Las 5:50 h. Suena el despertador y me levanto enseguida. Hoy es el “Día de mi Vida”. Me tomo un Cola Cao y preparo unos sándwiches para el largo día que me espera. A las 6:15 h salgo de la casa. La noche aún domina el cielo. A esta hora no hay nadie en la calle, excepto dos vecinos musulmanes que con sus chilabas blancas acuden a la llamada del muecín.
Al asomar a los acantilados del Recinto Sur observo que una densa niebla cubre toda la ciudad. Es tan espesa y fina que noto su humedad. Apenas veo unos metros delante de mí. Me sumerjo con valentía en la niebla y avanzo decidido y a buen ritmo hacia el Monte Hacho. En cuanto asciendo unos metros dejo la niebla abajo.
Mientras avanzo entre tinieblas pienso que estoy a las puertas de un camino que va a ser el que recorreré el resto de mi existencia. Me está costando dar el paso definitivo y traspasar el umbral de mi destino. Después de mi segundo nacimiento no puedo dar un paso atrás. Mis sentidos interiores demandan una nueva luz, una música distinta, un tacto dulce, un olfato más exquisito y un paladar más refinado, capaz de apreciar la ambrosía celestial.
El nuevo camino que se abre ante mí es Terra Incognita. No hay mapa con el que orientarme en esta espesa niebla ni amigos en los que apoyarme. Este camino tan mágico como misterioso lo tengo que transitar en soledad. Nadie puede acompañarme en un viaje que discurre por mi mundo de adentro. Lo único que puedo hacer es tomar buena nota de las distintas etapas del camino, -de mi primavera, mi verano y el comienzo de mi otoño-, así como anticipar mi futuro invierno. Voy a compartir con todos vosotros todo lo que vea y todo lo que piense a lo largo del camino por el “Día de mi Vida”.
Para entender la actual configuración de mi mundo de adentro y localizar el punto exacto en el que me encuentro en el camino de la vida tengo que recordar todos los pasos que me han conducido hasta aquí. El tiempo ha borrado muchos recuerdos de mi memoria y voy a tener que realizar un minucioso trabajo de reconstrucción histórica a partir de los restos que han quedado en el subsuelo de mi memoria y de la información que me puedan aportar diversos documentos y testimonios de mis familiares. Se trata de una labor de arqueología del alma para la que creo que estoy suficientemente formado y con la necesaria experiencia.
… Vuelvo al mundo de afuera y noto que no corre nada de viento. El aire caliente se ha adherido a la superficie del Hacho y siento su calor. El único alivio que experimento es el frío que aprecio al pasar junto a unos pinos y eucaliptos que han combinado sus aromas para perfumar la madrugada. A pocos metros escucho atento el incesante chirrido de los grillos.
El día empieza a clarear por detrás del faro de Ceuta. Desde el mirador que se encuentra a sus pies contemplo las nubes que, como una algodonosa costra, cubren las aguas de Ceuta. Y sigo mi camino. Mi destino es la Sirena de Punta Almina. Llego allí a las 7:05 h. Sobre mí sobrevuelan mis queridos vencejos que me reciben con sus agudas voces. En apenas diez minutos el sol asomará por oriente. Lo veo salir lentamente con su rostro enrojecido, deformado y resquebrajado por efecto de las nubes. Según asciende el sol recupera su forma redondeada y habitual color dorado.
Al ver la deformada silueta del sol recuerdo que mi madre me contó que los médicos tuvieron que servirse de unos fórceps adheridos a mi cráneo para sacarme de su vientre. Esto provocó que mi cabeza también se deformara, adoptando una imagen muy similar a la que acaba de adoptar el sol. Por suerte, al igual que el astro rey, no tardé mucho tiempo en recuperar mi aspecto normal.
Yo nací el 26 de septiembre de 1969 en Ceuta. Mi padre se llama Diego y mi madre María Teresa. No fui un hijo buscado, sino encontrado de improviso. Mi madre se quedó embarazada de mí cuando todavía no había terminado el tiempo de cuarentena. Esto explica que mi hermano mayor Diego y yo nos llevemos menos de un año y que, durante un mes, tengamos la misma edad.
Ahora que soy padre puedo entender el cambio personal que debieron experimentar mis padres a verse recién casados con un niño de once meses y un bebé entre los brazos. Los días debían ser frenéticos y las noches de pesadilla.
El primer hogar familiar se encontraba a pocos metros de mi casa actual. Vivíamos en el edificio del Molino más cercano al mar. El recuerdo más antiguo que he recuperado en la excavación arqueológica en mi memoria corresponde a una borrosa imagen de una habitación luminosa pintada de celeste y de un parque infantil en el que dos niños muy pequeños, yo y mi hermano Diego, juegan con dos grandes camiones metálicos y una mano que nos acariciaba: la de mi padre. También recuerdo un balancín que era un caballo blanco.
De la casa del Molino recuerdo el sobresalto que le dimos a mi padre con una escopeta de corchos mientras se bañaba y el susto que nos llevamos todos cuando mi abuela Rubia, -la madre de mi madre-, olvidó que había dejado una sartén llena de aceite sobre el hornillo encendido. Como era previsible que ocurriera, el aceite prendió y a punto estuvo de salir ardiendo la casa.
Dejo para un poco más tarde el relato de mis primeros recuerdos. Ahora sigo hacia mi siguiente punto de destino que es la playa del Desnarigado. Mientras camino me quedo admirado contemplando las montañas blancas que han brotado del mar. El sol las hace brillar y parecen pulidas por las mismas manos de dios.
Esta mañana la cala del Desnarigado tiene un aire fantasmagórico. Desde la cota del castillo el taró no deja ver el mar. Aprovechando la niebla los animales se mueven más confiados. Al bajar las escaleras de madera que conducen a la playa veo pasar, a gran velocidad, de derecha a izquierda y a los pocos segundos de izquierda a derecha, a dos pequeños conejos que se esconden de un cernícalo que vuela dando círculos alrededor de este lugar.
En la desierta playa, un grupo de cuervos se alimentan de los restos de comida que la gente ha dejado en la orilla. Mi presencia les espanta.
Me doy mi primer baño. El mar está tan en calma que puedo ver a los peces pegar pequeños brincos. Se acercan a mí con la confianza de quien sabe que nada puede tener de un buen amigo.
Lentamente el sol va devolviendo sus colores a los farallones de esta pequeña bahía. Al mismo tiempo que disuelve la calima, mi memoria también se despeja y recuerdo como, siendo aún pequeños mi hermano y yo, nos trasladamos toda la familia a nuestra nueva casa en la calle Real. Pasamos de un piso pequeño a una casa grande con ascensor; y de una pequeña cuna a una cama enorme. En una de las primeras noches que dormí en mi nueva casa me caí mientras dormía entre la pared y la cama. Sentí como si alguien me hubiera golpeado en la barriga y arrastrado debajo de la cama, y cómo esta misma persona me devolvió al catre. Supongo que quien me volvió a poner sobre la cama tuvo que ser mi padre. El miedo que sentí fue tan intenso que este accidente quedó grabado a perpetuidad en mi memoria. Aún puedo recordar el frío del miedo que recorrió mi pequeño cuerpo.
Mi madre nos llevaba por la mañana a un jardín de infancia que se encontraba cerca de nuestra casa, en la calle Agustina de Aragón. Mis mejores recuerdos de la guardería tienen que ver con el cariñoso portero del inmueble. Por lo demás, no me gustaba que me obligaran a dormir un rato en un cuarto oscuro, como tampoco me hacía gracia que mi madre nos obligara a ponernos leotardos y gorros de lana. No recuerdo que hiciera mucho frío por entonces, pero sí que llovía bastante y eran frecuentes las tormentas y el fuerte viento.
Poco tiempo después de estar en la nueva casa nació mi hermana Mari Tere. No he olvidado el día que mi madre volvió del hospital con mi hermana. Diego y yo no nos despegábamos de la cuna. Era una niña preciosa y ahora es una mujer bella y cariñosa que ha formado su propia familia con su marido Eduardo y su precioso hijo Hugo. Nos hizo mucha ilusión tener una hermanita, a pesar de que nosotros pasamos, por un tiempo, a un segundo plano por razones obvias. Ahora había un bebé que cuidar.
…Seco mi cuerpo y las lágrimas por ciertos recuerdos, como el de mis desaparecidos abuelos, y sigo el itinerario previsto. Son las 9:08 h. Me encuentro junto a una pequeña ensenada ubicada a los pies de lo que en Ceuta conocemos como el Salto del Tambor. Toda la zona se encuentra muy sucia, llena de basura, botellas y plásticos y latas. Pero prefiero concentrarme en la belleza de este lugar. La tonalidad predominante a esta hora es el celeste. El cielo y el mar presentan el mismo tono, tan solo distorsionado por el beis de la gneiss del Hacho, por el blanco de las gaviotas y el verde los limoniums, las chumberas y los palmitos.
Escucho, aunque no logro localizarlo, el desesperado piar de unas crías de gaviotas. Ahora entiendo el nerviosismo y mal humor de las gaviotas que enfadadas han volado sobre mí. No debe hacerles mucha gracia mi presencia. Algún día estas gaviotas tendrán que empezar a aprender a volar solas. Yo lo hice con seis años para ingresar en el colegio de San Agustín. No tengo un buen recuerdo de los primeros días en la escuela. Nunca he tenido madera de líder y había muchos niños con esta pretensión en mi clase. Tuve la suerte de dar con un profesor muy cariñoso, Nicolás, que me trató con sumo tacto y bondad. Nicolás fue el encargado de enseñarme a leer con las cartillas Palau y los cuadernos Rubio.
Entre en el colegio en el año 1975. La clasificación global en el primer curso fue “Bien”. Para el segundo curso cambié de profesor que pasó a ser Don Alfonso Muñiz. Mantuve la misma media, aunque ya se notaba que mi fuerte no era la expresión plástica. Se ve que en el reparto familiar de talentos toda la capacidad de pintar y dibujar recayó en mi hermano pequeño Jesús. La llegada de Jesús fue otra gran alegría para la familia. Era un niño muy guapo, simpático e inteligente, cualidades que aún mantiene y ha ido acrecentando con el paso de los años.
Mis clasificaciones en los ocho años de la E.G.B fueron muy mediocres, con un predominio del “suficiente”. Con una base tan débil era previsible que mi tambaleante trayectoria académica terminara por derrumbarse. Esto sucedió al finalizar primero de bachillerato. No fui capaz de aprobar en septiembre el suficiente número de asignaturas y me obligaron a repetir curso. Me dijeron que era lo mejor para mí. Necesitaba construir unos sólidos cimientos si quería seguir avanzando en mis estudios y, la verdad, es que acertaron los profesores en la decisión. Fue una circunstancia muy dura de asumir. Dejaba atrás, o más bien adelante, a los que habían sido mis compañeros del colegio durante muchos años y tenía que integrarme en un nuevo grupo.
En mis relaciones sociales era también un niño muy normal. Nunca destaqué ni por lo bueno ni por lo malo. Siempre procuré llevarme bien con mis compañeros de clase. No he sentido nunca el rechazo de mis compañeros ni llamé la atención como líder.
Por fortuna mi integración en la nueva clase fue buena y mis notas empezaron a mejorar de una manera notable. Por aquel entonces empecé a interesarme por la arqueología. Un compañero de las clases particulares de Don Cristóbal me comentó que él y un grupo de amigos se dedicaban los fines de semana a desenterrar llaves antiguas y otros objetos en los descampados de la Gran Vía. Aquello despertó mi curiosidad y ese mismo fin de semana quedé con mi amigo Gustavo en que le acompañaría para buscar piezas arqueológicas. Me lo pasé tan bien que todos los días, cuando salía de clase al mediodía, me acercaba hasta nuestra “mina” para extraer objetos antiguos de la tierra. No eran grandes piezas, pero era evidente que debían tener mucha antigüedad. Un día encontré una moneda. La emoción fue indescriptible. Me puse a investigar por mi cuenta y descubrí que la moneda que había encontrado era un ceitil de época portuguesa.
Mi temprana vocación por la arqueología hizo que mejorara mi motivación por los estudios. Quería ser arqueólogo y esto suponía ir a la Universidad, para lo que necesitaba culminar con buena nota mis estudios de bachillerato. Y así lo hice. No volví a tener problemas con las notas y en mis calificaciones empezaron a verse notables. Con todo ello mejoró mi autoestima y emergieron mis inquietudes intelectuales. Nació en mí un mayor sentido de la responsabilidad y del amor propio.
Terminé mis estudios de bachillerato en el Colegio de San Agustín y cursé los estudios de C.O.U en el Instituto Abyla. No pasé grandes apuros para aprobar el curso en junio, destacando mis notas en Historia del Arte e Historia Contemporánea. Las semanas de exámenes finales fueron de muchas noches sin dormir y de muchos nervios. Nada comparable con la tensión de los exámenes de selectividad que superé sin problemas.
El verano de año 1988 fue uno de los mejores de mi vida. Lo pasé junto a mis padres y hermanos en el piso que tenemos la familia en la Urbanización “El Albero”, en Mijas Costas. Ya tenía edad para salir por las noches a ligar en los pubs y discotecas de Fuengirola. Sin duda fue un verano estupendo. Aprovechando que estábamos en Málaga fuimos toda la familia a Granada, en pleno mes de agosto, a buscarme alojamiento para comenzar mis estudios universitarios. Pasamos un calor horrible los dos días que estuvimos en Granada. Al final encontramos una habitación de alquiler en la casa de una señora mayor que vivía en la calle Gonzalo Gallas, paralela al Camino de Ronda y justo enfrente del Campus Universitario de Ciencias. Aunque la Facultad de Filosofía y Letras estaba en el Campus de Cartuja tenía al lado de casa una parada de autobús desde la que salía la línea U.
Y llegó septiembre. A los pocos días de cumplir diecinueve años viajé, junto a mi madre, a Granada. Después de pasar un par de días juntos acompañé a mi madre a la estación de autobuses y me despedí de ella. El camino de vuelta a mi casa tuvo para mí un sentido iniciático. Ya nada sería igual. En otras ocasiones había viajado solo y permanecido algunas semanas fuera de mi casa, pero esto era distinto. Iba a estar varios meses sin ver a mis padres y hermanos. Me sentí solo, triste, y con miedo. Para lo bueno y lo malo estaba solo. Terminaba así mi infancia, mi primavera, y comenzaba una nueva etapa de mi vida: la madurez, el verano. Yo también inicio en instante una nueva etapa de mi camino por las costas de Ceuta.
Ascendiendo por una empinada cuesta he llegado hasta el camino de Ronda. Nada más tomar esta senda el viento de poniente ha hecho acto de presencia con fuerza. Con el viento de cara me dirijo al morabito de Sidi bel Abbas. Junto al mihrab un grupo de gatos toman alegres el sol. Todos han huido ante mi presencia, menos uno que desafiante me mantiene la mirada. Se deja fotografiar y corre al encuentro de sus amigos gatunos. Yo, por mi parte, desciendo por unas escaleras excavadas en la roca que llevan hasta la costa.
El camino es pedregoso y tengo que descalzarme para atravesar la puerta natural que da acceso a la cala del Amor. Me fijo en las vetas verdes que aparecen entre las rocas. Puede que la presencia de mineral de cobre en este lugar explique la existencia de la galería excavada en el lado occidental de esta cala. Una galería que es utilizada por mujeres musulmanas para practicar ritos relacionados con la fertilidad.
El equilibrio, antes existente, entre la tonalidad del cielo y del mar se ha roto. En este momento, el mar es de un intenso color azul, mientras que el celeste del cielo aparece descolorido. La línea del horizonte parece que hubiera sido trazada con un compás. Sobre esta línea ondulante mantienen el equilibrio dos pequeños barcos.
Me siento en este momento relajado y contento. Después de un cierto bajón por el madrugón ahora me encuentro con fuerzas suficientes para completar mi misión. He completado en este preciso instante el primer cuarto de mi viaje. Es hora de darme un segundo chapuzón.
Dos curiosas gaviotas se han decidido a acompañarme. Tienen sus cuerpos orientados al mar, pero, de vez en cuando, me miran de reojo. Sienten curiosidad por mí, como yo por ellas. No deben estar muy acostumbradas a ver personas por aquí, y menos para escribir. Sin pretenderlo, ya no son dos gaviotas anónimas. Hemos establecido un contacto imborrable entre su presencia y mi imaginación. Lo mismo ha sucedido con las personas que desde el barco turístico “El Desnarigado” me están observando.
En este instante, yo formo parte del paisaje, al igual que las gaviotas que permanecen a mi lado. En parte existimos gracias a la mirada de los demás. Este lugar existe para ti, lector, gracias a mi narración. Podría convertirse en un sitio de culto si esta obra, que este día escribo, llegara a hacerse famosa. Vendrían aquí determinadas personas para intentar experimentar lo mismo que vivo yo a la 11:30 h, del día 12 de julio de 2016. Si es así y estás aquí, te aconsejo que, aunque sea por un día, vivas tu vida con plenitud y sinceridad. Esa experiencia vital es lo mejor que te vas a llevar de tu vida. Vive, como estoy viendo yo hoy, el día de tu vida.
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