Ceuta, 13 de agosto de 2017.
Después de comer y descansar un rato en casa de mis padres me ha apetecido ir a tomar un té a Benzú. Lo he hecho en el cafetín de mi amigo Mohamed. Hemos conversado sobre los secretos de la elaboración del té moruno, que él prepara como nadie en Ceuta.
A la vuelta me he parado a pasear por la playa de Calamocarro. Sopla un fuerte viento de levante, lo que hace que las olas batan con gran poder en la orilla. Este viento es aprovechado por una pareja de aficionados al vuelo de las cometas. Hacía mucho tiempo que no veía una de ellas volando en cielo de Ceuta. Es una manera de sentir la fuerza del viento y echarle un pulso al aliento de Euro.
Unos metros más en dirección a Ceuta he dado con una enorme ribazón de algas. Su presencia espesa el agua que adopta una textura y densidad similar a la lava volcánica. Las olas hacen de cono volcánico desde el que salpica magma marino. Este pseudolava alcanza varios metros de altura. Me acerco sin miedo, pues lo más que me puede pasar es mojarme y terminar perdido de algas. Disfruto de un fenómeno poco habitual, ya que, aunque las algas se han convertido en una presencia constante en el litoral de la bahía norte, no es tan frecuente verlas transformadas en lava marina.
Ahora estoy sentado entre las piedras del cantil de la carretera. Aquí me encuentro protegido del viento y a suficiente distancia de las olas. No obstante, no las pierdo de vista, pues en varias ocasiones sus blancos dedos han acariciado la arena sobre la que me siento. Asoma su mano enguatada por una colina que ella misma ha esculpido.
Presenciando el espectáculo que esta oscura tarde ofrece el mar recupero la conciencia de la fuerza de la naturaleza y de sus inmutables leyes. Repasando mis notas he descubierto que hace dos años, en esta misma fecha, tuvo lugar un levante de las mismas características al que hoy asisto. Hace un rato me comentaba mi amigo Mohamed que el mar es muy sabio y que siempre por estos días el mar limpia sus fondos y lo que no quiere lo arroja en la orilla. Recuerdo también que Henry D. Thoreau, en sus excursiones a Cape Cod, se refiere a la recogida de algas que hacían los habitantes de estas costas para utilizarlas como nutrientes de sus empobrecidos suelos. En Ceuta, este año, se están acumulando en una parcela cercana para trasladarlas a la península con el objetivo de prepararlas como fertilizante agrícola.
Es curioso comprobar cómo la flora marina contribuye al enriquecimiento del suelo y al crecimiento de sus hermanas terrestres.
La sensación que experimento presenciando las olas es de sobrecogimiento. Las olas se elevan altivas y valientes mostrando su cuerpo traslucido y su tonalidad verdiazul. Avanzan hasta la orilla desmoronándose y dejando una agitada espuma blanca que, durante unos segundos, moja la arena negra de Calamocarro. Descarga una fuerza intangible que llega hasta mi cuerpo y me revitaliza. El estruendo sonoro que emite esta energía hace vibrar mi mar interior y ambos se sincronizan. En este momento vuelve a mí el conocimiento de que el origen de la vida comenzó en el mar que tengo delante. Yo he sido arrojado a la orilla para que ahora pueda escribir sobre la Madre Tierra, o más bien deberíamos decir la Madre Mar.
Observando el mar, los árboles, las plantas, las aves que entran dentro de mi campo visual percibo la fuerza profunda que hace posible la renovación de la vida. Está en el todo y en cada una de las partes. Adopta infinitas formas, siempre cambiantes y en continua evolución. Esta fuerza es fruto de la vida. Nos rodea y penetra hasta los estratos más profundos de la tierra y las más hondas profundidades del mar. Ella consigue aglutinar todo lo viviente en una sustancia eterna: el Anima Mundi.
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