Son las 14:26 h, la hora del mediodía solar, y estoy en el mirador de la Batería del Pintor a la sombra de unas azucenas. El sol ha tomado su máxima altura. A partir de este instante comienza su declive. Yo he alcanzado la mitad de mi camino.
El calor es asfixiante y los rayos solares son tan fuertes que noto un picor ardiente en la piel. Es hora de acercarme a la playa y darme un baño.
Accedo a Fuentecaballos por unas escaleras derruidas, malolientes y llenas de suciedad. Resbalo y casi me doblo un pie. Mi entrada en la llamada “civilización” no podía ser más deprimente.
Al avanzar unos metros me encuentro una pasarela de madera que ha sido construida sobre un mazacote de hormigón vertido directamente sobre los guijarros de la playa. Es un camino que, -en dirección al este-, no lleva a ninguna parte.
Sigo este absurdo camino y desemboco en una plataforma, nuevamente de hormigón pintado, en la que observo la mayor densidad por metro cuadrado de farolas que he visto en mi vida. Algunas de estas farolas están rozados los lienzos protegidos de la batería de Fuentecaballos. Sale a relucir mi vena de defensor del patrimonio cultural y natural de Ceuta.
En el año 2001, un grupo de amigos, -entre ellos mis queridos amigos Óscar, Pakiki y Paco-, decidimos constituir la asociación Septem Nostra para la defensa, estudio y difusión del Patrimonio Natural y Cultural de Ceuta. Este año hemos cumplido quince años de intenso y comprometido trabajo a favor del patrimonio ceutí. Me siento especialmente orgullo y satisfecho de haber sido uno de los promotores de esta iniciativa cívica, así como el presidente de esta entidad desde su fundación. Hemos librado muchas batallas. Algunas hemos ganado y otras muchas hemos perdido, pero ha merecido la pena luchar por nuestros ideales y por el amor que le profesamos a la tierra que nos ha visto nacer, crecer y desarrollarnos como personas.
Una de las batallas más importante que hemos librado fue contra la regeneración de la playa a la que en estos momentos llego. Son las 15:28 h. Hay mucha gente en la playa de la Ribera. El mar está como un plato y el agua presenta una temperatura agradable. Entro y salgo continuamente del agua. Los rayos del sol inciden de manera vertical sobre el arenal.
No le encuentro mucho sentido a esto de estar tumbado todo el día en la playa. Desde que vertieron en este punto del litoral gran cantidad de sedimentos de baja calidad, esta playa ha perdido todos sus encantos. Los arrecifes, antes llenos de vida, ahora están sepultados. No ha quedado nada de vida en esta playa que un día fue de aguas cristalinas. No aguanto más en este sitio. Me voy.
He salido del infierno playero por el único lugar digno que he encontrado: la puerta de la Ribera. Esta galería histórica me ha llevado hasta el mismo corazón de Ceuta, que es la plaza de África. En torno a este jardín histórico se sitúan los edificios que representan a los tres poderes predominantes en esta ciudad: el Ayuntamiento, la Catedral y la Iglesia de África, y la Comandancia General. Desde el epicentro de Ceuta me dirijo a las Murallas Reales.
Me quedo contemplado el Baluarte de la Bandera, imagen emblemática de la ciudad. Aún son visibles en su lienzo las huellas de los impactos de los proyectiles enemigos lanzados durante el cerco de Muley Ismail (1694-1727). Ceuta ha sido a lo largo de su dilatada historia una ciudad muy deseada por todas las civilizaciones mediterráneas por su estratégica posición geográfica. Todas estas culturas han dejado su impronta en el paisaje ceutí en forma de murallas y fuertes.
Me doy una vuelta por las caballerizas antes de tomar rumbo a mi siguiente destino, que es el Jardín de la República Argentina. Ahora mismo estoy sentado en una cafetería tomando una coca-cola. Necesitaba recuperar algo de líquido. He pasado mucho calor en esta última hora.
Son las 16:40 h. Me encuentro reclinado a la sombra de una frondosa acacia, ubicada justo en el centro del lugar donde durante varias décadas estuvo la Sala Municipal de Arqueología. Este sitio es muy especial para mí. Durante mis años de bachillerato venía aquí casi todas las tardes y los sábados por la mañana para colaborar en las clasificación y estudios de los materiales arqueológicos que encontrábamos durante las excavaciones en las que participaba y que eran dirigidas por D. Emilio Fernández Sotelo. En muchas ocasiones recorrí las galerías subterráneas del siglo XVIII que están debajo de mí.
Nunca llegué a imaginar que en el inicio del otoño de mi vida me encontraría aquí, sentado escribiendo bajo un árbol. Soñé en este sitio con ser arqueólogo y lo logré. Lo que no imaginé es que volvería a este lugar como escritor. Nunca podemos estar seguros de nuestro destino. La vida a veces toma un camino del que creemos conocer su final y cuando llegamos a la meta resulta muy distinta de lo que inicialmente imaginamos.
La arqueología no ha resultado ser un fin para mí, sino un medio para llegar al descubrimiento del genius loci de Ceuta y a mi propio autodescubrimiento como persona. El comienzo de mi otoño personal y renacimiento personal coincidió con el equinoccial. Era el día 18 de septiembre del año 2013, a una semana de mi cuarenta y cuatro cumpleaños, cuando empecé a salir a la naturaleza a gozar de su belleza y a escribir. Desde ese día no he parado de rellenar libretas sobre mis experiencias sensitivas y emotivas, así como sobre mis pensamientos y proyectos. Entre finales de enero y principios de febrero de 2015 tuve unos días de extraordinaria clarividencia y lucidez. Escribí, como si estuviera poseído por una fuerza extraña a mí, sobre el espíritu de Ceuta.
Si saber cómo llegué a la conclusión de que Ceuta había sido en el pasado un lugar de culto a la Diosa Madre. Incluso vislumbré la existencia de una “gruta sagrada” en la que se practicaron ritos en honor a la Gran Diosa. Lo más sorprendente vino a los pocos meses de tener esta revelación. El día 14 de mayo de ese mismo año, durante una excavación arqueológica que dirigí en un solar cercano a los baños árabes de Ceuta, encontré la soñada “gruta sagrada” y de su interior recuperé un colgante con la imagen de la Gran Diosa. Apareció ante mí con los brazos en posición oferente y dando a luz a un flor de loto, como símbolo de la continua renovación de la vida. Era la señal definitiva de mi renacimiento espiritual y, quien sabe si también, la del nacimiento de un Mundo Nuevo.
Desde la aparición de la imagen de la Gran Diosa, y el hallazgo a los pocos días del betilo hermafrodita, símbolo inequívoco de la conjunción armónica de los principios masculino y femenino, se abrió una nueva dimensión en mi interior. Mi alma se expandió para abarcar la totalidad del cosmos. Mis sentidos internos y externos se activaron en toda su plenitud. Comprendí que tenía una misión que cumplir. No he querido dejar que ningunas de mis experiencias y pensamientos se perdieran, así que he tomado buena nota de ambos.
Apunto en mi libreta que el sol ha dejado atrás la bahía sur y se dirige al norte proyectando su luz sobre las Puertas del Campo. Yo le sigo en su recorrido hasta la playa de Benitez. Dejo atrás mi pasado y mi presente. Tomo el camino que me lleva hacia mi futuro.
Deja un comentario