Ceuta, 16 de agosto de 2017.
Al asomarme por la ventana a las 6:30 h he comprobado que las predicciones meteorológicas no se han equivocado. El cielo está completamente cubierto con una densa niebla. La humedad es del 100 %, lo que explica que las aceras y los coches estén mojados. La temperatura es muy suave, 21º C y el viento sopla del sur, aunque en pocos minutos rolará a levante.
Apenas he tardado cinco minutos en bajar a la playa Hermosa. Ahora estoy sentado sobre los peldaños finales de la escalera que conecta el litoral con el Recinto. Por la hora que es hora, las 7:45 h, el sol ha debido emerger del mar. Ha sido imposible verlo con la tupida niebla que domina el paisaje. No obstante, la luz que nos trae ya es apreciable.
La escena resulta, sin lugar a dudas, misteriosa. El color dominante es el gris y el campo visual muy reducido. El rumor del mar va apaciguándose según pasan los minutos. Parece que ha decidido darnos una tregua después de una semana de fuerte viento de levante.
Entre la niebla se asoman las gaviotas con sus peculiares graznidos. Casi todas toman camino hacia Oriente, como si fueran a comprobar que el sol realmente ha salido. Los gallos también preguntan por el astro rey.
Mientras esperamos a ver el rostro del sol, yo me siento a escribir entre las rocas mirando al mar. Oteo un horizonte sin su habitual marcada línea y tan estrecho que mi mundo se reduce a una circunferencia de no más de veinticinco metros. Todo llega de improviso. Una ola muere entre las rocas sin que sea posible adivinar su origen ni la causa que la ha provocado. A las gaviotas las veo cuando las tengo encima de mí. Es un ambiente propicio para la llegada de un mensajero de los dioses. Podría adoptar la forma de un ave, de un delfín, incluso de un ser humano. Me mantengo expectante y con todos los sentidos alertas.
Levanto la mirada y aparece ante mi mirada un hombre de algo más de cincuenta años con una mochila en la espalda y unas bolsas de plásticos en las manos. Le pregunto si viene de pescar y me contesta que no, que ha pasado la noche durmiendo entre las rocas. “Mucha humedad”, le digo. “Sí, mucha humedad…Me he tenido que cubrir con unos plásticos”. No detiene sus pasos y lentamente asciende por las escaleras. Me gustaría haber conversado con él más tiempo, pero no parece que tuviera muchas ganas de hablar después de una noche en la que la humedad le ha debido calar hasta los huesos.
La niebla, lejos de disiparse, da la impresión de que aumenta cada minuto que pasa. Los cristales las gafas se llenan de diminutas gotas de agua. Esta agua vaporizada humedece todo lo que toca. Lo noto en las mismas hojas de este cuaderno, en el peldaño de madera en el que ahora me siento, en mi rostro, en mi pelo y en piernas. También es perceptible en las rocas y en las plantas. El grupo de hinojo marino (Crithmum maritimum) que tengo a mi lado huele de manera intensa gracias a esta humedad añadida. Lo toco y está completamente mojado. He hecho bien en ponerme una rebeca para evitar que la humedad afecte a la parte más sensible del cuerpo.
En Ceuta siempre decimos que gozamos de un clima muy bueno, excepto por la intensa humedad. Ésta afecta a los huesos y a las articulaciones. En lo que se refiere a las posesiones materiales, la humedad perjudica la conservación de los objetos metálicos y del papel, así como de la ropa y las pieles. Enseguida se enmohecen y si no se actúa a tiempo hay tirarlas a la basura. Los aparatos electrónicos también son víctimas de la humedad.
Sé que esta humedad la trae el levante, pues el cristal de las gafas que mira a Oriente es el más rápido se empaña. Son las 9:00 h. Lejos de disiparse la niebla parece que se hace más densa a cada instante. El sol no consigue penetrarla y disiparla. Debo de tener paciencia y confiar en el efecto de los rayos solares. Mientras tanto creo que es buen momento para reflexionar sobre todo aquello que la realidad cotidiana no nos deja ver.
Al igual que la niebla que esta mañana envuelve a Ceuta, muchos viven en un mundo de estrecha mirada. Como consecuencia de la niebla yo ahora no veo más allá de quince metros. Sin embargo, mis recuerdos y mi imaginación son capaces de recrear todo aquello que mis ojos no pueden ver. El hecho de que no contemple el sol, ni los acantilados de la Almina ni el fuerte del Sarchal no implica que no existan. Están ahí y seguirán allí, aunque no pueda verlos. Lo mismo sucede con el resto de la tierra y con todos los planetas que componen el sistema solar. Si nos vamos aún más lejos y tomamos una perspectiva distanciada nos daríamos cuenta de que nuestro sistema planetario es un diminuto punto en una galaxia entre miles de otras galaxias que se mueven y expanden en un cosmos infinito. Todo esto lo veo con mi ojo interior y lo percibo con mis sentidos sutiles. Nuestra mente, al igual que el universo, tiene una enorme capacidad de expansión y de concentración. Sucede a veces que nos concretamos tanto en nuestra mente que experimentamos un big bang interior que nos hace expandirnos y abarcar la totalidad. Sin embargo, la mayor parte del tiempo nuestro pensamiento está dedicado a asuntos más mundanos. Nos preocupa nuestra salud, el trabajo o la falta de él, la discusión con nuestra pareja o amigo, incluso perdemos el tiempo en temas intrascendentes como el fútbol o la ropa que hoy nos pondremos.
Con las nuevas tecnológicas que portamos todo el día con nosotros recibimos una continua llamada de atención que nos distraen de nuestras ocupaciones. El resultado es que la mayor parte de las personas dedican muy poco tiempo al autocultivo y al cuidado de los frutos que nacen y crecen en su mundo de adentro. Muchos no llegan a conocerse ni a saber para qué vinieron a este mundo.
Nosotros somos los únicos que podemos recoger nuestra propia cosecha. Como comentó Patrick Geddes a sus hijos, existe un undécimo mandamiento no escrito: “cultiva tu jardín y cuídalo”.
Mis frutos más apreciados, además de mis hijos, son mis escritos y mis iniciativas a favor de la conservación y difusión del patrimonio natural y cultural de Ceuta. Los ofrezco a quienes deseen probarlos con la esperanza de que sirvan para alimentar sus almas. Estos frutos han sido cultivados con el abono que ha dejado en mi interior la lectura de muchos libros y regados con el agua de la fuente de la eterna juventud. Tales nutrientes aseguran que estos frutos permanecerán frescos y que, aunque maduren, nunca lleguen a pudrirse. Si lo hicieran tampoco me preocupa, ya que la semilla que contienen son las garantía para una nueva cosecha en el futuro.
…Son las 10:00 h. El sol ha tomado altura y puedo ver su silueta. Creo que va siendo hora de regresar a casa.
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