Ceuta, 3 de febrero de 2017.
Este año 2017 se conmemora el bicentenario del nacimiento de Henry David Thoreau. El primero en inaugurar este año dedicado a la figura del célebre escritor norteamericano ha sido el historiador y naturalista Kevin Dann con la publicación de una nueva biografía de Henry: “Expect Great Things: The Life and Search of Henry David Thoreau”. Existen muchas biografías de Thoreau, sin embargo ésta es la primera que aborda su dimensión mística y su relación con seres fantásticos como las hadas y los genios. Este libro salió publicado el día tres de enero y ya he tenido la oportunidad de leerlo completo en versión Kindle. Me propongo en este artículo destacar aquellos aspectos de esta nueva biografía de Thoreau que más me han llamado la atención y más han conectado con mis propias experiencias personales.
La primera sorpresa me la llevé nada más empezar a leer el primer capítulo del libro, titulado “Declarations of Independence”. Debajo del título figura una anotación del diario de Henry que dice lo siguiente: “Esta ciudad, también, situada bajo el cielo, es una puerta de entrada y salida para las almas a y desde el cielo”. No me lo podía creer. Henry había atisbado en su ciudad natal lo mismo que yo he visto en la mía: que sobre nosotros se abría una puerta hacia la eternidad. Y a partir de aquí empezaron las coincidencias que he podido apreciar entre la vida de Henry y la mía propia gracias a la lectura de esta magnífica obra.
Uno de los capítulos que más me ha sorprendido es el que dedica Kevin Dann a la relación que Henry mantuvo con el mundo de las hadas y los genios. Él siempre sintió cercano a su genio particular y a las hadas que el mismo confesó haber visto corretear por los bosques. La creencia de Henry en estos seres fantásticos le fue inculcada por su amigo y mentor Ralph Waldo Emerson. El genio de lugar siempre acompañó a ambos amigos y les inspiró sus más excelsos sentimientos y pensamientos. Tanto Emerson como Thoreau creyeron de manera firme en la doctrina de la correspondencia, la antigua aserción de que el ser humano es un microcosmos incorporado al macrocosmos, no sólo a la tierra, sino también a los planetas y las estrellas. Conscientes de esta verdad dedicaron buena parte de sus vidas a la exploración exotérica de la naturaleza.
Después de formarse en la Universidad de Harvard, Henry parecía haber encontrado su vocación profesional en la enseñanza. Intentó trabajar en este oficio en distintas localidades de Estados Unidos, pero, por una u otra causa, no consiguió salir de su Concord natal. Esto le llevó a tomar conciencia de que su destino estaba unido a la tierra que le vio nacer. Algo pareció ocurrió en mi vida. Fui a estudiar arqueología a la Universidad de Granada y tuve que regresar, una vez finalizado mis estudios, a Ceuta para cumplir el servicio militar. Mi intención era volver a Granada para continuar allí con mi carrera profesional, pero no lo hice. Por suerte empecé a trabajar como arqueólogo y así estuve varios años en los que no me faltó trabajo.
Kevin Dann, en esta nueva biografía de Thoreau, comenta que “Thoreau cavó cada vez más profundo y profundo en su tierra natal, convencido de que la veta existen allí era tan rica como en cualquier otro lugar de la tierra. La capacidad de Thoreau para la autoconsciente introspección siempre excedió a la de Emerson”. A mí me ha sucedido algo similar. Al mismo tiempo que, desde que era un niño, excavaba en el subsuelo de Ceuta buscando restos arqueológicos, iba descubriéndome a mí mismo. Ambas cosas han ido siempre de la mano. No es posible diferenciar entre mi propio autoconocimiento y los hallazgos que he ido haciendo sobre el espíritu de Ceuta. Por este motivo he titulado “arqueología del alma” al primer libro que recoge las anotaciones de mis experiencias sensitivas y emotivas en la naturaleza ceutí. Mis estudios de arqueología han servido para conocer mejor a la tierra en la que nací y vivo, y sobre todo, para conocer todo lo que permanecía enterrado en los estratos más profundos de mi alma. Como escribió Henry en su diario: “los hombres viajan al Nilo para ver flores de loto, cuando nunca han visto en su gloria los lotos de sus corrientes natales”. Yo he tenido la suerte de ver la flor de loto de Ceuta naciendo del propio vientre de la Gran Diosa.
Otra de las grandes sorpresas que me he llevado a leer esta nueva biografía de Henry David Thoreau ha sido descubrir la afición que tenía Henry por la arqueología y la suerte que siempre le acompañó a la hora de localizar interesantes hallazgos tanto arqueológicos, como botánicos. Reproduce Kevin Dann en su libro una curiosa anécdota que le ocurrió a Henry en compañía de su hermano John. Buscando restos arqueológicos de las antiguas poblaciones indias que ocuparon el entorno de Concord, Henry entonó un extravagante elogio a los espíritu de los antepasados y la tierra de las sombras, y acto seguido dirigió su dedo hacia una enorme piedra diciéndole a su hermano que debajo de ella estaba el hacha de piedra del mítico indio Tahatawan…Y efectivamente, al levantar la piedra encontraron una hacha perfecta de cronología india.
Para Henry este tipo de hallazgos “casuales” era una experiencia común. Thoreau explicaba que “muchos objetos no son vistos, aunque caigan dentro del rango de nuestro arco visual, porque no entran dentro del rango de nuestro campo intelectual. Nosotros no estamos buscándolo. Así, en el sentido más amplio, encontramos lo que buscamos”. Esto me ocurrió a mí con las minas de cobre y hierro que he identificado en el Monte Hacho. Pasé muchas veces por delante de estas minas y me di cuenta de las manchas verdes que cubrían las rocas, pero no pensé que podría ser oxidaciones de cobre hasta que encontré el horno metalúrgico y empecé a buscar posibles yacimientos de minerales en el Hacho.
Respecto a la suerte que Henry tenía para los descubrimientos arqueológicos y su anécdota del hacha india, a mí me ocurrió algo parecido en la primera excavación que codirigí en Ceuta. Una tarde de primavera quedé con un amigo de la infancia, Fernando Nieto, para enseñarle la excavación arqueológica en el Paseo de las Palmeras y comentar con él algunos detalles de la geología del yacimiento. En la parte trasera del solar era observable un perfil estratigráfico y allí nos dirigimos para comentar algunas cuestiones científicas. Mientras habla con mi amigo Fernando me fijé en un fragmento de mármol que asoma del perfil y lo saqué. Cuando pasé la mano por la cara pulida pude apreciar una leyenda en latín que un rato después supe que se trataba de una inscripción dedicada la diosa Isis, la más misteriosa de las divinidades egipcia recuperada por los romanos. Esta fue mi primer contacto con la Gran Diosa, aunque en su momento tengo que reconocer que no le di la trascendencia que hoy día tiene para mí este hallazgo.
Mi vida continuó como si tal cosa tras mi primer encuentro con la Gran Diosa. Me casé, pasamos dificultades económicas en los primeros años de nuestro matrimonio, y luego volvió la suerte. Silvia aprobó las oposiciones para profesora de secundaria y yo entré a trabajar en la Delegación del Gobierno. Tuvimos nuestro primer hijo Alejandro y pudimos comprarnos una casa grande y ubicada en pleno centro de Ceuta. Pero otra vez llegaron los problemas. Cerraron la oficina en la que yo trabajaba y me quedé en el paro. A los pocos meses nació nuestra pequeña Sofía. Los meses iban pasando y yo no encontraba empleo. Me salió una excavación arqueológica…y empecé a escribir. Aquí se inició una nueva etapa de mi vida. Algo que estaba dormido en mi interior se despertó. La Dama Naturaleza, la misma que visitó a Henry, vino a verme y desde entonces me acompaña. Una mañana, en la playa del Sarchal, escuché por primera vez a la diosa y me comprometí con ella a reforzar mi compromiso en la defensa de la naturaleza. A las pocas semanas de este encuentro hallé en la excavación que dirigí en la calle Galea las pruebas arqueológicas que confirmaban las revelaciones que la misma diosa que me había transmitido unos meses antes sobre el genius loci de Ceuta. La propia Gran Diosa apareció ante mía en forma de talismán y me indicó el camino que debía de seguir para desvelar el espíritu de Ceuta.
Al leer la descripción que Henry hizo de sus vuelos astrales, y que recoge esta biografía, no puedo menos que sentirme identificado con este tipo de experiencias:
“Si cuando cierro los oídos y los ojos yo consulto la conciencia por un momento, inmediatamente los muros y las barreras desaparecen, la tierra se disipa bajo mí, y yo floto, por el impulso derivado de la tierra y de los sistemas, un subjetivo, pesado pensamiento, en medio de una desconocido e infinito mar, o bien un estirado como un vasto océano de pensamiento, sin roca o promontorio, donde todos los enigmas se resuelven, todas las estrechas líneas tienden a unirse, eternidad y espacio moviéndose familiarmente a través de mis profundidades. Yo estoy aquí desde el comienzo, sin concebir ningún propósito, ni ningún final. Ningún sol me ilumina, porque yo disuelvo todas las luces más débiles en mi propia luz más intensa y más estable. Yo soy un núcleo reparador en la revista del universo”.
No hace mucho estaba yo sentado delante de la mesa del estudio y escribí lo siguiente: “…La distancia entre el sol y yo se ha estrechado en esta mañana invernal. Nos reconocemos como iguales, aunque de muy diferente tamaño y fuerza. Los dos compartimos la cualidad del calor interno y la capacidad de iluminar. En mí está la luz y consigo iluminar desde mi centro, como lo hace el sol. Mi alma, mi yo cósmico, es una minúscula gota de la misma sustancia que compone el sol. Yo también soy capaz de dar vida con mi energía, mi calor y mi conciencia despierta”.
Kevin Dann destaca que a sus veintiún años “Henry era el mismo sol refulgente, irradiando sus mejores cualidades en el mundo”. Esta misma idea la expresé tiempo antes de leer esta biografía cuando escribí que “Los paisajes relucen a través de mi mirada, mis ojos les aportan color y forma; mis oídos sonidos y músicas; mi olfato olor a flores; y mi tacto sensibilidad a los árboles y los animales. Nada de esto existiría sin mí…y sin ti. Influir con los sentidos y los sentimientos en el carácter del día es el mayor logro al que puede aspirar un ser humano, como dijo Henry David Thoreau. Nosotros somos los que hacemos a los días y a los lugares especiales, sagrados y mágicos. Nada existe al margen de nuestra mirada”.
Otro aspecto que deseo destacar de la vida de Thoreau que desconocía antes de leer esta reciente biografía era su conocimiento de la ciencia alquímica y del método hermético. Todos sus libros, ahora lo sé, están inmersos en los oscuros símbolos del hermetismo y la alquimia, con lo hicieron otros poetas a los que Henry admiraba, como Chaucer o Herbert. Ni que decir tiene la trascendental importancia que tiene la alquimia en mis estudios sobre el espíritu de Ceuta. Mi primera gran intuición sobre los secretos que guarda Ceuta es la perfecta metáfora que supone el Estrecho de Gibraltar del principal objetivo de la alquimia: la conjunción del principio masculino y femenino. Lo que en principio fue una potente revelación se convirtió en una realidad tangible tras el hallazgo del betilo hermafrodita. El resultado de este proceso alquímico es la armonía entre el microcosmos y el macrocosmos, así como el conocimiento de la figura que se esconde tras el espíritu de Ceuta. Siguiendo este camino, y con la ayuda de Carl Jung, llegué a conocer a la inspiradora de mi vida, que ha resultado ser la misma que la de Henry David Thoreau: la Sophia gnóstica.
El talismán con la imagen de la Gran Diosa apareció en una gruta sagrada que presentaba una posición solar y astronómica muy precisa. Este hecho despertó en mí un gran interés por la astronomía. Llegué así al mismo convencimiento de Thoreau y Emerson sobre el papel que los astros juegan en la vida humana. Según ambos autores, era preciso poner el foco en la estrella de nacimiento y la buena fortuna antes que en la estrella que acompaña al ángel de la muerte. La estrella que guío mi despertar fue Venus. Sobre ella y en relación con la vida de Henry, Kevin Dann dice que “Venus fue el planeta del amor” que lo iluminó. En general, Thoreau consideraba que “las estrellas son el sueño de Dios, pensamientos recordados en el silencio de sus noches”. Cuando Thoreau dirigía su pensamiento de manera explícita hacia la cuestión del destino, aparecían las estrellas. “Mi destino”, escribió en su diario, “está en algún sentido relacionado con el de las estrellas, y si ellas están perseverando hacia un gran fin, ¿Podría yo conjeturarlo? Seguramente es un alivio saber que las estrellas son criaturas acompañantes, sobre las que yo no dudo que están reservadas para un alto destino”. Sobre su propia buena estrella, Henry sentía que él estaba destinado a un destino justo. “Sólo podemos vivir sanamente la vida que los dioses nos asignan…Yo no debe ser por mí mismo, sino por el trabajo de Dios, y esto es siempre bueno. Yo debo esperar pacientemente, y crecer como la Naturaleza haya determinado. Mi destino no puede ser de otra manera”.
Thoreau conocía bien por sus lecturas sobre mitología clásica la asociación de los principales dioses y diosas con los planetas, así como las cualidades y capacidades que compartían ambos. Henry nació con Neptuno en oposición a la luna, una configuración que, según Kevin Dann, parece sugerir que él llegó al mundo con el potencial de convocar las fuerzas de la luna para superar y además redimir el potencialmente adverso poder del octavo planeta, Neptuno. Thoreau lo vio claramente al decir que “ningún método o disciplina puede reemplazar la necesidad de estar siempre alerta. Para convertirse en un vidente, se dijo a sí mismo, él debía mantener sus ojos “constantemente en la verdad y lo real”. Usando el lenguaje de las estrellas afirmó que “todos los mortales en este mundo tienen una estrella en el cielo designada para guiarle, su rayo no puede equivocarse, ha enviado su rayo a él a través de las nubes y la niebla o a través de un cielo sereno. El sabe mejor que nadie asesorarle sobre cualquier cosa…La astronomía es el departamento de la física que responde a la profecía del llamado vidente o poeta. Es una delicada y paciente ciencia deliberativa y contemplativa. Para ver más con el ojo físico el hombre tiene que mirar más lejos, y más allá del planeta, dentro del sistema”.
Los paseos y las excursiones fueron una parte fundamental en la vida y obra de Henry y del resto de los trascendentalistas. Las crónicas de las excursiones de Thoreau son una mezcla de poesía, observaciones de historia natural y reflexiones filosóficas en un estilo, dice Kevin Dann, que no tenía precedentes en las letras americanas. Para Henry “la naturaleza es mítica y mística siempre, y opera con la licencia y extravagancia del genio”. Sus diarios paseos por la naturaleza permitieron a Henry conectar con su energía y fuerzas formativas. En mi caso, gracias a mis paseos por la naturaleza ceutí, he desarrollado mi personal estilo literario, influido por autores como Whitman, Emerson o el propio Thoreau, pero con identidad propia. He tenido la suerte de aprender a utilizar el diagrama de la espiral de la vida de Patrick Geddes, una particular máquina pensante que me ha ayudado mucho en el diseño de mis relatos y la ordenación de las ideas.
Prefiero escribir en plena naturaleza, pero no olvido el consejo de Henry de plasmar por escritos las experiencias “no demasiado tarde, sino dentro del plazo de un día o dos; cuando hay alguna distancia, pero aún mantiene la frescura”. Según Kevin Dann, “esta regla es actualmente una ley universal, una función del ritmo del cuerpo etérico. Este toma tres días para que las experiencias, -observaciones, imágenes, ideas-, lleguen a ser impresas en nuestro cuerpo de etéricas fuerzas formativas, y además permanezcan en nuestra memoria, y lo más importante, incluso cuando hemos perdido nuestra propia memoria individual de ellas, dentro del cosmos, donde son almacenadas incluso después de nuestra muerte. Después de tres días, cuanto más intensamente y fielmente atiende a algún pensamiento, más profundamente llegará a estar inscrito dentro del universo”.
Henry estaba convencido de que una fuerza vital había impregnado a la naturaleza, incluyendo al hombre. Esta fuerza procedía del cosmos.
Las excursiones de Henry D. Thoreau le permitieron entrar en contacto con “gentes respetables”. Henry llegó a declarar que él había visto diminutas mujeres en la ladera de la montaña que habían dejado pequeñas huellas a lo largo de la orilla del lago. En otra ocasión le confesó a Ellen, una sobrina de Emerson de diez años de edad, que su tarea era traer a las hadas a su mundo adulto. Así le dijo a Ellen: “Yo supongo que tú piensas que las personas mayores como tu padre o yo mismo estamos siempre pensando sobre cosas muy graves, pero yo sé que nosotros estamos meditando los mismos viejos temas que nos preocupan cuando teníamos diez años, solamente que nosotros vamos más gravemente sobre ellos”.
Otro niño, Julian Hawthorne, que se reunió con Thoreau en 1852 cuando tenía siete años, recordó que al caminar juntos Thoreau “me indicaba lo invisible con silencio gesto de la cabeza”. Según Kevin Dann, Thoreau conocía bien los caminos del mundo de las hadas, respetaba sus secretos, e hizo todo lo posible en su labor de acompañante de los niños de Concord para conducirlos hacia los lugares y situaciones donde ellos podrían reunirse con estos seres fantásticos. Fascinado por las hadas que como adulto habían sido sus compañeras, Thoreau nunca habría hablado en la reuniones del Liceo de Concord de sus propios encuentros personales con estos seres de la Naturaleza. América en ese momento negaba furiosamente la existencia de estos seres fantásticos. Manteniendo su relación con las hadas en secreto preservó la santidad de la amistad, y podría, creía Thoreau, incluso proteger la propia existencia de las hadas en el enmarañado paisaje más allá de lo visible.
Las hadas no eran los únicos espíritus que acompañaron a Henry a lo largo de su vida. “Thoreau cuando dormía, así cuando estaba despierto, parecía que siempre caminaba sólo con ángeles, nunca con demonios”, nos cuenta Kevin Dann. Mientras que algunos buscadores de oro y plata vendieron su alma a entidades demoniacas, Henry, “siempre hambriento de riqueza celestial, atrajo hacia sí mismo solamente espíritus buenos y protectores. Por sus puros elevados pensamientos, estos espíritus mostraron gratitud hacia él. Durante su vida sus más deseados tesoros llegaron a él de manera fortuita, repitiendo la magia del hallazgo de la punta de flecha de Tahatawun. Aunque agradecido por los regalos, Thoreau nunca entendió de dónde llegaron”. Todos sus hallazgos arqueológicos, botánicos y musicales fluyeron hacia él sin esfuerzo. Henry intuyó que el poderoso esfuerzo del deseo actuaba así entre los hombres: “Yo no conozco ninguna regla tan cierta como estamos siempre pagando por nuestras suposiciones por encontrar lo que nosotros esperamos…Nuestros suposiciones ejercitan un demoniaco poder sobre el propio objeto del deseo. Por alguna oscura ley de influencia cuando nosotros somos quizás inconscientemente el tema de la suposiciones de otro, nosotros sentimientos un fuerte impulso, incluso cuando estos son contrarios a nuestra naturaleza hacemos lo que él espera, pero reprobamos”. Sospechando siempre la existencia de ángeles arriba y lo angelical en el hombre abajo, Thoreau los encontró. Los demonios tendrían que buscar un refugio en otro lugar.
Volviendo al asunto del ritmo de sus paseos, Henry se dio cuenta de que su vida se intensificaba al rítmico intervalo de siete años. Nacido en el séptimo mes del año, el ritmo del siete estaba inscrito en las más significativas experiencias y tareas de Thoreau. Dedico siete años a completar su obra “Un semana en los ríos Concord y Merrimack”, un libro compuesto de siete capítulos correspondientes a los siete días de la semana. Su obra maestra “Walden” tardaría siete años en revisarla antes de su publicación. Y fue a la edad de veintiocho años cuando se enfrentó a la trascendental cuestión de averiguar cuál era su misión en la vida y entonces dedicarse a la tarea de dar forma a su propio destino. Para responder a esta pregunta se retiró parcialmente del mundo y se fue a vivir a una cabaña construida por el mismo en la orilla de la laguna de Walden, experiencia de la que surgiría su obra maestra.
La lectura del apartado del libro en el que Kevin Dann trata de la obra “Walden” me ha permitido tomar conciencia del carácter sagrado e iniciativo de esta obra, algo que ya sospechaba. Este libro oculta mensajes muy profundos, tanto como la propia laguna de Walden. Una laguna que Thoreau estudió con gran rigor científico para obtener una precisa carta barimétrica. Cuando leí este apartado de “Walden” no entendí muy bien su significado. Me pareció incluso algo innecesario que dedicará tantas páginas a la topografía y profundidad de la laguna. No ha sido hasta la lectura de esta biografía de Thoreau cuando he captado toda su “profundidad”. El plano barimétrico de la laguna permitió a Henry descubrir que ocultaba el símbolo cristiano por excelencia: una cruz latina. Una cruz, cuya intersección de las dos líneas, marcaba el punto de mayor profundidad de la laguna. Henry observó que esta regla se cumplía en otras lagunas cercanas. Descubrió, de esta forma, que era posible localizar el punto más profundo de una laguna mediante la observación del perfil de su superficie y las características de sus orillas. Siguiendo esta ley, y aplicándola al campo de la ética, sería posible, según Henry, calcular la profundidad del carácter de una persona. Para hacerlo basta con trazar “las líneas correspondientes a lo largo y a lo ancho del conjunto de comportamientos cotidianos y particulares de un hombre y las oleadas de la vida en sus calas y afluentes”.
Al leer la identificación que hizo Henry entre la laguna de Walden con un símbolo de la Verdad suprema, pensé en el Estrecho de Gibraltar y su punto de mayor profundidad. Quería comprobar si la ley descrita por Henry se cumplía en mi propia geografía vital. Busqué en internet imágenes de la barimetría del Estrecho de Gibraltar, y así di con una página web (www.atlantidaegeo.com), en la que se expone una sugerente hipótesis sobre la localización de la Atlántida y las causas del hundimiento de estas míticas islas. Según el autor del libro titulado “De Gibraltar a la Atlántida”, en tiempos remotos hubo un cataclismo, posiblemente un terremoto, que abrió el istmo cerrado que separaba el Océano Atlántico y el Mar Mediterráneo. Al romperse este dique natural, de manera repentina, hubo una rápida subida del nivel del mar que provocó el hundimiento de las islas que conformaban la Atlántida.
Al observar la reconstrucción que el autor del mencionado libro propone del istmo y de la laguna existente en su lado oriental, y comparar esta última con la laguna de Walden me he quedado muy impactado por su asombrosa semejanza. La forma de las costas del Estrecho de Gibraltar, antes de la rotura del istmo, y la laguna de Walden es muy parecida. No es menos sorprendente que la ubicación de casa natal de Thoreau en el plano hecho por el mismo coincidía con la situación de Ceuta, mi lugar de nacimiento y vida.
La similitud en la forma de la laguna de Walden y la que un tiempo fue el mar de Alborán es sorprendente. Tanto Henry David Thoreau como yo nacimos y vivimos junto a una profunda laguna. Voy acumulando pruebas de que Walden y Ceuta son puertas a la eternidad por la que entra y sale energía cósmica desde algún planeta lejano. Puede que en el caso de Ceuta sea Plutón, ya que existe un lugar con la misma forma de mi ciudad en este planeta.
El número siete, el mes de su nacimiento, como hemos indicado con anterioridad, marcó el ritmo de la vida de Henry. Yo nací en septiembre, el noveno mes del año. El nueve es el número de la Gran Diosa y el de las Musas, que siempre me han acompañado, así como de Plutón, el noveno planeta que ha sido identificado en nuestro sistema solar. Nací en luna llena, como Henry, en un periodo de conjunción entre Urano y el mismo Plutón. Una época caracterizada por una efervescencia de la vida, de la sexualidad y del amor por la naturaleza. El día de mi nacimiento los Beatles lanzaron el álbum Abbey Road.
Nueve son también el número de círculos del infierno que Dante visitó con Virgilio hasta llegar al noveno círculo (el número de Beatriz). La obra “La Divina Comedia” de Dante ha tenido una gran influencia en mi vida. Cuando pienso en el descenso a los infiernos y el ascenso hasta el Paraíso reconstruyo mentalmente los paisajes que conocieron Virgilio y Dante. Resulta llamativo que Dante cite a Ceuta cuando emprendió el viaje que le llevaría al reino del Hades griego o el Plutón romano. Mi vinculación con este planeta y la divinidad que va asociada a él explicarían mi interés por todo lo subterráneo, empezando por los restos arqueológicos, las cuevas y galerías. Todo lo ctónico me atrae y yo soy atraído por ello. Mi gran descubrimiento arqueológico ha sido la gruta sagrada de la Gran Diosa.
Tanto Henry como yo hemos sabido que el genio de nuestros respectivos lugares de nacimiento era, en realidad, la Sophia gnóstica. Kevin Dann en su biografía de Thoreau reproduce una canción escrita por Henry que el lleva el título: “A sister”. Según Dann esta canción “sugiere que él (Henry) también había experimentado a Sophia, el eterno principio de la Divina Madre perdido casi completamente en el cristiandad occidental…El suyo fue un encuentro completamente solitario con una hermanada, pero magnifica, ser espiritual, encarnando la sabiduría divina, así como el amor”. También Emerson y Margaret Fuller fueron inspirados por Sophia. En el caso de Emerson, según Dann, la influencia de Sophia permaneció mucho tiempo inconsciente. Sin embargo, Margaret Fuller de manera consciente cultivó la comunicación con la Diosa. Fuller comienza su obra «Woman in the Nineteen Century» con las palabras «Fragilidad, tu nombre es Mujer/la Tierra espera a su Reina». La «Reina» es María o Sophia.
Su relación con otros divinidades y seres espirituales vinculados a la naturaleza es explicado por Kevin Dann de la siguiente manera: “El estilo de su hechizo restauraba la armonía a su paisaje natal a través de sus pensamientos y hechos, y a través de la expectación de los hechos de un supremo daimon, Pan, el Señor de los seres elementales de la naturaleza. Su consciente ignorancia de los demonios era concurrente con una intensa conciencia y clarividencia sobre los daimones, y él estaba siempre bien servido por su ingenuidad respecto a los habitantes más oscuros del paisaje espiritual”. Estos genios viven en lugares oscuros, alejados de la vista de los seres humanos, como grutas, cuevas o antiguas minas. Precisamente éstos eran los lugares favoritos de Thoreau. Kevin Dann alude a las continuas visitas que Henry hacía a antiguas minas de plata, cobre y hierro, o a un abandonado horno de cal, “una gigante retorta alquímica convertida en una ruina romántica”. De estas oscuras excavaciones en la tierra mineral, Henry obtenía sus “divinos licores, esto es, el vino que yo amaba” y del que se alimentaba.
En su proximidad con los genios y su gusto por los antiguos hornos “alquímicos” y las minas encuentro otro punto en común entre Henry y yo. Una divinidad femenina, considerada un genio femenino por los musulmanes, Lalla Aïsha, ocupó la gruta que yo encontré en mi excavación arqueológica en la calle Galea. En mi siguiente intervención arqueológica tuve la suerte de hallar un horno metalúrgico que me acercó aún más a la ciencia alquímica y me abrió la puerta al descubrimiento y exploración de varias minas de cobre y hierro en la vertiente sur del Monte Hacho. Llegué así a las minas de la Cala del Amor en las que viven estos mismos genios a los que todavía las mujeres musulmanas rinden culto y piden su ayuda para curar sus enfermedades o lograr la fertilidad de sus vientres.
En la mina de cobre del Cardenillo identifiqué la savia verde del Monte Hacho, el divino licor que también Henry Thoreau descubrió en las minas que él visitaba cerca de su ciudad natal. Allí voy con relativa frecuencia a beber “el vino que amo” y nutre mi alma. Sentado sobre estos filones de cobre y hierro he escrito algunos de mis mejores relatos y tengo la sensación íntima de que aún me queda mucho que escribir en este lugar. Cuando estoy allí, siento que la esencia de Ceuta penetra por los poros de mi piel hasta lo más profundo de mi ser. Viene entonces el recuerdo de vidas anteriores, de alguien parecido a Henry que escala por las inestables y artificiales colinas de menas hasta llegar al punto más alto para sentarse a escribir. Desde este altozano Henry veía los verdes bosques de Concord, mientras que yo contemplo el intenso azul del mar Mediterráneo. En ambos casos, encontramos en estos lugares conectados con las profundidades de la tierra y habitados por “seres respetables” la puerta que nos conecta con otra dimensión de la existencia. La voz de la naturaleza se hace audible y la visión se renueva. Nuestros lápices o bolígrafos corren por nuestras respectivas libretas dejando la inmortal impronta de nuestro pensamiento. Los ojos suben para ver el horizonte y descienden para plasmar en palabras lo que hemos visto y sentido. A veces paramos de escribir y dejamos que nuestra mirada vaya mucho más allá del cielo de las nubes que contemplamos. Las estrellas y planetas aparecen ante nuestros ojos, aunque estamos al mediodía. Volamos tan alto que la tierra se vuelve minúscula, mientras flotamos llevados por el viento celestial sin un destino cierto, consciente de que en un universo infinito no hay una meta fija. Somos ascendidos hacia el cielo por una fuerza que nos empuja desde la tierra y se estira como una serpiente. Nosotros estamos sobre su cabeza sin temor a caernos. Llega un momento en que los dos no vemos más que un ancho mar y descubrimos que nuestras respectivas localidades natales son hermanas. Ambas son puertas celestiales por la que nos comunicamos sin interferencias más allá del tiempo y el espacio. Nos vemos, nos reconocemos de la misma estirpe y nos abrazamos como dos hermanos que se reencuentran después de muchos siglos. Compartimos una misma visión, los mismos sentimientos y emociones, las mismas inquietudes y la misma aspiración a hacer de nuestras vidas algo sublime. Siendo iguales en lo esencial, somos distintos en los caracteres y en la vida que hemos llevado. Lo que a uno le sobra, al otro le falta, así que nuestra conjunción es perfecta y logramos entre los dos alcanzar la plenitud. El no tuvo lo que yo tengo: una maravillosa mujer y unos encantadores niños. Y él tiene lo que yo deseo: soledad y más tiempo para pasarlo en pleno contacto con la naturaleza. Entre los dos más conseguir cumplir una misión común: el renacimiento de la Gran Diosa y la renovación de la vida.
Henry D.Thoreau murió a los cuarenta y cuatro años de edad, justo a la edad en la que yo empecé a escribir en mi diario. De alguna manera yo he recogido el testigo que dejó Henry. Mi despertar definitivo llegó cuando yo tenía cuarenta y cinco años, siguiendo mi ritmo personal que avanza de nueve en nueve, el mismo número de las Musas del Parnaso. Este renacimiento personal supuso un punto de inflexión en mi vida, como el que experimentó Henry después de abandonar su cabaña en Walden. Se despertó en mí una viva imaginación, una intensa reverencia y admiración por la naturaleza, así como se activó mi sentido de lo milagroso. Mi relación con los demás también cambió a partir de ese momento. Como dijo Henry, “inspiramos amistad en el hombre cuando contraemos amistad por los dioses”. Thoreau, según cuenta Kevin Dann, sabía que los seres humanos son siempre divinos, no importa cómo completamente podamos haberlo olvidado.
A partir de este punto de inflexión en mi vida redoble mi compromiso para vivir de la manera más noble y plena que pudiera llegar a alcanzar. Henry se dijo a sí mismo, a su amigo y a todos nosotros: “dedícate un poco más a la labor que dices dominar. Usted no está satisfecho o insatisfecho con usted sin razón aparente. ¿No posee una cualidad del intelecto de inestimable valor? Si existe algún experimento que le gustaría llevar a cabo, adelante. No deje espacio para las dudas que no le sean satisfactorias. Recuerde que no tiene por qué comer si no está hambriento. No lea los periódicos. No deje pasar ninguna oportunidad de sentirse melancólico. Y en cuanto a su salud, considérese sano. No se empeñe en encontrar las cosas tal y como usted cree que son. Haga lo que nadie más puede hacer por usted. No haga otra cosa”. Este asunto que nadie podía hacer por mí era profundizar en mi propio autoconocimiento y cumplir mi misión de estudiar y dar a conocer el espíritu de Ceuta.
Yo, al igual que Henry, me encontré con la Gran Diosa. Henry cuenta de este modo su experiencia y describe a la diosa Diana del siguiente modo: “Tú eres una personalidad tan vasta y universal que he nunca conseguido ver ningún de tus rasgos…el amor hace fragante toda la atmósfera, -esto es porque de nada él está hecho-, o yo, alguien que lo hace por nosotros. Mi querida, mi rociada hermana, que tu lluvia descienda sobre mí. No sólo te amo, sino que amo lo mejor de ti; aunque es un amor que siento raramente. Yo no te amo a ti cada día. Yo te amo a ti en mis grandes días. Tus palabras me alimentan como el mana de la mañana. Yo soy tanto tu hermano como tu hermana, -Tú eres tanto mi hermano como mi hermana. Es una porción de ti y una porción de mí las que son parientes. Tú no tienes que cortejarme, yo no tengo que cortejarte. ¡Oh, mi hermana! O Diana,-tus caminos están en las colinas orientales, tú seguramente pasaste de esta manera. Yo, el cazador, te vi. En el rocío de la mañana mis ojos son los perros que te persiguen. Tú puedes hablar, yo no puedo. Yo escucho y olvido preguntar porque estoy ocupado escuchándote. Me desperté y pensé en ti, tú estabas presente en mi mente. ¿Cómo llegaste tú allí? ¿No estaba yo presente a ti también?”.
La visión que tuvo Henry de la Gran Diosa, bajo la forma de Diana, le dejó muy impactado, aunque siempre la mantuvo en secreto. Este encuentro le hice ver que “nosotros andamos en tan pura y brillante luz, tan suave y serenamente brillante, que pienso que yo nunca me he bañado en tal inundación dorada, sin ondulaciones o murmullo. El lado oeste de cada bosque y creciente tierra brillaba con los límites del Elíseo”. Inspirado por esta visión, Henry, al igual que yo mismo llevo haciendo después de mi encuentro con la Gran Diosa, se concentró en la escritura de su diario. Un diario que “habría de ser el recuento de mi amor”, escribo Henry. “Sólo escribiría en él de las cosas que amo, de mi afecto por cualquier aspecto del mundo. De aquello en lo que me gusta pensar. No tengo más claridad ni orientación en mis anhelos que un capullo que se abre y que apunta a la flor y el fruto, al verano y el otoño, pero que sólo es consciente del calor del sol y de la influencia de la primavera. Me siento maduro para algo, aunque no hada nada ni descubra de qué se trata. Simplemente me siento fértil. Es tiempo sembrado en mí. Ya he estado bastante en barbecho.
…A pesar de un sentido de indignidad que me posee, no sin razón, a pesar de que me considero como una buena dosis de un pícaro, sin embargo, en su mayor parte el espíritu del universo es inexplicablemente bueno conmigo, y yo disfruto quizás una inusual proporción de felicidad. Todavía me pregunto algunas veces si no hay algún acuerdo por llegar”.
Efectivamente, este sentimiento de intenso amor por la naturaleza, por los paisajes, por los amigos y familiares creció también en mí tras conocer a la Gran Diosa. He escrito y escribo de las “cosas que amo”, sin más ambición, como decía Henry, de la que tiene una planta por mostrar la belleza de sus flores o dar los frutos que alimenten mi propio alma y la de quienes leen mis escritos a través de internet. Tampoco tengo claro el sentido de todo este trabajo, más allá de la satisfacción personal y la felicidad por disfrutar de una vida rica y plena. Me siento, eso sí, un hombre muy afortunado. Pocos son los que pueden presumir de haber gozado de una existencia tan profunda y a la vez tan elevada y trascendente.
El pico de los poderes perceptivos de Thoreau, dice Kevin Dann, “fueron coincidentes con su habilidad para amar, de hecho, con su comprensión del amor, el cual fue la fuerza que mantuvo juntas todas estas sensaciones”. Durante esta etapa de su vida Henry llegó a la conclusión de que “la naturaleza debe ser visto humanamente para ser vista del todo; es decir, sus escenas deben ser asociadas con afecciones humanas, como aquellas que son asociadas con nuestro propio lugar de nacimiento, por ejemplo. Ella es más significativa para un amante. Un amante de la Naturaleza es predominantemente un amante del hombre. Si yo no tengo amigos, ¿Qué es la naturaleza para mí? Ella deja de ser moralmente significativa”.
Las líneas de mi destino se está desarrollando a un ritmo que, -al igual que le ocurrió a Henry, dice Kevin Dann-, “podría ser visto sólo mucho tiempo después que sus últimas olas hayan golpeado la orilla”. Respecto a su destino, Henry confesó que “yo escuchó una irresistible voz, la voz de mi destino, la cual me invita a mí lejos de todo esto”. En cierta ocasión, cuando fue a recoger leña, escuchó la voz de su genio que le dijo; “mejora tu tiempo” y le invitaba a tomar un camino semejante al de los peregrinos de la Edad Media en dirección a Tierra Santa. De alguna manera, mi camino ha sido el mismo. He dedicado mucho tiempo a lo que algunos consideran una vida de “holgazanes y vagabundos”, tal y como también vieron a Henry sus vecinos. Yo mismo tengo la sensación, algunas veces, de estar perdiendo el tiempo. La voz de mi genio me dice que debo seguir el camino que él me indica, pero no puedo dejar de escuchar la voz de mi conciencia que recuerda mis obligaciones familiares y la urgencia que tengo en encontrar un empleo.
El vagabundeo al que se dedicó Henry no sólo ocupó las horas del día, sino también de algunas noches. Según nos cuenta Kevin Dann, Henry amaba la soledad que él siempre en la noche, la cual la hacía “menos profana que el día”. Thoreau prefería las noches de luna llena no sólo por la relativa fácil para andar, sino también porque él podía experimentar la influencia de la diosa Diana en esas circunstancias. Bajo la luz de la luna los oscuros sentidos, -olfato, tacto y audición-, toman la delantera en la noche, así pudo Henry percibir el olor del prado, sentir cambios sutiles en la temperatura del aire y escuchar el tintineo de cárcavas que nunca había detectado antes. En la luna llena, dice Dann, “el cuerpo sutil humano está más activo, y los paseos de Thoreau a la luz de la luna siempre reflejaban esta actividad invisible. Diana, cargando la atmósfera con “rociada fragancia”, le aportaba a él “el sueño de Endimion”, un ambrosaico sentido de tener sus “sueños despiertos”. El éxtasis que Henry describe de sus paseos nocturnos frecuentemente continuaba en las horas diurnas en el periodo de luna llena, una consecuencia de que su organismo sutil se “elevaba” ligeramente fuera de su cuerpo físico, abriéndole más plenamente a las corrientes espirituales.
Henry asociaba la afinidad que sentía por las noches de luna llena al hecho de haber nacido a los pocos días de una luna llena. Yo nací también en luna llena. Todos los días, cuando me levanto, la busco en el firmamento. El pasado día 23 de enero, me asomé por la ventana, vi a la luna y escribí lo siguiente en mi diario:
“Esta madrugada la luna es más reina de la noche que nunca, Un séquito de planetas y estrellas la rodean y rinden pleitesía. La tengo justo delante de mi ventana. No tengo más que alzar la mirada para contemplarla. Es un gajo de luz blanca que se desplaza a paso lento por el cielo. Su presencia nos recuerda que no somos el único planeta del universo, y no hace tener una perspectiva del tiempo y del espacio. La luna me hace recordar, como dijo Thoreau, la eternidad detrás de mí, así como la eternidad delante de mí”.
El sol es mucho más constante que la luna. Con pequeñas diferencias sale, recorre el cielo y se oculta con una trayectoria previsible. Mantiene siempre su misma forma. Pero la luna es cambiante. Crece, alcanza su plenitud y empieza su decrepitud hasta que muere…Y pasado tres días resucita para comenzar un nuevo ciclo de vida y muerte que dura veintinueve días. Por ser un símbolo de la renovación de la vida, la luna ha estado relacionada con los cultos de la fertilidad y la Gran Diosa.
La luna ha sido y es un elemento femenino que ha inspirado a poetas y artistas. Yo me he vuelto un adorador de la luna. Mis noches son distintas desde que tengo constancia de su presencia y sigo su ciclo mensual. Algunas de mis noches más excelsas las he pasado paseando bajo la luz de la luna llena. Salir a contemplar el amanecer de la luna en las noches de plenilunio se ha convertido en una cita ineludible para mí. Poco a poco, a través de mi ejemplo, hay más personas en Ceuta que se interesan por la luna y reconocen su belleza. Ojalá que encuentren la misma inspiración que a mí me aporta la luna”.
Gracias a lectura de esta nueva biografía de Henry: “Expect Great Things: The Life and Search of Henry David Thoreau”, escrita por Kevin Dann, he descubierto todas las similitudes entre la vida de Henry y la mía. Y he llegado a la misma conclusión a la que llegó Thoreau: “yo soy un místico, un trascendentalista, y un filósofo de la naturaleza”. Ambos hemos llevado ante los ojos de nuestros contemporáneos aquello que era invisible e inaludible, sin dejar de ser plenamente conscientes de que hay muchos lugares y fenómenos en el cosmos que han permanecido inaccesibles para nosotros. Hemos aprendido que “si una avanza confiadamente en el dirección de sus sueños”, dijo Henry, “y se esfuerza por vivir la vida que ha imaginado, se encontrará con un éxito inesperado en horas comunes…leyes nuevas, universales, y más liberales comenzarán a establecer alrededor y dentro de él; o las antiguas leyes se extenderán«. Esto confianza en que esto ocurra en mi vida. “Espero grandes cosas”, de hecho ya las he recibido, y todavía confío en que lleguen más. Todo lo que he visto, sentido, pensado y realizado tiene un propósito que ahora no consigo entender en su totalidad. Las obras de Henry y las mías son verdaderos y proféticos no porque seamos clarividentes, sino porque hemos vivido verdades eternas, unas verdades que podrían haberse perdido si no las hubiéramos plasmado por escrito en nuestros libros y cuadernos.
Esta espera ante la llegada de grandes cosas tiene que ser paciente. Henry “apuntaba sus pensamiento hacia arriba y pacientemente esperaba la respuesta del mundo espiritual”. A través de su purificado corazón, comenta Kevin Dann, “Thoreau se abrió hacia los seres superiores, quienes felizmente le respondieron…Él hizo felices a los daimones, y ellos le respondieron en especie”.
A nuestro común dimensión mística hay algo más que nos une a Henry y a mí, esto es, nuestra preocupación por la conservación de la naturaleza. Los dos hemos experimentado en propia persona los beneficios físicos, espirituales e intelectuales que aporta un contacto permanente con la madre tierra. Tan convencido estamos de su poder nutritivo y curativo para el cuerpo y el alma que hemos defendido la necesidad de que “cada ciudad debe tener un parque, o más bien un bosque primitivo, de quinientas o mil acres, donde un rama nunca será cortada para utilizar como combustible, una propiedad común para siempre, para la instrucción y la recreación”. Las mismas ciudades deben naturalizarse. Decía Henry que “una ciudad no está completa al menos que tenga árboles que marquen las estaciones en ella. Los árboles son tan importantes como un reloj de ciudad. La ciudad que nos los posea no funcionará bien. Tendrá un tornillo suelto; una parte esencial estará ausente”.
Los árboles también dan semillas. Los frutos y las semillas son las formas que adopta la naturaleza para prepararse para el futuro. Nosotros, Henry yo, preparamos nuestras propias semillas que aseguran nuestra inmortalidad. Estas semillas son nuestros escritos y el ejemplo de nuestras vidas. Dijo Henry que aunque él no creía que una planta brotara donde no había ninguna semilla, él tenía gran fe en una semilla, una, que para Henry, tenía una misterioso origen. “Me convenzo de que hay una semilla aquí, y estoy preparado para esperar maravillas”.
El pasado año, el día que se cumplía el tercer aniversario de mi inicio como escritor, dejé plasmado en mi libreta el siguiente pensamiento:
“Crece en mi interior una semilla que desconozco si llegara a germinar y dar sus frutos en la actual generación o en una alejada en el tiempo, o puede que se seque como tantas otras. Esta semilla contiene la esencia concretada de esta ciudad extraída de su historia con mi particular alambique. En estos artículos, en todos los proyectos que han sido redactados y nunca realizados por falta de apoyo, en las páginas de los libros que he escrito en los últimos años y que permanecen inéditos en un rincón de mi biblioteca, en mi trabajo en pro de la conservación del patrimonio cultural y natural, …en todos ellos está contenido lo mejor de lo que hasta ahora he llegado a ser. No me corresponde a mí ponderar el valor de este legado. De lo que estoy seguro es que si más personas se animaran a rendir culto al genius loci de Ceuta y escucharan su mensaje serían muchas más las semillas que podrían crecer y embellecer esta tierra. Personas más inteligentes y sensibles que yo serían capaces de dar forma a una Ceuta renovada. Ojalá consiguiera con estos escritos lo que todos los verdaderos poetas y literatos han buscado: “apartar a la gente de sus continuos extravíos y abstracciones enfermizas para conducirla a lo común, divino, original y concreto” (Walt Whitman, en la última anotación de su diario)”.
Termino, con el pensamiento de Henry que da título a la magnífica biografía de Henry David Thoreau escrita por Kevin Dann: “a largo plazo, nos encontramos con lo que esperamos. Seremos afortunados entonces si esperamos grandes cosas”. Yo espero grandes cosas, no tanto en el plano personal, sino en el del despertar espiritual de los seres humanos, que conllevara la resacralización de la naturaleza y la posibilidad de una vida rica y plena para todos los habitantes de la tierra. La pregunta que se hizo Henry al final de su vida es: ¿Hasta cuándo? ¿Cuánto tiempo tenemos que esperar a que ocurra el renacimiento de la humanidad y la renovación de la vida? La última frase del libro de Kevin Dann intenta responde a esta cuestión: “Hay grandes ritmos cósmicos, perennes, eternos ritmos ondulando alrededor y a través de nosotros, los cuales no escuchamos. ¿Cuándo lo haremos? Se preguntó este gran espíritu americano (Henry). ¿Por qué no ahora?”.
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