Recojo mis cosas y retomo el largo viaje que me llevara a Occidente. La salida de la cala del Amor es complicada. Me veo obligado a escalar por las piedras y a bordear los cortantes acantilados. Después de superar la etapa más difícil de este camino miro hacia atrás y contemplo la espectacular estampa de este lugar sagrado.
La fuerza de la naturaleza es muy fuerte en este punto del litoral ceutí y yo la percibo y hago mía.
El sol va cogiendo altura y sus rayos atraviesan el mar para iluminar el fondo de una preciosa poza que adquiere el color de una esmeralda. Esta joya natural está engastada en los acantilados del Monte Hacho que brilla a esta hora como el oro. Entre ambas joyas naturales ha quedado un pasillo que guarda una galería secreta que algún día he de explorar.
A través de unas toscas escaleras accedo a la barriada del Sarchal. No puedo dejar de pararme ante la imagen de la Virgen que preside este camino histórico. Necesito la energía de la Gran Diosa para completar mi aventura. A pocos de la hornacina que guarda a la Virgen encuentro una pequeña tienda en la que compro agua fresca y un paquete de pilas para la cámara fotográfica. A este ritmo las fotografías de hoy habrá que contarlas por centenares.
Al final de la senda llego a las escaleras que conduce al fuerte del Sarchal. Me paro en los primeros peldaños y contemplo la belleza de este tramo del litoral ceutí. El fuerte del Sarchal, construido a principios del siglo XVIII, ha sido deseado por muchos, pero olvidado por todos. Mi querido amigo el biólogo marino Óscar Ocaña y yo, desde que nos conocimos hace veinte años, nos propusimos como meta dotar a Ceuta de un Museo del Mar. Nuestro sueño fue transformar este fuerte derruido del Sarchal en un museo y centro de estudios marinos. Conseguimos que este proyecto fuera incluido en la programación de los fondos europeos, pero ciertos políticos decidieron a última hora que el mejor uso para este inmueble histórico sería el de albergar la sede del rectorado de una futura Universidad de Ceuta. Al final, como suele ser habitual, no hubo ni museo ni rectorado. Y ahí sigue en completo abandono el fuerte del Sarchal.
Esta alusión a la universidad me traslado mentalmente al primer día en el que pisé la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada. Yo me imaginaba las aulas como las que salían en las películas, pero mi facultad se parecía más al instituto del que acababa de salir. Mi primera clase fue con Paco Muñoz, mi profesor de Historia Antigua. No encajaba tampoco como mi idea prefijada del aspecto de un profesor universitario. Lo encontré sentado sobre una mesa con unos pantalones vaqueros y unas botas de cuero. Nos explicó cuál iba a ser el desarrollo de la asignatura y nos orientó sobre cuestiones básicas relacionadas con el funcionamiento de la universidad.
Como tenía las clases por la tarde tomé la costumbre de estudiar por la noche y levantarme tarde, excepto los días que tenía prácticas por la mañana. Comía en algunas de las casas de comida que había en mi misma calle. Después de probar en varios establecimientos me decanté por el restaurante “La Madroñera”. Hice bastante amistad con sus dueños. Uno de estos días que bajaba a comer me encontré en el portal con una amiga de Ceuta, Patricia Marañés. Me dijo que vivía en el primer piso del mismo bloque en el que yo estaba y me invitó a pasar por su casa para tomar un café y presentarme a su tío José que estaba terminando los estudios de Medicina. Así lo hice y nos tomamos ese café. Trabé amistad, de esta forma, con José Burrón, que hoy es el jefe del Servicio de Urgencias del Hospital Universitario de Ceuta. Aquel fin de semana salí con Patricia y José de marcha. Conocí a los otros miembros de la pandilla: a Emilio Herrera y a Jorge Llevot que, casualmente, hoy es mi vecino y el pediatra de mis hijos. De la mano de estos veteranos de la vida universitaria me inicié en la marcha granadina.
En la Universidad también hice mis amistades, aunque no tomé la costumbre de quedar con mis compañeros de clase para salir. Como tenía mucho interés en integrarme en algún grupo de investigación arqueológica en la facultad hablé con mi amigo Noé Villaverde y me sugirió que me presentase, de su parte, a un amigo suyo que estaba de becario en el Departamento de Arqueología. Enseguida congenié con Andrés y me puse a trabajar con él. Mi primera colaboración consistió en el estudio de los materiales arqueológicos procedentes de una prospección arqueológica en la comarca de Guadix, proyecto dirigido por Cristóbal González Román, Profesor del Departamento de Historia Antigua. Ese mismo verano, y por intermediación de Andrés, me desplacé hasta Francia para participar en las excavaciones arqueológicas que el prestigioso arqueólogo Michel Bats dirigía en el yacimiento greco-massaliota de OIbia (Hyères, Var). Los sucesivos veranos los pasé en Lattes (Montpellier), excavación dirigida por Michel Py, y en otras intervenciones arqueológicas por España.
Tal y como acabo de contar pasé los primeros años de mis estudios universitarios en Granada. Mis recuerdos han tomado durante un rato el control de mi pensamiento, pero ahora vuelvo a la realidad. Debo estar pendiente a dónde piso, ya que la playa del Sarchal es muy pedregosa y es fácil resbalar. Son las 12:40 h y atravieso despacio la playa Hermosa o del Sarchal. Este es lugar donde más veces he venido a contemplar el amanecer, a escribir, a pasear y pensar. Aquí, en parte, empezó mi segundo nacimiento, el espiritual. Del mismo tipo de roca que piso fue esculpido el betilo hermafrodita que encontré el pasado año en la excavación arqueológica de la calle Simoa. Es una playa que hace gala a su nombre: Hermosa. Estos términos unidos, el de arqueología y hermosura, me trasladan, de nuevo, a mi época de estudiante, sobre todo a los años de especialidad y doctorado.
Cuando en el año 1991 comencé los estudios de la especialidad de Prehistoria, Arqueología e Historia Antigua, contaba ya con una dilatada experiencia investigadora y de campo. De hecho me incorporé a clase unas semanas más tardes porque estaba participando en unas excavaciones arqueológicas en Guadix. Nada más aterrizar en clase me estuve fijando en mis nuevos y nuevas compañeras de clase. En la primera fila, pegada a la ventana, estaba sentada un chica muy morena que, por el aspecto, pensé que era gitana. Luego me la presentaron. Su nombre era Silvia, y no era gitana, sino de Armilla. Estaba muy morena porque ese verano había estado participando en una excavación arqueológica en Loja dirigida por el Profesor Nicolás Marín. A pesar de la rivalidad entre ambos grupos de trabajo, mi compañero Antonio López y yo comenzamos a entablar amistad con Silvia, Carmen y Lola. Después de las clases al mediodía bajábamos al bar “la Pura” para tomarnos unas cervezas. Uno de estos días, mientras Silvia y yo descendíamos por la empinada cuesta del Campus de Cartuja me di cuenta de que me gustaba. Silvia hablaba, -y habla mucho-, mientras que yo he sido siempre más bien prudente y calladito. Tenía el pelo muy largo y rizado y era muy alegre. Una noche quedamos el grupo de amigos por la noche. Ella llevaba un vestido verde estampado que le favorecía mucho. Era evidente desde algún tiempo que nos gustábamos mutuamente. Así que esa noche, en la puerta un pub me atreví a besarla. Nunca olvidaré ese beso ni la magnífica noche que pasamos juntos. Cuando la dejé en la parada de taxis para volver a su casa lloré de alegría por haber encontrado el amor de mi vida.
Pasados unos días, concretamente el día 20 de mayo de 1992, le pedí salir y me dijo que sí. Han pasado desde entonces casi veinticinco años y sigo tan enamorado de Silvia como el primer día. Al principio le costó a Silvia adaptarse a eso de tener novio. Tuvimos alguna que otra crisis por su actitud algo inmadura, pero ambos fuimos sinceros y superamos esta etapa de incertidumbre. El verano de ese año yo estuve participando en las excavaciones arqueológicas del templo romano de la Encarnación en Caravaca de la Cruz (Murcia). Antes de regresar a Ceuta pasé un par de días en Granada para ver a Silvia. Me llevo a ver el reestreno de “La Cenicienta”…Había que tener paciencia.
Al curso siguiente nuestra relación se afianzó. Tanto que entré en la casa de Silvia para pedirle al padre permiso para hablarle a su hija. Creo que pasó más vergüenza Silvia que yo. Siempre he sido algo sinvergüenza. Una vez formalizada nuestra relación me invitaban algún que otro fin de semana para comer en la casa de Silvia con sus padres, sus hermanos y su abuelo Manuel, con el que mantuve una magnífica relación. Entre semana, una vez terminadas las clases solíamos ir Silvia y yo a tomar algo juntos, solos o con el resto de amigos.
Al finalizar la carrera les dije a mis padres que deseaba realizar los cursos de doctorado. Los dos años que duraban los cursos de postgrado los pasé en un mini-apartamento situado en la calle Lavadero de las Tablas. Era tan pequeño que la tapa del wáter estaba cortada con un serrucho para poder bajarla y que así no tropezara con las paredes del diminuto cuarto de baño. Tenía un calentador eléctrico con tan poca capacidad que apenas tenía un par de minutos para ducharme con agua caliente. A pesar de su reducido tamaño nunca olvidaré este estudio que se convirtió en nuestro nido de amor.
El tema elegido para mi memoria de licenciatura fue el de las importaciones de vino durante la época romana. Siempre me interesó la cultura del vino en la época clásica, sobre todo después de leer “El Banquete” de Platón y por el hallazgo de un ánfora de vino romana que encontré en las excavaciones en Lattes (Montpellier). Silvia y yo hicimos un par de viajes a Madrid para sacar bibliografía en el Museo Arqueológico Nacional, la Casa de Velázquez y el Instituto Arqueológico Alemán. Con todo este material nos encerramos Silvia y yo en la habitación de su casa para redactar nuestras respectivas tesinas. Finalmente, el día 30 de junio de 1995, defendí ante el tribunal mi memoria de licenciatura que obtuvo la calificación de sobresaliente con opción a premio extraordinario.
El frescor de la brisa marina que sopla en la playa del Sarchal me devuelve al mundo de afuera. Un mundo que compartimos con otros animales a los que solemos molestar. Cuando paso por la mitad de la playa mi presencia ahuyenta a los cientos de gaviotas que reposaban tranquilas en la playa.
Es curioso, pero siempre hay una o dos gaviotas haciendo guardia en una de las rocas más altas de la playa. Son celosas de su territorio, al igual que los somos los humanos. Para defender los territorios de cada Estado surgieron los ejércitos y a mí me tocó conocer la experiencia militar.
El fin de mis estudios de doctorado suponía mi regreso a Ceuta y, por tanto, mi separación de Silvia. Ya no me quedaban más prorroga que solicitar para retrasar el cumplimiento del servicio militar. Así que a principios de agosto me vi con el pelo rasurado y vestido de caqui. Los dos meses de instrucción los cumplí en el Regimiento de Ingenieros nº 7, que tenía su plaza en el cuartel de la Reina, hoy transformado en el Campus Universitario de Ceuta. El resto de la mili fue un paseo militar, nunca mejor dicho. Mi destino estuvo en la oficina de la GINDEF (Gerencia de Infraestructuras de la Defensa) que dirigía el Coronel Pedrosa, íntimo amigo de mi tío Manolo.
Durante los meses de la mili no perdí el tiempo. Mi por aquel entonces amigo Darío Bernal y yo conseguimos permiso para excavar en un solar del Paseo de las Palmeras. Tuvimos la suerte de encontrar niveles arqueológicos de época bizantina y una inscripción romana. Tras el éxito de la primera campaña, y una vez derribados otros edificios colindantes y concluido el servicio militar, logramos que el Ayuntamiento de Ceuta financiara, a través de un convenio con el INEM, una intervención arqueológica en extensión de las parcelas 16 a la 24 del Paseo de las Palmeras. Gracias al contrato de trabajo que firmamos con el Ayuntamiento, Silvia pudo venirse a Ceuta para trabajar conmigo.
Entre los años 1996 y 1998 no paré de trabajar como arqueólogo. En muchas de estas intervenciones arqueológicas trabajamos juntos Silvia y yo. Sin embargo, no veíamos la ocasión de poder casarnos con unos trabajos temporales. La posibilidad surgió cuando quisieron contar conmigo para formar parte de las listas electorales del GIL (Grupo Independiente Liberal). Tras la sonada moción de censura promovida por el GIL, gracias al apoyo de la tránsfuga Susana Bermúdez, fui nombrado coordinador-asesor de Patrimonio Cultural de la Ciudad Autónoma de Ceuta. En este tiempo pude poner en marcha muchas iniciativas a favor de la conservación, protección y difusión del patrimonio cultural ceutí. Era también la oportunidad para que Silvia y yo pudiéramos casarnos. Fijamos la fecha para el 30 de septiembre de 2000. Mientras tanto estuvimos liados arreglando la casa que compramos en la Barriada de los Rosales en la que habían vivido mis abuelos paternos.
El día de mi boda fue uno de los más felices de mi vida. Era un sueño cumplido el poder casarme con Silvia después de ocho años de noviazgo. Lo pasamos genial en nuestra boda y nos fuimos de luna de miel a Egipto. Al regreso del viaje de novios nos instalamos en nuestra casa completamente remozada. Fueron unos meses muy felices, pero en las navidades de ese mismo año las cosas se complicaron. El gobierno del GIL se desmoronó en pocas semanas y yo me vi obligado a presentar mi dimisión del cargo de asesor de Patrimonio Cultural. De modo que recién casado me veía sin trabajo y con todas las puertas cerradas. A última hora me hicieron un contrato de arqueólogo en EMVICESA, que me rescindieron a los dos meses, el tiempo justo para llevar a cabo una intervención arqueológica en la calle Echegaray. Fue la última excavación que dirigí hasta hace unos cuatro años que he retomado mi trabajo como arqueólogo autónomo. Fueron más de diez años sin desarrollar mi labor de arqueólogo.
Los primeros años después de salir del Ayuntamiento fueron muy duros, tanto como las duras escaleras que hay que subir para llegar desde la playa del Sarchal hasta el Recinto. Habiendo agotado los seis meses que me correspondían de desempleo, entré a trabajar de dependiente en Muebles Arroyo. En esta empresa trabajé un mes y medio. Lo dejé porque me presenté a las entrevistas de selección para el nuevo hipermercado que iban a abrir en Ceuta, el HIPERSOL, y me eligieron como dependiente de la sección de electrodomésticos. De modo que me vi delante de un mostrador vendiendo televisores, frigoríficos y lavadoras. No tenía que hacerlo muy mal cuando a los pocos meses me promocionaron al puesto de coordinador de O.H.T (Ocio, Hogar y Textil). Esto supuso la fijeza en mi contrato, un pequeño aumento de sueldo y muchas más horas de trabajo. Trabaja de mañana, tarde y varias veces al mes hasta el cierre del hipermercado. Por supuesto, también trabajaba los sábados, los primeros domingos de mes y todos los fines de semana de navidad. Todo por un sueldo que no llegaba a los 1.000 euros. Pero bueno, gracias a este trabajo pudimos seguir pagando el crédito de la casa, que renegociamos con el banco, y no nos faltó para comer. Por fortuna a Silvia la llamaron en este tiempo para dirigir un taller de empleo de arqueología promovido por la Ciudad Autónoma de Ceuta. Gracias al buen sueldo que tuvo Silvia en este año pudimos aliviar nuestra asfixiante economía, incluso nos permitimos el lujo de hacer un viaje a Italia.
Al volver de las navidades del año 2003, Silvia decidió prepararse las oposiciones de secundaria. No tenía ningún plan mejor, ya que no salían excavaciones por aquel entonces. Cuando me iba a trabajar Silvia se ponía a estudiar y cuando regresaba por la tarde aún estaba estudiando. Yo le aconsejé que se tomara las cosas con tranquilidad. Que las oposiciones era carrera de fondo y no de velocidad, pero ella siguió con su ritmo de estudio.
A principios de julio de 2004 nuestra suerte cambió en apenas una semana. Silvia logró, de manera casi milagrosa, aprobar las oposiciones y a los dos días me avisaron de que había sido seleccionado para formar parte del equipo técnico de la Unidad de Promoción y Desarrollo de la Delegación del Gobierno en Ceuta. Habíamos superado la prueba que nos había impuesto el destino e iniciábamos una nueva etapa en nuestra vida. Dejábamos atrás un periodo caracterizado por la estrechez económica y un trabajo poco satisfactorio para mí. Yo, en este preciso momento he llegado al final de estas escaleras que representan, de manera metafórica, una de las etapas más complicada de mi vida.
Al verano siguiente nos fuimos Silvia y yo de viaje a Grecia. De allí nos trajimos inolvidables experiencias sensitivas y emotivas, como la visita al santuario de Delfos, y algo fue más importante. Siempre he pensado que fue en el hotel situado a los pies del Monte del Parnaso donde concebimos a nuestro hijo Alejandro. La noticia de que Silvia estaba embarazada la celebramos con mucha ilusión. Hacía tiempo que estábamos buscando a un hijo y por fin estaba de camino.
El aumento de la familia nos animó a buscar una casa más grande y mejor situada. Después de ver muchos pisos nos decidimos por nuestra actual residencia en la calle Real nº 90. Es un piso muy amplio, con mucha luz y una hermosa vista del Monte Hacho. Lo compramos en mayo de 2006 y a las pocas semanas ya estaba aquí mi suegro para reformarnos de punta a punta el piso. Y justo un año después, el 1 de mayo de 2007, completamos la mudanza y dormimos en nuestra nueva casa.
El siguiente lustro fue de absoluta tranquilidad en nuestras vidas. Silvia consiguió su destino definitivo en el instituto Siete Colinas, yo iba renovando mis contratos en la UPD y disfrutábamos viendo crecer a nuestro hijo Alejandro. Pero mi vida laboral se volvió a quebrar, por segunda vez, en agosto de 2012. El nuevo Delegado del Gobierno, nombrado en el año 2011 por Mariano Rajoy, tomó la decisión de cerrar la UPD y transferir la gestión de los planes de empleo a la Ciudad Autónoma de Ceuta. Yo me venía de nuevo sin trabajo, pero ahora estaba a punto de cumplir los 43 años y Silvia estaba embarazada de Sofía. Comenzaba, así, el otoño de mi vida.
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