Ceuta, jueves, 21 de junio de 2018.
No podía faltar a mi cita anual con el sol en el día del solsticio de verano. Llevo haciéndolo hace varios años y, como especial emoción, desde el descubrimiento del santuario de la fertilidad en la calle Simoa. Éste era un lugar sagrado estrechamente vinculado al solsticio de verano y al astro rey que, con su luz y calor, permite la vida en la tierra. En este día tan señalado sus rayos marcan en el amanecer y el atardecer los dos ejes vertebradores de la geografía ceutí tomando como referencia la gruta sagrada. Una gruta que marca el punto donde se apoya el axis mundi y crece el árbol de la vida.
La magia sigue presente en Ceuta y se repite cada solsticio de verano, aunque podríamos decir que todos los días contienen buena parte del misterio de la vida. Cada salida del sol es una entrada al milagro de la existencia consciente. Me gusta ser participe y testigo privilegiado de la belleza de esta tierra.
A la hora prevista, las 7:04 h, ha emergido el sol desde las profundidades del Mediterráneo. Le recibe un fino velo de rojizas y disgregadas nubes que realzan la majestuosidad del acontecimiento. Muestra el sol su rostro incandescente, como si fuera una gota caída del crisol del dios Hefesto. Tarda apenas un minuto en hacerse del todo visible y en reflejar su haz de cálida luz sobre un mar en calma. Pronosticaban que a esta hora soplaría viento de poniente, pero el levante se resiste a darle el relevo, pero esto es lo de menos. Lo importante es estar aquí y presenciar el amanecer en un día tan importante. Hoy es el día más largo del año. Un día en el que el sol alcanzará su máximo esplendor. Desde el solsticio de invierno hasta el día de hoy el sol ha ido ganando fuerza y presencia, pero en esta jornada comienza su progresivo declive. A partir de hoy transitaremos por la estación de verano, acompañados muy de cerca por el sol. Notaremos su poder y las plantas se irán secando para prepararse para el otoño. El ciclo de las estaciones no se rompe, a pesar de que el ser humano, como su locura desarrollista, esté afectando al delicado y frágil equilibrio climático.
… Así es la vida. La belleza primaveral es efímera. El paso del tiempo nos marchita, pero lo necesitamos para madurar y dar nuestros frutos. Es una ley natural que nada permanezca inmutable. Al intenso verde que nos dejan las lluvias de invierno se suman la amplia paleta de colores que muestran las flores en primavera. Es el sol quien se encarga en verano de pintar a la naturaleza con los colores que le acompañan en la aurora y el ocaso: el rojo y el dorado. Con estos colores impresos en mi retina regreso a casa. Esta noche volveré para despedirme del sol en su día de gloria.