Ceuta, martes, 16 de julio de 2019.
Después de mucho tiempo he regresado a Punta Almina para contemplar la salida de la luna. Hoy no es día cualquiera. Han coincido varios eventos y conmemoraciones. Además de noche de luna llena, hoy se celebra el día de la Virgen del Carmen, la patrona de las gentes del mar, que ha tomado el relevo de la misteriosa diosa Isis. También coincide que un día como hoy de hace cincuenta años la nave Apolo XI despegó desde el complejo de cabo Kennedy con destino a la luna. En esas fechas mi corazón ya latía en la barriga de mi madre. Estaba embarazada de mí y en el séptimo mes de gestación. Nací el 26 de septiembre de 1969, justo un día de después de una luna llena. Se puede decir que la luna estaba de moda cuando yo vine al mundo. Quizás por este motivo soy un tanto lunático. Adoro este cuerpo celeste y su blanca luz.
Otras veces que he venido hasta aquí para ver la salida de la luna soplaba un fuerte viento, pero hoy el mar está en “calma chicha”. No obstante, me llega por la espalda una fresca brisa de poniente que resulta muy agradable y placentera. En estos días veraniegos, con poco viento, es habitual que se forme una calima en el horizonte que difumina el horizonte y oculta la orilla europea del Estrecho de Gibraltar. También tiene su encanto esta fina niebla que funciona como un filtro óptico. Permite mirar el sol sin que los ojos sufran demasiado y le otorga un aspecto aún más dorado de lo habitual.
De manera lenta el sol va descendiendo hasta que se pierde tras los montes de Tarifa. Ha sido un atardecer de una extraordinaria belleza. Es el mejor que he contemplado desde este punto del Hacho. En otras estaciones del año el sol se oculta más hacia el sur, con lo que no es posible contemplarlo desde este punto de la geografía ceutí.
Una vez que el sol se ha despedido le toca el turno a la luna. La naturaleza se prepara para recibirla bajando la intensidad de la luz y echando el telón oscuro de la noche. Cuando diviso a la luna elevándose por encima del horizonte apreció que su lado izquierdo está algo oscurecido. Muestra su tez anaranjada haciendo de espejo a las postreras luces del ocaso. Se nota que no quiere ser reflejo de nadie, ni siquiera de su amado sol. Ella es la reina de la noche. Cada vez es más grande, brillante y hermosa. No tarda mucho en hacerse tan fuerte que su blanca luz abre un camino de plata sobre el mar en calma.
Son las 22:00 h y todavía hay suficiente luz para poder escribir sin dificultad, lo que hago sin dejar de mirar a la luna. Cada minuto que pasa se hace más evidente que estoy presenciando un eclipse lunar. Desconocía que hoy iba a ocurrir este singular acontecimiento astronómico. De este modo se amplía la lista de ingredientes de esta noche mágica.
Es como si algo a alguien fuera devorando a la luna por su lado izquierdo. El espectáculo es formidable. No quiero perderme ningún detalle, así que, después de cenar, decido cambiar de escenario y desciendo unos metros por la empinada escalera que conduce a la playa Hermosa o del Sarchal. Pasan unos minutos de las 11:30 h, que es el momento álgido del eclipse parcial de la luna. Sólo queda un pequeño gajo de luz en su parte inferior. En este instante, el proceso empieza a invertirse y veo que el oscuro disco que cubre a la luna, -similar a la redondeada losa del sepulcro de Jesucristo-, inicia su retroceso. Es entonces cuando la luminosa faz de la luna luce con toda su esplendor.
Las “coincidencias” en este día van más allá de lo festivo y astronómico, pero esta parte de las notas de mi cuaderno las reservo para otro momento.