Ceuta, 22 de abril de 2016
Mientras estudiaba recordé que esta noche era de luna llena. Sin haberlo premeditado, he preparado mi máquina de fotos, el trípode y mis utensilios de escritura. Con mi morral cruzado sobre el pecho he salido camino del Hacho. Al llegar a la punta de este emblemático promontorio me he situado en una elevación desde la que podía divisar la bahía norte y la sur. Sobre la misma embocadura del Estrecho un sol majestuoso iba descendiendo y a su paso coloreando el cielo con tonalidades amarillas y naranjas.
Lentamente el sol se hundió en el horizonte, abriendo una herida que llenó el cielo de sangre celestial. Mientras moría en Occidente, nacía una luna llena en Oriente impregnada con la misma sangre del sol. El astro rey había sacrificado su vida para que la reina de la noche brillara con todo su esplendor. La muerte del sol otorgaba la vida a la luna en un ciclo que viene repitiéndose milenios.
Para mí es la primera vez que presenciaba, de manera simultánea, un amanecer y un atardecer, el de la luna y el del sol. Ha sido un momento mágico que no olvidaré jamás. No sabía a donde dirigir la mirada, si al color rojo por la muerte del sol o al nacimiento de la luna. Durante un instante, la luz del faro y la de la luna incidieron sobre mi cuerpo atravesándolo hasta tocar mi alma y mi corazón.
Luego descendí hasta la playa del Desnarigado. Me situé en su extremo occidental y tomé algunas fotos con mi cámara. La estampa es realmente sobrecogedora. El mar está en calma y la luz de la luna se extiende sobre su superficie rompiendo con una ancha franja blanca la negrura del mar y del cielo. Me he sentado sobre una piedra y me he dado un baño de luz de luna. Su luz no quema la piel, como la del sol, pero calienta con mayor intensidad el alma. Experimento un gran bienestar interior. A pesar de estar solo en la playa no sufro ningún temor. Me siento acompañado por la imponente figura de Leo que porta sobre su pecho, como si de un brillante se tratara, a Júpiter. Los hermanos Pólux y Cástor se dan la mano y noto que vigilan para que no me pase nada. Estos entrañables hermanos, como dijo Plutarco, “no navegan con los hombres, ni comparten sus peligros, pero aparecen en el cielo y son sus salvadores”.
Completaba mi compañía en esta noche sin igual las Osas Mayor y Menor. Con esta escolta celestial nada temía. Ahora me he acomodado sobre la arena de la playa y espero hasta que la luna se asome por encima de la colina sobre la que se asienta el castillo del Desnarigado. Es como volver a contemplar el amanecer de la luna.
De regreso a casa me he parado en un mirador para tomar algunas imágenes y allí he coincidido con Mohamed Abdeselam, un ceutí apasionado de la astronomía con el que converso un buen rato. Hablamos de la luna, del sol y de la estrellas y hemos quedado en seguir estudiando juntos todas las lecciones que nos ofrece el firmamento. Yo he aprendido esta noche que la luz de la luna es mucho más reconfortante que la del sol y que las estrellas son la mejor compañía y guía para un buscador de sí mismo.