Ceuta, 31 de julio de 2017.
He salido de casa justo una hora antes de la hora prevista para la salida del sol, las 7:28 h. Al atravesar la puerta trasera del edificio en el que vivo mi mirada se ha dirigido al Monte Hacho. Sobre este promontorio lucía, como todas las mañanas despejadas, la brillante Venus. A los que no esperaba eran al robusto Orión y a la misteriosa Sirio. Su aparición en el horizonte del alba indica que hemos superado el meridiano del verano y que nos acercamos al otoño con sus bellos cielos nocturnos.
Sin prisa, pero sin pausa, -como le gustaba decir a Goethe-, he recorrido el camino perimetral del Monte Hacho. Hace una temperatura agradable, 24º C, algo alta teniendo en cuenta que estamos a primera hora de la mañana y que todavía no ha salido el sol. Precisamente llego al fuerte de Punta Almina a la hora prevista, las 7:18 h. Tengo el tiempo suficiente para desplegar las patas del trípode y colocar la cámara fotográfica. Me llama la atención en este amanecer la estrecha línea celeste que observo sobre el horizonte. Es de una belleza asombrosa. El sol emerge de una forma desacostumbrada. Es un globo dorado inflado lentamente por el mismo Poseidón, cuyo aliento es de helio. Esto hace que el globo incandescente ascienda y comience a iluminar este último día del mes de julio.
El viento sopla de poniente con relativa fuerza, lo que no ha impedido que se acumule algo de bruma sobre el horizonte. Esta neblina no dificulta que pueda ver el Peñón de Gibraltar, la bahía de Algeciras, parte de la costa malagueña y los montes de Getares.
El proyecto que tengo para hoy consiste en recorrer la bahía norte de Ceuta. La idea es tomar apuntes de los elementos patrimoniales más sobresalientes que encuentre para confeccionar una guía del patrimonio natural y cultural de la fachada septentrional de Ceuta. Mi punto de partida es justo el lugar donde ahora estoy sentado escribiendo: el fuerte de Punta Almina. Respecto a esta antigua fortificación no hay demasiada información. Lo más probable es que fuera construida en la segunda mitad del siglo XVIII. Cuenta con dos cuerpos construidos de forma rectangular y una amplia plataforma de forma triangular que servía para el alojamiento de las piezas de artillería. Destaca las losas de peridotitas y calizas que conforman el firme de esta superficie horizontal. Hace unos años, el Área de Fomento de la Delegación del Gobierno en Ceuta habilitó un acceso a este fuerte desde la parte alta de la carretera de circunvalación del Monte Hacho.
Aún se conserva el empedrado que cubría los pasillos interiores del fuerte.
Las estancias están cubiertas con bóvedas de medio cañón y carecen de ventanas exteriores. Con buen criterio, el Ministerio de Defensa, propietario de este inmueble, cerró con verjas los huecos de las puertas para impedir ocupaciones ilegales.
Sobre la plataforma abierta encontramos algunas especies de flora habituales en esta zona, como los cardos, las altabacas y los asteriscos marítimos.
Otro tramo de escaleras y pasarelas comunica el fuerte con la Sirena de Punta Almina, donde se alojó un sistema de aviso acústico para los navegantes. Por su particular sonido conocían a este lugar con el apelativo de “La Vaca”. Hace unos años este inmueble fue restaurada por el SEPE para transformarlo en un centro de avistamiento de aves y cetáceos, pero aún sigue cerrado.
Recorro un pasillo que rodea a la Sirena de Punta Almina, desde el que puedo disfrutar de unas vistas impresionantes. Me gusta asomarme a este balcón privilegiado situado sobre el punto más septentrional del continente africano. Miro hacia el Este donde se dibuja un amplio arco que marca el mar Mediterráneo. Me quedo embelesado escuchando el sonido del mar que besa los acantilados. Los de Punta Almina son especialmente bellos. En esta estrecha y pequeña bahía se han recuperado restos de anclas romanas, lo que demuestra que en aquellos lejanos tiempos fue un lugar utilizado como fondeadero. Dicen también que en una pequeña cueva junto al mar, ubicada al pie de este acantilado, vivió la última foca monje de Ceuta. Ahora estos acantilados están vacíos de gaviotas, si lo comparamos con los miles de ejemplares que los poblaban durante el más de medio siglo que estuvo activo el vertedero de Santa Catalina. Desde aquí vemos esta montaña de basura ahora cubierta de tierra y transformada en un parque periurbano. También atisbamos la planta de transferencia de residuos urbanos construida sobre la batería de las Cuevas. De la parte más antigua, datada en el siglo XVIII, apenas quedan algunos restos.
Recorro la senda que conecta la Sirena de Punta Almina con la carretera del Monte Hacho. Lo hago libreta en mano y blandiendo mi bolígrafo, como si fuera la espada de un caballero andante. Mi sombra y yo discurrimos por el camino observando todo a nuestro alrededor y tomando notas de los detalles más destacados. Los escobones lucen su verdor entre los limonium que empiezan a perder sus hermosas hojas moradas. Estas plantas no pueden impedir que los deleznables gneis del Hacho se derrumbe sobre el sendero, en cuyo extremo final encontramos un denso grupo de eucaliptos y un pequeño helechal que ha crecido a la sombra de unos pinos piñoneros.
Me paro un momento para absorber la vivacidad y el olor de una joven higuera que ha decidido echar raíces mirando al Estrecho de Gibraltar. Sus hojas, al moverse con el viento, hace el mismo sonido que las hojas de mi cuaderno de notas. Escucho también de fondo a las gaviotas y el continuo rumor del mar. Vengo observando, desde hace rato, a una pareja de cernícalos que, al igual que la higuera, han querido establecer aquí su hogar. Pienso que demuestran tener un gusto exquisito con esta elección. Sobre las ramas del primer eucalipto está posado uno de los cernícalos. Me observa y yo lo observo a él. Se comunica con su pareja mediante su particular lenguaje. Quisiera saber lo que dicen, pero no poseo el anillo de Salomón.
Mientras intento fotografiar a la pareja de cernícalos pasa un vecino haciendo deporte y sin parar me dice: “cada vez hay más guarros en esta ciudad”. Ha debido leer mi artículo de este sábado en el periódico “El Faro de Ceuta” en el que criticaba a los “guarros” que ensucian el Monte Hacho y otros puntos de la naturaleza ceutí.
El eucalipto sobre el que hace un instante reposaba el cernícalo se ha tomado muy en serio su papel de jamba y dibuja una imaginaria puerta a un agradable paseo entre sus congéneres. Ya sea por efecto del viento o su gusto por la penumbra, los eucaliptos que miran al mar presentan sus troncos inclinados hacia el sur creando una serie de arcos que proyectan agradables sombras.
…Me siento en este momento feliz. Estoy descubriendo cosas nuevas en un paisaje de sobra conocido. Igual me fijo en las hojas rojas de los eucaliptos caídas en el suelo, -señal inequívoca del cercano otoño-; que presto atención al sonido del mar, que parece una cascada intemporal; al igual que contemplo el horizonte o aspiro el olor de los eucaliptos. Al final del camino, como si quisiera despedirse de mí, me espera uno de los cernícalos. Puedo verlo muy de cerca y disfruto de su esculpida silueta.
Entre los eucaliptos asoma un edificio de planta rectangular que corresponde a una antigua fuente del siglo XVIII. Sus paredes están repletas de grafitos con nombres y fechas dejadas por aquellos caminantes que hace dos siglos recorrieron los caminos que yo ahora sigo. Pararían en este lugar para beber y comer algo, como yo voy a hacer ahora mismo.
Después de un reconfortante desayuno retomo el camino a las 9:30 h. Las moscas no dejan de incordiarme. Aún me quedan muchas cosas que ver antes de que acabe el día. Los cardos borriqueros están secos y el viento se encarga de dispersas sus grandes y estrelladas esporas por el campo. Dos de ellas fueron a caer a mi lado.
El camino de la fuente dieciochesca desemboca en lo que fue la batería de las Cuevas. Ahora este lugar lo ocupa la planta de transferencia de residuos urbanos de Ceuta. El suelo está pringoso y el olor es nauseabundo. Contigua a estas instalaciones se encuentra una colina artificial creada con la basura sobrante del vertedero de Santa Catalina. Acabaron con un hermoso pinar para excavar un profundo vaso que llenaron con residuos y luego taparon con una tierra tan estéril que no ha arraigado ninguno de los árboles que fueron plantados.
…Tomo el camino de entrada al mencionado parque periurbano de Santa Catalina. Lo primero que veo es la planta de tratamiento de aguas residuales (EDAR) y al fondo un catamarán que hace su salida del puerto de Ceuta.
Paso por un puente elevado sobre la profunda rambla que hace años fue la de las Cuevas. Desde aquí se ve el complejo del camposanto de Ceuta constituido por los cementerios cristiano, hindú y hebreo. Aquí reposan nuestros antepasados que se merecen un mayor cuidado del paisaje que rodea a su última morada.
En la parte central del parque han construido un refugio de planta circular abierto a levante y del espalda a poniente. Pegado al muro han colocado una mesa de madera con banquetas, sobre la cual unos desaprensivos han olvidado una litrona vacía. En el suelo han quedado algunas cartas de naipe y hasta unos calzoncillos. Es de suponer que la fiesta terminó calentita. Me siento en este lugar a tomar algunas notas.
Al doblar la punta de Santa Catalina siento el golpe del aliento de Céfiro. Me cuesta avanzar. No obstante, me detengo, -aunque sea un momento-, para fotografiar la batería de Santa Catalina. Esta fortificación fue comenzada a construir a finales del siglo XIX, pero quedó inconclusa debido a que el promotor de su construcción tuvo la mala suerte de caer de su caballo y desnucarse en unas de sus visitas al desarrollo de las obras. Hay que comentar que desde el garitón de Santa Catalina, que dejé unos metros atrás, hasta el extremo occidental de la bahía norte de Ceuta, todo el perímetro costero de la ciudad está fortificado. El trazado original de esta línea de la muralla norte está datado en época medieval y fue posteriormente restaurada y refortificada entre finales del siglo XVII y la primera mitad del siglo XVIII. Unas de las torres que se erigen en este periodo histórico es la denominada batería de Sauciño. Junto a ella existe una escalera que baja a la playa de Santa Catalina. A esta hora no hay ningún humano. Quienes ocupan la playa son las blancas gaviotas y un negro cuervo. Con el viento de poniente la superficie del mar está encrespada y olas saltan por encima de las rocas.
Me detengo a fotografiar una antigua calera antes de adentrarme en los arrecifes donde me siento un rato a escribir…Cierro y los ojos para sentir con toda la intensidad posible la fuerza del mar. El viento me mece y las salpicaduras del mar refrescan mi cuerpo, que sigue el ritmo de olas. Estoy armonizado con el mar. La gente va y viene en barco o en helicóptero, pero yo permanezco aquí y ahora, integrado en la naturaleza y con la compañía de unos hermosos limonium que bailan al mismo ritmo que imponen las olas. Miro al cielo y pienso, una vez más, que detrás del este color celeste se abre una infinita oscuridad y un frío cuyo intensidad desafía a nuestra imaginación. Y en medio de este oscuro firmamento luce una estrella, el sol, en torno a la que orbita una serie de planetas, entre ellos la tierra. Nuestro planeta está situado a la distancia justa para no abrasarnos por los rayos del sol ni helarnos por una indeseada lejanía. Esta circunstancia hace posible la vida, cuya mente consciente y expresiva somos los seres humanos. Pienso que ante un hecho tan asombroso y misterioso las mujeres y los hombres no deberíamos hacer otra cosa que sacar el máximo partido a los sentidos que nos otorgado la naturaleza para amarla, respetarla y emocionarnos con su diversidad y con todas la belleza que nos regala cada día.
Desde donde estoy sentado observo que el Fast Ferry de la compañía Balearia hace unas maniobras extrañas. Aviso a mi amiga Carmen Echarri, la directora del periódico “El Faro de Ceuta”…Yo sigo mi camino y me acerco a visitar la batería de Valdeaguas. Es una de las fortificaciones más fortificaciones más grandes que se construyeron a finales del siglo XIX para proteger a Ceuta de algún ataque desde el mar. En las amplias plataformas que tengo delante se alojaron enormes cañones capaces de hundir a un acorazado.
Sobre una de las torres que conservan de la muralla norte se ha diseñado un mirador desde el que diviso tanto la playa de Santa Catalina como las cercanas baterías de Pino Gordo y de la Punta de los Atravesados. En esta última se observa a la perfección el aparejo que denota su origen medieval.
Mi siguiente pausa es la playa del Chiclón, también conocida como la de la Bolera. Esta playa es la única de Ceuta en la que se permite el baño de las mascotas. De hecho veo a los lejos cómo un perro y su duelo se dan un baño juntos. Bajo a esta playa para inspeccionar el estado de las murallas que discurren por este tramo del litoral. Está todo lleno de basura y me quedo horrorizado por el tubo que han colocado sobre la muralla declarada Bien de Interés Cultural. La Ciudad ha solucionado, en parte, el problema del vertido de aguas residuales de los edificios adosados a la muralla, pero han causado un grave impacto visual que deja a las claras la escasa sensibilidad hacia la protección del patrimonio cultural.
Mi recorrido por la muralla norte continúa por el tramo comprendido entre la Vigía de la Punta del Chiclón y el fuerte de San Amaro. Da pena cómo está todo. Es tal la cantidad de residuos que tengo que sortear que al final tropiezo y termino en el suelo, aunque, por fortuna, sin ninguna consecuencia. Alguien ha instalado una destartalada caseta junto al mar. Llego así al fuerte de San Amaro que sigue abandonado tras el incendio que lo arruinó el pasado año. Dijeron que iban a actuar con carácter de urgencia, pero pasan los meses y el fuerte construido a finales del siglo XVII, -tal y como reza en la leyenda de su escudo heráldico-, sigue en el mismo estado de avanzado deterioro.
No mucho mejor están las murallas de la bahía de San Amaro, a la que se adosan un buen número de edificaciones contemporáneas. Toda esta pequeña ensenada está ocupada por distorsionantes construcciones.
Unos metros más adelante me encuentro con la batería del barranco de hierro, desfigurada por inmuebles recientes. Entre esta batería y la de Abastos no se ha conservado ningún vestigio de las antiguas murallas de la fachada norte de Ceuta. La mencionada batería de Abastos, el almacén del mismo nombre y la batería y puerta del muelle de San Pedro son los únicos elementos que son posibles ver de las fortificaciones que defendieron la ciudad ante posibles ataques procedentes del septentrión.
Por el camino hago una parada para fotografiar los baños árabes de la plaza de la Paz y el solar de la calle Galea, donde hace dos años documenté, en el transcurso de una excavación arqueológica, un sorprendente santuario medieval dedicado a la Gran Diosa.
No he hecho más que andar unos metros cuando veo en la acera de enfrente a Carmen Echarri que viene de entrevistar a los pescadores marroquíes cuyo barco ha quedado esta mañana a la deriva en las aguas de Ceuta. Voy con ella a la redacción del periódico para dejarles unas fotos que me han pedido. La periodista Silvia Vivancos aprovecha mi presencia para preguntarme sobre los motivos de la aparición, en apenas unas horas, de dos cuerpos de delfines muertos, uno de ellos con la cola cortada.
Tras mi visita a “El Faro de Ceuta” prosigo mi camino por la línea de costa de la bahía norte de Ceuta. Fotografío el baluarte de San Sebastián, oculto tras algunos árboles, y recorro las murallas del Paseo de las Palmeras que terminan el baluarte de los mallorquines. En sus inmediaciones se localiza la antigua puerta de Santa María, uno de los accesos que tuvo la ciudad desde el mar.
No podía dejar de visitar el foso de las Murallas Reales que conecta las aguas de la bahía norte y la del sur. Tampoco puedo evitar hacer mención a los jardines de la República Argentina, en los que estuvo situada la Sala Municipal de Arqueología. Desde el interior del primer museo arqueológico que tuvimos en Ceuta era posible acceder a las galerías subterráneas excavadas entre finales del siglo XVIII y el siglo XVIII.
Todo lo que fue la playa de la sangre ahora está colmatada de edificaciones, de modo que resulta difícil seguir la topografía antigua de Ceuta. La única pista que encuentro para orientarme es el promontorio sobre el que se erigió la batería de Punta Negra, hoy convertida en el residencia militar “Galera”.
Tomo la llamada carretera de servicios del puerto en la que se localiza una fuente, hoy seca por la insensatez humana. Sigo el perfil original de la costa, donde en una de mis anteriores expediciones identifiqué, -gracias a la colaboración de mi amigo el geólogo Paco Pereila-, los primeros afloramientos de travertinos conocidos en Ceuta.
Mi intención era almorzar en el bar “Juan y Rosi”, pero hoy es lunes y está cerrado por descanso del personal. Así que termino comiendo en una pizzería cercana. Tras la comida descanso un rato bajo una sombrilla en la playa de Benitez. Al levantarme de la siesta me doy un baño y pongo al día los apuntes de este día. Son las 18:10 h. Es hora de retomar el camino. Compruebo la hora en el reloj solar cercano. Marca las 4:20 h, a las que hay que sumar dos horas. Por tanto, son las 18:20 h, la misma hora que indica mi reloj de pulsera.
Hago una parada técnica para repostar algo de agua fresca en el chiringuito de la playa del Trampolín. Aprovecho la botella vacía para llenarla en la fuente de la Victoria. Un manantial que un investigador marroquí cree que corresponde a la célebre Ma` Al-Hayat, la fuente de la eterna juventud custodiada por Al Khadir. El agua discurre clara, limpia, fresca y abundante. Su sabor es muy agradable. No me extraña que sea habitual ver a personas llenando sus garrafas con esta agua sagrada.
…Una hora después de mi salida de la playa de Benitez llego a la punta de Calamocarro. En su cara occidental he encontrado un lugar lleno de encanto y magia. El mar es transparente y su color verde como una esmeralda. Descubro una pequeña cueva en la que me introduzco para tomar algunas fotografías. He llegado a la conclusión de que éste es uno de mis puntos preferidos del litoral de Ceuta. Es una lástima que esté repleto de basura.
Las gaviotas sobrevuelan el saliente costero planeando sobre las invisibles olas del viento de poniente. Estas aves, junto a los limoniums y los hinojos marinos, son las que aportan vida las paredes verticales de la punta de Calamocarro.
…Son las 20:50 h. El sol y yo nos encontramos en la última etapa de nuestra aventura de hoy. El viento sopla con tal fuerza que me veo obligado a agarrar con fuerza la libreta si no quiero que salga volando. Nunca me he sentido atraído por la velocidad, pero creo que hacer frente a este viento es lo más parecido a correr cara al viento en una moto o en un coche descapotable.
No dejo de asombrarme cada vez que contemplo la serena y bella estampa del Atlante dormido. Es una serenidad contagiosa que yo experimento en este momento. Me siento contento por haber logrado completar mi proyecto. Llevo casi quince horas recorriendo la fachada norte de Ceuta y no me siento especialmente cansado. Han sido tantas las experiencias significativas atesoradas a lo largo de esta jornada que me da la impresión de que el amanecer sucedió en un tiempo muy lejano.
En ningún momento he perdido de vista el mar, cuyo azul intenso se ha quedado grabado en mi retina. He disfrutado mucho con los paisajes litorales y con las visitas a los numerosos bienes culturales que jalonan el litoral norte de Ceuta. Todas las civilizaciones que han pasado por Ceuta fueron muy conscientes del valor estratégico de la ciudad y la rodearon con sucesivas líneas de fortificaciones.
…Dejo mis conclusiones para más adelante y presto toda mi atención al ocaso del sol. Las nubes no me van a permitir contemplar el atardecer en todo su esplendor. Sin embargo, esta circunstancia ha dado lugar a un fenómeno extraordinario. La bruma hace las veces de biombo, tras el que el sol se desnuda. Su cuerpo desprende unos haces luminosos que nunca antes había visto en un atardecer ceutí.
Cuando pensaba que todo había acabado observo que el cielo, en la embocadura del Estrecho de Gibraltar, adquiere un intenso color rojizo. Este hecho evidencia que con los atardeceres uno debe ser paciente y mantenerse expectante hasta que la noche haya vencido del todo al día.
La retirada del sol revitaliza a una luna en perfecto cuarto creciente. Llevo observándola desde que esta tarde asomo su faz por la playa de Benitez. Está tan cerca de Occidente que hoy no va a trasnochar demasiado. Da la impresión de que quiere reservar fuerzas para la gran noche del próximo día siete en la que lucirá con toda su luz blanca en una nueva noche de luna llena.
maribel dice
Fantástico reportaje, me ha encantado. Enhorabuena, explicas con claridad y documentas todo lo que ves es loable todo lo que haces por nuestra querida Ceuta, con un guía como tu voy conociendo rincones que nunca supe que existieran , gracias. Un saludo
admin dice
Muchas gracias, Maribel. Me alegro mucho que te haya gustado el reportaje. Pienso que este tipo de escritos pueden contribuir a aumentar el aprecio y respeto por el patrimonio natural y cultural de Ceuta. Tus palabras me animan a seguir compartiendo mis experiencias. Un afectuoso saludo,