Ceuta, 18 y 19 de julio de 2015.
Necesitaba desentumecer mis piernas. Paso demasiado tiempo leyendo o escribiendo y poco haciendo ejercicio físico. Mi cuerpo lo nota. Las piernas me duelen. Así que necesitaba moverme. He preparado mi mochila en la que he metido mi libreta, el bolígrafo, una botella de agua y la cámara de fotos. También he echado un bañador. Un vez preparado todo he emprendido el camino hacia el Monte Hacho. Quería volver a la cueva de la fertilidad. Allí me he puesto el bañador para poder atravesar la puerta natural que da acceso a la Cala del Amor, localizada a los pies del morabito del Sarchal. Al final no he tenido que quitarme las zapatillas de deporte. Con mucho cuidado para no resbalarme he conseguido traspasar el umbral abierta en la roca. Sin perder la concentración para no caerme he sorteada las piedras. He buscado un lugar en el que sentarme a escribir. El sitio elegido es la punta que cierra esta preciosa Cala del Amor. Me encuentro a la sombra, en una especie de abrigo natural. Todos buscamos de manera inconsciente un refugio en el que sentirnos protegidos.
Este lugar es realmente hermoso. Las olas cabalgan alegres sobre la superficie del mar para morir contra las rocas.
Un manto roído de chumberas cubre el acantilado. La limpia rotura de las rocas es complementada con la belleza serena de la torre circular de portillo de Fuentecubierta.
Bajo este punto, escondida tras un cañaveral, discurre una fuente. Me acerco a ella. El rítmico sonido de las gotas al caer me recuerdan el inexorable paso de tiempo. Aunque sea gota a gota la fuente no ha llegado a secarse. Mi esperanza en un cambio profundo en la percepción y aprecio de la naturaleza tampoco.
Sigo mi camino. Me dirijo con paso decidido a la cala del Desnarigado. Allí me encuentro a mi querido amigo Jesús Machado. Lo encuentro limpiando su equipo de pesca submarina. Juntos nos damos un baño en la playa y con su coche me sube hasta el cruce de Cuatro Caminos. Desde allí continuo mi paseo por el Monte Hacho y regreso a casa.
Hoy domingo, día 19 de julio de 2015, me he levantado temprano. He desayuno y he vuelto a salir para disfrutar de la naturaleza. Esta vez me he dirigido directamente a la cala del Desnarigado. Cuando he llegado a la conocida como playa de la Torrecilla un nutrido de personas se preparaba para salir a navegar con sus kayaks. Yo me he dirigido directamente a la orilla. Me he quitado la camiseta y las zapatillas y me he metido en el agua. ¡Qué sensación más agradable! Me he quedado quieto con el cuerpo sumergido en el agua hasta el cuello. A los pocos segundos unos pequeños peces multicolores nadaban junto a mí. Uno de ellos se acercó hasta mi mano. Buscaba alimento entre las algas de la piedra limosa sobre la que me apoyaba. Me hubiera en este posición y en este lugar toda la mañana, pero quería seguir caminando. Además empezaba a llegar gente a la playa para comer, beber y escuchar música a un volumen que me molestaba. Yo había venido a escuchar el sonido de la naturaleza y no a una sucedáneo de “Los Chichos”. Antes de irme he tomado algunas fotos de la playa.
Con la cámara colgada al cuello he regresado por el Camino de Ronda. Después de superar el tramo con mayor pendiente he recorrido el sendero disfrutando de su belleza.
las vistas desde el Camino de Ronda son impresionantes.
Me gusta la majestuosidad de esta hermosa pita que parece disfrutar del calor veraniego.
No solemos fijarnos mucho, pero las chumberas son un elemento fundamental en el paisaje del Monte Hacho.
Mirar al mar es descubrir acantilados de extraordinaria belleza.
Me acerco al fuerte de la Palmera. Historia y naturaleza se conjugan a la perfección en el Camino de Ronda.
Hay que girar la cabeza y disfrutar de la majestuosa silueta del Castillo del Desnarigado.
Uno descubre la belleza entre estas esbeltas pitas.
No puedo dejar de fotografiar el morabito del Sarchal, un lugar cargado de poder sagrado.
La ensenada del Sarchal y su fuerte han cobrado un significado distinto para mí debido a una serie de vivencias personales y profesionales. Su piedra negra me atrae de una manera especial.
Cuando tomaba las fotografías del Sarchal un precioso cernícalo paso por encima mía para posarse a pocos metros.
Me asomo a la playa del Sarchal. Siento tentación de bajar a darme un baño, pero prefiero dejarlo para otro día. Es hora de volver.