Ceuta, 4 de octubre de 2016.
Después de dejar los niños en el colegio he subido por la calle Brull para dirigirme a la Facultad de Humanidades. Al pasar la Ermita del Valle he visto la puerta abierta y me he asomado a ver a la Virgen. Una vez recogido el certificado que fui a buscar en el Facultad, y de vuelta a casa, me he parado de nuevo en la puerta de la Ermita. Sin atravesar el umbral me he quedado contemplando a la Virgen. No le he pedido que ayude a encontrar un trabajo, sin tan sólo que me siga acompañando el poder de la Gran Diosa Madre que ella representa. La naturaleza sabe lo que me conviene. Lo único que tengo que hacer, por mi parte, es escuchar su voz y estar atento a sus mensajes. Si hoy ha querido que venga a verla así lo hago. Si desea que me quede a misa sigo su mandato. El camino de la sabiduría es iluminado por la intuición. Dejarse llevar por lo que nos dicta el corazón es el mejor medio para no perderse en la senda de la vida.
…La campana suena. La llamada es audible. Mi corazón vibra golpeado por el badajo de la fe en la Gran Diosa. Comienza la misa. El Padre Cristóbal empieza recordando que la eucarística de hoy está dedicada a San Francisco de Asís. Hoy es su día. Al escuchar estas palabras mis ojos de lágrimas por la emoción que siento. No resbalan por mi rostro al actuar mis párpados como si fueran el muro de una presa. Entiendo ahora que he llegado hasta aquí por un motivo.
Llega la lectura de la Sagrada Escritura a la que le sigue el sermón del Padre Cristóbal. Como era previsible su alocución trata sobre la figura de San Francisco de Asís. Los dos términos que quedan grabados en mi corazón son el de humildad y el de sencillez. Esta última palabra es la que más escucho y leo en los últimos días. No recuerdo bien quien compartió el otro día un artículo que enseguida llamó mi atención. Se titula “un canon espiritual para el contemplativo libre” y su autora es Lydia Morales Ripalda. En este artículo se hace un resumen de un libro de Raimon Pannikar denominado “Elogio de la sencillez”. De una manera clara y sencilla, nunca mejor dicho, se explican en este trabajo las diferencias entre el monje monacal o institucionalizado y el monje libre, siguiendo la terminología utilizada por Pannikar. Leí el artículo una vez. Pensé en él durante todo el día. Al día siguiente, por la mañana, lo volví a leer; y ayer lo imprimí para tenerlo y releerlo. Lo hecho porque me siento muy identificado con este monje contemplativo y libre que tan bien describe Pannikar en su mencionado libro. Yo, al igual que este conocido sabio espiritual, “me siento como un monje”. Esta re-visión de mi personalidad a través del prisma de un monje libre la he sentido con más fuerza al arrodillarme para rezar. Me he visto como un peregrino rindiendo culto a la divinidad en el interior de una perdida ermita situada en mitad de un bosque.
Al salir de la iglesia, y ya de camino a casa, dos ideas se han unido en mi mente: San Francisco y el ruiseñor que el día de mi cumpleaños vino a verme. Sabía que ambas cosas estaban unidas y que hoy, -en el día de San Francisco de Asís-, iba a entender el significado de la señal que representaba el bello ruiseñor que entró de manera milagrosa en mi hogar. Al llegar a casa lo primero que he hecho ha sido dirigirme al ordenador y poner en el barra de buscador de google juntas las palabras San Francisco de Asís y ruiseñor. En un instante han salido un gran número de enlaces que tratan de la mágica y sagrada relación que San Francisco de Asís tuvo con las aves, en particular; y en general, con toda la naturaleza.
La mayoría de los cuadros dedicados a San Francisco de Asís aparece el santo rodeado de aves o con un pájaro en la mano. Así me vi yo el día de mi cumpleaños, con un ruiseñor entre mis dedos.
He seguido mi búsqueda, ahora ampliada a los trabajos dedicados a la relación de San Francisco de Asís con la naturaleza. Por uno de ellos, titulado precisamente “San Francisco y la naturaleza”, me he enterado que San Francisco de Asís fue declarado oficialmente por el papa Juan Pablo II, el día 29 de noviembre de 1979, Patrono de la Ecología y de los ecologistas”. También me ha servido la lectura de este artículo para conocer algo más sobre la visión franciscana de la naturaleza. Sin duda su manera de concebir la naturaleza y el cosmos es similar a la mía y a la de otras personas a las que admiro como Emerson, Whitman, Geddes, Mumford o Thoreau. Con este último comparte San Francisco de Asís su predilección por la sencillez, la defensa de la verdad y la sinceridad.
Un hilo dorado, intangible y capaz de atravesar el fino tejido del tiempo y del espacio, une a todas las personas que a lo largo de la historia hemos sentido la llamada del espíritu santo o del anima mundi, como quieran llamarlo, para acercarnos a la naturaleza con los sentidos abiertos y plenos de admiración ante la belleza y la verdad que esconde la naturaleza y todas las criaturas que la habitan. La fe, como escuché ayer decir a Raimon Pannikar en una entrevista, no es algo que uno pueda buscar, sino un regalo de la divinidad. Y como tal regalo, proveniente de unas manos tan especiales, no podemos rechazarlo. Por el contrario, debemos estar agradecidos por tener la oportunidad de vivir una vida colmada de amor, verdad y belleza. Con estos dones en el seno de nuestra alma todo lo demás nos parece accesorio. No necesitamos más conocimiento que el que nos aporta la naturaleza. Nuestro mayor deseo es seguir experimentando el extraordinario gozo que sentimos al estar paseando por la playa o por el bosque. Nuestra compañía más anhelada son las aves, las plantas y los animales. Nuestras emociones más elevadas provienen de la contemplación del sol, de la luna, de las estrellas, del mar, de las nubes o de las flores. Nuestra mejor habitación es la sombra de un árbol. Nuestro refugio más buscado una cueva en un acantilado. Nuestras palabras más queridas son las escritas por la naturaleza sirviéndose de nuestra mano. Nuestro sueño más deseado es transformar el mundo en el amor del amor, de la sabiduría, del arte y de la belleza. Un mundo donde las personas tengan la oportunidad de llegar a ser lo que son y de cumplir su misión vital. Un mundo donde nadie tenga que callar lo que siente ni de ocultar su sentimientos y pensamientos para no ser objeto de burla o escarnio. Un mundo en el que superamos las rígidas fronteras mentales del tiempo y de espacio, lo que permitirá a cada hombre y mujer a expandir su alma hasta abarcar la Totalidad del cosmos. Un mundo en el que la cooperación, la comunicación y la comunión entre todos nuestros hermanos sea una realidad gozosa e incuestionable. Un mundo en que los seres humanos lleguen a la muerte con la plena conciencia de que han vivido la vida y han disfrutado de este regalo que a todos se nos entrega al nacer en la confianza de que hagamos un buen uso de él. Este mundo del que hablo es un mundo ideal, pero no irreal. Si existe en nuestra mente y lo podemos sentir en lo más profundo de nuestra alma es tan real como el aire que respiramos. Tan poco vemos el aire, pero sabemos de su existencia cada vez que respiramos. Así es el anima mundi que nos rodea y penetra en nuestra interior para otorgarnos la sabiduría y la energía que necesitamos para transformar los ideales e ideas en hechos concretos.
Hemos dañado hasta límites insospechados la naturaleza que amó San Francisco de Asís y tantos otros místicos de la naturaleza que ha dado y sigue dando el mundo. Recuperarla y reintegrar su belleza perdida es la misión de los hombres y mujeres de nuestra generación. Cuando pensábamos que no quedaba esperanza para el hombre y la tierra, que la tragedia era inminente, el mensaje de la Gran Diosa, la naturaleza, regresa con fuerza. Por todos lados surgen personas que llevan décadas dedicando sus vidas a la protección y conservación del patrimonio natural y cultural. Hombres y mujeres que vuelven a estar sincronizados con el tiempo celestial y con el ritmo del sol, la luna y las estrellas. Seres humanos que han hecho suyo el mensaje de San Francisco de Asís, y el de otros santos y místicos de las más variadas creencias y confesiones religiosas. Todos ellos están logrando, -con su palabra, su ejemplo, su incansable trabajo, su fe inquebrantable en la naturaleza divina o la divina naturaleza, el ánimo que dan los éxitos y la constancia que vence a los fracasos-, que la naturaleza empiece a recuperarse de todo los males que lleva sufriendo por la insensata mano del ser humano.
Hoy me ha quedado claro que mi camino está unido al de San Francisco de Asís. Mi aspiración está lejos de dejarlo todo y colgarme el hábito franciscano. Me identifico mucho más con el monje libre descrito por Raimon Pannikar. No obstante, esto no es óbice para aprender todo lo que tiene que enseñarme el pensamiento y la obra de San Francisco de Asís. Nuestra fe en la naturaleza es la misma y nuestros sentimientos ante la belleza y la verdad de la naturaleza semejantes. Él es un ejemplo paradigmático del amor a la naturaleza, así como de la sencillez y de la humildad. Pienso seguir sus pasos con la misma confianza, sencillez y humildad que tuvo San Francisco de Asís en su destino.
Deja un comentario