Ceuta, 20 de enero de 2017.
Estoy desayunando en el nuevo cafetín de Benzú. Caliento mis manos con un té moruno, mientras contemplo el Estrecho de Gibraltar. Las cumbres que sirven de telón de fondo del Peñón están nevadas. Estamos ante un imagen que es difícil se repita en mucho tiempo. No quería perdérmela, así que he preparado mi máquina fotográfica para inmortalizar esta bella estampa.
Después de desayunar he bajado hasta la playa. El viento que entra desde el Atlántico por el Estrecho de Gibraltar es gélido. Siento el frío en los pies, las manos y el desnudo rostro. Una sensación que me resulta agradable. De vez en cuando necesitamos refrescarnos saliendo del habitual confort. Hay que percibir el frío invernal con la misma intensidad que lo hacemos con el cálido verano. La atonía climática es muy aburrida y poco saludable. El aire que ahora respiro es puro y limpio.
Una de las imágenes que me llevo de esta mañana es la del desfile de las olas por el Estrecho de Gibraltar. Parece una muchedumbre de peregrinos que se dirigen, con alegría, a rendir culto en un lejano santuario situado en el Mediterráneo. Está siendo un momento mágico el tomar conciencia de este discurrir de millones de olas procedentes del Atlántico que siguen a buen paso su camino. Bien distinta es la imagen que ofrecen estas mismas olas cuando salen del Mediterráneo. Dan muestra de su cansancio dejándose llevar por el viento y la marea. Tantos milenios yendo y viniendo y hasta ahora nadie ha prestado atención a este peregrinaje. Ya era hora de que alguien se percatara de este viaje.
Desde el punto en el que me encuentro contemplo la sagrada y mágica figura del Atlante dormido.
Voy a aprovechar un orificio natural en la ocre arenisca como improvisado asiento. Pero cuando me dispongo a sentarme aparece un bello gato que reclama este asiento como suyo. Su protesta ha sido amable, pues enseguida se ha acercado hasta mí para saludarme.
Ha dejado que le acaricie el lomo y ha dado vueltas alrededor mía. Luego se ha dirigido hacia la orilla.
Al cruzarse nuestras miradas ha ocurrido algo fantástico. Una ola ha saltado entre las rocas ofreciendo la misma cara del gato. Es una prueba evidente del momento mágico que estoy viviendo a los pies del Atlante.
Esta montaña antropomórfica me transmite una gran serenidad. Es un vínculo impertérrito entre el pasado, el presente y el futuro. La boca del Atlante está sellada por orden de los dioses, pero si pudiera hablar nos contaría las mil y una aventuras que han observado aún con los ojos cerrados. Nos hablaría de la llegada de Ulises a esta Bahía. Del amor de Calipso por él y de sus paseos por los viñedos y cedros que el héroe de Ítaca conoció en este lugar. Orgulloso aludiría el Atlante a los manantiales que surgen de su vientre y de las manzanas del árbol de la vida que celosamente guardo y se llevó el astuto Heracles.
También nos contaría la historia de los navegantes fenicios y púnicos que anclaron sus naves en este lugar para el avituallamiento de agua y alimentos. Se referiría a los romanos que buscaron refugio en la bahía para protegerse de los temporales. Quizás nos diría algo de los dromones bizantinos que el conde Don Julián presto a los musulmanes para cruzar el Estrecho que debe su nombre al capitán de estas tropas árabes. A ellos no se les pasó por alto la singular belleza de este lugar y aquí, sobre la parte superior de un farallón de paredes verticales que sirve de privilegiado balcón al mar, construyeron los sultanes de Ceuta una residencia de veranos que nada tenía que envidiar a los jardines del Generalife.
Con gran tristeza nos hablaría sobre los cientos de cetáceos que vio destripar y despiezar en la instalación ballenera que noruegos y españoles instalaron junto a sus pies. La sangre de estos hermosos mamíferos tiñeron de rojo a las ahora verdes aguas de Beliunex.
…Según pasan los minutos se destacan más los detalles del cuerpo del Atlante dormido. Lo que siempre los ceutíes hemos identificado como los pechos de una mujer, a mí me parecen en este momento las manos recogidas sobre el pecho del comandante de los titanes. Él fue el primer revolucionario de la historia. El primero que desafió la voluntad de los dioses supremos. Su fuerza y valentía fue reconocida hasta por sus propios enemigos. Fue el único de los rebeldes que no sufrió el destierro al infernal Tártaro. Su castigo consistió en portar sobre sus hombros el peso de la tierra. Ahora yace aquí, petrificado, por culpa del escurridizo Perseo que le mostró la cabeza de Medusa. Su tumba eterna sirvió de advertencia a los navegantes de la antigüedad sobre los peligros de adentrarse en un mar tenebroso en el que se encontraba las mismas puertas del Hades.
Cada día el Atlante observa el extraordinario espectáculo de ver al sol penetrar en las entrañas de la tierra, que son los dominios de Plutón. Al abrirse las puertas del inframundo el rojo de las llamas del infierno pintan de rojo el cielo antes del que el día pase el relevo a la noche.
Sé que tengo que volver a la ciudad, pero me resisto a hacerlo. Quiero seguir disfrutando de esta intensa luz, del azul del mar y del contraste de su color con el ocre de las areniscas, del verde esmeralda de la bahía, de las blancas salpicaduras de las olas, de la inmersión en picado de los charranes, de las sugerentes formas de las nubes, de la imponente figura del Atlante, del sonido del mar y del viento, del olor a sal que me acompañará todo el día, del tiempo que parece detenido para que pueda conectar con lo divino y mágico de este lugar.
Deseo que mis palabras sean tan inmortales como el Atlante dormido. Que pasen los años y no se corrompan, como tampoco lo ha hecho el cuerpo del Titán. Que este lugar siga siendo un testimonio de la eternidad, de la belleza infinita de la tierra y un símbolo del poder evocador de los paisajes para recuperar el carácter divino del ser humano. No tengo más que decir,…por ahora.
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