Escribo a las 17:45 h en la playa de Benitez. Hay muchísima gente en este tramo de litoral. El paisaje, tanto natural como humano, es muy distinto del que he disfrutado en las tres primeras etapas de mi viaje. El mar en la bahía norte está encrespado por el viento fuerte de poniente. La superficie marina aparece aborregada por el aliento de Céfiro. Al bañarme noto que el agua es algo más fría y su sabor más salado.
En cuanto al paisaje humano es diferente del de la playa de la Ribera. Hay muchos niños y jóvenes, la mayoría de ellos musulmanes, y es fácil ver a los inmigrantes subsaharianos mezclados entre la gente. En esta playa no hay chiringuitos sofisticados ni pubs cerca de la orilla. Todo es mucho más humilde, aunque no faltan los servicios de socorristas y Policía Local.
El sol sigue su descenso y yo prosigo mi camino, después de haberme dado un baño. Inicio la cuarta y última etapa de mi viaje. Al mirar hacia el sur he visto que la luna, -en perfecto cuarto creciente-, viene detrás de mí.
Pensaba que me iba a costar más localizarla, pero no he tardado nada en identificar la playa en la que pasé muchos veranos cuando era niño. Detrás de donde me encuentro estaba situada la caseta de los empleados de la Caja de Ahorros de Ceuta, que era la empresa en la que trabajaba mi padre. Mi madre y mis hermanos veníamos todos los veranos por la mañana y comíamos en la caseta. Cuando mi padre salía de trabajar se venía a la playa con nosotros y volvíamos a la casa al caer el sol.
El día más especial en los veranos de mi niñez era la noche de San Juan. Todos los niños buscábamos maderas para preparar una buena fogata. A llegar la medianoche todos nos bañábamos en la playa.
Viendo ahora la playa tomo conciencia de la diferente escala de espacio que tenía cuando era un niño. Lo que ahora son para mí dos pasos, entonces suponía toda una aventura.
Tengo delante de mí a un grupo de niños haciendo castillos de arena. Al verlos no puedo evitar emocionarme, pues me veo a mí mismo en esos niños. Han pasado muchos años, más de treinta, pero ese niño sigue vivo en mi interior. Me reconcilio con él y con mi pasado. Estoy preparado para afrontar con decisión y valentía mi futuro.
La vida se renueva de manera constante. A estos niños les ha tocado vivir en un mundo distinto al de mi generación, como a mí me paso en relación con mis padres, y a mis padres respecto a mis abuelos. Ahora ya no existen las casetas privadas que ocupaban toda esta playa del Trampolín. Es un símbolo pequeño, pero significativo de que este país ha avanzado por la senda democrática.
Llevo todo el día dudando sobre si debía coger el autobús desde Benitez hasta Benzú, pero al final he decidido completar mi viaje andando, y no me arrepiento, a pesar del cansancio y de calor. En el momento de retomar mi camino miro hacia atrás y me quedo unos segundos contemplando a Ceuta flotando entre el mar y el cielo.
La luz en la bahía norte es espectacular. Los colores son de una intensidad desbordante y emocionante.
No puedo menos que fotografiar la fuente de la Victoria, que un investigador marroquí ha identificado con la célebre fuente de la eterna juventud.
El viento sopla con gran intensidad, circunstancia que me obliga a apretar el cordón de mi sombrero de explorador. Este intenso viento de poniente mantiene encrespado al mar. Algunas de sus aguas han buscado refugio a sotavento del espigón natural de Calamocarro. Entre sus piedras se ha colado un rayo de sol que tiñe de dorado el fondo de esta preciosa cala.
Los bañistas que se enfrentan al viento de poniente utilizan sus sombrillas de cortaviento y se agolpan en los puntos del litoral más protegidos del aliento de Céfiro.
Antes de doblar la curva que me lleva a la barriada de Benzú vuelvo de nuevo el rostro hacia Ceuta, como también lo hacen las gaviotas que reposan sobre los arrecifes costeros. Ni ellas ni yo podemos vivir sin admirar la belleza de tierra lejana y desconocida para muchos.
En los últimos metros antes de llegar a Benzú siento varios agudos pinchazos en el estómago. Voy a completar trece horas de caminata habiendo comido cuatro pequeños sándwiches. Así que lo primero que hago es acercarme al cafetín de mi amigo Mustafa para tomarme un buen vaso de té moruno y delicioso bocadillo de pinchitos.
Mientras observo que la luna y yo hemos llegado a Benzú al mismo tiempo siguiendo al sol, veo pasar a Mustafa, unas de las personas que conocí durante mis años de trabajo en la UPD. En cuanto me ve Mustafa se sienta al lado mío, y no tardaron nada él y su amigo Nayet en sentarse conmigo. Iniciamos una animada charla en la que hablamos de los cambios que ha sufrido esta hermosa barriada. Comentamos las transformaciones del paisaje que ha provocado la cantera, que se llevó por delante uno de los fuertes neomedievales construidos poco tiempo después de finalizar la Guerra de África (1959-60).
Dedicamos también unos minutos a hablar de la antigua Ballenera de Beliunex. Nayet nos cuenta que su padre trabajó de arponero en uno de los barcos balleneros.
Yo, por mi parte, interesado en conversar sobre este fascinante lugar en el que nos encontramos, les hablo a mis amigos de los mitos de Atlas, del Jardín de las Hespérides y de la isla de Oggigia, bellamente descrita por Homero en “La Odisea”. Abro mi libreta y leo las palabras que Homero dedicó al paisaje que rodeaba a la Isla de Oggigia, identificada como la actual isla del Perejil. Según lo describe Homero, en el entorno de la gruta de Calipso “había crecido una verde selva de chopos, álamos y cipreses olorosos donde anidaban aves de luengas alas: búhos, gavilanes y cornejas marinas, de ancha lengua, que se ocupaban en cosas del mar. Allí mismo, junto a la honda cueva, se extendía una viña floreciente, cargada de uvas; y cuatro fuentes manaban muy cerca la una de la otra, dejando correr en varias direcciones sus aguas cristalinas. Se veían en contorno verdes y amenos prados de violetas y apio; y, al llegar allí, hasta un inmortal se hubiese admirado, sintiendo que se le alegraba el corazón”.
Las cuatros fuentes o manantiales a los que alude Homero, les digo a mis amigos, son los mismos que siguen dando hoy día dando abundante agua en la bahía de Beliunex. Sobre la calidad de estas aguas, actualmente desaprovechadas por el gobierno de Ceuta, empezamos a conversar. Yo les comento a mis contertulios que la versión oficial sobre el desaprovechamiento de las manantiales de Benzú es que el consumo de esta agua no es aconsejable por el alto contenido de sales carbonatadas que tiene, lo que aumenta el riesgo de padecer cólicos nefríticos. Mohamed, el dueño del cafetín, es el que con mayor firmeza y contundencia dice que esto es mentira. Su padre, que durante toda su vida bebió estas aguas, murió con ciento quince años. Ratificando las palabras de Mohamed, Nayet comenta que su padre, que solo bebía agua de los manantiales de Benzú, vivió con una envidiable salud hasta los noventa años. Al escuchar las palabras de mis amigos comprendo que la leyenda que sitúa en este lugar a la fuente de la eterna juventud es cierta.
Hablando de la vida y de la muerte, Mustafa no cuenta algunos pasajes de su vida. Su discapacidad en una de sus piernas provocada por la polio infantil ha marcado su existencia. Quiso compensar su complejo por la apreciable cojera con el alcohol, lo que le llevó a tener problemas leves con la justicia. Ahora lleva más de once años sin tomar ni una gota de alcohol. Este repentino cambio de actitud vital vino a consecuencia de ver el rostro de la muerte. Según nos detalla, hace once años fue con unos amigos a tomarse unas cervezas con sus amigos al bar “La Bolera”, que estaba en la playa de San Amaro. Después de beber cogieron una colchoneta y sus amigos subieron a Mustafa en ella. Cuando quiso darse cuenta estaba mar adentro y la ola provocada por el paso del fastferry volcó la colchoneta. Como pudo llegó a unas rocas, pero las deslizantes algas verdes y el batir del mar le impidieron aferrarse a las piedras. Viendo que se ahogaba rezó a su Dios y le prometió que si lo salvaba dejaría la bebida.
…El siguiente recuerdo que tiene Mustafa de aquella tarde es verse sobre una camilla de hospital lleno de chupones en el pecho y claves por todos lados. Como el mismo nos dice había vuelto a nacer y estaba dispuesto a cumplir su palabra.
Es llamativo escuchar de una persona que nació con una grave enfermedad; que ha tenido varios accidentes de coches, de los que todos ha salido ileso; que ha estado a punto de ahogarse; diga, después de todo, que es un hombre afortunado.
Agradecidos por haberles invitado al café mis amigos insisten en acompañarme a la parte alta de la barriada para tomar algunas fotos. Llegamos así a los pies del Mogote de Benzú, en cuya ladera occidental se encuentra el yacimiento arqueológico de la cueva y abrigo de Benzú. Subimos hasta donde se encuentran los mismos estratos arqueológicos y desde allí tomo algunas fotos panorámicas. Pero no es éste el sitio desde el que deseo contemplar el atardecer. De modo que Mustafa y yo nos dirigimos hasta la playa y aquí nos sentamos media hora antes de la definitiva caída del sol.
Insiste Mustafa en decirme que nada es casual, expresión que me sorprende, ya que es una de las ideas que tengo más claras en mi vida. Viendo que él se sincera conmigo, le cuento algunas cosas sobre mis investigaciones respecto al carácter mágico y sagrado de Ceuta, así como le doy detalles relacionados con el proyecto que estoy realizando hoy. Vuelve a sorprender al decirme que lo sabía, que si yo estaba aquí era por algo. En cuanto le he enseñado mi libreta su cara se le ilumina y me dice alegre: “¡Lo sabía, lo sabía!”. Según me comenta a él también le gusta leer y escribir. Pienso regalarle un ejemplar de “La Odisea” de Homero.
Como sigue hablando sin parar, y quedan tan solo tres minutos para el ocaso, le pido a Mustafa que guarde silencio por respeto al sol que está a punto de morir…En estos tres minutos de silencio fijo mi mirada en el horizonte y el mar batiente. El viento sopla tan fuerte que finas gotas de agua mojan mis gafas y el objetivo de mi cámara. Los postreros rayos del sol atraviesan las espumosas olas y las vuelve tan rojizas como el rostro del moribundo astro rey, mientras que el mar adquiere un bellísimo color verde esmeralda.
En cuanto muere el sol la naturaleza se pone de luto y todos los colores desaparecen de forma súbita. El paisaje se vuelve pardo oscuro.
Mi última mirada de este viaje la dedico a contemplar la elegante figura del Atlante dormido al que veo mostrando una gran serenidad.
He tenido la suerte de que mi amigo Tomás Partida me haya visto en la parada de autobús y ha tenido la gentileza de traerme hasta la puerta de mi casa.
Ahora que ya he cenado y estoy tumbado en la cama hago un repaso mental del “Día de mi vida”. Al hacerlo he comprendido que todo ha sido mágico en este día. Hasta Vulcano, personificado en el cuerpo de mi amigo Mustafa, ha estado conmigo en el tramo final de este viaje.
…Como escribió Henry David Thoreau en una de sus cartas, “los pensamientos marcan las épocas de nuestras vidas: todo lo demás es el diario de los vientos que soplaban mientras estábamos aquí”. En mi caso, las etapas de mi vida empiezan y terminan de manera sincronizada con ciertas conjunciones planetarias y mis descubrimientos arqueológicos. Hubo una fase de despertar espiritual antes del hallazgo del betilo y el talismán, a la que ha seguido una de revelación, influenciada por Venus; y una última de síntesis alquímica representada por el descubrimiento de un horno metalúrgico altomedieval. Todas estas etapas previas, convenientemente documentadas, han concluido en la realización de un proyecto inacabado por Walt Whitman, el más importante de mis inspiradores. Whitman quiso escribir un gran poema de la naturaleza, describiendo desde el mediodía hasta la noche todos los cambios que era posible observar en la Madre Tierra, pero no tuvo salud para hacerlo. Desde una estrella lejana Whitman, -acompañado de Thoreau y otros grandes pensadores como Emerson, Mumford y Geddes-, me ha ido marcado los pasos de mi vida para que fuese yo el que llevara a cabo su gran proyecto.
Estoy convencido, por todas las señales que he recibido, que esta obra que he titulado “El día de mi vida” va a ser el de mi realización definitiva y va a marcar un nuevo ciclo en mi existencia. Espero, y deseo, no por el bien de mi fama ni prestigio, que poco me importan, si no por el bien de la humanidad, que este modesto libro sirva para expandir el alma de quienes la lean. En esta obra he puesto lo mejor de lo que soy, que puede que sea poco, pero es un relato sincero de la primavera, verano y principios de otoño de mi vida. Aún me queda todo un otoño que vivir y espero que también pueda disfrutar de un prolongado invierno para, junto a mi amada Silvia, seguir siendo testigo del crecimiento y desarrollo de mis hijos Alejandro y Sofía. Quisiera también poder observar y, -si en algo puedo-, contribuir al nacimiento del Mundo Nuevo, tal y como fueron capaces de vislumbrar los autores antes citados.
Pasé lo que pasé nadie me podrá quitar la experiencia de haber vivido con plenitud” el “Día de mi vida”.
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