Es para mí un gran honor poder escribir este retrato de Diego Segura visto desde Ceuta. Todas las personas tenemos muchos ángulos, tantos como amigos hemos ido atesorando a lo largo de la vida. La amistad es una de las formas de amor más apreciada. A los padres, los hermanos, los abuelos y demás familiares nos une un amor instintivo. Estamos unidos a ellos por vínculos sanguíneos, y en esto poco nos diferenciamos los humanos de las diversas formas de agrupaciones sociales animales. Pero la amistad es un amor que establecemos por nosotros mismos, a partir de lo que pensamos y somos. Un dicho popular lo resume en pocas palabras: “Dios los cría y ellos se juntan”. Cada persona toma el camino que el destino ha trazado para él y en su discurrir se cruza con la senda de otros seres humanos. Muchos pasan de largo. Otros se paran a conversar. Y sólo es cuando das con una persona especial, con un amigo, es cuando ambos deciden caminar juntos.
Cuando yo conocí a Diego Segura a finales de los años noventa, él ya había recorrido muchos kilómetros por el camino de la vida. Diego había partido del mismo punto que yo, Ceuta, algunas décadas antes de que yo naciese. Había pasado por Asilah, una luminosa ciudad amuralla de la costa Atlántica norteafricana, en la que estableció una relación muy especial con la naturaleza. La luz, las formas naturales, el viento, el mar, las bellas y estrechas calles de Asilah compusieron una sinfonía interior en el alma de Diego, que necesitaba expresarse en materiales imperecederos. De este deseo surgió su temprano interés por la arquitectura orgánica y, en general, por el mundo del arte.
Superada esta primera etapa del camino su vida, Diego se traslada a Barcelona para realizar estudios de arte en la Lonja, donde se graduó en la Escuela de Artes y Oficios en la especialidad de Decoración de Interiores y Diseño, actividad a la que se dedicó muchos años colaborando en el diseño de obras arquitectónicas y proyectos urbanísticos. Paralela a su carrera profesional mantiene un constante esfuerzo en su propio crecimiento personal, bebiendo de fuentes muy diversas, pero complementarias. Diego emprende esta labor de evolución de la consciencia tratando de renovarse y perfeccionarse para ser capaz, al mismo tiempo, de transformar a la sociedad. Consciente de que este último propósito requiere de un compromiso colectivo participa en la creación del Taller 7. Un proyecto que tuvo una gran repercusión nacional e internacional, aunque no llegó a dar todos los frutos que podía haber dado, sí que esparció muchas semillas que ahora están empezando a germinar en nuestro convulso mundo.
Diego siempre ha estado ansioso por compartir sus altos dones espirituales, intelectuales y artísticos con toda la humanidad. Y lo ha hecho siempre movido por el doble objetivo de transformarse a sí mismo y contribuir a mejorar la realidad circundante. Su vocación humanista y universalista forma parte de la propia genética de Diego Segura y tiene mucho que ver con su lugar de nacimiento: Ceuta. Yo conocí a Diego justo en el momento en el que trabajaba en su obra “Ceuta, punto de encuentro”. En ese momento yo había regresado a Ceuta después de terminar mis estudios de Prehistoria y Arqueología en la Universidad de Granada. Mis investigaciones sobre la historia de Ceuta me permitieron conocer la importancia geoestratégica de esta pequeña península asomada al Mediterráneo y al Océano Atlántico, pero no fue hasta entrar en contacto con Diego cuando empecé a entender la dimensión sagrada y mágica de esta ciudad.
Siempre he admirado de Diego su capacidad de síntesis y su impecable manera de expresar ideas complejas en los materiales más variados, incluyendo las palabras. Su proyecto escultórico “Ceuta, punto de encuentro” nunca llegó a convertirse en una realidad tangible, pero la idea que subyace en esta iniciativa encontró su manera de expresarse en las acuarelas y pinturas de Diego. Tampoco pasaron de maqueta mucho de sus “Silbos”, que intentan materializar un elemento sempiterno en Ceuta como es el viento. Más suerte tuvimos los ceutíes con la iniciativa de Diego de plasmar otro elemento definitorio de Ceuta: el mar y las olas. Hoy en día quienes visitan Ceuta lo primero que se encuentran a desembarcar en nuestra ciudad es la magnífica “Ola” de Diego Segura.
Una idea que con mucha frecuencia acude a mi mente es la escasa cosecha de grandes artistas que ha dado Ceuta, con la excepción de Diego Segura y algunos otros pocos ceutíes. Ceuta tiene unas condiciones naturales inmejorables. Su geología, su flora, su fauna tanto terrestre como marina, es rica y exuberante. Su luz es deslumbrante. Su clima benigno y agradable todo el año. A lo que hay añadir unos bellos paisajes, una historia milenaria y una destacable diversidad étnica y cultural. Todas estas características hacen de esta ciudad norteafricana una tierra fértil para la creación artística. Sin embargo, ha faltado algo que Diego Segura tiene y a lo que ha dedicado uno de sus últimos trabajos: “el arte de ver”. Sí, sin duda, este arte falta en nuestro mundo y en Ceuta. Precisamente por haber sido Diego en su infancia, como el mismo ha escrito, “un niño delicado de salud, sensible y observador”, se despertó en él, a una edad desacostumbrada, los sentidos sutiles. Mientras que la mayoría de las personas tienen sólo oídos, él escucha. Todos tenemos ojos, pero Diego ve. Como dijo Henry David Thoreau, “no hay belleza en el cielo, sino en el ojo que lo ve”.
Lo cierto es que es casi un milagro que puedan surgir personas de la sensibilidad de Diego en el contexto de una sociedad que castiga a sus hijos encerrándolos entre cuatro paredes desde que comienzan en la escuela e ingresan en la universidad. Los sentidos de nuestros niños y niñas son mutilados por un sistema educativo que los aleja del contacto directo con la naturaleza y el cosmos. Diego, por el contrario, tuvo la suerte de gozar de experiencias significativas que despertaron en él una temprana sensibilidad por las formas y los cambios observables en la naturaleza. Pronto estableció un contacto directo y sensible con el cosmos que le hicieron amar la vida. Sus sentimientos de afecto y amor por la naturaleza no tardaron en transmutarse en el crisol de su alma en emociones profundas y, al mismo tiempo, elevadas. Nació así en Diego un deseo de trascendencia espiritual que le llevaron a adoptar una postura de compromiso ético ante la vida y la naturaleza. Gracias a su aludida capacidad de síntesis extrajo de diversas corrientes filosóficas los materiales con los que compuso su propia identidad y concepción de la cultura, entendida como el autocultivo del alma.
La expresión de la espiritualidad y la filosofía de vida de Diego Segura han requerido el diseño de su propio lenguaje simbólico. Muchos de estos símbolos proceden de Ceuta, su tierra natal y centro de sus pensamientos y sentimientos. La luz, el viento, el mar, la paleta de colores de los amaneceres y atardeceres en el Estrecho de Gibraltar, los olores de sus mercados, el tacto de sus murallas y árboles, el gusto de sus pescados y las especies de las comidas tradicionales de Ceuta, son los ingredientes principales de la obra de Diego Segura. La indiscutible genialidad de Diego reside en su capacidad de hacer de estos ingredientes, -que están a la vista de todos-, obras artísticas destinadas a perdurar hasta la eternidad. Sus esculturas, sus acuarelas, sus pinturas, sus textos, sus diseños gráficos, toda su extensa producción artística, es un canto poético a la vida y a la belleza. Allí donde Diego ha vivido o trabajado se ha convertido en sagrado y mágico gracias a su arte y a su prodigiosa mirada. Esto explica que la Diputación de León haya querido dedicarle una exposición a toda su inabarcable obra artística. Los leoneses han sabido reconocer el gran beneficio que han recibido de la mirada mágica de Diego. Los montes y los ríos de León son más sagrados gracias a Diego. Ha unido con su corazón a dos tierras tan distintas como Ceuta y León. Su amor por la naturaleza de ambos territorios es lo que ha permitido un matrimonio sagrado consagrado en este catálogo.
La manera de percibir el mundo que tiene Diego, su excelso pensamiento, su misticismo, su arte, su desbordante imaginación, su vocación universalista, nos ha hecho a todos más sabios. Yo tengo la extraordinaria suerte de ser amigo de Diego y he podido disfrutar de su compañía en multitud de ocasiones. Siempre he tenido la sensación en nuestras conversaciones de estar hablando con una persona de una singular sabiduría. En mis libretas consta el resumen de algunas de nuestras charlas de sobremesa que guardo como un valioso tesoro. Su amor por la naturaleza, su compromiso con la defensa de los bienes comunes, su bondad natural ha sido y es una gran inspiración en mi vida. Me ha hecho creer en el valor de la palabra, en la importancia de la acción cívica sinergética y en el éxito ciudadano a la hora de cambiar el mundo. Cuando un grupo de personas nos animamos a crear el 15M ceutí, Diego estaba allí para decirnos las palabras justas y necesarias. Este movimiento, nos dijo, es la levadura que dará lugar a un mundo nuevo. Todo lleva su tiempo, pero el cambio es inevitable. Sin pretenderlo, Diego se convirtió en un gran inspirador del 15M ceutí. Todos lo arropamos en una de las exposiciones de arte postal de las que durante doce años Diego ha sido el inspirador y comisario.
Diego Segura es un gran inspirador para aquellos que aspiramos a una vida digna, plena y rica. Pertenece a esa selecta especie de hombres y mujeres que, como dijo Walt Whitman, no convencen tanto por sus palabras, como por su ejemplo. Tengo que reconocer que al principio de conocer a Diego no llegué a captar el sentido profundo de sus “silbos” y “pulsos”. Mis oídos no estaban entonces preparados para captar los grandes ritmos cósmicos, perennes, los eternos ritmos ondulados que están a nuestro alrededor y pocos escuchan. Diego los lleva escuchando toda la vida. Él escucha la música de las esferas porque ha sabido convivir con el silencio y su inseparable compañera, la soledad, en su casa de Genicera. Por eso nunca se ha sentido solo. Siempre ha tenido la compañía de los dioses y diosas, de las hadas, los duendes y los genios de los bosques. Su percepción de la totalidad es muy amplia, tanto como su mirada. En su alma cabe toda la tierra, toda la humanidad, todo el cosmos. No obstante, Diego ha mantenido un punto de referencia, un centro desde el que poder orientarse, y este lugar ha sido y es Ceuta. Esta ciudad es un punto de encuentro, como lleva defendiendo Ceuta durante toda su vida, que aspira a alcanzar su epopeya histórica. Diego es fruto de esta tierra, sus obras artísticas llevan alimentando nuestras almas mucho tiempo y sus semillas, diseminadas por muchos lugares, en especial las tierras leonesas, están dando lugar a nuevos árboles hasta que formen un inmenso bosque.
Ralph Waldo Emerson dijo en cierta ocasión que “cuando la naturaleza tiene trabajo que hacer, crea un genio para que lo haga”. Diego ha sido y es el genio que la naturaleza ha creado para conciliar hechos e ideas en principio irreconciliables como el hombre y la naturaleza, lo sagrado y lo profano, lo visible y lo sutil, la imaginación y la realidad, el arte y la cotidianeidad. Él ha sido fiel a su misión. Ha hecho lo que él y solamente él podía realizar. Diego ha hecho visible lo invisible con la única ayuda de su luz interior. Una luz muy parecida en su intensidad y claridad a la que captaron por primera vez sus ojos al nacer en Ceuta. Él, como escribió Emerson, “nació para distribuir el pensamiento de su corazón de universo en universo, para hacer una tarea de la que la naturaleza no puede privarse, ni él librarse de realizar y, entonces, sumergirse de nuevo en el silencio sagrado y en la eternidad de la que como hombre ha surgido”. Demos las gracias a la naturaleza por haber creado a Diego y a él por haber cumplido su misión más allá de lo bello y lo sublime.
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