Ceuta, 18 de enero de 2017.
Aprovecho la hora del desayuno para leer algunos pasajes de la biografía de Henry David Thoreau publicada por el escritor estadounidense Kevin Dann. Lo que he leído esta mañana tenía que ver con “Walden”, el libro más conocido y valorado de Henry. La lectura de este apartado del libro me ha permitido tomar conciencia del carácter sagrado e iniciativo de esta obra, algo que ya sospechaba. Este libro oculta mensajes muy profundos, tanto como la propia laguna de Walden. Una laguna que Thoreau estudió con gran rigor científico para obtener una precisa carta barimétrica. Cuando leí este apartado de “Walden” no entendí muy bien su significado. Me pareció incluso algo innecesario que dedicará tantas páginas a la topografía y profundidad de la laguna. No ha sido hasta esta mañana cuando he captado toda su “profundidad”. El plano barimétrico de la laguna permitió a Henry descubrir que ocultaba el símbolo cristiano por excelencia: una cruz latina. Una cruz, cuya intersección de las dos líneas, marcaba el punto de mayor profundidad de la laguna. Henry observó que esta regla se cumplía en otras lagunas cercanas. Descubrió, de esta forma, que era posible localizar el punto más profundo de una laguna mediante la observación del perfil de su superficie y las características de sus orillas. Siguiendo esta ley, y aplicándola al campo de la ética, sería posible, según Henry, calcular la profundidad del carácter de una persona. Para hacerlo basta con trazar “las líneas correspondientes a lo largo y a lo ancho del conjunto de comportamientos cotidianos y particulares de un hombre y las oleadas de la vida en sus calas y afluentes”.
Al leer la identificación que hizo Henry entre la laguna de Walden con un símbolo de la Verdad suprema, pensé en el Estrecho de Gibraltar y su punto de mayor profundidad. Quería comprobar si la ley descrita por Henry se cumplía en mi propia geografía vital. Busqué en internet imágenes de la barimetría del Estrecho de Gibraltar, y así di con una página web (www.atlantidaegeo.com), en la que se expone una sugerente hipótesis sobre la localización de la Atlántida y las causas del hundimiento de estas míticas islas. Según el autor del libro titulado “De Gibraltar a la Atlántida”, en tiempos remotos hubo un cataclismo, posiblemente un terremoto, que abrió el istmo cerrado que separaba el Océano Atlántico y el Mar Mediterráneo. Al romperse este dique natural, de manera repentina, hubo una rápida subida del nivel del mar que provocó el hundimiento de las islas que conformaban la Atlántida.
Al observar la reconstrucción que el autor del mencionado libro propone del istmo y de la laguna existente en su lado oriental, y comparar esta última con la laguna de Walden me he quedado muy impactado por su asombrosa semejanza. La forma de las costas del Estrecho de Gibraltar, antes de la rotura del istmo, y la laguna de Walden es muy parecida. No es menos sorprendente que la ubicación de casa natal de Thoreau en el plano hecho por el mismo coincidía con la situación de Ceuta, mi lugar de nacimiento y vida.
…Se abre un hueco en el cielo entre las espesas nubes que llevan toda la mañana con nosotros dejándonos lluvia. Los rayos del sol inciden en mi libreta y retomo la escritura después de mirar planos y fotografía de Walden y de los paisajes de Concord. Necesito tiempo para reflexionar sobre el trascendental descubrimiento que he hecho hoy. La similitud en la forma de la laguna de Walden y la que un tiempo fue el mar de Alborán es sorprendente. Tanto Henry David Thoreau como yo nacimos y vivimos junto a una profunda laguna. Voy acumulando pruebas de que Walden y Ceuta son puertas a la eternidad por la que entra y sale energía cósmica desde algún planeta lejano. Puede que en el caso de Ceuta sea Plutón, ya que existe un lugar con la misma forma de mi ciudad en este planeta.
El número siete, el mes de su nacimiento, marcó el ritmo de la vida de Henry. Yo nací en septiembre, el noveno mes del año. El nueve es el número de la Gran Diosa y el de las Musas, que siempre me han acompañado, así como de Plutón, el noveno planeta que ha sido identificado en nuestro sistema solar. Nací en luna llena, como Henry, en un periodo de conjunción entre Urano y el mismo Plutón. Una época caracterizada por una efervescencia de la vida, de la sexualidad y del amor por la naturaleza. El día de mi nacimiento los Beatles lanzaron el álbum Abbey Road.
Aún me queda mucho por saber respecto a la influencia de los astros en mi vida. Poco a poco me voy acercando a la verdad. Hoy he dado un paso de gigante al constatar la indudable relación entre la laguna de Walden y el Estrecho de Gibraltar. El mismo vínculo que existe entre Thoreau y el que escribe en este instante. Lo siento tan cercano que me siento con ánimo para considerar mi hermano y llamarlo por su nombre: Henry. Los dos hemos visto, sentido y pensado de manera muy peculiar y diferente a la de nuestros coetáneos. Nuestra relación con los respectivos lugares de nacimiento ha sido muy especial e íntima. Sin saber cómo ni porque el espíritu de los sitios que nos vieron nacer nos eligieron para que fuéramos sus portavoces y defensores antes los daños que les causaban unos principios económicos depredadores del territorio. A ambos no ha interesado la arqueología y la historia, y hemos sido iluminados para encontrar hallazgos arqueológicos sorprendentes y de gran calado. Nos ha preocupado que se pudieran perder las tradiciones y costumbres que hunden sus raíces en los más profundos de nuestras tierras o ancladas en el fondo de los mares, como es mi caso con las salazones de pescado.
El genio del lugar, que ambos hemos sabido que en realidad era la Gran Diosa Sophia, nos ha entregado un gran don: el despertar de los sentidos sutiles. Mi hermano Henry fue el encargado de explicar cuál ha sido el resultado este despertar que los dos hemos experimentado:
“Ahora escucho, cuando antes sólo tenía oídos,
Ahora veo, cuando antes sólo tenía ojos,
Ahora vivo, cada instante, cuando antes sólo vivía años,
Y distingo la verdad, yo, que antes sólo era sensible al saber”.
Gracias a este despertar hemos gozado de experiencias sensitivas y sentimentales muy significativas y trascendentes. En nuestro interior se ha producido un proceso alquímico que ha convertido estas experiencias en momentos de éxtasis místico. Con suma facilidad hemos podido entrar y salir de una dimensión desconocida por muchos a través de una puerta abierta por los dioses para nosotros. Si lo han hecho ha sido porque así lo desean, y para que pudiéramos explicar lo que hemos visto nos han dado la capacidad de la escritura. Realmente tanto Henry como yo sabemos que quién maneja nuestra mano al escribir son los propios dioses y diosas. Son ellos quienes nos dicen cuándo y dónde nos debemos sentar a escribir. Prefieren que lo hagamos en la naturaleza, ya que allí sus voces nos llegan con más facilidad y claridad. En estos momentos de éxtasis somos capaces de excavar hasta los estratos más profundos de nuestro inconsciente, donde encontramos tesoros inimaginables. Tal y como sucede en las excavaciones arqueológicas, la mayor parte de los material está disperso y fragmentado, por lo que requiere un minucioso proceso de encaje de las piezas, de reconstrucción e interpretación histórica antes de mostrarlo a una opinión pública interesada en estos tipos de “hallazgos”.
Estos hallazgos son símbolos destinados a nutrir la imaginación de nuestros lectores. Símbolos de una realidad intangible, de un mundo ideal cuyos cimientos son la bondad, la verdad y la belleza. Este mundo está por construir, pero los planos ya existen. No hay que buscarlos en oscuros archivos ni bibliotecas secretas. Están delante de nuestros propios ojos, aunque pocos los vean. Para ver estos planos hay que ser capaces de contemplar el firmamento, aunque de sea de día y las nubes cubran el cielo. Hay que sentir esa energía cósmica que nos llega del cosmos y hace posible la vida, además de iluminar nuestras almas. Estamos hechos de la misma sustancia que las estrellas, por eso tienen la capacidad de guiarnos en nuestro camino por la vida.
Pero no debemos mirar tan sólo al cielo. Como dijo mi hermano Henry “nuestro cielo está aquí o no está en ningún sitio”.
“Aunque vemos cuerpos celestes moverse sobre la tierra, labramos y amamos este suelo”, John Donne.
Esta última idea ha sido fundamental en los escritos míos y de Henry. Los dos hemos amado con gran pasión nuestros lugares de nacimiento, que hoy hemos descubierto que son muy similares. Este amor es el que nos ha abierto la puerta a la sabiduría de la naturaleza y al disfrute de su belleza. Tanto Henry como yo hemos querido corresponder al amor que hemos sentido de la naturaleza escribiendo sobre ella, dándole vida con nuestras palabras y defendiéndola como nuestra voz. Lo hemos hecho siempre con la esperanza puesta en que nuestros respectivos vecinos despertasen a tiempo para tuvieran la misma oportunidad que hemos tenido ambos de lograr una vida plena, rica y significativa.
Puedo decir, en nombre de los dos, que hemos vivido una vida que merecía ser vivida. Todo lo que hemos experimentado, sentido, aprendido, pensado y realizado está recogido en nuestros libros. Este es nuestro legado. La bruma sobre el mundo que está por venir todavía es espesa. “Aún estamos naciendo, y hasta ahora no tenemos sino una visión borrosa del mar y la tierra, del sol, la luna y las estrellas, y no vemos con claridad hasta que hayan pasado al menos “nueve días” (mi hermano Henry David Thoreau).
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