Ceuta, 6 de enero de 2017.
La fuerza de la vida ha echado raíces en el Monte Hacho, como reflejan las ansias de sobrevivir de un vetusto pino. Resulta paradójico que la propia vida contribuya a la disgregación de las rocas sobre la que asientan los árboles y que, como pueden, también sostienen. Algunas raíces son auténticas obras de arte que no resultan fácil ver.
Dejo correr la imaginación y lo que veo es a un sátiro que llora a una ninfa muerte entre sus brazos. Viene entonces a mi memoria unos versos de Garcilaso:
“Todas con el cabello desparecido
Lloraban a una ninfa delicada,
Cuya vida mostraba que había sido
Antes de tiempo y casi en flor cortada.
Cerca del agua en el lugar florido
Estaba entre las hierbas degollada,
Cual queda el blanco cisne cuando pierde
La dulce vida entre la hierba verde.
(Garcilaso, Égloga III, 225-232).
Ella es Procris, la esposa de Céfalo, que ha sido muerta por los celos que siente por un marido Céfalo, raptado por la bella Aurora. Ella muere atravesada por lanza de Céfalo que la confunde con una fiera salvaje.
Quien la sostiene en sus últimos suspiros es una criatura del bosque, que la observa lleno de ternura y compasión. A los pocos metros está también el perro de caza que ella había regalado a su marido, Lélaps, un fiel podenco que siempre acompañaba a Céfalo. Esta escena fue figura en una tabla de Pierro di Cosimo (1486–1510) expuesta en Florencia y en una obra, algo más tardía, de Joachem Wtewael (circa 1595-1600).
Ovidio, en el libro tercero de El Arte de Amar, nos describe el lugar donde tuvo lugar la trágica muerte de la ninfa Procris, y lo que allí sucedió:
«Cerca de los collados que matizan de púrpura las flores de Himeto, mana una fuente sagrada cuyas márgenes están cubiertas de césped; los árboles y arbustos, sin formar bosque, defienden del sol, y esparcen su perfume el laurel, el romero y el oscuro mirto; crecen allí los bojes recios, las frágiles retamas, el humilde cantueso y el altivo pino, y las flexibles ramas con las altas hierbas se balancean al blando impulso del céfiro y las auras saludables. Allí holgaba el joven Céfalo, lejos de los criados y sabuesos, y extendiendo en el suelo los miembros fatigados, solía decir: Aura voladora, ven, alivia mi calor y refresca mi ardiente pecho. Un malintencionado que oyó sus inocentes palabras, corre y advierte a la suspicaz Procris, su esposa, la cual, tomando el nombre de Aura por el de una concubina, se desploma abrumada bajo el peso de tan súbito dolor (…) Precipitada, furibunda, con los cabellos sueltos, corre a través del campo (…) y penetra decidida en la selva evitando que se sienta el rumor de sus pasos (…) cuando he aquí que Céfalo, el hijo de Cileno, vuelve a descansar en la selva y apaga la sed que le devora en la fuente vecina. Procris, escondida y llena de ansiedad, le ve tenderse en la hierba y oye que llama de nuevo al Aura y los blandos Céfiros: entonces se da cuenta la mísera del error a que la indujo aquel nombre (…) y corre a precipitarse en los brazos del esposo; y éste, creyendo que se le acerca una fiera, coge con presteza el arco y toma en la diestra el venablo fatal, que hunde sin saberlo en el pecho de su amante y esposa».
Lélaps aparece igualmente inmortalizado a los pies de la desdichada Procris que es la ninfa principal del bosque de pinos del Desnarigado. Un bosque que muere, como la misma Procris, junto al resto de las criaturas que habitan en este lugar mágico.