Ceuta, 22 de enero de 2017.
Son las 7:13 h. Me levanto y me asomo por la ventana. Mercurio, Saturno y la estrella Antares marcan los peldaños de una escalera que lleva hasta la media luna. Es una escalera que ha trazado la Gran Diosa para subir y bajar a la tierra. Me quedo mirando la curvada forma de la luna, por si veo a mi gran Musa, pero a esta distancia no es posible apreciarla.
La cortina de la noche se descorre para que entre la luz del nuevo día. El visillo es de un fascinante color azul, en el que aún cuelgan aún las estrellas más brillantes. No hay ni una sola nube y el viento acaricia las copas y ramas de los árboles. Hace todavía fresco, pero no el frío de los últimos días. A esta temprana hora a los únicos que escuchan es a los madrugadores gallos. Abro mi ejemplar de Walden y las primeras palabras escritas por Henry David Thoreau:
“No pretendo escribir una oda al abatimiento, sino jactarme con tanto brío como el gallo encaramado a su palo por la mañana, aunque sólo sea para despertar a mis vecinos”.
Mi familia, mis vecinos, todos duermen a estas horas de un despejado domingo. Desconozco cuántos habrá como yo escrutando el cielo para captar los detalles del amanecer. El impulso que siento es vestirme para ir a presenciar la llegada del sol. Y eso es lo que hago sin pensármelo dos veces…
…He llegado hasta una elevación cercana al fuerte del Sarchal. Es un espacio amplio y ancho en el que me puedo sentar con comodidad. Una franja de nubes sobre el horizonte oculta la salida del sol, que llega puntual a su cita. Son las 8:28 h y las nubes adquieren el color dorado del astro rey.
Poco a poco se va elevando y marcando una alargada sombra de luz sobre el mar. Un mar intensamente azul, que en contacto con la orilla emite un sonoro bramido. Tengo una sensación extraña. Es como si las olas rompieran contra los diques de mi alma e inundara mi interior con su poder. La sincronía entre el mar y mis aguas interiores es casi perfecta.
Siento que la llegada de los rayos solares renueva mi energía cósmica. Recibo esta fuerza con los ojos cerrados y en posición de Buda. Al abrir los párpados el paisaje ha cambiado. Los colores han vuelto a los acantilados de la Rocha. La vida se despierta en esta mañana dominical.
Observo con atención como las yemas de las flores de algunas plantas han estallado y muestran sus blancas hojas. Los gorriones picotean los frutos de los granados abandonados en la huerta del Cateto, mientras los gallos, que esta mañana querían despertarnos, corretean tranquilos entre los árboles. Han realizado su trabajo, aunque pocos hemos atendido su llamada.
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