Ceuta, 11 de octubre de 2016/11 de diciembre de 2017
En los últimos años he logrado un avance sustancial en tres de los principales asuntos que ocupan mi mente: el estudio del espíritu de Ceuta, la interpretación de los hallazgos arqueológicos que he realizado en tiempos recientes y mi propio proceso de individuación. Me resulta muy difícil diferenciarlos, ya que esta trinidad mantiene un elevado grado de interrelación entre sus componentes. Antes de llegar a esta trinidad dediqué mucho tiempo y esfuerzo a estudiar e intentar comprender el diagrama de la espiral de la vida de Patrick Geddes. No ha sido hasta ahora que he entendido que esta “máquina pensante”, como le gustaba llamarla el propio Geddes, no es otra cosa que una versión personal de este pensador escocés de un mandala o, lo que es lo mismo, una proyección del “sí mismo”. Decimos que es una versión de una idea elemental o arquetipo, como le gustaba denominarlo a Carl Gustav Jung, ya que el “sí mismo” es un único y personal, pero responde a un mismo esquema. Como estructura formativa, no existe una plasmación única del “sí mismo” bajo la forma de un mandala, e incluso puede manifestarse, como veremos en una piedra o en una figura suprema al que llamamos “Gran Hombre/Mujer” o Anthropos. Llegamos a conectar con el “sí mismo” después de una evolución interior que C.G. Jung denominó proceso de individuación.
El proceso de individuación, como decimos, fue analizado y descrito por C.G. Jung, y su estudio continuado por sus discípulos, entre los que destacaron Marie Lousie Von Frank. La escuela junguiana maneja conceptos complejos que requieren, -para su comprensión e interiorización-, un largo proceso de estudio y reflexión. Ya al final de su vida, Jung aceptó el ofrecimiento del periodista televisivo John Freeman de preparar una obra de carácter divulgativo que acercara sus ideas al público en general. Aunque al principio se mostró reticente a aceptar esta invitación al final lo hizo y puso como condición que él elegiría a las personas que le acompañaría en esta empresa y que él supervisaría todo el trabajo de redacción y corrección (Freeman, 1995: 9-17). El resultado fue la obra “El hombre y sus símbolos”. Este libro comienza con un extenso artículo del propio Jung, al que sigue un análisis de Marie L. Von Franz sobre el proceso de individuación.
El proceso de individuación lleva implícito la asunción de un principio fundamental: que la psique humana se rige en función del diálogo, confrontación y acuerdo de una pareja de opuestos. Los miembros de la pareja de opuestos pueden agruparse en lo que llamamos principios masculino y femenino. Ambos están presentes en la mente tanto de hombres como de mujeres, aunque con distinto peso e influencia. A lo femenino en el hombre, Jung lo denominó “ánima” y a lo masculino en la mujer, “animus”.
Respecto al ánima, Marie Louise Von Franz decía que “es una personificación de todas las tendencias psicológicas femeninas en la psique de un hombre, tales como vagos sentimientos y estados de humor, sospechas proféticas, captación de lo irracional, capacidad para el amor personal, sensibilidad para la naturaleza y, -por último, pero no menos importante-, su relación con el inconsciente” (Von Franz, 1995a: 177). El ánima cumple una importante función en el hombre, ya que, cuando le resulta difícil discernir hechos que están escondidos en su inconsciente, el ánima le ayuda a desenterrarlos. Todavía es más importante la función que desempeña el ánima de coordinar la mente del hombre con sus valores superiores y, de esta manera, le permite excavar aún más profundo en su psique. Al sintonizar con la voz interior que pugna por hacerse oír permite escuchar los mensajes que llegan desde el “Gran Hombre”. De este modo, “el ánima adopta el papel de guía, o mediadora, en el mundo interior y con el “sí mismo”. Es el papel de Beatriz en el Paraíso de Dante, y también el de la diosa Isis cuando se le aparece a Apuleyo, con el fin de iniciarle en una forma de vida más elevada y más espiritual” (Von Franz, 1995: 180 y 182).
Gracias al ánima podemos vislumbrar que nuestra misión personal tiene un valor y una función trascendente. Si dedicamos tiempo y esfuerzo a meditar sobre el significado simbólico de las imágenes del ánima en nuestra alma podremos completar el propósito de nuestra existencia. De alguna manera, el ánima sirve de mediadora entre la parte consciente de nuestro ser y el “sí mismo” (Von Franz, 1995: 185). Puede que esto resulte demasiado filosófico, pero, en la práctica, el ánima desempeña una labor muy importante como guía en el interior. Esta función positiva se produce “cuando un hombre toma en serio los sentimientos, esperanzas y fantasías enviadas por su ánima y cuando los fija de alguna manera: por ejemplo, por escrito, en pintura, escultura, composición musical o danza. Cuando trabaja en eso pacientemente y lentamente, va surgiendo otro material inconsciente más profundo salido de las honduras y conectado con materiales anteriores. Después de que una fantasía ha sido plasmada de alguna forma, debe examinarse intelectual y estéticamente con una realización valorizada del sentimiento. Y es esencial mirarla como a un ser completamente real; no tiene que haber ninguna secreta idea de que eso es “solo una fantasía”. Si esto se realiza con devota atención durante un largo periodo de tiempo, el proceso de individuación se va haciendo paulatinamente la única realidad y puede desplegarse en su forma verdadera” (Von Franz, 1995: 186).
En mi caso particular, llevo más de cuatro años plasmando por escrito los sentimientos que me llegan desde mi ánima. El resultado son once cuadernos repletos de percepciones captadas en la naturaleza, de emociones, pensamientos, sueños y proyectos. Al releerlos voy encontrando fragmentos del núcleo más profundo e íntimo de mi ser que me sirven para mejorar en autoconocimiento y progresar en el proceso de individuación. En este proceso he pasado por las cuatro fases de evolución que es posible distinguir en el crecimiento del ánima. En un primer momento, mi lado femenino se mostró bajo la figura de Eva, la cual representa relaciones puramente instintivas y biológicas. Todos los hombres pasamos por esta fase en la que nos inquieta de manera especial lo sexual y los placeres mundanos. Con el tiempo, y en parte superpuesta a esta manifestación del ánima, surgió en mí el interés por la ciencia arqueológica, la filosofía, la literatura y, en especial, la conservación del patrimonio natural y cultural. La lectura de las obras de autores trascendentalistas, como Henry David Thoreau o Walt Whitman, me animaron, -nunca mejor dicho-, a salir a la naturaleza y empezar a plasmar por escrito las manifestaciones de mi ánima. Comenzaba así, la segunda fase del ánima personal, que alcanza un mayor nivel romántico y estético. El salto hacia la dimensión espiritual del ánima, -la tercera de las fases descritas en el crecimiento del ánima definidas por Marie Louise Von Franz-, lo di con mis escritos sobre el espíritu o genius loci de Ceuta y, sobre todo, con el hallazgo del exvoto con la representación de la Gran Diosa y el betilo hermafrodita que encontré en la excavación arqueológica en la calle Galea.
Por último, llegó el cuarto tipo de ánima que “lo simboliza la Sapiencia, sabiduría que trasciende incluso lo más santo y lo más puro”. Otro símbolo de este tipo de ánima es la Sulamita del Cantar de los Cantares de Salomón” (Von Franz, 1995a: 185). Mi estudios paralelos sobre el espíritu de Ceuta y los hallazgos arqueológicos que he tenido la fortuna de descubrir en los últimos años, así como gracias a la lectura de obras claves en mi devenir personal como “Mysterium Coniunctonis” de Jung, me ha permitido llegar a la Sophia gnóstica, la Sulamita y la reina de Saba. Todas estas representaciones del ánima constituyen distintas manifestaciones del ánima superior y de la sabiduría trascendente y elevada.
La conexión de Ceuta con el gnosticismo y la alquimia refuerza mi idea de que la Sapiencia, ya sea en forma Sophia o Sulamita está detrás del genius loci de Ceuta. Tal y como afirma Carl Jung en las primeras páginas de su obra “Mysterium coniunctionis”, “la alquimia como filosofía natural se pone bajo la advocación de la Dama Naturaleza” (Jung, 2002: XIV). Esta Dama es la misma que me viene acompañado, de una manera consciente para mí, desde hace cuatro años, lo más productivos y profundos de mi vida. Mis descubrimientos, como ya he comentado antes, mantienen una mágica sincronía entre el mundo de afuera, Ceuta; y mi mundo de adentro. Pues, como dice Orígenes, “comprende que tienes dentro de ti mismo rebaños de bueyes. Comprende que tienes dentro de ti rebaños de ovejas y rebaños de cabras. Comprende que hay dentro de ti también aves del cielo. No te sorprendas si decimos que esas cosas están dentro de ti; comprende que tú eres otro mundo en pequeño y que dentro de ti hay sol, luna, incluso estrellas…ve que tú tienes todo lo que el mundo tiene” (Jung, 2002: 18, nota 18).
Una vez alcanzado el máximo nivel de evolución del ánima aparece, según M.L. Von Franz (196), una nueva forma simbólica que representa el “sí mismo”, el núcleo más íntimo de la psique. En caso del hombre se manifiesta como iniciador y guardián, anciano sabio, espíritu de la naturaleza, etc…Este anciano viejo es análogo al hechicero Merlín o al mismo Hermes (Von Franz, 1995a: 196), como también lo es el célebre Al Khadir. Desde que comencé mi propia aventura personal, que me está llevando a completar mi proceso de individuación y al desvelamiento del espíritu de Ceuta, he sentido muy cerca la inspirador de Al Khadir. Él fue quien me suscitó el interés por conocer el significado profundo de Ceuta. En esta etapa de mi vida, Al Khadir me sirve de guía en la culminación de mi proceso de individuación, que pasa por el conocimiento de mí mismo y del genius loci de Ceuta. Él me indica la ubicación de la fuente de la eterna juventud en estos momentos de inicio de la era de Acuario. Al examinar la naturaleza y el universo, en vez de buscar y encontrar cualidades objetivas, “el hombre se encuentra a sí mismo”, según la frase del físico Werner Heisenberg (307).
Las referidas cuatro etapa del ánima, que me han conducido al punto en el que me encuentro, tienen mucho que ver con la geografía sagrada de Ceuta y el Estrecho de Gibraltar. El arquetipo del sí mismo aparece bajo dos formas principales: una personificada, que es “El Hombre Cósmico”, una figura que todo lo abarca y que personifica y contiene a todo el universo. Y otra geométrica que es el mandala. Respecto a la forma personifica del “sí mismo”, comentaba M.L.Von Franz que “el Hombre Cósmico se ha identificado en gran parte con Cristo, y en Oriente con Krishna o Buda. En el Antiguo Testamento esta misma figura simbólica aparece como “Hijo del Hombre” y en el posterior misticismo judío se le llama Adán Kadmon. Ciertos movimientos religiosos de los últimos tiempos de la antigüedad, lo llamaron simplemente Anthropos. Como todos los símbolos, esta imagen señala un secreto inconocible: el desconocido significado definitivo de la existencia humana (Von Franz, 1995a: 202). Cuando encontramos a este Gran Hombre interior se calman el fluir de las representaciones del ego (que va de un pensamiento a otro) y también lo hacen los deseos (que corren de un objeto a otro) (Von Franz, 1995a: 203).
Además de la figura del anthropos, y de la piedra, encontramos asociado al arquetipo del “sí mismo” la representación de la cuatro esquina del mundo y la imagen del Gran Hombre en el centro de un círculo dividido en cuatro cuadrantes. Jung empleó la palabra hindú mandala (círculo mágico) para designar una estructura de ese orden, que es una representación simbólica del “átomo nuclear” de la psique humana, cuya esencia no conocemos (Von Franz, 1995a: 213). La redondez del mandala generalmente simboliza una totalidad natural, mientras que una formación cuadrangular representa la realización de ella en la conciencia (Von Franz, 1995a: 215). Resulta muy interesante estudiar la relación de la figura del mandala con los mitos oriental de la creación por el dios Brahma y el nacimiento de Buda. En ambos, estas dos divinidades se apoyan en una flor de loto y desde allí otean las principales direcciones del espacio. Según Aniela Jaffé, la orientación espacial realizada por los aludidos dioses puede considerarse como simbolismo de la necesidad humana de orientación psíquica. Las cuatro funciones de la conciencia descritas por C.G. Jung, -pensar, sentir, intuir y percibir-, dotan al hombre para que trata las impresiones del mundo que recibe del interior y del exterior. Mediante esas funciones, comprende y asimila su experiencia; por medio de ellas puede reaccionar (Jaffé, 1995: 240).
Mi mundo de afuera, Ceuta, es una puerta desconocida a la eternidad. Es un centrum que unifica en uno a los cuatros y a los siete. Los cuatro puntos cardinales no son simples direcciones geográficas, como explicó Honorius d`Autun en su obra Imagine Mundi. Existe “una estrecha relación entre los cuatro elementos: aire, tierra, agua y fuego; los cuatro ríos del Paraíso; los cuatro vientos; los cuatro humores del cuerpo, las cuatro virtudes cardinales del alma” (Mumford, 1948: 187). Por su parte, el número siete, unifica a dos números mágicos en sí mismos, el tres y el cuatro. Ambos números están presentes en el diagrama de la espiral de la vida diseñado por Patrick Geddes y reinterpretado por mí (Pérez, 2016a). Cuatro son los cuadrantes de esta máquina pensante, en cada uno de los cuales figuran tres conceptos que vertebran tanto el mundo de afuera como el mundo de adentro.
Del mundo interior parten las percepciones, las experiencias, los sentimientos y pensamientos que llevamos a un mundo exterior enriquecido y elevado. Los cimientos que sirven de sostén a la vida plena y efectiva son el Gran Tres: la bondad, la verdad y la belleza. Estos conceptos fueron relacionados por Patrick Geddes con tres partes fundamentales de la filosofía: la ética, la síntesis y la estética. Los frutos de los procesos de pensamiento relacionados con estas tres disciplinas son, respectivamente, los ideales, las ideas y la imaginación.
El alma necesita de estos alimentos para elevarse hacia la Ciudad Ideal. Los ideales se elevan hacia la formulación y realización a través de la política y la ciudadanía militante; las ideas experimentan un proceso similar mediante la acción y la educación, dando lugar a la cultura; y, finalmente, la imaginación se expresa a partir de las distintas formas de manifestación artística.
El mandala sirve como propósito conservador, especialmente, para restablecer un orden existente con anterioridad. Representa un sistema de coordenadas que se aplica, por así decirlo, instintivamente, en especial para dividir y organizar una multiplicidad caótica, por ejemplo la superficie de la tierra, el curso del año, un grupo humano en clases, las fases de la luna, los temperamentos, los colores (alquímicos), etc…(Jung, 1997: 254). Pero también sirve al propósito de dar expresión y dar forma a algo que aún no existe, algo que es nuevo y único. El segundo aspecto es, quizá, aún más importante que el primero, pero no lo contradice. Porque, en la mayoría de los casos, lo que restablece el antiguo orden, simultáneamente implica cierto elemento de creación nueva. En el nuevo orden, los modelos más antiguos vuelven a un nivel superior. El proceso es el de la espiral ascendente que va hacia arriba, mientras, simultáneamente, vuelve una y otra vez al mismo punto (Von Franz, 1995a: 225). Esta idea del regreso al centro del círculo aparece en Plotino: “Ahora bien; si un alma se conoce en algún momento, sabe que su movimiento natural no es una línea recta, salvo que hubiese experimentado un desvío, sino que describe un movimiento circular en torno de un principio interno alrededor de un centro. Pero el centro es aquello de donde procede el círculo. El alma, pues, se moverá en torno de su centro, es decir, en torno del principio del cual procede; allí se mantendrá, se moverá hacia él, como todas las almas deberían hacerlo. Pero sólo las almas de los dioses se mueve hacia él, y por eso son dioses, pero lo le está lejos es el hombre sin unidad y animal” (Jung, 1997: 229).
La concepción del mandala como una espiral encuentra su plasmación más clara en el diagrama de la espiral de la vida de Patrick Geddes. Su núcleo es geográfico en lo exterior, pero perceptivo y emotivo en el interior. Pretende reconciliar el mundo de adentro y el mundo de afuera para hacer de la vida una aventura sustancial y para lograr un buen lugar para el pleno desarrollo de la persona y la sociedad. Si se considera la cuaternidad desde la tridimensionalidad del espacio, el tiempo, el tiempo puede concebirse como una cuatro dimensión. Si, en cambio, consideramos la cuaternidad desde las tres cualidades del tiempo (pasado, presente y futuro), el espacio estático, en que se cumplen los cambios de estado, viene a agregarse como unidad, como cuarto. Así medimos el espacio por el tiempo y el tiempo por el espacio.
A Carl Gustav Jung le llamó la atención la reaparición del arquetipo de la espiral en el sueño de alguno de sus pacientes. Generalmente, el espíritu santo se representa en el arte cristiano por una rueda de fuego o una paloma, y no bajo la forma de una espiral. Para M.L.Von Franz, esta repentina aparición de la espiral “es un nuevo pensamiento, no contenido aún en la doctrina, que ha surgido espontáneamente en el inconsciente. Que el Espíritu Santo es la fuerza que actúa en pro del desarrollo de nuestra comprensión religiosa no es una idea nueva, desde luego, pero lo que sí es nuevo es su representación en forma de espiral” (Von Franz, 1995a: 225-226).
El diagrama de la espiral de la vida de Geddes constituye una perfecta materialización de un mándala oriental. Creo que cuando el sabio escocés se dio cuenta de este hecho tomó la decisión de irse a trabajar a la India, donde pasó una etapa importante de su vida. Todos los mándalas, como sabemos tiene un centro energético representado por un círculo. La de Geddes también cuenta con este círculo central, igualmente cuaternario. En su interior aparecen cuatro palabras que aluden a otros tantos espacios, dos exteriores (pueblo/ciudad y metrópolis) y dos interiores (escuela y claustro). Como vemos, en todos los trabajos de Geddes el pensamiento y la acción interactúan de manera permanente. Su objetivo no era tanto elevarse hacia el reino celestial, sino traerlo al mundo terrenal, para lo que necesitaba contar con la implicación del cuerpo ciudadano. La naturaleza, el cosmos y la Ciudad Ideal, combinadas, son el escenario para lograr una vida plena, digna y efectiva.
Ahora que reflexionó sobre esta idea me dio cuenta de que todo mi despertar espiritual vino de la mano del estudio y aplicación en mi vida del diagrama de la Espiral de la Vida. Esta máquina pensante, como a Geddes le gustaba llamarla, fue la llave que me abrió la puerta a mi propio ser y a la aprehensión del genius loci de Ceuta. Un genio o espíritu del lugar que era la Dama de la Naturaleza, también conocida como la Gran Diosa. Cuando conseguí abrir la puerta tras la cual se guardaba el espíritu de esta ciudad y puede describir todo lo que vi fue el momento en el que encontré en una de mis excavaciones arqueológicas las pruebas que necesitaba para corroborar mis impresiones de lo que había visto detrás de este umbral a la eternidad. Tras estos primeros hallazgos han venido muchas otros descubrimientos y revelaciones. Los más importantes de estos hallazgos los he encontrado en mi interior. Como dijo Aldrovanus “si el alma quiere conocerse a sí misma debe mirar dentro del alma, principalmente allí donde reside la fuerza del alma, la sabiduría” (Jung, 2002: 87).
Volviendo a la espiral de la vida, y a su carácter cuaternario, debemos tener presente que, como afirmó Carl Jung, “uno de los más antiguos esquemas de ordenación que conoce la historia, la cuaternidad, siempre representa una totalidad reflexionada, esto es, diferenciada” (Jung, 2002: 199). Geddes quiso ordenar y relacionar tanto el mundo de afuera como el de adentro con la ayuda de su diagrama, teniendo siempre presente que esta diferenciación no estaba reñida con su búsqueda de una totalidad integradora y vitalista. Otros antes que Geddes buscaron esta totalidad a partir de una peregrinación mística. Este fue el caso de Michel Maier. Su peregrinación la hizo siguiendo los cuatro puntos cardinales, de los cuales el sur, África, mi tierra, representa el inconsciente. Estos cuatro puntos cardinales y los cuatros elementos son, según Jung (2002: 205), “equivalentes de las cuatro funciones básicas de la consciencia (pensamiento, sentimiento, percepción e intuición)”. Curiosamente, figura una nota del traductor en el apéndice I (los diagramas de Geddes), incluido en la edición argentina del libro “Ciudades en Evolución” de Patrick Geddes, en la que al referirse al diagrama de la espiral de la vida dice textulamente: “conviene destacar la semejanza general de este diagrama con la división cuaternaria (pensamiento, sentimiento, sensación, intuición), de la actividad psíquica que traza el psicólogo C.G. Jung y, por supuesto, con las “mándalas” orientales” (Geddes, 1960: 250).
Existe, por tanto, una equivalencia entre la geografía, las distintas formas de presentarse la materia y la consciencia humana. Esta idea, desde luego, no suele estar presente en la mente de la mayor parte de las personas. Sólo genios de la categoría de Maier, Geddes o Jung llegaron a captarla y hacerla consciente. Reconocer esta verdad en nuestro entorno no es fácil, ya que los puntos de referencia magnéticos están enmascarados o los cuatro elementos básicos no están presentes, al mismo tiempo, en el paisaje. En el caso de Ceuta, contamos con cuatro referencias inmejorables para orientarnos: el norte, representado por la Península Ibérica; el sur por la costa mediterránea del norte de Marruecos; el este, con el amanecer del sol por las aguas del Mediterráneo; y el oeste, con el ocaso del astro rey por el ancho Océano Atlántico. No menos reconocible son los cuatro elementos. Las tierras de Europa y África; las aguas del Mediterráneo y del Atlántico; el aire siempre en movimiento por el aliento de Euro o Céfiro; y el fuego representado por el propio sol que dibuja una parábola por las costas de Ceuta. Siguiendo el recorrido trazado por el sol realicé este verano mi propia peregrinación mística (Pérez, 2016). La gran ventaja de Ceuta es que no hace falta salir de este peninsular para recorrer en una sola jornada las cuatro etapas del día, del año y de la propia vida de cada ser humano. Así pude experimentar la primavera, el verano, el otoño y el invierno de un día, al mismo tiempo que iba rememorando las dos estaciones de mi vida que ya he vivido, la que ahora estoy viviendo y anticipando la cuarta y último estación que me queda por andar, el invierno.
En la obra Mysterium Coniunctionis de Carl Jung figuran diversas formas de representar el cuaternario. Una de las que más me llamó la atención es la imagen del “pájaro escarlata” dibujada en el tratado de Wei Po-Yang. Es muy interesante porque combina en un diagrama cuaternario las estaciones, los colores, las sustancias primordiales y los puntos cardinales. (Jung: 2002: 191). Girando este diagrama según la orientación de Ceuta y colocando su centro sobre la propia ciudad observamos la clara correspondencia entre el lugar, las estaciones del año, los colores y principales materias presente en la naturaleza. El centro es la parte emergida de Ceuta, la tierra, que es negra como el betilo hermafrodita que encontré en el vórtice geográfico de la ciudad. El Este está relacionado con la primavera, la renovación de la vida que comienza todos los días con la salida del sol y el regreso del color azul del cielo. Esta luz es la que, – gracias a las hojas de las plantas y los árboles, representados por la madera-, permite la vida en la tierra. El sol se dirige hacia la costa meridional de Ceuta para hasta alcanzar su máxima altura y su mayor poder calorífico. Desde su cenit toma el camino del oeste, de su paulatino ocaso, tiñendo los paisajes de amarillo y oro, hasta su definitivo retiro a través de las aguas del Estrecho que se vuelven blancas, como la plata, cuando el sol se desliza hacia el norte.
Carl Jung, por su parte, dibujó su particular manera de ver el cuaternario (Jung, 2002: 22). La primavera, el amanecer de un nuevo día, es también un despertar espiritual. Es la hora del alma, como la llamó Walt Whitman (2013: 286). Del este pasamos al sur, o lo que es lo mismo, la primavera deja paso al verano, la estación celeste de días largos y luminosos; y noches cortas y plagadas de estrellas. El otoño es corporal y, por tanto, más material y cercano a lo tangible, a la tierra. Y así llegamos al invierno que culmina con nuestro regreso a la misma Diosa Madre que nos otorgó el hálito vital. Precisamente, el cuadrante que delimitan el norte terrestre y la primavera espiritual es el de mayor energía del principio femenino. Tanto el nacimiento como la muerte son los dos momentos en los que la Gran Diosa Madre adquiere más importancia. Ella es la que da y quita la vida, y que nos alumbra en nuestro nacimiento físico y espiritual.
La conjunción del principio masculino y femenino adquiere una gran importancia en el espíritu de Ceuta. Esta ciudad norteafricana representa, como pocos otros lugares de la tierra, la integración armónica de la masculinidad y la feminidad. Ceuta es el punto de encuentro de dos continentes y de dos mares: un caliente y femenino, el Mediterráneo; y uno frío y masculino, el océano Atlántico. Aquí se dan cita la vida y la muerte. Estamos en el extremo de Occidente, el territorio bajo el dominio de Hades y del Atlante dormido que custodia la puerta al inframundo. Y también es el lugar en que muchos mitos y leyendas sitúan el árbol de la vida y la fuente de la eterna juventud.
Siendo importante la conjunción de mares y continentes, lo más destacado es la dimensión de Ceuta como punto de contacto entre la emergente consciencia y la sumergida inconsciencia. Aquí se ponen en contacto dos planos de la realidad, la tangible y la intangible, la naturaleza y el cosmos. Al tratarse de un espacio tan espacial es el lugar ideal para la residencia de aquellos seres mitológicos que viven entre ambos planos. Este el caso del conocido como Jezr, “el hombre verde”, cuya principal misión era la custodia de la fuente de la eterna juventud. Este mito, como otros tanto relacionados con Ceuta y su entorno, ponen en evidencia que la percepción del genius loci de esta ciudad no era ajena a las civilizaciones que nos precedieron en el dominio de Ceuta. Unas gentes que, a diferencia de los ceutíes de los últimos tiempos, mantenían una conexión profunda con la naturaleza y el espacio geográfico de este singular territorio. Tanto es así que en un momento histórico que no podemos establecer con seguridad, antepasados nuestros esculpieron un betilo hermafrodita de tipo urobórico. Estamos ante un ídolo anicónico que representa la conjunción de lo femenino, simbolizado en la parte inferior del betilo de forma triangular; y lo masculino, simbolizado en el glande que es posible apreciar en la parte superior del betilo. Desde mi punto de vista, el betilo encontrado en la calle Simoa expresa a la perfección el poder que procede de la conjunción armónica del principio masculino y femenino. Un poder que los responsables de la realización de este ídolo quieren simbolizar de forma clara en el puño cerrado que labraron en uno de los laterales del betilo.
En la representación del diagrama cuaternario diseñado por Carl Jung, que hemos superpuesto a la imagen de la península de Ceuta, -tomando como centro el punto en el que aparecieron el betilo y el talismán con la representación de la Gran Diosa-, vemos que el eje de la feminidad sigue la misma orientación que el Monte Hacho y señala al Mar Mediterráneo, un mar de aguas cálidas, vientre del que han nacido muchas civilizaciones que adoraron a la Gran Diosa. Al mismo podemos observar que el eje de la masculinidad toma la dirección del suroeste que nos conduce al océano Atlántico. De este ancho mar dijo Avieno en su obra “Costas Marinas” (380-410): “se trata de aquel Océano que brama en lontananza alrededor del orbe inmenso, ése es el mar más grande. Este abismo marino rodea las costas, éste es el que surte al salado mar interno, ése es el progenitor de Nuestro Mar (…) una antigua usanza lo llamó antaño Océano y otra costumbre lo denominó mar Atlántico” (Cestino, 2014: 49). De este texto lo que quiero destacar es la toma en consideración del Océano Atlántico como padre del Mar Mediterráneo, reforzando el carácter masculino que veo representado en este mar. La unión incestuosa entre el Océano Atlántico y el Mar Mediterráneo fue el origen de Ceuta.
Los distintos diagramas cuaternarios de los que estamos hablando, -la “Espiral de la Vida” de Patrick Geddes, el “pájaro escarlata” de Wei Po-Yang y el quartenio de Carl Jung-, nos muestran la forma básica del microcosmos humano y del macrocosmos. Tal y como escribió Swedenborg “las formas ascienden en orden desde la más baja a la más elevada. La forma más baja es la angular, o la terrestre y corporal. La segunda y próxima en elevación es la circular, a la que también se llama angular perpetua, ya que la circunferencia de un círculo es un ángulo perpetuo. La forma por encima de esta es la espiral, origen y medida de las formas circulares en diverso grado, y tienen una superficie esférica como centro; se la llama por tanto la circular perpetua. La forma más alta que esta es la vortical, o espiral perpetua: luego, la vortical perpetua o celestial; por último, la celestial perpetua, o espiritual” (Emerson, 2009: 345).
En este ascenso de la forma más sencilla a la más compleja que es la espiral el número omnipresente es el siete. Los siete planetas, las siete virtudes, los siete pecados capitales, las siete edades del hombre, los siete días de la semana, los siete días de una cuarto del ciclo lunar, los siete tonos del canto gregoriano, los siete chakras, todos exhiben esa secreta correspondencia entre las ideas y las cosas, incluyendo a los lugares. Tal y como afirmó Swedenborg “el mundo físico es puro símbolo del mundo espiritual” (Emerson, 2009: 345).
Dos de los autores que más han influido en la conformación de mi pensamiento y al despertar de mi alma, Patrick Geddes y Walt Whitman, expusieron de manera muy clara la correspondencia a la que acabo de hacer referencia entre el espíritu y determinados lugares de especial energía cosmotelúrica, como es el caso de Ceuta. En su obra “Perspectivas democrática”, Walt Whitman afirmó lo siguiente: “El espíritu y la forma son una sola cosa, y depende mucho más de asociación, de identidad y lugar, de lo que habitualmente se piensa. Sutilmente entretejido con la materialidad y la personalidad de una tierra, de una raza, siempre hay algo, aunque yo casi no sé lo que es, y la historia se limita a describir sus resultados, que es lo mismo que la inadivinable expresión de algunos rostros humanos. También la naturaleza, en sus impasibles formas, está lleno de esto, pero para la mayor parte lo que hay ahí es un secreto. Y este algo está arraigado en los raíces invisibles, en los más profundos significados de ese lugar, raza o nacionalidad; y absorberlo y efundirlo de nuevo, exhalando palabras y productos de su propio medio, y llevándolo a las más altas regiones, he aquí la obra, o la mayor parte de la obra, del verdadero escritor de cualquier país que sea, poeta, historiador, conferenciante, y, quizás, incluso sacerdote o filósofo. Aquí, y solamente aquí, están los cimientos de nuestro verso, drama, etc., realmente valioso y permanente” (Whitman, 2013: 114).
Casi medio siglo después de que Whitman planteara por escrito este emocionante pensamiento, el sabio escocés Patrick Geddes expresó en términos similares esta misma idea: “el que por lo menos quiera ser un buen ingeniero, autor de obras que perduren, para no hablar de un artista en su labor, debe conocer verdaderamente su ciudad y haber entrado en su alma…En toda ciudad hay mucha belleza y muchas posibilidades. Y así, para el urbanista, como para el artista, la peor ciudad del mundo puede resultar la mejor” (Geddes, 1960: 188-189). Llegar a captar el espíritu de una ciudad no es una tarea sencilla. Todo el análisis cívico que Patrick Geddes propuso para una determinada región tenía como fin último conocer su espíritu o genius loci. Una vez identificado este espíritu la misión de la ciudadanía tenía que ser, en opinión de Patrick Geddes (1960: 185), “realzarlo y expresarlo para no borrarlo o reprimirlo más”. Pero, ¿Cómo puede sacarse a la luz y expresarse este espíritu? Por un lado, mediante el análisis pormenorizado del lugar y de las gentes que lo han habitado a lo largo de la historia. Todo ellas han contribuido a conformar la imagen de la ciudad actual.
Parte de la misión que me ha sido encomendada consiste en describir las Siete Edades por la que ha pasado Ceuta hasta llegar a la octava y definitiva fase que constituye su auténtica Epopeya. Esta labor la he realizado siguiendo el árbol de la historia dibujado por Patrick Geddes y reinterpretado por mí. Puede decirse que todo mi trabajo ha consistido en seguir las pistas dejadas por Geddes para que alcanzar mi objetivo de desvelar el secreto mejor guardado por Ceuta, su propio espíritu. Lo que entraba en mis cálculos iniciales era descubrir que el despliegue histórico del espíritu de Ceuta coincidía con mi propio desarrollo personal, similar al de cualquier persona si se marcara el objetivo de conocerse a sí mismo y al lugar donde viven. Puede decirse, sin temor a equivocarme, que no hay diferencias apreciables entre el espíritu de Ceuta y mi propia alma. Llevo absorbiendo su esencia desde que nací y analizando su pasado, presente y futuro desde muy joven. Aunque deseo vivir en el presente, soy plenamente consciente de que el presente de Ceuta no es otra cosa que el futuro de su pasado, así como el pasado de su futuro. Lo que hagamos ahora será lo que se materializará en un futuro más o menos inmediato.
El espíritu de Ceuta está contenido en su misma morfología, su posición geográfica, su clima, su vegetación, su fauna terrestre y su medio marino, y ha quedado incluso marcado en su propio nombre, que es el número siete traducido a distintas lenguas. En mi propósito de desvelar el espíritu de Ceuta y revivirlo su número, el siete, resulta fundamental. Según Carl Jung (2002: 388, nota 238), “los números uno a siete conforman una serie ininterrumpida mientras que el paso al ocho significa una vacilación o incertidumbre que repite el mismo fenómeno del 3 y el 4, el conocido axioma de María”. Ya hemos visto como Patrick Geddes resolvió este axioma en su diagrama de la espiral de la vida. La solución para resolver el axioma de Ceuta, es decir, el paso del siete al ocho, la hemos tenido siempre a nuestra vista. El nombre de Ceuta procede de la época griega, cuando a esta península la bautizaron con el nombre de Hepta Adelphoi, pasando posteriormente a ser traducido al latín como Septem Fratres (los siete hermanos). Fue, una vez más, Carl Jung quien me puso sobre la pista de la solución del misterio sobre la divinidad que representaba al genius loci de Ceuta.
En su obra “Mysterium coniuctionis”, Jung alude a un cuento que Grimm titulado “Los siete cuervos” (Jung, 2002: 398). Los protagonistas de esta fábula son siete hermanos y una hermana pequeña, la octava y última en nacer. Sus hermanos fueron convertidos en cuervos por una indeseada maldición de su padre y fue su hermana la que los buscó hasta dar con ellos, gracias a la ayuda de la estrella de la mañana (Venus), en la Montaña de Cristal. La desdichada niña perdió el huesecillo que le había entregado la estrella, así que se cortó el dedo pequeño que utilizó como llave para entrar en la Montaña de Cristal. Este dedo pequeño es la propia península de Ceuta donde, como venimos comentando, existe una puerta a la eternidad, la Montaña de Cristal de la que habla Grimm. Al contemplar el cielo celeste de Ceuta, con su transparencia e intensa luz, uno no tarda en ver en él a la Montaña de Cristal en la que durante mucho tiempo han estado encerrados “Los Siete Hermanos” convertidos en cuervos. Unos cuervos que el mismo día que descubrí su relación con Ceuta los vi volar sobre la ermita del Valle.
Al hablar de la hermana de los siete hermanos convertidos en cuervos, Carl Jung (2002: 398) la identifica con Sophia, de la que Ireneo (I, V, 3) dice: “a esta madre la llaman Ogdóada, Sabiduría, Tierra, Jerusalén, Espíritu Santo, y, con denominación masculina, Señor”.
Los siete hermanos son los arcontes que corresponden a los siete planetas y significan otras tantas esferas con puertas que el adepto ha de atravesar durante su ascenso. Ahí, según Jung (2003: 389, nota 240), “está el origen de la ogdóada (octoidal), la cual ha de estar formada por los siete y es padre Yahvé”. Continúa Jung comentando que “el arquetipo del siete se repite en la división y denominación de la semana y sus días y en la octava musical, donde el último grado significa el comienzo del nuevo ciclo. Esto parece ser la razón esencial para que la octava aparezca en femenino: es la madre” (Jung, 2002: 391, nota 243).
El destino final del adepto es alcanzar la esfera octava, que es la de Achamot (Sophia, Sapientia). El carácter de esta última esfera es femenino, al ser par. En este sentido, podemos decir que Ceuta es de naturaleza masculina, pero muy próxima a la feminidad y a la sabiduría de Sophia. Esto explica la importante tradición que en Ceuta cuenta el culto a la Gran Diosa.
La Sophia, según nos contaba Neumann (2009:324), “es una divinidad viva y cercana, amable y siempre presente, presta a intervenir y a la que se puede invocar en todo momento. De ahí que como poder espiritual la Sophia ame y salve, y que su corazón torrencial sea al mismo tiempo alimento y sabiduría. La vida nutritiva que ella comunica es la vida del espíritu y la transformación, y no la de la apatía o la de una permanecer presa de lo inferior…Como divinidad del Todo y gobernadora de la transformación que progresa desde el estadio elemental al del espíritu lo que ella busca son personas completas, personas que hayan recorrido la totalidad del trayecto vital comprendido entre ambos estadios”.
En estos días, al bañarme en las aguas cristalinas en la pequeña y coqueta bahía del Desnarigado, la puerta del entendimiento se me ha vuelto a abrir. Lo que he visto tras el umbral es la confirmación de mi intuición respecto a la relación de espíritu de Ceuta con la diosa Sophia. Al oler y sentir en mis labios la sal marina, portadora de la sabiduría y la conservación de la vida, he pensado que el genius loci de Ceuta no podía ser otra que Sophia. Su principal atributo y símbolo es el mar salado que rodea a esta ciudad y le aporta personalidad. El mar atenúa y une los opuestos, de ahí surge su destacado papel en el Mysterium Coniunctionis. En las costas de Ceuta, donde convergen dos mares de distintas temperatura y salinidad, podemos apreciar la conjunción de los principales masculinos y femeninos. El Mar Mediterráneo contiene más sal, más sabiduría, y es más caliente que el Atlántico, por lo que su feminidad está suficientemente acreditada. Ha sido la madre de muchas civilizaciones, muchas de las cuales han buscado refugio en la pequeña península de Ceuta.
Marino, el discípulo de Bardesanes, concibió el bien como lo luminoso y lo diestro (dexión) y el mal como lo oscuro y lo siniestro (aristerón). El lado izquierdo corresponde además a lo femenino. Así también en Ireneo, la Sophia Prounikos es dicha la Siniestra (Jung, 1997: 66). El Estrecho de Gibraltar y Ceuta están a la izquierda del mundo conocido y a partir de aquí se abría el siniestro mar. Esto apoya, aún más, mi idea de que el espíritu de Ceuta está personifica en la figura de la Sophia gnóstica, emparentada, sin duda, con la Sumalita o reina de Saba.
Sin la constante renovación de agua que le aporta el océano Atlántico nuestro Mare Nostrum hubiera muerto hace milenios. El Mediterráneo es hija del Atlántico y Ceuta es el fruto del matrimonio sagrado entre Occidente (masculino) y Oriente (femenino).
La reina, comentaba Carl Jung (2002: 496), “es un sulphur, es decir, también un extracto a spiritus de la tierra de la tierra o del agua, un espíritu ctónico”. De las paredes de la mina que descubrí en el verano de 2016, en la mágica cala del amor rezumaban, sobre el verde del cobre, el dorado color del azufre. De acuerdo con Paracelso, el azufre, junto con el mercurio y la sal, conforman las Tres Bases (Tria Prima). El azufre representa el principio vital, anónimo e inconsciente, mientras que la sal encarna el cuerpo, lo sólido, la materia en el sentido propio. Mientras que el mercurio es el alma y la conciencia. De igual modo, el azufre, como ser absolutamente ctónico, guarda estrecha relación con el dragón. De éste se dice que es “nuestro azufre secreto” (Jung, 2002: 114, nota 131). La sinuosa galería encontrada en el Monte Hacho es el dragón de Ceuta.
El azufre y el cobre se combinan en la mina de la cala de Amor, -que bien podría llamarse la cala de Venus-, para elevar mí alma. En este lugar he escrito algunos de mis relatos más profundos. Quién sabe si en una época de la que no ha quedado testimonio fue así como se llamó a este hermoso rincón de las costas del Monte Hacho. El verde del mineral del cobre es el símbolo de Venus, la diosa de la belleza y mi planeta más querido. Llegué a esta antigua mina desconocida siguiendo la pista del talismán y el horno de forja. Para la alquimia griega el cobre, es decir Cypris (Venus) representaba la sustancia de transformación (Jung, 2002: 96). En el Tractatus Micrevis se dice: “…hasta que se te aparezca el hijo verde, su alma, que los filósofos han llamado pájaro verde y cobre y azufre”. Al ánima se le designa también como “lo oculto del azufre” (Jung, 2002; 115, nota 132).
Sobre el sulphur, nos dice Jung (2002: 118), “sin saberlo el alquimista, se encuentra en el bosque de Venus (el bosque tiene, como el árbol, un significado materno)”. Llegamos así a la idea de que el Monte Hacho tiene un carácter femenino y materno, algo que ya hemos comprobado al superponen el diagrama cuaternario de Jung sobre la silueta de Ceuta. Siguiendo una vez más a Jung (2002: 116, nota 133), nos enteramos de que “el color verde señala en el ámbito de la psicología cristiana la propiedad espermática generadora. Verde es por eso el color del Espíritu Santo en cuanto principio creador”. La divinidad es lo verde en el Peregrino Querúbico de Angelus Silesius: “la Deidad es mi savia: lo que verdea y florece en mí/es su Espíritu Santo, que dé el crecimiento”.
En los versos del Gemma Gemmarum (2002: 118, nota 123), volvemos a encontrar una prueba de la relación del color verde con Venus:
“sobre venéreo transparente verde, amable al resplandor
Yo soy de colores enteramente
Pero en mí se esconde un espíritu rojo
Ningún nombre sé de cómo se llama
Ése lo he recibido de mi esposo
De Marte guerrero y encomiable”
Verde es también el color de la diosa Isis, a la que se rindió culto en época romana. “A Isis se la llama “reina de la tierra”, la gran diosa, cuyo color verde es como el verdor de la tierra, creadora de las cosas verdes” (Baring y Cashford, 2005: 278).El matrimonio al que se alude en estos versos del Gemma Gemmarum, “el hierro es Marte y el cobre es Venus, por lo que su fundición es a la vez una aventura amorosa”. Resulta sorprendente que el análisis de laboratorio realizado de las muestras de roca obtenidas en la mina de la Cala del Amor haya podido identificarla como calcopirita con un alto contenido en hierro y cobre. Y todavía es mucho más impactante saber que fueron estas rocas las que se fundieron en el horno metalúrgico que yo mismo descubrí y documenté en la excavación arqueológica en la calle Eduardo Pérez. Todos mis hallazgos arqueológicos están unidos por un vínculo mágico.
Primero fue el desciframiento de la espiral de la vida de Geddes. Gracias a ella llegué a redactar mi primera aproximación al espíritu de Ceuta. En esta revelación se me hizo ver la existencia de una antigua cueva sagrada en la que se rindió culto a la Gran Diosa. Poco tiempo después vino el descubrimiento de esta cueva y de la imagen de la diosa y hallazgo del betilo hermafrodita. Y para terminar, el hallazgo del horno en la que realizó el ritual sagrado de la hierogamia entre el principio masculino, representado por el hierro; y el femenino, materializado en el cobre.
Me gustaría detenerme en este punto para hacer un comentario sobre el betilo. Este sencillo ídolo pétreo contiene una simbología desbordante. Para no perder el hilo de nuestro escrito quiero hablar de sus colores. El dominante es el negro. Este color “simboliza la sabiduría inefable, el misterio de la vida y su poder de autorregeneración” (Baring y Cashford, 2005:539). Como sabemos, la diosa Isis lleva como sobrenombre Negra. Apuleyo resalta el negro de su manto (palla nigerrina), y desde antiguo se le atribuye el elíxir de la vida y ser avezada en las otras artes mágicas (Jung, 2002: 30). No obstante, Isis no fue la única diosa negra que ha sido adorada en la antigüedad y en la Edad Media. A esta misma familia pertenecen Artemis, Parvarti, y, sin ir muy lejos, la Virgen de África. Además de las referidas diosas tenemos que hablar de la Sulamita, cuya nombre significa “Tierra”. La negra Sulamita en su soledad y ocultación exclama: “¿Qué puedo decir? Estoy sola entre los oculto, pero me alegro de corazón, pues puedo vivir en lo oculto, me restablezco en mi misma. Pero bajo mi negrura he escondido el verdor más hermoso” (Jung, 2002: 416). Al leer este misterio texto emergió hasta mi consciencia el recuerdo del betilo y la gran mancha verde que es observable en la parte superior de esta piedra sagrada, precisamente la que simboliza, con su forma de glande fálico, el principio masculino. Si, además unimos a esta evidencia, el comentario hecho por Jung (2002: 116, nota 133), de que “el color verde señala en el ámbito de la psicología cristiana la propiedad espermática generadora”, no podemos menor que determinar que este betilo está, precisamente, mostrando el esperma verdoso que genera y regenera la vida. Continúa explicando Jung en una nota: “en el trato consigo mismo no ha encontrado un aburrimiento y una melancolía mortales, sino un opuesto con el que se puede entender, más aún, una relación que se parece a la dicha de un amor secreto, o a una primavera oculta en la que de una tierra aparentemente estéril brota una sementera joven y verde que promete una cosecha futura” (Jung, 2002: nota 233).
“Oh, bendito verdor, que generas todas las cosas”, exclama el autor del Rosario. Mylius escribe: “¿No dio el espíritu del Señor, que es un amor de fuego, una fuerza ígnea a las aguas cuando flotaba sobre ellas, pues nada se puede generar sin calor? Dios ha insuflado a todas las cosas creadas una fuerza germinadora, es decir, el verdor, en virtud del cual las cosas se multiplican”. A partir de este texto, Jung concluye que “ser verde, significa crecer. Esta facultad de generar y conservar las cosas se puede llamar anima mundi. El verde significa esperanza y futuro” (Jung, 2002: 416, nota 223).
Al representar este betilo tan claramente el Mysterium Coniunctionis que persiguieron los alquimistas, y hoy en día buscamos quienes aspiramos a la reconciliación interior de nuestro animus y nuestra anima, nos atrevemos a decir que estamos ante un ejemplo paradigmático de la Lapis Philosophorum, la piedra filosofal. Tal y como aparece escrito en la introducción de la obra Mysterium Coniunctionis de Carl Gustav Jung, “la idea principal de la alquimia es la de una materia cualitativa en transformación. Esa transformación consiste en una relación de opuestos que tiende a la articulación en un todo armónico…La transformación de lo denso en sutil, de la materia en espíritu para, finalmente, trascender la muerte y el tiempo” (Jung, 2002: XXIII). En este sentido, el lapis es claramente un ideal eremético, una meta para el individuo (Jung, 2002: 360). Negro es el apelativo con el que los árabes denominaban en época medieval al Océano Atlántico; y verde es el color que daba nombre en este mismo periodo histórico al Mar Mediterráneo. Por tanto, tal y como ya hemos escrito en anteriores ocasiones, el betilo hermafrodita representa la conjunción del principio masculino y femenino que se da, precisamente en las aguas de Ceuta, entre el negro y frío Océano Atlántico, y el verde y cálido Mar Mediterráneo; entre la noche y el día que anuncia Venus, la estrella de la mañana; entre el norte de la consciencia y el sur de la inconsciencia; entre la vida y la muerte del sol que, en un círculo continuo, interactúan en el Estrecho de Gibraltar, haciendo de este lugar una doble metáfora de las tinieblas y de la luz, de las puertas del infierno y las del cielo, del árbol de la vida y de la muerte.
Este betilo cumple aquel destino que fue pronóstico por Orthelius para la piedra filosofal: “…así como cristo es llamado en las Sagradas Escrituras la piedra angular desechada por los constructores, lo mismo le sucede a la piedra de los Sabios” (Jung, 2002: 26, nota 55). Con el mismo desprecio fue tratado el betilo cuando lo mostré a un colega de profesión. Para él era una piedra más de tantas que uno puede encontrar en una excavación arqueológica. Mi camino es bien distinto. Yo creo en las palabras del sabio Dorn: “Venid los que buscáis los tesoros por caminos diferentes, conoced la piedra que ha sido rechazada y que se ha convertido en piedra angular…En vano trabajan los investigadores de los misterios ocultos de la naturaleza si toman otro camino e intentan descubrir las fuerzas de las cosas terrenales mediante lo terrenal. Así pues, no conozcáis el cielo mediante la tierra, sino las fuerzas de ésta mediante las facultades de aquel (el cielo).
…Aprende a conocer a partir de ti mismo lo que es siempre, tanto en el cielo como en la tierra, y en especial que este universo ha sido creado por ti ¿No sabes que el cielo y los elementos eran al principio uno y luego fueron separados unos de otros por una influencia divina para que de manera natural que te generaran a ti y a todos los demás? Si sabes esto, no se te puede escapar el resto. Para toda generación es necesaria esa separación (separatio). Nunca harás lo uno que buscas desde las otras cosas si antes no es uno en ti” (Jung, 2002: 462). Separación y conjunción van de la mano. La tensión entre fuerzas contrarias es la que mantiene en funcionamiento el cosmos y genera la vida en la tierra. El equilibrio dinámico entre principios aparentemente contrarios, -el bien y mal, la consciencia y la inconsciencia, lo femenino y lo masculino-, es el que permite el desarrollo del plan cósmico y la plenitud de las personas.
La conjunción de la que hablamos tiene lugar en la mente de cada uno de nosotros. Sobre los seres humanos dice el libro sagrado Zohar (I, 55b): “Dios los ha creado masculino y femenino. Por eso una figura que no contenga tanto lo masculino como lo femenino no es una figura superior (celestial)”. Esta idea vuelve a aparecer en la tradición secreta: “¡Ven y mira! El Santísimo, bendito sea, no vivirá en un lugar en el que lo masculino y lo femenino no estén unidos”. Y también está recogida en una sentencia de Jesús en el Evangelio de los egipcios (Clemente de Alejandría, III, 6, 45): “Cuando holléis la vestidura de la vergüenza y cuando dos se vuelven uno y lo masculino esté con lo femenino y haya ni lo masculino ni lo femenino” (Jung, 2002: 423, nota 272).
La verdad de la contradicción de opuestos y la necesidad de superarla no hay que buscarla en el exterior, sino, como dice Dorn, “a través de ti mismo”. Esto supone practicar un continuo ejercicio de meditación y autoconocimiento. “Nadie”, afirma Dorn, “puede conocerse a sí mismo si primero no ve y sabe gracias a la meditación diligente…qué es y esto ante todo que quién es, de quién depende o de quién es y con qué fin ha sido hecho y creado, así como por quién y a través de quién” (Jung, 2002: 461). Quien medita sobre estas cuestiones y libera a su espíritu de todas las preocupaciones y distracciones mundanas “verá con los ojos de su espíritu (oculis mentalibus) resplandecer poco a poco y día a día las centellas de la iluminación divina (scintillas divinae ilustrionis)”. Inducido por esto, el alma se unirá al espíritu (Jung, 2002: 462). Jung (2002: 447) afirma, a este respecto, que “sólo se puede esperar que el mysterium coniunctionis se complete una vez que la unidad de espíritu-alma-cuerpo se ha conectado con el unus mundus del principio”. El unus mundus, según Dorn, “es lo uno y lo simple. Este mundo es la res simplex. El grado máximo de la coniunctionis es para Dorn la unión del hombre total con el unus mundus” (Jung, 2002: 511).
El Gran Hombre, explica M.L.Von Franz, “como representa lo que es total y completo, con frecuencia se le concibe como un ser bisexuado. En esta forma, el símbolo reconcilia uno de los más importantes pares opuestos psicológicos: macho y hembra. Esta unión también aparece con frecuencia en los sueños como una pareja divina, real o distinguida de cualquier otro modo” (Von Franz, 1995a: 204).
Otra forma frecuente de simbolizar el “sí mismo” es forma de piedra, sea preciosa o no. Según M.L.Von Franz (1995a: 209), “cristales y piedras son símbolos especialmente aptos del “sí mismo” a causa de la “exactitud” de su materia… Aunque el ser humano difiere lo más posible de una piedra, el centro más íntimo del hombre se parece de modo especial y extraño a ella. En este sentido, la piedra simboliza lo que, quizá, es la experiencia más sencilla y profunda: la experiencia de algo eterno que el hombre puede tener en esos momentos en que se siente inmortal e inalterable”. Muy tempranamente en la historia, los hombres comenzaron los intentos para expresar lo que pensaban en el alma o espíritu de una roca tratando de darle una forma reconocible (Jaffé, 1995: 233).
A lo largo de la historia ha habido muchas piedras famosas y simbólicas. Así, “la piedra que Jacob colocó en el lugar donde tuvo su famoso sueño, o ciertas piedras dejadas por gentes sencillas en las tumbas de los santos o héroes locales, muestra la naturaleza originaria de la incitación humana a expresar una experiencia, de por sí inexpresable, con el símbolo pétreo. No es asombro que muchas cultos religiosos utilicen piedras para significar a Dios o para señalar lugares de adoración” (Von Franz, 1995a: 210). El santuario más sagrado del mundo islámico es la Kaaba, la piedra negra a la que todos los piadosos musulmanes esperan peregrinar. Estos lugares de adoración en los que se rinden cultos a piedras sagradas, como el templo de Jerusalén, son considerados el centro de la ciudad, y la ciudad el centro del mundo (Von Franz, 1995a: 209).
El hecho de que este superior y más frecuente símbolo del “sí mismo” sea un objeto de materia inorgánica (una piedra) señala que aún otro campo de investigación y de especulación, esto es, la relación, todavía desconocida, entre lo que llamamos psique inconsciente y lo que llamamos “materia”, un misterio que la medicina psicosomática se esfuerza en descubrir. Al estudiar esa conexión, aún indefinida e inexplicada, podría resultar que “psique” y “materia” son en realidad el mismo fenómeno, uno observado desde “dentro” y otro desde “fuera”. Partiendo de esta idea el Dr. Jung expuso un nuevo concepto que él llamó sincronicidad.
Jung estaba convencido de que lo que él llamaba el inconsciente se entrelazaba, de algún modo, con la estructura de la materia inorgánica, un enlace al que parece apuntar el problema de las enfermedades “psicosomáticas”. El concepto de una idea unitaria de la realidad fue llamado por Jung el Unus Mundus (el mundo único, dentro del cual la materia y la psique no están, sin embargo, discriminadas o separadas en realidad). Preparó el camino para tal punto de vista unitario, señalando que un arquetipo muestra un aspecto “psicoide” (es decir, no es puramente psíquico, sino casi material) cuando aparece en un suceso sincrónico, pues tal suceso es, en efecto, un arreglo significativo de hechos psíquicos interiores y hechos externos (Von Franz, 1995a: 309).Dicho de otra manera por el propio Jung, “en la materia habría que descubrir el germen del espíritu y en el espíritu el germen de la materia. La sincronicidad apunta en esta dirección. Cierta presencia de la psique en la materia pone en cuestión la absoluta inmaterialidad del espíritu, que en ese caso debería tener también cierto carácter sustancial” (Jung, 1970: 102). Esta idea formaba parte de los postulados de la alquimia. Con el ocaso de esta ciencia “se desintegró la unidad simbólica de espíritu y materia y a consecuencia de esto el hombre se encuentra desarraigado y alineado en una naturaleza des-animada” (Jung, 1970: 102). Jung, como vemos, pensaba que el inconsciente tiene un aspecto material, porque, por así decirlo, es materia que se conoce a sí misma. Si así fuera, habría entonces un fenómeno de conciencia, oscuro o tenue, incluso en la materia inorgánica (Von Franz, 1995c: 51).
Las observaciones de Carl G. Jung le llevaron a constatar que en las coincidencias significativas en la vida de una persona, parecía que había un arquetipo activado en el inconsciente de la persona. Parece “como si el arquetipo subyacente se manifestara simultáneamente en los hechos interiores y exteriores” (Von Franz, 1995a: 212). En palabras de M.L. Von Franz (1995b: 306), algunas “coincidencias significativas” ocurren “cuando hay una necesidad vital para un individuo de saber acerca, digamos de la muerte de un familiar, o alguna posesión perdida (ejemplo, hallazgo fragmentos betilo). En gran cantidad de casos, tal información ha sido revelada por medio de percepción extrasensorial. Esto parece sugerir que pueden ocurrir fenómenos anormales cuando se produce una necesidad vital o un acuciamiento; y esto, a su vez, puede explicar por qué una especie animal, bajo grandes presiones o en gran necesidad, puede producir cambios significativos en su estructura material externa” (Von Franz, 1995b: 306).
Para Henry Thoreau este tipo de hallazgos “casuales” era una experiencia común. Thoreau explicaba que “muchos objetos no son vistos, aunque caigan dentro del rango de nuestro arco visual, porque no entran dentro del rango de nuestro campo intelectual. Nosotros no estamos buscándolo. Así, en el sentido más amplio, encontramos lo que buscamos… A largo plazo, nos encontramos con lo que esperamos. Seremos afortunados entonces si esperamos grandes cosas” (Dann, 2017).
Lo expuesto con anterioridad podría explicar la sincronía entre mis pensamientos y los hallazgos arqueológicos realizados en los últimos años. Cuando tenía activo el arquetipo de la diosa y la gruta sagrada encontré a ambos en la excavación de la calle Galea. De igual modo, el arquetipo del centro del mundo y la puerta a la eternidad me condujo al betilo. En línea similar, mi reflexión sobre la unión de opuestos fue la “causa” de descubrimiento del horno metalúrgico y las minas de cobre. Si yo me concentro en el arquetipo del Viejo Sabio es posible que encuentre algo relacionado con Al Khadir o los sabios de Ceuta en la Edad Media.
En general, “los sucesos sincrónicos acompañan casi invariablemente a las fases cruciales del proceso de individuación. Pero con demasiada frecuencia pasan inadvertidos porque la persona no ha aprendido a vigilar tales coincidencias y a darles significado en relación con el simbolismo de sus sueños” (Von Franz, 1995a: 211).
¿Podría suceder que sea la materia la que, de forma inexplicable, active el arquetipo en la psique de una determinada persona para que lleve a cabo una misión que la naturaleza considera necesaria? Esto estaría en relación con la idea expresada por Ralph Waldo Emerson de que “cuando la naturaleza tiene trabajo que hacer, crea un genio para que lo haga”. Así, decía el sabio de Concord, “que un ser humano debería considerarse como un actor necesario. Un vínculo deseado entre dos partes ansiosas de la naturaleza, y él aparece en la existencia como el puente sobre la extensa necesidad, el mediador entre dos hechos, de otro modo, irreconciliables. Los pensamientos que le deleita expresar son la razón de su encarnación… ¿No existe porque algo debe hacerse que solo él puede realizar?…Él ha nacido para esto, para distribuir el pensamiento de su corazón de universo en universo, para hacer una tarea de la que la naturaleza no puede privarse, ni él librarse de realizar y, entonces, sumergirse de nuevo en el silencio sagrado y en la eternidad de la que como hombre ha surgido” (Emerson, 2016: 140).
Si la materia está dotada de espíritu, la naturaleza puede hablarnos y mandarnos mensajes. Hacer hablar a las piedras es el principal cometido de un arqueólogo. Estas piedras me han indicado el camino para que yo encuentre el talismán, el betilo y las minas de hierro y cobre. Han confiado en mí una serie de secretos que debo descifrar y dar a conocer a su debido tiempo. Cuento también con la ayuda del Viejo Sabio, personificado en Hermes, Elias, Al Khidr, Elias y el mismo Carl Gustav Jung. Puede que en mí se esté dando la transformación prevista del joven héroe defensor del patrimonio natural y cultural al sabio que orienta a otros en el camino espiritual. Como Viejo Sabio regreso a mis investigaciones arqueológicas, como Merlín lo hizo con sus estudios astronómicos. Mis salidas a la naturaleza son el primer paso a mi retiro como guardián de la fuente de la eterna juventud. Esta fuente no está fuera, sino dentro de nosotros mismos.
Además de la figura del anthropos, y de la piedra, encontramos asociado al arquetipo del “sí mismo” la representación de la cuatro esquina del mundo y la imagen del Gran Hombre en el centro de un círculo dividido en cuatro cuadrantes. Jung empleó la palabra hindú mandala (círculo mágico) para designar una estructura de ese orden, que es una representación simbólica del “átomo nuclear” de la psique humana, cuya esencia no conocemos (Von Franz, 1995a: 213). La redondez del mandala generalmente simboliza una totalidad natural, mientras que una formación cuadrangular representa la realización de ella en la conciencia (Von Franz, 1995a: 215). Resulta muy interesante estudiar la relación de la figura del mandala con los mitos oriental de la creación por el dios Brahma y el nacimiento de Buda. En ambos, estas dos divinidades se apoyan en una flor de loto y desde allí otean las principales direcciones del espacio. Según Aniela Jaffé, la orientación espacial realizada por los aludidos dioses puede considerarse como simbolismo de la necesidad humana de orientación psíquica. Las cuatro funciones de la conciencia descritas por C.G. Jung, -pensar, sentir, intuir y percibir-, dotan al hombre para que trata las impresiones del mundo que recibe del interior y del exterior. Mediante esas funciones, comprende y asimila su experiencia; por medio de ellas puede reaccionar (Jaffé, 1995: 240).
Resulta interesante estudiar cómo se plasma el arquetipo del mandala, es decir del “sí mismo”, en el arte y en el urbanismo. Roma, muchas otras ciudades del imperio, fue creada a partir de un hoyo excavado en la tierra que se le dio el nombre mundus (Jaffé, 1995: 242). Este centro, o mundus, establece la relación de la ciudad con el “otro” reino, la mansión de los espíritus ancestrales. Esto explica que el mundus fuera cubierto con una gran piedra, llamada “piedra del alma”. La piedra se quitaba determinados días y luego, se decía, los espíritus de los muertos surgían del hoyo (Jaffé, 1995: 242).
La idea de una ciudad terrenal y otra divina, unidas a partir de un eje mágico o árbol sagrado, aparece de manera recurrente a lo largo de la historia. La encontramos en la “Jerusalén celestial” y en la leyenda del Grial, en la que se alude a un castillo que aparece y desaparece en determinados momentos, pero que permanece imperturbable más allá del tiempo. Henry David Thoreau escribió en su diario, sobre su concord natal, que “esta ciudad, también, situada bajo el cielo, es una puerta de entrada y salida para las almas a y desde el cielo” (Dann, 2017). Henry había atisbado en su ciudad natal lo mismo que yo he visto en la mía: que sobre nosotros se abría una puerta hacia la eternidad. Jung soñó, igualmente, que existía una réplica de la torre que el mismo diseñó y construyó en Bollingen. Poco antes de morir Jung volvió a ver a su torre celestial donde el mismo sabía que iba a residir eternamente. De igual modo, su principal discípula, Marie Louise Von Franz compró un terreno y erigió una torre de planta cuadrada. En los primeros días de residir en ella tuvo un sueño. Soñó que existía una réplica idéntica de su casa en el más allá. Esto significa que su torre solo es una imagen terrenal de una idea eterna. El sí mismo, la personalidad más grande, se encuentra en el más allá. Jung soñó, poco antes de su muerte, que ya podía trasladarse a su torre situada “en la otra orilla del lago”.
Sea en fundaciones clásicas o primitivas, el plano mandala nunca fue trazado por consideraciones estéticas o económicas. Fue la transformación de la ciudad en un cosmos ordenado, un lugar sagrado vinculado por su centro con el otro mundo. Y esas transformaciones armoniza con los sentimientos vitales y las necesidades del hombre religioso (Jaffé, 1995: 242). Mi misión se realiza en servicio de la totalidad que se expresa en forma de estructura cuaternaria. Esto explica mi interés por la espiral de la vida de Geddes y por la geografía sagrada y cuádruple del Estrecho de Gibraltar. La realidad de un espíritu del lugar cobra sentido bajo el prisma de la sincronicidad.
Mantener abierta esta puerta a la eternidad se ha convertido en una necesidad para mí. Gracias a ella me llegan numerosas intuiciones y vivo una vida digna de ser vivida. Tengo la suerte de acumular experiencias realmente numinosas con un marco carácter de totalidad. Lo que yo vivo nada tiene de patológico, sino de gozoso. Tal y como dejo escrito Carl Jung en las últimas líneas de su obra Mysterium coniunctionis, “las vivencias numinosas no pertenecen exclusivamente a la psicopatología, sino que se pueden observar en el ancho campo de lo normal. Pero el desconocimiento moderno de las vivencias anímicas íntimas y el prejuicio moderno contra ellas están dispuestos a despacharlas como anomalías psíquicas y alojarlas en el fichero psiquiátrico sin intentar comprenderlas” (Jung, 2002: 523).La vivencia del Unus Mundus apunta hacia la apertura de una ventana o puerta hacia la eternidad. Este Unus Mundus o Anima Mundis “envuelve al mundo igual que el aire a la tierra” (Jung, 2002: 498). Llegar a percibirlo sólo es posible si emprendemos un riguroso y constante proceso de autoconocimiento que debe ir de la mano de una aprehensión de la realidad del mundo exterior. Mi experiencia personal es un ejemplo de esta verdad expuesta por Jung (2002: 498). A pesar de todos mis conocimientos históricos sobre Ceuta no he llegado a conocer su espíritu hasta que ayudado por el diagrama de la espiral de la vida de Geddes y animado por las palabras escritas de Walt Whitman empecé a conocer mi propia alma. Entonces se abrió esa puerta divina por llegaron hasta mí las claves del secreto de esta tierra y las pruebas arqueológicas que avalaban la verdad de mis descubrimientos espirituales.
Realmente no me importa que me tomen por loco quienes hayan tenido la paciencia de leer este texto completo. Si estoy loco, bendita locura la mía. Ojalá que esta visión que comparto sobre el espíritu de Ceuta anime a algunas personas a conocer los secretos que, sin saberlo, guardan encerrados en su alma. La llave que abre el cofre de su tesoro la tienen delante de sus ojos, es la propia geografía de Ceuta y los elementos que la componen y son visibles para los que miran con “los ojos de su espíritu (oculis mentalibus)”. Una vez que hayan conseguido despertar los sentidos de su alma ya no percibirán igual a la naturaleza y el cosmos. Su concepción sobre las dimensiones del tiempo y el de espacio experimentarán un giro radical.
Cada lugar tiene su propio genius loci y en todos ellos existe una puerta a la eternidad disponible para ser abierta con la misma llave. Como escribió Patrick Geddes en la conclusión de su obra “Ciudades en evolución”: “cada lugar tiene una verdadera personalidad; y con esto muestra algunos elementos que son únicos, una personalidad demasiado dormida posiblemente, pero que es tarea del pensador despertar. Y sólo puede hacer esto quien está enamorado y familiarizado con su tema, -verdaderamente enamorado y perfectamente familiarizado-, con ese amor en que una gran intuición complementa el conocimiento y provoca su propia expresión más plena e intensa, para convocar las posibilidades latentes, pero no menos vitales que se abren ante él” ( Geddes, 1960: 219).
Ceuta guarda en su espíritu la semilla de un cambio de ciclo. Al ser un cumplimiento del número siete significa la entrada de un nuevo orden. En la actualidad, hemos cumplido la última de la Siete Edades de esta ciudad en su crecimiento a través del Árbol de la Historia. Nos encontramos en el umbral de un nuevo tiempo. Sophia, la hermana de los siete hermanos, ha llegado para liberarlos. Que se cumpla o no el plan diseñado por estos siete hermanos que son los arcontes, -cuya misión precisamente es escribir el destino de los hombres y mujeres-, depende de todo y cada uno de nosotros. La llave para abrir las siete puertas que conduce a la octava y definitiva se esconde en el alma de cada uno de nosotros y está dibujada en el espacio y en el tiempo. Podemos verla con mayor claridad en lugares de gran fuerza cosmotelúrica como Ceuta, pero, créanme, cualquiera puede contemplar esta llave si se convence de que es, somos, pura sustancia cósmica materializada, durante una serie de años, en un cuerpo. Esta corporeidad es la que nos hace percibir las dimensiones del tiempo y del espacio. Estas dimensiones, lejos de ser unos obstáculos para el desarrollo intemporal del alma, son necesarias para ascender por las siete esferas que nos conduce a la Verdad absoluta.
Cada día es más evidente que existe un fuerte vínculo entre el macrocosmos y el microcosmos tanto en la dimensión temporal como espacial. Como escribí hace unos años: “nuestra vida, con su primavera, verano, otoño e invierno, no es otra cosa que un año ampliado a varias décadas. En orden inverso, lo mismo sucede con nuestros días: son con un año reducido a varias horas”. De igual modo, los cuatros puntos cardinales y los cuatro elementos son, según Jung (2002: 205), “equivalentes de las cuatro funciones básicas de la consciencia (pensamiento, sentimiento, percepción e intuición)”. Nuestro mundo de adentro es una extensión del mundo de afuera. Conocernos a nosotros mismos es conocer el orden supremo del cosmos. Somos lo que pensamos, y según pensamos, así vemos.
Cuando llego a este punto de mi reflexión me paro a pensar sobre los motivos que me llevaron a comenzar a entender las grandes verdades de los que estoy hablando. ¿Por qué me ha sido dada esta capacidad para ver, sentir, pensar y actuar de la manera en que lo hago? Esta misma pregunta se la hicieron antes muchas otras personas que han gozado de esta misma suerte. Una de ellas, Morieno Ramano, en su obra “Liber de compositione alchemicae quem edidit Morienus Romanus” (pp. 22-23), dijo sobre la revelación de la Verdad, “esta cosa no es más que un regalo del Dios supremo, que lo entrega según quiera y a quien quiera…Pues Dios concede esta ciencia divina y pura a sus fieles y servidores a los que ha decidido concedérsela desde tiempos inmemoriales…Pues esta cosa no puede ser más que un regalo del Dios Altísimo, el cual se lo entrega y muestra según quiera y a quien quiera de sus fieles y servidores. Pues el señor encarga a los servidores que quiere y elige la tarea de buscar la ciencia divina oculta al hombre y que conserva la ciencia buscada” (Jung, 2002: 362). De una manera similar se manifiesta Dorn: “suele suceder de vez en cuando que tras muchos años, esfuerzos y estudios…algunos sean elegidos después de muchas llamadas, oraciones y una investigación perseverante” (Jung, 2002: 362).
Yo, que desde muy joven descubrí mi vocación mística, no puedo menos que emocionarme al leer la siguiente reflexión de Aldous Huxley (Grey Eminence. A Study in Religion and Politics, pág. 313): “a finales del siglo XVIII, el misticismo había perdido su antiguo significado en el cristianismo y estaba más que medio muerto. “Bueno, ¿Y qué?”, preguntará alguien, “¿Por qué no debería haber muerto? ¿De qué nos serviría que siguiera vivo?”. La respuesta a estas preguntas es que donde no hay visión espiritual la gente perece; y que si los que son la sal de la tierra pierden su sabor, no hay nada que mantenga a la tierra desinfectada, nada que evite la decadencia completa. Los místicos son canales a través de los cuales un pequeño conocimiento de la realidad se filtra a nuestro universo humano de ignorancia e ilusión. Un mundo completamente carente de místicos sería un mundo completamente ciego y demente. En un mundo habitado por los teólogos llaman “hombres no regenerados o naturales”, es probable que la Iglesia y el Estado nunca puedan llegar a ser sensiblemente mejores que los mejores Estados o Iglesias de los que el pasado nos ha dejado algún vestigio. La sociedad no puede mejorar de verdad más que en el momento en que la mayoría de sus miembros decidan ser santos teocéntricos. Entre tanto, los pocos santos teocéntricos que existan en cada momento dado son capaces en alguna medida de contrarrestar los venenos que la sociedad genera en su interior con sus actividades políticas y económicas. Según la frase del evangelio, los santos teocéntricos son la sal que preserva al mundo social de caer en una decadencia irremediable” (Jung, 2002, 364, nota 425).
Mi propósito es dedicar mi vida a la defensa, potenciación y renovación de la vida, al fortalecimiento de la vida interior, a la elevación de la condición humana, a contribuir al noble esfuerzo de que todas las personas tengan la oportunidad de disfrutar de una vida digna, plena y rica. Una vida que merezca ser vivida. Como escribió el sabio Dorn: “mientras uno se sepa portador de la vida y que por eso es importante vivir, también vivirá el misterio de su alma, da igual que sea consciente o inconscientemente. Pero quien no ve el sentido de su vida en su mera realización ni cree que el hombre tiene derecho eterno a la libertad de realizarla ha traicionado y perdido su alma reemplazándola por una locura que conduce a la ruina, como nuestra época ha demostrado con claridad” (Jung, 2002: 165).