Ayer por la tarde estuve con mis alumnos del Master de Educación Secundaria de la Universidad de Granada en el Monte Hacho. Ha sido el grupo más numeroso que he llevado para hacer prácticas de educación integral o vitalista. Eran seis alumnos: dos chicas y cuatro chicos. Tras una breve charla introductoria sobre la actividad y la historia de Ceuta nos introdujimos en el Parque de San Amaro. Paramos en la fuente de la Teja para hablarles de este sitio y, a continuación, avanzamos por los caminos del Hacho. Según observábamos distintas especies de flora les fui explicando sus características y animándoles a que las tocaran y olieran para que captasen con sus propios sentidos las esencias de estas plantas. Así llegamos hasta el grupo de pinos que yo llamo la cama del Hacho. Allí hicimos una parada para leer un pasaje del libro «Walden», escrito por Henry David Thoreau que dice lo siguiente:
“Fui a los bosques porque quería vivir deliberamente, enfrentarme sólo a los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, y para no descubrir, cuando tuviera que morir, que no había vivido. No quería vivir lo que no fuera vida, pues vivir es caro, ni quería practicar la resignación a menos que fuera completamente necesario…”
Una de las alumnas leyó el anterior fragmento, mientras que el resto del grupo dirigía sus miradas hacia el horizonte marino. Desconozco lo que cada uno de ellos sintió y pensó. A mi me gustaría pensar que esta lectura, junto al poema de Walt Whitman, que leyó otro alumno, les conmovieron y les haga recordar este momento en el futuro.
Me pareció mágico que unas palabras escritas hace doscientos años por Henry en las orillas de la laguna de Walden hayan llegado hasta Ceuta para ser leídas a la sombra de los pinos del Monte Hacho. El eco de estas palabras se va haciendo cada vez más fuerte y llega cada vez más lejos. Está siendo un proceso lento, pero constante y firme. El propio Henry sabía que iba a ser así, que la repercusión de sus libros llegaría pasado mucho tiempo. Este hecho me anima a seguir escribiendo con la mirada puesta en el infinito, como hicieron ayer mis alumnos.
Puede que en el futuro otros jóvenes lean en este mismo lugar no sólo a Henry o al sabio Walt, sino también algunos de mis escritos. Nada me gustaría más que ser incluido en la familia de los transcendentalistas, aunque sea como un miembro menor. Un escritor que, como Henry, estableció con su tierra natal un vínculo muy profundo basado en el amor mutuo. Ella me ama por ser uno de sus frutos y por mi labor de defensa de su naturaleza y su historia. Y yo la amo a ella por todo lo que me ha dado: por abrirme los ojos y despertar a una nueva realidad en la que todos mis sentidos participan, por ayudarme a acumular experiencias significativas, por todos los momentos de éxtasis que he vivido, por todos los conocimientos que me ha aportado para entender la naturaleza, el cosmos y el significado de la vida, por haber contribuido a que sea capaz de apreciar su sublime belleza y, por encima de todo, le agradezco que me haya permitido vivir una vida rica, plena y significativa.
El genio del lugar, el de mi Ceuta natal, es que hace posible la vida que llevo. Ella tiene nombre de mujer. Confío en su nombre, Sophia, y en el acierto con el que conduce mi vida, aunque no siempre comprenda sus decisiones. No está a mi alcance descifrar las claves de mi vida y los pasos de mi destino. Ahora empiezo a entender que estos casi cuatro años de inactividad laboral han sido los que me han permitido dar forma a mi obra y encontrar los hallazgos arqueológicos que me han servido para desvelar el rostro del espíritu de Ceuta. He tenido la oportunidad de conocer Ceuta de primera mano, a través de mis paseos, de estudiar su patrimonio natural y cultural y de contribuir a la preservación de algunas tradiciones, como las salazones de pescado. Este tiempo también me ha servido para desarrollar mi habilidad para la escritura, para perder el pudor a expresar mis sentimientos, para convertirlos en elevadas emociones y para pensar, imaginar y llevar a cabo mis ideales, ideas y creaciones. Desconozco lo que el futuro me depara y cuál será el destino de mis escritos. Espero que mis palabras se sumen a los ecos de voces lejanas como las de Henry D. Thoreau, Walt Whitman o Ralph Waldo Emerson.
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