Ceuta, 23 de agosto de 2018.
Esta tarde he dedicado un rato a releer el libro “Cartas a un buscador de sí mismo”, de Henry David Thoreau. Todas las lecturas de una buena obra son distintas. Por este motivo leo y releo los mismos libros. Dependiendo de lo que en cada momento ocupe mi mente me llaman la atención unos pasajes u otros. En esta ocasión me he quedado con las iniciales frases de la carta de contestación de Henry a la primera misiva de Harrison O.Blake. Comienza Thoreau expresando su satisfacción por el hecho de que algunas de sus palabras gustasen al Sr. Blake, lo que le hace pensar que “he llegado a aquello que realmente concierne al hombre, y para creer que cuando uno hombre se dirige a otro no lo hace en un ejercicio fútil. Ese es el valor de la literatura”. Al leer esta última frase me ha venido a la cabeza los comentarios de Walt Whitman sobre las virtudes que debe tener un buen libro.
La última anotación del diario de Whitman contiene un alegato a favor de la naturaleza y nos recuerda que “tal vez los esfuerzos de todos los verdaderos poetas, fundadores, religiones y literaturas de todas las épocas hayan sido, y seguirán siéndolo en estos tiempos y en los que vendrán, esencialmente el mismo: apartar a la gente de sus continuos extravíos y abstracciones enfermizas para conducirlos a la común, divino, original y concreto”.
A lo largo de su obra “Perspectivas democráticas”, Whitman va definiendo las características de la buena literatura. Ésta debe reforzar y alimentar el alma, expresar algo característico, así como dar decisión y objetivos a los lectores. La gran literatura, dijo el bueno de Walt, “se conocerá, entre las otras, por su animada sencillez, su adhesión a los patrones naturales, su ilimitada fe en Dios, su reverencia y por la ausencia de duda, tedio, lujuria, broma o cualquier moda temporal y forzada”.
Por otra parte, siguiendo lo dicho por Whitman, la literatura debe inhalar el hálito vital a todos los aspectos de la sociedad. En este sentido, la naturaleza tiene que ser un ingrediente fundamental de la poesía y la literatura. En unión con la naturaleza es posible que surja “una poesía digna de la inmortal alma humana que tendrá que un carácter liberador, fluidizante, expansivo, religioso, exultante a fuerza de ciencia, fructificador de los elementos morales, estimulador de las aspiraciones y las meditaciones sobre los desconocido”.
Reproduciendo las palabras dichas por el Bibliotecario del Congreso de EE.UU, Whitman comentó que “la verdadera cuestión referente a un libro es si ha ayudado a alguna alma humana. Esta es la indicación, la afirmación, no sólo del gran literato, su libro, sino de cualquier gran artista”. En definitiva, concluye Whitman, las obras maestras de la literatura son aquellas capaces de liberar, despertar y dilatar el alma, así como las que logran armonizar, satisfacer y serenar al ser humano.