con mi máquina de fotos y mi libreta. Se puede decir que no fui yo, sino la propia naturaleza la que eligió el día, ya que de ella depende la misteriosa combinación de los fenómenos climáticos. Quiso la naturaleza que fue este, y no otro día el idóneo para esta iniciativa, y, además, se preocupó de que todo saliera y esté saliendo a la perfección.
Con mucha frecuencia pienso en el gran misterio que es la escritura, y en general toda obra artística. Primero te llega una idea, que no sabes si procede de un interior o del mismo cosmos, para que diseñes tu proyecto. Es como una semilla que tú cuidas, riegas y abonas en tu jardín interior. Poco a poco vas viendo como esta semilla comienza a germinar y a emerger desde tu suelo más fecundo, alimentándose de los nutrientes dejados por tus experiencias, recuerdos y pensamientos. Va creciendo y creciendo hasta que alcanza su máximo tamaño. Entonces surgen sus colores, en forma de flores, y empiezas a escribir animado por su belleza. Vives momentos de gran emoción que sobrecogen tu corazón y llenan tus ojos de lágrimas de gozo. En estos instantes sabes que lo que estás escribiendo está destinado a perdurar en el tiempo y que quien escribe no eres tanto tú, como tu alma. Luego llega el momento de ver salir los frutos de tu creación en forma de palabras que se disponen de manera armoniosa sobre las hojas de tu libro, como los hacen los frutos naturales en las ramas de los árboles.
Cuando ves delante de ti el árbol de la vida que tú has creado te maravillas, pues ni tu imaginación fue capaz de dibujar tanta belleza. Ahí quedan, a tu vista y a la de todos, los frutos de tu creación. Algunos, como si fueran pájaros picotean estos frutos y se quedan en sus labios el sabor de tu palabras, pero la mayoría pasan de largo. No les interesa el alimento que tú les ofrece. Sus almas están desnutridas y no tienen fuerza para dirigir la mirada de sus poseedores hacia la bondad, la verdad y la belleza. Son el cuerpo y el ego los que domina su voluntad. Pero, por fortuna, también pasan junto a tus creaciones almas hambrientas que se sientan bajo tu árbol para descansar y nutrirse con tus sentimientos y pensamientos. Como escribió en cierta ocasión Whitman, “el público del escritor que retrata la vida espiritual o interior es limitado, y a menudo reacio, pero le dura para siempre”. A estos pocos que me siguen, y a los que se sumen en el futuro, les dedico este libro.
Como dije con anterioridad, este experimento que realicé el día 12 de julio de 2016, que quedara en mi recuerdo como “El Día de mi Vida”, lo puede realizar cualquiera en su tierra natal o de adopción. Lo importante es lo que lo hagas con la mayor receptividad y sensibilidad posible. Yo veo mucho tiempo siguiendo el consejo de Patrick Geddes, Lewis Mumford, Henry D. Thoreau, Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman de intentar captar e interiorizar el genius loci o espíritu de mi ciudad: Ceuta. Todos estos autores me han animado a acometer esta misión, aunque cada uno de ellos lo expresara a su manera. Elijo, para reproducirla, las palabras de Whitman porque son las que, cada vez que las leo, más me emocionan:
“El espíritu y la forma son una sola cosa, y depende mucho más de asociación, de identidad y de lugar, de lo que habitualmente se piensa. Sutilmente entretejido con la materialidad y la personalidad de una tierra, de una raza, -sea la que sea-, siempre hay algo, aunque yo casi no sé lo que es, y la historia se limita a describir sus resultados, que es lo mismo que la inadivinable expresión de algunos rostros humanos. También la naturaleza, en sus impasibles formas está lleno de esto, pero para la mayor parte lo que ahí es un secreto. Y este algo está arraigado en las raíces invisibles, en los más profundos significados de ese lugar, raza o nacionalidad; y absorberlo y efundirlo de nuevo, exhalando palabras y productos de su propio medio, y llevándolo a las más altas regiones, he aquí la obra, o la mayor parte de la obra, del verdadero escritor de cualquier país que sea, poeta, historiador, conferenciante, y, quizás, incluso sacerdote o filósofo. Aquí, y solamente aquí, están los cimientos de nuestro verso, drama, etc., realmente valioso permanente”. Walt Whitman, “Perspectivas democráticas y otros escritos” (edición Capitán Swing, 2013, pág. 114).
PRIMAVERA
Las 5:50 h. Suena el despertador y me levanto enseguida. Hoy es el “Día de mi Vida”. Me tomo un Cola Cao y preparo unos sándwiches para el largo día que me espera. A las 6:15 h salgo de la casa. La noche aún domina el cielo. A esta hora no hay nadie en la calle, excepto dos vecinos musulmanes que con sus chilabas blancas acuden a la llamada del muecín.
Al asomar a los acantilados del Recinto Sur observo que una densa niebla cubre toda la ciudad. Es tan espesa y fina que noto su humedad. Apenas veo unos metros delante de mí. Me sumerjo con valentía en la niebla y avanzo decidido y a buen ritmo hacia el Monte Hacho. En cuanto asciendo unos metros dejo la niebla abajo.
Mientras avanzo entre tinieblas pienso que estoy a las puertas de un camino que va a ser el que recorreré el resto de mi existencia. Me está costando dar el paso definitivo y traspasar el umbral de mi destino. Después de mi segundo nacimiento no puedo dar un paso atrás. Mis sentidos interiores demandan una nueva luz, una música distinta, un tacto dulce, un olfato más exquisito y un paladar más refinado, capaz de apreciar la ambrosía celestial.
El nuevo camino que se abre ante mí es Terra Incognita. No hay mapa con el que orientarme en esta espesa niebla ni amigos en los que apoyarme. Este camino tan mágico como misterioso lo tengo que transitar en soledad. Nadie puede acompañarme en un viaje que discurre por mi mundo de adentro. Lo único que puedo hacer es tomar buena nota de las distintas etapas del camino, -de mi primavera, mi verano y el comienzo de mi otoño-, así como anticipar mi futuro invierno. Voy a compartir con todos vosotros todo lo que vea y todo lo que piense a lo largo del camino por el “Día de mi Vida”.
Para entender la actual configuración de mi mundo de adentro y localizar el punto exacto en el que me encuentro en el camino de la vida tengo que recordar todos los pasos que me han conducido hasta aquí. El tiempo ha borrado muchos recuerdos de mi memoria y voy a tener que realizar un minucioso trabajo de reconstrucción histórica a partir de los restos que han quedado en el subsuelo de mi memoria y de la información que me puedan aportar diversos documentos y testimonios de mis familiares. Se trata de una labor de arqueología del alma para la que creo que estoy suficientemente formado y con la necesaria experiencia.
… Vuelvo al mundo de afuera y noto que no corre nada de viento. El aire caliente se ha adherido a la superficie del Hacho y siento su calor. El único alivio que experimento es el frío que aprecio al pasar junto a unos pinos y eucaliptos que han combinado sus aromas para perfumar la madrugada. A pocos metros escucho atento el incesante chirrido de los grillos.
El día empieza a clarear por detrás del faro de Ceuta. Desde el mirador que se encuentra a sus pies contemplo las nubes que, como una algodonosa costra, cubren las aguas de Ceuta. Y sigo mi camino. Mi destino es la Sirena de Punta Almina. Llego allí a las 7:05 h. Sobre mí sobrevuelan mis queridos vencejos que me reciben con sus agudas voces. En apenas diez minutos el sol asomará por oriente. Lo veo salir lentamente con su rostro enrojecido, deformado y resquebrajado por efecto de las nubes. Según asciende el sol recupera su forma redondeada y habitual color dorado.
Al ver la deformada silueta del sol recuerdo que mi madre me contó que los médicos tuvieron que servirse de unos fórceps adheridos a mi cráneo para sacarme de su vientre. Esto provocó que mi cabeza también se deformara, adoptando una imagen muy similar a la que acaba de adoptar el sol. Por suerte, al igual que el astro rey, no tardé mucho tiempo en recuperar mi aspecto normal.
Yo nací el 26 de septiembre de 1969 en Ceuta. Mi padre se llama Diego y mi madre María Teresa. No fui un hijo buscado, sino encontrado de improviso. Mi madre se quedó embarazada de mí cuando todavía no había terminado el tiempo de cuarentena. Esto explica que mi hermano mayor Diego y yo nos llevemos menos de un año y que, durante un mes, tengamos la misma edad.
Ahora que soy padre puedo entender el cambio personal que debieron experimentar mis padres a verse recién casados con un niño de once meses y un bebé entre los brazos. Los días debían ser frenéticos y las noches de pesadilla.
El primer hogar familiar se encontraba a pocos metros de mi casa actual. Vivíamos en el edificio del Molino más cercano al mar. El recuerdo más antiguo que he recuperado en la excavación arqueológica en mi memoria corresponde a una borrosa imagen de una habitación luminosa pintada de celeste y de un parque infantil en el que dos niños muy pequeños, yo y mi hermano Diego, juegan con dos grandes camiones metálicos y una mano que nos acariciaba: la de mi padre. También recuerdo un balancín que era un caballo blanco.
De la casa del Molino recuerdo el sobresalto que le dimos a mi padre con una escopeta de corchos mientras se bañaba y el susto que nos llevamos todos cuando mi abuela Rubia, -la madre de mi madre-, olvidó que había dejado una sartén llena de aceite sobre el hornillo encendido. Como era previsible que ocurriera, el aceite prendió y a punto estuvo de salir ardiendo la casa.
Dejo para un poco más tarde el relato de mis primeros recuerdos. Ahora sigo hacia mi siguiente punto de destino que es la playa del Desnarigado. Mientras camino me quedo admirado contemplando las montañas blancas que han brotado del mar. El sol las hace brillar y parecen pulidas por las mismas manos de dios.
Esta mañana la cala del Desnarigado tiene un aire fantasmagórico. Desde la cota del castillo el taró no deja ver el mar. Aprovechando la niebla los animales se mueven más confiados. Al bajar las escaleras de madera que conducen a la playa veo pasar, a gran velocidad, de derecha a izquierda y a los pocos segundos de izquierda a derecha, a dos pequeños conejos que se esconden de un cernícalo que vuela dando círculos alrededor de este lugar.
En la desierta playa, un grupo de cuervos se alimentan de los restos de comida que la gente ha dejado en la orilla. Mi presencia les espanta.
Me doy mi primer baño. El mar está tan en calma que puedo ver a los peces pegar pequeños brincos. Se acercan a mí con la confianza de quien sabe que nada puede tener de un buen amigo.
Lentamente el sol va devolviendo sus colores a los farallones de esta pequeña bahía. Al mismo tiempo que disuelve la calima, mi memoria también se despeja y recuerdo como, siendo aún pequeños mi hermano y yo, nos trasladamos toda la familia a nuestra nueva casa en la calle Real. Pasamos de un piso pequeño a una casa grande con ascensor; y de una pequeña cuna a una cama enorme. En una de las primeras noches que dormí en mi nueva casa me caí mientras dormía entre la pared y la cama. Sentí como si alguien me hubiera golpeado en la barriga y arrastrado debajo de la cama, y cómo esta misma persona me devolvió al catre. Supongo que quien me volvió a poner sobre la cama tuvo que ser mi padre. El miedo que sentí fue tan intenso que este accidente quedó grabado a perpetuidad en mi memoria. Aún puedo recordar el frío del miedo que recorrió mi pequeño cuerpo.
Mi madre nos llevaba por la mañana a un jardín de infancia que se encontraba cerca de nuestra casa, en la calle Agustina de Aragón. Mis mejores recuerdos de la guardería tienen que ver con el cariñoso portero del inmueble. Por lo demás, no me gustaba que me obligaran a dormir un rato en un cuarto oscuro, como tampoco me hacía gracia que mi madre nos obligara a ponernos leotardos y gorros de lana. No recuerdo que hiciera mucho frío por entonces, pero sí que llovía bastante y eran frecuentes las tormentas y el fuerte viento.
Poco tiempo después de estar en la nueva casa nació mi hermana Mari Tere. No he olvidado el día que mi madre volvió del hospital con mi hermana. Diego y yo no nos despegábamos de la cuna. Era una niña preciosa y ahora es una mujer bella y cariñosa que ha formado su propia familia con su marido Eduardo y su precioso hijo Hugo. Nos hizo mucha ilusión tener una hermanita, a pesar de que nosotros pasamos, por un tiempo, a un segundo plano por razones obvias. Ahora había un bebé que cuidar.
…Seco mi cuerpo y las lágrimas por ciertos recuerdos, como el de mis desaparecidos abuelos, y sigo el itinerario previsto. Son las 9:08 h. Me encuentro junto a una pequeña ensenada ubicada a los pies de lo que en Ceuta conocemos como el Salto del Tambor. Toda la zona se encuentra muy sucia, llena de basura, botellas y plásticos y latas. Pero prefiero concentrarme en la belleza de este lugar. La tonalidad predominante a esta hora es el celeste. El cielo y el mar presentan el mismo tono, tan solo distorsionado por el beis de la gneiss del Hacho, por el blanco de las gaviotas y el verde los limoniums, las chumberas y los palmitos.
Escucho, aunque no logro localizarlo, el desesperado piar de unas crías de gaviotas. Ahora entiendo el nerviosismo y mal humor de las gaviotas que enfadadas han volado sobre mí. No debe hacerles mucha gracia mi presencia. Algún día estas gaviotas tendrán que empezar a aprender a volar solas. Yo lo hice con seis años para ingresar en el colegio de San Agustín. No tengo un buen recuerdo de los primeros días en la escuela. Nunca he tenido madera de líder y había muchos niños con esta pretensión en mi clase. Tuve la suerte de dar con un profesor muy cariñoso, Nicolás, que me trató con sumo tacto y bondad. Nicolás fue el encargado de enseñarme a leer con las cartillas Palau y los cuadernos Rubio.
Entre en el colegio en el año 1975. La clasificación global en el primer curso fue “Bien”. Para el segundo curso cambié de profesor que pasó a ser Don Alfonso Muñiz. Mantuve la misma media, aunque ya se notaba que mi fuerte no era la expresión plástica. Se ve que en el reparto familiar de talentos toda la capacidad de pintar y dibujar recayó en mi hermano pequeño Jesús. La llegada de Jesús fue otra gran alegría para la familia. Era un niño muy guapo, simpático e inteligente, cualidades que aún mantiene y ha ido acrecentando con el paso de los años.
Mis clasificaciones en los ocho años de la E.G.B fueron muy mediocres, con un predominio del “suficiente”. Con una base tan débil era previsible que mi tambaleante trayectoria académica terminara por derrumbarse. Esto sucedió al finalizar primero de bachillerato. No fui capaz de aprobar en septiembre el suficiente número de asignaturas y me obligaron a repetir curso. Me dijeron que era lo mejor para mí. Necesitaba construir unos sólidos cimientos si quería seguir avanzando en mis estudios y, la verdad, es que acertaron los profesores en la decisión. Fue una circunstancia muy dura de asumir. Dejaba atrás, o más bien adelante, a los que habían sido mis compañeros del colegio durante muchos años y tenía que integrarme en un nuevo grupo.
En mis relaciones sociales era también un niño muy normal. Nunca destaqué ni por lo bueno ni por lo malo. Siempre procuré llevarme bien con mis compañeros de clase. No he sentido nunca el rechazo de mis compañeros ni llamé la atención como líder.
Por fortuna mi integración en la nueva clase fue buena y mis notas empezaron a mejorar de una manera notable. Por aquel entonces empecé a interesarme por la arqueología. Un compañero de las clases particulares de Don Cristóbal me comentó que él y un grupo de amigos se dedicaban los fines de semana a desenterrar llaves antiguas y otros objetos en los descampados de la Gran Vía. Aquello despertó mi curiosidad y ese mismo fin de semana quedé con mi amigo Gustavo en que le acompañaría para buscar piezas arqueológicas. Me lo pasé tan bien que todos los días, cuando salía de clase al mediodía, me acercaba hasta nuestra “mina” para extraer objetos antiguos de la tierra. No eran grandes piezas, pero era evidente que debían tener mucha antigüedad. Un día encontré una moneda. La emoción fue indescriptible. Me puse a investigar por mi cuenta y descubrí que la moneda que había encontrado era un ceitil de época portuguesa.
Mi temprana vocación por la arqueología hizo que mejorara mi motivación por los estudios. Quería ser arqueólogo y esto suponía ir a la Universidad, para lo que necesitaba culminar con buena nota mis estudios de bachillerato. Y así lo hice. No volví a tener problemas con las notas y en mis calificaciones empezaron a verse notables. Con todo ello mejoró mi autoestima y emergieron mis inquietudes intelectuales. Nació en mí un mayor sentido de la responsabilidad y del amor propio.
Terminé mis estudios de bachillerato en el Colegio de San Agustín y cursé los estudios de C.O.U en el Instituto Abyla. No pasé grandes apuros para aprobar el curso en junio, destacando mis notas en Historia del Arte e Historia Contemporánea. Las semanas de exámenes finales fueron de muchas noches sin dormir y de muchos nervios. Nada comparable con la tensión de los exámenes de selectividad que superé sin problemas.
El verano de año 1988 fue uno de los mejores de mi vida. Lo pasé junto a mis padres y hermanos en el piso que tenemos la familia en la Urbanización “El Albero”, en Mijas Costas. Ya tenía edad para salir por las noches a ligar en los pubs y discotecas de Fuengirola. Sin duda fue un verano estupendo. Aprovechando que estábamos en Málaga fuimos toda la familia a Granada, en pleno mes de agosto, a buscarme alojamiento para comenzar mis estudios universitarios. Pasamos un calor horrible los dos días que estuvimos en Granada. Al final encontramos una habitación de alquiler en la casa de una señora mayor que vivía en la calle Gonzalo Gallas, paralela al Camino de Ronda y justo enfrente del Campus Universitario de Ciencias. Aunque la Facultad de Filosofía y Letras estaba en el Campus de Cartuja tenía al lado de casa una parada de autobús desde la que salía la línea U.
Y llegó septiembre. A los pocos días de cumplir diecinueve años viajé, junto a mi madre, a Granada. Después de pasar un par de días juntos acompañé a mi madre a la estación de autobuses y me despedí de ella. El camino de vuelta a mi casa tuvo para mí un sentido iniciático. Ya nada sería igual. En otras ocasiones había viajado solo y permanecido algunas semanas fuera de mi casa, pero esto era distinto. Iba a estar varios meses sin ver a mis padres y hermanos. Me sentí solo, triste, y con miedo. Para lo bueno y lo malo estaba solo. Terminaba así mi infancia, mi primavera, y comenzaba una nueva etapa de mi vida: la madurez, el verano. Yo también inicio en instante una nueva etapa de mi camino por las costas de Ceuta.
Ascendiendo por una empinada cuesta he llegado hasta el camino de Ronda. Nada más tomar esta senda el viento de poniente ha hecho acto de presencia con fuerza. Con el viento de cara me dirijo al morabito de Sidi bel Abbas. Junto al mihrab un grupo de gatos toman alegres el sol. Todos han huido ante mi presencia, menos uno que desafiante me mantiene la mirada. Se deja fotografiar y corre al encuentro de sus amigos gatunos. Yo, por mi parte, desciendo por unas escaleras excavadas en la roca que llevan hasta la costa.
El camino es pedregoso y tengo que descalzarme para atravesar la puerta natural que da acceso a la cala del Amor. Me fijo en las vetas verdes que aparecen entre las rocas. Puede que la presencia de mineral de cobre en este lugar explique la existencia de la galería excavada en el lado occidental de esta cala. Una galería que es utilizada por mujeres musulmanas para practicar ritos relacionados con la fertilidad.
El equilibrio, antes existente, entre la tonalidad del cielo y del mar se ha roto. En este momento, el mar es de un intenso color azul, mientras que el celeste del cielo aparece descolorido. La línea del horizonte parece que hubiera sido trazada con un compás. Sobre esta línea ondulante mantienen el equilibrio dos pequeños barcos.
Me siento en este momento relajado y contento. Después de un cierto bajón por el madrugón ahora me encuentro con fuerzas suficientes para completar mi misión. He completado en este preciso instante el primer cuarto de mi viaje. Es hora de darme un segundo chapuzón.
Dos curiosas gaviotas se han decidido a acompañarme. Tienen sus cuerpos orientados al mar, pero, de vez en cuando, me miran de reojo. Sienten curiosidad por mí, como yo por ellas. No deben estar muy acostumbradas a ver personas por aquí, y menos para escribir. Sin pretenderlo, ya no son dos gaviotas anónimas. Hemos establecido un contacto imborrable entre su presencia y mi imaginación. Lo mismo ha sucedido con las personas que desde el barco turístico “El Desnarigado” me están observando.
En este instante, yo formo parte del paisaje, al igual que las gaviotas que permanecen a mi lado. En parte existimos gracias a la mirada de los demás. Este lugar existe para ti, lector, gracias a mi narración. Podría convertirse en un sitio de culto si esta obra, que este día escribo, llegara a hacerse famosa. Vendrían aquí determinadas personas para intentar experimentar lo mismo que vivo yo a la 11:30 h, del día 12 de julio de 2016. Si es así y estás aquí, te aconsejo que, aunque sea por un día, vivas tu vida con plenitud y sinceridad. Esa experiencia vital es lo mejor que te vas a llevar de tu vida. Vive, como estoy viendo yo hoy, el día de tu vida.
VERANO
Recojo mis cosas y retomo el largo viaje que me llevara a Occidente. La salida de la cala del Amor es complicada. Me veo obligado a escalar por las piedras y a bordear los cortantes acantilados. Después de superar la etapa más difícil de este camino miro hacia atrás y contemplo la espectacular estampa de este lugar sagrado.
La fuerza de la naturaleza es muy fuerte en este punto del litoral ceutí y yo la percibo y hago mía.
El sol va cogiendo altura y sus rayos atraviesan el mar para iluminar el fondo de una preciosa poza que adquiere el color de una esmeralda. Esta joya natural está engastada en los acantilados del Monte Hacho que brilla a esta hora como el oro. Entre ambas joyas naturales ha quedado un pasillo que guarda una galería secreta que algún día he de explorar.
A través de unas toscas escaleras accedo a la barriada del Sarchal. No puedo dejar de pararme ante la imagen de la Virgen que preside este camino histórico. Necesito la energía de la Gran Diosa para completar mi aventura. A pocos de la hornacina que guarda a la Virgen encuentro una pequeña tienda en la que compro agua fresca y un paquete de pilas para la cámara fotográfica. A este ritmo las fotografías de hoy habrá que contarlas por centenares.
Al final de la senda llego a las escaleras que conduce al fuerte del Sarchal. Me paro en los primeros peldaños y contemplo la belleza de este tramo del litoral ceutí. El fuerte del Sarchal, construido a principios del siglo XVIII, ha sido deseado por muchos, pero olvidado por todos. Mi querido amigo el biólogo marino Óscar Ocaña y yo, desde que nos conocimos hace veinte años, nos propusimos como meta dotar a Ceuta de un Museo del Mar. Nuestro sueño fue transformar este fuerte derruido del Sarchal en un museo y centro de estudios marinos. Conseguimos que este proyecto fuera incluido en la programación de los fondos europeos, pero ciertos políticos decidieron a última hora que el mejor uso para este inmueble histórico sería el de albergar la sede del rectorado de una futura Universidad de Ceuta. Al final, como suele ser habitual, no hubo ni museo ni rectorado. Y ahí sigue en completo abandono el fuerte del Sarchal.
Esta alusión a la universidad me traslado mentalmente al primer día en el que pisé la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada. Yo me imaginaba las aulas como las que salían en las películas, pero mi facultad se parecía más al instituto del que acababa de salir. Mi primera clase fue con Paco Muñoz, mi profesor de Historia Antigua. No encajaba tampoco como mi idea prefijada del aspecto de un profesor universitario. Lo encontré sentado sobre una mesa con unos pantalones vaqueros y unas botas de cuero. Nos explicó cuál iba a ser el desarrollo de la asignatura y nos orientó sobre cuestiones básicas relacionadas con el funcionamiento de la universidad.
Como tenía las clases por la tarde tomé la costumbre de estudiar por la noche y levantarme tarde, excepto los días que tenía prácticas por la mañana. Comía en algunas de las casas de comida que había en mi misma calle. Después de probar en varios establecimientos me decanté por el restaurante “La Madroñera”. Hice bastante amistad con sus dueños. Uno de estos días que bajaba a comer me encontré en el portal con una amiga de Ceuta, Patricia Marañés. Me dijo que vivía en el primer piso del mismo bloque en el que yo estaba y me invitó a pasar por su casa para tomar un café y presentarme a su tío José que estaba terminando los estudios de Medicina. Así lo hice y nos tomamos ese café. Trabé amistad, de esta forma, con José Burrón, que hoy es el jefe del Servicio de Urgencias del Hospital Universitario de Ceuta. Aquel fin de semana salí con Patricia y José de marcha. Conocí a los otros miembros de la pandilla: a Emilio Herrera y a Jorge Llevot que, casualmente, hoy es mi vecino y el pediatra de mis hijos. De la mano de estos veteranos de la vida universitaria me inicié en la marcha granadina.
En la Universidad también hice mis amistades, aunque no tomé la costumbre de quedar con mis compañeros de clase para salir. Como tenía mucho interés en integrarme en algún grupo de investigación arqueológica en la facultad hablé con mi amigo Noé Villaverde y me sugirió que me presentase, de su parte, a un amigo suyo que estaba de becario en el Departamento de Arqueología. Enseguida congenié con Andrés y me puse a trabajar con él. Mi primera colaboración consistió en el estudio de los materiales arqueológicos procedentes de una prospección arqueológica en la comarca de Guadix, proyecto dirigido por Cristóbal González Román, Profesor del Departamento de Historia Antigua. Ese mismo verano, y por intermediación de Andrés, me desplacé hasta Francia para participar en las excavaciones arqueológicas que el prestigioso arqueólogo Michel Bats dirigía en el yacimiento greco-massaliota de OIbia (Hyères, Var). Los sucesivos veranos los pasé en Lattes (Montpellier), excavación dirigida por Michel Py, y en otras intervenciones arqueológicas por España.
Tal y como acabo de contar pasé los primeros años de mis estudios universitarios en Granada. Mis recuerdos han tomado durante un rato el control de mi pensamiento, pero ahora vuelvo a la realidad. Debo estar pendiente a dónde piso, ya que la playa del Sarchal es muy pedregosa y es fácil resbalar. Son las 12:40 h y atravieso despacio la playa Hermosa o del Sarchal. Este es lugar donde más veces he venido a contemplar el amanecer, a escribir, a pasear y pensar. Aquí, en parte, empezó mi segundo nacimiento, el espiritual. Del mismo tipo de roca que piso fue esculpido el betilo hermafrodita que encontré el pasado año en la excavación arqueológica de la calle Simoa. Es una playa que hace gala a su nombre: Hermosa. Estos términos unidos, el de arqueología y hermosura, me trasladan, de nuevo, a mi época de estudiante, sobre todo a los años de especialidad y doctorado.
Cuando en el año 1991 comencé los estudios de la especialidad de Prehistoria, Arqueología e Historia Antigua, contaba ya con una dilatada experiencia investigadora y de campo. De hecho me incorporé a clase unas semanas más tardes porque estaba participando en unas excavaciones arqueológicas en Guadix. Nada más aterrizar en clase me estuve fijando en mis nuevos y nuevas compañeras de clase. En la primera fila, pegada a la ventana, estaba sentada un chica muy morena que, por el aspecto, pensé que era gitana. Luego me la presentaron. Su nombre era Silvia, y no era gitana, sino de Armilla. Estaba muy morena porque ese verano había estado participando en una excavación arqueológica en Loja dirigida por el Profesor Nicolás Marín. A pesar de la rivalidad entre ambos grupos de trabajo, mi compañero Antonio López y yo comenzamos a entablar amistad con Silvia, Carmen y Lola. Después de las clases al mediodía bajábamos al bar “la Pura” para tomarnos unas cervezas. Uno de estos días, mientras Silvia y yo descendíamos por la empinada cuesta del Campus de Cartuja me di cuenta de que me gustaba. Silvia hablaba, -y habla mucho-, mientras que yo he sido siempre más bien prudente y calladito. Tenía el pelo muy largo y rizado y era muy alegre. Una noche quedamos el grupo de amigos por la noche. Ella llevaba un vestido verde estampado que le favorecía mucho. Era evidente desde algún tiempo que nos gustábamos mutuamente. Así que esa noche, en la puerta un pub me atreví a besarla. Nunca olvidaré ese beso ni la magnífica noche que pasamos juntos. Cuando la dejé en la parada de taxis para volver a su casa lloré de alegría por haber encontrado el amor de mi vida.
Pasados unos días, concretamente el día 20 de mayo de 1992, le pedí salir y me dijo que sí. Han pasado desde entonces casi veinticinco años y sigo tan enamorado de Silvia como el primer día. Al principio le costó a Silvia adaptarse a eso de tener novio. Tuvimos alguna que otra crisis por su actitud algo inmadura, pero ambos fuimos sinceros y superamos esta etapa de incertidumbre. El verano de ese año yo estuve participando en las excavaciones arqueológicas del templo romano de la Encarnación en Caravaca de la Cruz (Murcia). Antes de regresar a Ceuta pasé un par de días en Granada para ver a Silvia. Me llevo a ver el reestreno de “La Cenicienta”…Había que tener paciencia.
Al curso siguiente nuestra relación se afianzó. Tanto que entré en la casa de Silvia para pedirle al padre permiso para hablarle a su hija. Creo que pasó más vergüenza Silvia que yo. Siempre he sido algo sinvergüenza. Una vez formalizada nuestra relación me invitaban algún que otro fin de semana para comer en la casa de Silvia con sus padres, sus hermanos y su abuelo Manuel, con el que mantuve una magnífica relación. Entre semana, una vez terminadas las clases solíamos ir Silvia y yo a tomar algo juntos, solos o con el resto de amigos.
Al finalizar la carrera les dije a mis padres que deseaba realizar los cursos de doctorado. Los dos años que duraban los cursos de postgrado los pasé en un mini-apartamento situado en la calle Lavadero de las Tablas. Era tan pequeño que la tapa del wáter estaba cortada con un serrucho para poder bajarla y que así no tropezara con las paredes del diminuto cuarto de baño. Tenía un calentador eléctrico con tan poca capacidad que apenas tenía un par de minutos para ducharme con agua caliente. A pesar de su reducido tamaño nunca olvidaré este estudio que se convirtió en nuestro nido de amor.
El tema elegido para mi memoria de licenciatura fue el de las importaciones de vino durante la época romana. Siempre me interesó la cultura del vino en la época clásica, sobre todo después de leer “El Banquete” de Platón y por el hallazgo de un ánfora de vino romana que encontré en las excavaciones en Lattes (Montpellier). Silvia y yo hicimos un par de viajes a Madrid para sacar bibliografía en el Museo Arqueológico Nacional, la Casa de Velázquez y el Instituto Arqueológico Alemán. Con todo este material nos encerramos Silvia y yo en la habitación de su casa para redactar nuestras respectivas tesinas. Finalmente, el día 30 de junio de 1995, defendí ante el tribunal mi memoria de licenciatura que obtuvo la calificación de sobresaliente con opción a premio extraordinario.
El frescor de la brisa marina que sopla en la playa del Sarchal me devuelve al mundo de afuera. Un mundo que compartimos con otros animales a los que solemos molestar. Cuando paso por la mitad de la playa mi presencia ahuyenta a los cientos de gaviotas que reposaban tranquilas en la playa.
Es curioso, pero siempre hay una o dos gaviotas haciendo guardia en una de las rocas más altas de la playa. Son celosas de su territorio, al igual que los somos los humanos. Para defender los territorios de cada Estado surgieron los ejércitos y a mí me tocó conocer la experiencia militar.
El fin de mis estudios de doctorado suponía mi regreso a Ceuta y, por tanto, mi separación de Silvia. Ya no me quedaban más prorroga que solicitar para retrasar el cumplimiento del servicio militar. Así que a principios de agosto me vi con el pelo rasurado y vestido de caqui. Los dos meses de instrucción los cumplí en el Regimiento de Ingenieros nº 7, que tenía su plaza en el cuartel de la Reina, hoy transformado en el Campus Universitario de Ceuta. El resto de la mili fue un paseo militar, nunca mejor dicho. Mi destino estuvo en la oficina de la GINDEF (Gerencia de Infraestructuras de la Defensa) que dirigía el Coronel Pedrosa.
Durante los meses de la mili no perdí el tiempo. Mi por aquel entonces amigo Darío Bernal y yo conseguimos permiso para excavar en un solar del Paseo de las Palmeras. Tuvimos la suerte de encontrar niveles arqueológicos de época bizantina y una inscripción romana. Tras el éxito de la primera campaña, y una vez derribados otros edificios colindantes y concluido el servicio militar, logramos que el Ayuntamiento de Ceuta financiara, a través de un convenio con el INEM, una intervención arqueológica en extensión de las parcelas 16 a la 24 del Paseo de las Palmeras. Gracias al contrato de trabajo que firmamos con el Ayuntamiento, Silvia pudo venirse a Ceuta para trabajar conmigo.
Entre los años 1996 y 1998 no paré de trabajar como arqueólogo. En muchas de estas intervenciones arqueológicas trabajamos juntos Silvia y yo. Sin embargo, no veíamos la ocasión de poder casarnos con unos trabajos temporales. La posibilidad surgió cuando quisieron contar conmigo para formar parte de las listas electorales del GIL (Grupo Independiente Liberal). Tras la sonada moción de censura promovida por el GIL, gracias al apoyo de la Susana Bermúdez, fui nombrado coordinador-asesor de Patrimonio Cultural de la Ciudad Autónoma de Ceuta. En este tiempo pude poner en marcha muchas iniciativas a favor de la conservación, protección y difusión del patrimonio cultural ceutí. Era también la oportunidad para que Silvia y yo pudiéramos casarnos. Fijamos la fecha para el 30 de septiembre de 2000. Mientras tanto estuvimos liados arreglando la casa que compramos en la Barriada de los Rosales en la que habían vivido mis abuelos paternos.
El día de mi boda fue uno de los más felices de mi vida. Era un sueño cumplido el poder casarme con Silvia después de ocho años de noviazgo. Lo pasamos genial en nuestra boda y nos fuimos de luna de miel a Egipto. Al regreso del viaje de novios nos instalamos en nuestra casa completamente remozada. Fueron unos meses muy felices, pero en las navidades de ese mismo año las cosas se complicaron. El gobierno del GIL se desmoronó en pocas semanas y yo me vi obligado a presentar mi dimisión del cargo de asesor de Patrimonio Cultural. De modo que recién casado me veía sin trabajo y con todas las puertas cerradas. A última hora me hicieron un contrato de arqueólogo en EMVICESA, que me rescindieron a los dos meses, el tiempo justo para llevar a cabo una intervención arqueológica en la calle Echegaray. Fue la última excavación que dirigí hasta hace unos cuatro años que he retomado mi trabajo como arqueólogo autónomo. Fueron más de diez años sin desarrollar mi labor de arqueólogo.
Los primeros años después de salir del Ayuntamiento fueron muy duros, tanto como las duras escaleras que hay que subir para llegar desde la playa del Sarchal hasta el Recinto. Habiendo agotado los seis meses que me correspondían de desempleo, entré a trabajar de dependiente en Muebles Arroyo. En esta empresa trabajé un mes y medio. Lo dejé porque me presenté a las entrevistas de selección para el nuevo hipermercado que iban a abrir en Ceuta, el HIPERSOL, y me eligieron como dependiente de la sección de electrodomésticos. De modo que me vi delante de un mostrador vendiendo televisores, frigoríficos y lavadoras. No tenía que hacerlo muy mal cuando a los pocos meses me promocionaron al puesto de coordinador de O.H.T (Ocio, Hogar y Textil). Esto supuso la fijeza en mi contrato, un pequeño aumento de sueldo y muchas más horas de trabajo. Trabaja de mañana, tarde y varias veces al mes hasta el cierre del hipermercado. Por supuesto, también trabajaba los sábados, los primeros domingos de mes y todos los fines de semana de navidad. Todo por un sueldo que no llegaba a los 1.000 euros. Pero bueno, gracias a este trabajo pudimos seguir pagando el crédito de la casa, que renegociamos con el banco, y no nos faltó para comer. Por fortuna a Silvia la llamaron en este tiempo para dirigir un taller de empleo de arqueología promovido por la Ciudad Autónoma de Ceuta. Gracias al buen sueldo que tuvo Silvia en este año pudimos aliviar nuestra asfixiante economía, incluso nos permitimos el lujo de hacer un viaje a Italia.
Al volver de las navidades del año 2003, Silvia decidió prepararse las oposiciones de secundaria. No tenía ningún plan mejor, ya que no salían excavaciones por aquel entonces. Cuando me iba a trabajar Silvia se ponía a estudiar y cuando regresaba por la tarde aún estaba estudiando. Yo le aconsejé que se tomara las cosas con tranquilidad. Que las oposiciones era carrera de fondo y no de velocidad, pero ella siguió con su ritmo de estudio.
A principios de julio de 2004 nuestra suerte cambió en apenas una semana. Silvia logró, de manera casi milagrosa, aprobar las oposiciones y a los dos días me avisaron de que había sido seleccionado para formar parte del equipo técnico de la Unidad de Promoción y Desarrollo de la Delegación del Gobierno en Ceuta. Habíamos superado la prueba que nos había impuesto el destino e iniciábamos una nueva etapa en nuestra vida. Dejábamos atrás un periodo caracterizado por la estrechez económica y un trabajo poco satisfactorio para mí. Yo, en este preciso momento he llegado al final de estas escaleras que representan, de manera metafórica, una de las etapas más complicada de mi vida.
Al verano siguiente nos fuimos Silvia y yo de viaje a Grecia. De allí nos trajimos inolvidables experiencias sensitivas y emotivas, como la visita al santuario de Delfos, y algo fue más importante. Siempre he pensado que fue en el hotel situado a los pies del Monte del Parnaso donde concebimos a nuestro hijo Alejandro. La noticia de que Silvia estaba embarazada la celebramos con mucha ilusión. Hacía tiempo que estábamos buscando a un hijo y por fin estaba de camino.
El aumento de la familia nos animó a buscar una casa más grande y mejor situada. Después de ver muchos pisos nos decidimos por nuestra actual residencia en la calle Real nº 90. Es un piso muy amplio, con mucha luz y una hermosa vista del Monte Hacho. Lo compramos en mayo de 2006 y a las pocas semanas ya estaba aquí mi suegro para reformarnos de punta a punta el piso. Y justo un año después, el 1 de mayo de 2007, completamos la mudanza y dormimos en nuestra nueva casa.
El siguiente lustro fue de absoluta tranquilidad en nuestras vidas. Silvia consiguió su destino definitivo en el instituto Siete Colinas, yo iba renovando mis contratos en la UPD y disfrutábamos viendo crecer a nuestro hijo Alejandro. Pero mi vida laboral se volvió a quebrar, por segunda vez, en agosto de 2012. El nuevo Delegado del Gobierno, nombrado en el año 2011 por Mariano Rajoy, tomó la decisión de cerrar la UPD y transferir la gestión de los planes de empleo a la Ciudad Autónoma de Ceuta. Yo me venía de nuevo sin trabajo, pero ahora estaba a punto de cumplir los 43 años y Silvia estaba embarazada de Sofía. Comenzaba, así, el otoño de mi vida.
OTOÑO
Son las 14:26 h, la hora del mediodía solar, y estoy en el mirador de la Batería del Pintor a la sombra de unas azucenas. El sol ha tomado su máxima altura. A partir de este instante comienza su declive. Yo he alcanzado la mitad de mi camino.
El calor es asfixiante y los rayos solares son tan fuertes que noto un picor ardiente en la piel. Es hora de acercarme a la playa y darme un baño.
Accedo a Fuentecaballos por unas escaleras derruidas, malolientes y llenas de suciedad. Resbalo y casi me doblo un pie. Mi entrada en la llamada “civilización” no podía ser más deprimente.
Al avanzar unos metros me encuentro una pasarela de madera que ha sido construida sobre un mazacote de hormigón vertido directamente sobre los guijarros de la playa. Es un camino que, -en dirección al este-, no lleva a ninguna parte.
Sigo este absurdo camino y desemboco en una plataforma, nuevamente de hormigón pintado, en la que observo la mayor densidad por metro cuadrado de farolas que he visto en mi vida. Algunas de estas farolas están rozados los lienzos protegidos de la batería de Fuentecaballos. Sale a relucir mi vena de defensor del patrimonio cultural y natural de Ceuta.
En el año 2001, un grupo de amigos, -entre ellos mis queridos amigos Óscar, Pakiki y Paco-, decidimos constituir la asociación Septem Nostra para la defensa, estudio y difusión del Patrimonio Natural y Cultural de Ceuta. Este año hemos cumplido quince años de intenso y comprometido trabajo a favor del patrimonio ceutí. Me siento especialmente orgullo y satisfecho de haber sido uno de los promotores de esta iniciativa cívica, así como el presidente de esta entidad desde su fundación. Hemos librado muchas batallas. Algunas hemos ganado y otras muchas hemos perdido, pero ha merecido la pena luchar por nuestros ideales y por el amor que le profesamos a la tierra que nos ha visto nacer, crecer y desarrollarnos como personas.
Una de las batallas más importante que hemos librado fue contra la regeneración de la playa a la que en estos momentos llego. Son las 15:28 h. Hay mucha gente en la playa de la Ribera. El mar está como un plato y el agua presenta una temperatura agradable. Entro y salgo continuamente del agua. Los rayos del sol inciden de manera vertical sobre el arenal.
No le encuentro mucho sentido a esto de estar tumbado todo el día en la playa. Desde que vertieron en este punto del litoral gran cantidad de sedimentos de baja calidad, esta playa ha perdido todos sus encantos. Los arrecifes, antes llenos de vida, ahora están sepultados. No ha quedado nada de vida en esta playa que un día fue de aguas cristalinas. No aguanto más en este sitio. Me voy.
He salido del infierno playero por el único lugar digno que he encontrado: la puerta de la Ribera. Esta galería histórica me ha llevado hasta el mismo corazón de Ceuta, que es la plaza de África. En torno a este jardín histórico se sitúan los edificios que representan a los tres poderes predominantes en esta ciudad: el Ayuntamiento, la Catedral y la Iglesia de África, y la Comandancia General. Desde el epicentro de Ceuta me dirijo a las Murallas Reales.
Me quedo contemplado el Baluarte de la Bandera, imagen emblemática de la ciudad. Aún son visibles en su lienzo las huellas de los impactos de los proyectiles enemigos lanzados durante el cerco de Muley Ismail (1694-1727). Ceuta ha sido a lo largo de su dilatada historia una ciudad muy deseada por todas las civilizaciones mediterráneas por su estratégica posición geográfica. Todas estas culturas han dejado su impronta en el paisaje ceutí en forma de murallas y fuertes.
Me doy una vuelta por las caballerizas antes de tomar rumbo a mi siguiente destino, que es el Jardín de la República Argentina. Ahora mismo estoy sentado en una cafetería tomando una coca-cola. Necesitaba recuperar algo de líquido. He pasado mucho calor en esta última hora.
Son las 16:40 h. Me encuentro reclinado a la sombra de una frondosa acacia, ubicada justo en el centro del lugar donde durante varias décadas estuvo la Sala Municipal de Arqueología. Este sitio es muy especial para mí. Durante mis años de bachillerato venía aquí casi todas las tardes y los sábados por la mañana para colaborar en las clasificación y estudios de los materiales arqueológicos que encontrábamos durante las excavaciones en las que participaba y que eran dirigidas por D. Emilio Fernández Sotelo. En muchas ocasiones recorrí las galerías subterráneas del siglo XVIII que están debajo de mí.
Nunca llegué a imaginar que en el inicio del otoño de mi vida me encontraría aquí, sentado escribiendo bajo un árbol. Soñé en este sitio con ser arqueólogo y lo logré. Lo que no imaginé es que volvería a este lugar como escritor. Nunca podemos estar seguros de nuestro destino. La vida a veces toma un camino del que creemos conocer su final y cuando llegamos a la meta resulta muy distinta de lo que inicialmente imaginamos.
La arqueología no ha resultado ser un fin para mí, sino un medio para llegar al descubrimiento del genius loci de Ceuta y a mi propio autodescubrimiento como persona. El comienzo de mi otoño personal y renacimiento personal coincidió con el equinoccial. Era el día 18 de septiembre del año 2013, a una semana de mi cuarenta y cuatro cumpleaños, cuando empecé a salir a la naturaleza a gozar de su belleza y a escribir. Desde ese día no he parado de rellenar libretas sobre mis experiencias sensitivas y emotivas, así como sobre mis pensamientos y proyectos. Entre finales de enero y principios de febrero de 2015 tuve unos días de extraordinaria clarividencia y lucidez. Escribí, como si estuviera poseído por una fuerza extraña a mí, sobre el espíritu de Ceuta.
Si saber cómo llegué a la conclusión de que Ceuta había sido en el pasado un lugar de culto a la Diosa Madre. Incluso vislumbré la existencia de una “gruta sagrada” en la que se practicaron ritos en honor a la Gran Diosa. Lo más sorprendente vino a los pocos meses de tener esta revelación. El día 14 de mayo de ese mismo año, durante una excavación arqueológica que dirigí en un solar cercano a los baños árabes de Ceuta, encontré la soñada “gruta sagrada” y de su interior recuperé un colgante con la imagen de la Gran Diosa. Apareció ante mí con los brazos en posición oferente y dando a luz a un flor de loto, como símbolo de la continua renovación de la vida. Era la señal definitiva de mi renacimiento espiritual y, quien sabe si también, la del nacimiento de un Mundo Nuevo.
Desde la aparición de la imagen de la Gran Diosa, y el hallazgo a los pocos días del betilo hermafrodita, símbolo inequívoco de la conjunción armónica de los principios masculino y femenino, se abrió una nueva dimensión en mi interior. Mi alma se expandió para abarcar la totalidad del cosmos. Mis sentidos internos y externos se activaron en toda su plenitud. Comprendí que tenía una misión que cumplir. No he querido dejar que ningunas de mis experiencias y pensamientos se perdieran, así que he tomado buena nota de ambos.
Apunto en mi libreta que el sol ha dejado atrás la bahía sur y se dirige al norte proyectando su luz sobre las Puertas del Campo. Yo le sigo en su recorrido hasta la playa de Benitez. Dejo atrás mi pasado y mi presente. Tomo el camino que me lleva hacia mi futuro.
INVIERNO
Escribo a las 17:45 h en la playa de Benitez. Hay muchísima gente en este tramo de litoral. El paisaje, tanto natural como humano, es muy distinto del que he disfrutado en las tres primeras etapas de mi viaje. El mar en la bahía norte está encrespado por el viento fuerte de poniente. La superficie marina aparece aborregada por el aliento de Céfiro. Al bañarme noto que el agua es algo más fría y su sabor más salado.
En cuanto al paisaje humano es diferente del de la playa de la Ribera. Hay muchos niños y jóvenes, la mayoría de ellos musulmanes, y es fácil ver a los inmigrantes subsaharianos mezclados entre la gente. En esta playa no hay chiringuitos sofisticados ni pubs cerca de la orilla. Todo es mucho más humilde, aunque no faltan los servicios de socorristas y Policía Local.
El sol sigue su descenso y yo prosigo mi camino, después de haberme dado un baño. Inicio la cuarta y última etapa de mi viaje. Al mirar hacia el sur he visto que la luna, -en perfecto cuarto creciente-, viene detrás de mí.
Pensaba que me iba a costar más localizarla, pero no he tardado nada en identificar la playa en la que pasé muchos veranos cuando era niño. Detrás de donde me encuentro estaba situada la caseta de los empleados de la Caja de Ahorros de Ceuta, que era la empresa en la que trabajaba mi padre. Mi madre y mis hermanos veníamos todos los veranos por la mañana y comíamos en la caseta. Cuando mi padre salía de trabajar se venía a la playa con nosotros y volvíamos a la casa al caer el sol.
El día más especial en los veranos de mi niñez era la noche de San Juan. Todos los niños buscábamos maderas para preparar una buena fogata. A llegar la medianoche todos nos bañábamos en la playa.
Viendo ahora la playa tomo conciencia de la diferente escala de espacio que tenía cuando era un niño. Lo que ahora son para mí dos pasos, entonces suponía toda una aventura.
Tengo delante de mí a un grupo de niños haciendo castillos de arena. Al verlos no puedo evitar emocionarme, pues me veo a mí mismo en esos niños. Han pasado muchos años, más de treinta, pero ese niño sigue vivo en mi interior. Me reconcilio con él y con mi pasado. Estoy preparado para afrontar con decisión y valentía mi futuro.
La vida se renueva de manera constante. A estos niños les ha tocado vivir en un mundo distinto al de mi generación, como a mí me paso en relación con mis padres, y a mis padres respecto a mis abuelos. Ahora ya no existen las casetas privadas que ocupaban toda esta playa del Trampolín. Es un símbolo pequeño, pero significativo de que este país ha avanzado por la senda democrática.
Llevo todo el día dudando sobre si debía coger el autobús desde Benitez hasta Benzú, pero al final he decidido completar mi viaje andando, y no me arrepiento, a pesar del cansancio y de calor. En el momento de retomar mi camino miro hacia atrás y me quedo unos segundos contemplando a Ceuta flotando entre el mar y el cielo.
La luz en la bahía norte es espectacular. Los colores son de una intensidad desbordante y emocionante.
No puedo menos que fotografiar la fuente de la Victoria, que un investigador marroquí ha identificado con la célebre fuente de la eterna juventud.
El viento sopla con gran intensidad, circunstancia que me obliga a apretar el cordón de mi sombrero de explorador. Este intenso viento de poniente mantiene encrespado al mar. Algunas de sus aguas han buscado refugio a sotavento del espigón natural de Calamocarro. Entre sus piedras se ha colado un rayo de sol que tiñe de dorado el fondo de esta preciosa cala.
Los bañistas que se enfrentan al viento de poniente utilizan sus sombrillas de cortaviento y se agolpan en los puntos del litoral más protegidos del aliento de Céfiro.
Antes de doblar la curva que me lleva a la barriada de Benzú vuelvo de nuevo el rostro hacia Ceuta, como también lo hacen las gaviotas que reposan sobre los arrecifes costeros. Ni ellas ni yo podemos vivir sin admirar la belleza de tierra lejana y desconocida para muchos.
En los últimos metros antes de llegar a Benzú siento varios agudos pinchazos en el estómago. Voy a completar trece horas de caminata habiendo comido cuatro pequeños sándwiches. Así que lo primero que hago es acercarme al cafetín de mi amigo Mustafa para tomarme un buen vaso de té moruno y delicioso bocadillo de pinchitos.
Mientras observo que la luna y yo hemos llegado a Benzú al mismo tiempo siguiendo al sol, veo pasar a Mustafa, unas de las personas que conocí durante mis años de trabajo en la UPD. En cuanto me ve Mustafa se sienta al lado mío, y no tardaron nada él y su amigo Nayet en sentarse conmigo. Iniciamos una animada charla en la que hablamos de los cambios que ha sufrido esta hermosa barriada. Comentamos las transformaciones del paisaje que ha provocado la cantera, que se llevó por delante uno de los fuertes neomedievales construidos poco tiempo después de finalizar la Guerra de África (1959-60).
Dedicamos también unos minutos a hablar de la antigua Ballenera de Beliunex. Nayet nos cuenta que su padre trabajó de arponero en uno de los barcos balleneros.
Yo, por mi parte, interesado en conversar sobre este fascinante lugar en el que nos encontramos, les hablo a mis amigos de los mitos de Atlas, del Jardín de las Hespérides y de la isla de Oggigia, bellamente descrita por Homero en “La Odisea”. Abro mi libreta y leo las palabras que Homero dedicó al paisaje que rodeaba a la Isla de Oggigia, identificada como la actual isla del Perejil. Según lo describe Homero, en el entorno de la gruta de Calipso “había crecido una verde selva de chopos, álamos y cipreses olorosos donde anidaban aves de luengas alas: búhos, gavilanes y cornejas marinas, de ancha lengua, que se ocupaban en cosas del mar. Allí mismo, junto a la honda cueva, se extendía una viña floreciente, cargada de uvas; y cuatro fuentes manaban muy cerca la una de la otra, dejando correr en varias direcciones sus aguas cristalinas. Se veían en contorno verdes y amenos prados de violetas y apio; y, al llegar allí, hasta un inmortal se hubiese admirado, sintiendo que se le alegraba el corazón”.
Las cuatros fuentes o manantiales a los que alude Homero, les digo a mis amigos, son los mismos que siguen dando hoy día dando abundante agua en la bahía de Beliunex. Sobre la calidad de estas aguas, actualmente desaprovechadas por el gobierno de Ceuta, empezamos a conversar. Yo les comento a mis contertulios que la versión oficial sobre el desaprovechamiento de las manantiales de Benzú es que el consumo de esta agua no es aconsejable por el alto contenido de sales carbonatadas que tiene, lo que aumenta el riesgo de padecer cólicos nefríticos. Mohamed, el dueño del cafetín, es el que con mayor firmeza y contundencia dice que esto es mentira. Su padre, que durante toda su vida bebió estas aguas, murió con ciento quince años. Ratificando las palabras de Mohamed, Nayet comenta que su padre, que solo bebía agua de los manantiales de Benzú, vivió con una envidiable salud hasta los noventa años. Al escuchar las palabras de mis amigos comprendo que la leyenda que sitúa en este lugar a la fuente de la eterna juventud es cierta.
Hablando de la vida y de la muerte, Mustafa no cuenta algunos pasajes de su vida. Su discapacidad en una de sus piernas provocada por la polio infantil ha marcado su existencia. Quiso compensar su complejo por la apreciable cojera con el alcohol, lo que le llevó a tener problemas leves con la justicia. Ahora lleva más de once años sin tomar ni una gota de alcohol. Este repentino cambio de actitud vital vino a consecuencia de ver el rostro de la muerte. Según nos detalla, hace once años fue con unos amigos a tomarse unas cervezas con sus amigos al bar “La Bolera”, que estaba en la playa de San Amaro. Después de beber cogieron una colchoneta y sus amigos subieron a Mustafa en ella. Cuando quiso darse cuenta estaba mar adentro y la ola provocada por el paso del fastferry volcó la colchoneta. Como pudo llegó a unas rocas, pero las deslizantes algas verdes y el batir del mar le impidieron aferrarse a las piedras. Viendo que se ahogaba rezó a su Dios y le prometió que si lo salvaba dejaría la bebida.
…El siguiente recuerdo que tiene Mustafa de aquella tarde es verse sobre una camilla de hospital lleno de chupones en el pecho y claves por todos lados. Como el mismo nos dice había vuelto a nacer y estaba dispuesto a cumplir su palabra.
Es llamativo escuchar de una persona que nació con una grave enfermedad; que ha tenido varios accidentes de coches, de los que todos ha salido ileso; que ha estado a punto de ahogarse; diga, después de todo, que es un hombre afortunado.
Agradecidos por haberles invitado al café mis amigos insisten en acompañarme a la parte alta de la barriada para tomar algunas fotos. Llegamos así a los pies del Mogote de Benzú, en cuya ladera occidental se encuentra el yacimiento arqueológico de la cueva y abrigo de Benzú. Subimos hasta donde se encuentran los mismos estratos arqueológicos y desde allí tomo algunas fotos panorámicas. Pero no es éste el sitio desde el que deseo contemplar el atardecer. De modo que Mustafa y yo nos dirigimos hasta la playa y aquí nos sentamos media hora antes de la definitiva caída del sol.
Insiste Mustafa en decirme que nada es casual, expresión que me sorprende, ya que es una de las ideas que tengo más claras en mi vida. Viendo que él se sincera conmigo, le cuento algunas cosas sobre mis investigaciones respecto al carácter mágico y sagrado de Ceuta, así como le doy detalles relacionados con el proyecto que estoy realizando hoy. Vuelve a sorprender al decirme que lo sabía, que si yo estaba aquí era por algo. En cuanto le he enseñado mi libreta su cara se le ilumina y me dice alegre: “¡Lo sabía, lo sabía!”. Según me comenta a él también le gusta leer y escribir. Pienso regalarle un ejemplar de “La Odisea” de Homero.
Como sigue hablando sin parar, y quedan tan solo tres minutos para el ocaso, le pido a Mustafa que guarde silencio por respeto al sol que está a punto de morir…En estos tres minutos de silencio fijo mi mirada en el horizonte y el mar batiente. El viento sopla tan fuerte que finas gotas de agua mojan mis gafas y el objetivo de mi cámara. Los postreros rayos del sol atraviesan las espumosas olas y las vuelve tan rojizas como el rostro del moribundo astro rey, mientras que el mar adquiere un bellísimo color verde esmeralda.
En cuanto muere el sol la naturaleza se pone de luto y todos los colores desaparecen de forma súbita. El paisaje se vuelve pardo oscuro.
Mi última mirada de este viaje la dedico a contemplar la elegante figura del Atlante dormido al que veo mostrando una gran serenidad.
He tenido la suerte de que mi amigo Tomás Partida me haya visto en la parada de autobús y ha tenido la gentileza de traerme hasta la puerta de mi casa.
Ahora que ya he cenado y estoy tumbado en la cama hago un repaso mental del “Día de mi vida”. Al hacerlo he comprendido que todo ha sido mágico en este día. Hasta Vulcano, personificado en el cuerpo de mi amigo Mustafa, ha estado conmigo en el tramo final de este viaje.
…Como escribió Henry David Thoreau en una de sus cartas, “los pensamientos marcan las épocas de nuestras vidas: todo lo demás es el diario de los vientos que soplaban mientras estábamos aquí”. En mi caso, las etapas de mi vida empiezan y terminan de manera sincronizada con ciertas conjunciones planetarias y mis descubrimientos arqueológicos. Hubo una fase de despertar espiritual antes del hallazgo del betilo y el talismán, a la que ha seguido una de revelación, influenciada por Venus; y una última de síntesis alquímica representada por el descubrimiento de un horno metalúrgico altomedieval. Todas estas etapas previas, convenientemente documentadas, han concluido en la realización de un proyecto inacabado por Walt Whitman, el más importante de mis inspiradores. Whitman quiso escribir un gran poema de la naturaleza, describiendo desde el mediodía hasta la noche todos los cambios que era posible observar en la Madre Tierra, pero no tuvo salud para hacerlo. Desde una estrella lejana Whitman, -acompañado de Thoreau y otros grandes pensadores como Emerson, Mumford y Geddes-, me ha ido marcado los pasos de mi vida para que fuese yo el que llevara a cabo su gran proyecto.
Estoy convencido, por todas las señales que he recibido, que esta obra que he titulado “El día de mi vida” va a ser el de mi realización definitiva y va a marcar un nuevo ciclo en mi existencia. Espero, y deseo, no por el bien de mi fama ni prestigio, que poco me importan, si no por el bien de la humanidad, que este modesto libro sirva para expandir el alma de quienes la lean. En esta obra he puesto lo mejor de lo que soy, que puede que sea poco, pero es un relato sincero de la primavera, verano y principios de otoño de mi vida. Aún me queda todo un otoño que vivir y espero que también pueda disfrutar de un prolongado invierno para, junto a mi amada Silvia, seguir siendo testigo del crecimiento y desarrollo de mis hijos Alejandro y Sofía. Quisiera también poder observar y, -si en algo puedo-, contribuir al nacimiento del Mundo Nuevo, tal y como fueron capaces de vislumbrar los autores antes citados.
Pasé lo que pasé nadie me podrá quitar la experiencia de haber vivido con plenitud” el “Día de mi vida”.
CONCLUSIÓN
Cualquier buen explorador del alma y de la tierra tiene que dar cuenta de sus descubrimientos a la gran comunidad formada por las personas sensibles y sinceras. Mis hallazgos de este día pueden clasificarse en dos grandes categorías: los del alma y los de la naturaleza. Es evidente de que se trata, como todas las clasificaciones, de una división forzada, pues alma, cuerpo y espíritu son, en realidad, distintas dimensiones de la Totalidad.
En un plano más prosaico esta aventura me ha demostrado que soy capaz de idear, planificar y llevar a la práctica mis proyectos más deseados. Era una prueba no exenta de riesgo y esfuerzo. Han sido quince horas de recorrido por riscos, acantilados, murallas y carreteras, enfrentando al calor y al fuerte viento. No sabía cuando empecé si mi cuerpo, poco habituado al ejercicio físico, iba a soportar tantas horas de caminata. Pero lo he conseguido.
Respecto a mi preparación mental, los días previos a esta actividad repasé los libros de Walt Whitman y Henry D. Thoreau, por lo que lleva a tope mi carga de energía cósmica. Parecía que algunos pasajes hubieran sido escritos para esta ocasión, como aquella carta en la que Thoreau me decía: “¿No posee una cualidad del intelecto de inestimable valor? Si existe algún experimento que le gustaría llevar a cabo, adelante. No deje espacio para las dudas que no le sean satisfactorias”. O aquel otro en el que el mismo Thoreau lanza al aire la siguiente pregunta y el mismo la contestaba: “¿Dónde se encuentra la terra incognita sino en las empresas que no hemos intentado aún? Para un ánimo aventurero, cualquier lugar es un “territorio virgen” ”. Animado por estas palabras me colgué la mochila a la espalda con mi máquina de fotografía y mis útiles de escritura.
Andando primero entre nieblas y luego bajo el ardiente sol he sacado a la luz muchos de mis recuerdos que parecían olvidados en el desván de mi memoria. Ese niño tímido, introvertido y soñador me ha acompañado todo el viaje y se ha hecho presente reflejado en aquellos niños que hacían castillos de arena en la playa de Benitez. También ha aparecido el arqueólogo vocacional que excavaba con las manos para desvelar los misterios de esta tierra. No podía faltar el joven universitario que aprendía de la vida en libertad y con un alto sentido de la autoresponsabilidad. Aquel chico, al que le gusta salir y divertirse, conoció en su misma aula de la Facultad al amor de su vida. Un amor que el año que viene cumplirá sus bodas de plata y que ha dado sus mejores frutos en nuestros hijos Alejandro y Sofía.
A la sombra de la acacia del jardín de la República Argentina se hice presente mi yo actual: el hombre maduro que ha tenido la suerte de experimentar un segundo nacimiento, pero esta vez a la vida espiritual. Soy plenamente consciente del gran don que las fuerzas profundas han puesto en mis manos y ahora, como le sucedió a Henry D.Thoreau, “llueva o nieve, ría o llore, esté más cerca o más lejos de mi pauta, haya ganado las elecciones uno u otros, ningún parpadeo de luz me ciega, pero de vez en cuando, aunque con intervalos más largo, la misma luz sorprendente y perennemente nueva alborea para mí, con las únicas variaciones que caracterizan la llegada natural del día, con el cual, de hecho, suele coincidir”.
Cuando andaba de cara al viento y cansado por el sendero marítimo de Benzú pensaba en mi futuro, en lo que me queda de otoño y en el invierno de mi vida. Dude entre lo cómodo, que era coger el autobús, y hacer el esfuerzo de ir andando hasta el fin de mi viaje, pero fue una duda momentánea. Enseguida supe que debía seguir mi camino haciendo frente a la furia del viento que en algunos tramos no me dejaba avanzar. Debía superar esta prueba de resistencia, como he superado otros momentos de mi vida en los que me he encontrado en una situación similar de desempleo y estancamiento profesional. Tengo la certeza absoluta de que estoy en un cambio de ciclo importante en mi vida.
Mi destino vital es ir contracorriente, así lo han querido los dioses. Este año se han cumplido quince años del inicio de mi andadura como activista medioambiental y defensor del patrimonio cultural. Y ya sabemos que enfrentarse a los poderes establecidos tiene su precio, pero no me ha dolido pagarlo. Nada vale más que la libertad para decir lo que uno piensa y que el coraje necesario para luchar por lo que uno ama. Como dijo Thoreau, “los cobardes sufren, mientras que los héroes disfrutan”. Y yo disfruto mucho de mi libertad para decir y hacer lo que me plazca, porque nada debo a nadie. Mi única deuda es con mis padres que me trajeron al mundo y con esta tierra que me ha dado mucho más de lo que yo modestamente he podido hacer por ella defendiéndola de tanto salvaje con corbata y traje.
Me pone los pelos de punta comprobar que las palabras de Thoreau aparecen ante mí en lo momento preciso. Cuando al doblar la última curva del sendero que me llevaba a la barriada de Benzú y vi la silueta de Atlante dormido vino a mi cabeza como un rayo aquel fragmento de una carta de Thoreau en la que me decía: “el caso es que ha de echarse el mundo a los hombros, como hizo Atlas, y llevárselo. Lo hará por el bien de una idea, y el éxito será proporcional a su devoción por las ideas. Esto le provocará dolor en la espalda de vez en cuando, pero sentirá la satisfacción de tenerlo en suspenso y de hacerlo girar a su gusto”. Ya sentado en el cafetín de mi amigo Mohamed, recordé el siguiente párrafo de la carta de Thoreau en la que me comentaba, -más allá del tiempo y del espacio-, “tras una larga jornada de camino con el mundo a las espalda, láncelo a un hueco, siéntese y cómase el almuerzo. Inesperadamente, gracias a algunos pensamientos eternos, será recompensado. El banco en el que descansa será colorido, y el olor en torno, embriagador, y el mundo que arrojó al hueco, elegante y ligero como una gacela”.
Y así lo hice. Arrojé mis preocupaciones mundanas al mar que rompía con fuerza al lado del cafetín y me tomé mi bocadillo de pinchitos y mi té moruno. Entonces, tal y como predijo Thoreau, levanté la mirada y vi a la luna que estaba sobre mí, recordándome que, a veces, “un mortal siente la naturaleza en su interior. No es su Padre, sino su Madre la que se agita dentro de él, haciéndolo inmortal a través de su propia inmortalidad. De vez en cuando en cuando reivindica nuestro parentesco, y algunos glóbulos rojos de sus venas se deslizan en las nuestras”. En ese instante no fue sangre lo que se deslizo por mi rostro, sino lágrimas de emoción. Estas lágrimas limpiaron mis cansados ojos y contemplé ese mundo colorido, colmado de agradables fragancias, “elegante y ligero como una gacela”.
Vi un mundo en el que la luna alcanzaba al sol antes de que muriera. Un mundo en el que las calmadas aguas del Mediterráneo en las que me bañé por la mañana se juntaban con las frías aguas del Atlántico justo delante mí. Un mundo en el que los misterios de la conjunción de opuestos perseguida por los alquimistas eran accesibles para todos, y gracias a este descubrimiento lográbamos la igualdad entre hombres y mujeres, así como el fin de las guerras y del hambre. Un mundo en el que hombres y mujeres de distintas razas, culturas y religiones, -como Mustafa, Nayet y yo-, puedan hablar mirándose a los ojos y reconociéndose en el otro. Un mundo en el que personas como Mustafa tengan una oportunidad para vivir con dignidad y que no sean valorados por su aspecto físico o su discapacidad, sino por el alma que late en su interior y mediante la cual es capaz de mostrar bondad y admirarse ante la belleza de la naturaleza.
Entendí que la serenidad que observé en el rostro del Atlante dormido era de alivio y satisfacción. Por fin alguien se había dado cuenta que Ceuta era la esfera del mundo que había arrojado a las aguas en el principios de los tiempos y de la que iba a surgir un Mundo Nuevo.
Comprendí que la fuente de la eterna juventud que custodiaba Atlas era, en verdad, propiedad de la Gran Diosa. He tenido la suerte de beber de esta fuente y esto asegura mi inmortalidad.