Ceuta, 17 de octubre de 2016.
La luna llena de la pasada noche ha activado mi inconsciente, así como el de mi hijo Alejandro. Ambos nos hemos levantado con el recuerdo muy claro de nuestros respectivos sueños. Debe ser que la luna no sólo actúa sobre la marea del mar, sino que también ejerce su influencia sobre las aguas del inconsciente.
Alejandro ha soñado que se convertía en un pez y yo ocupaba su cuerpo. Este sueño da lugar a diversas interpretaciones. El pez simboliza al buscador de sí mismo en las aguas del inconsciente. Al ser un niño de diez años no ha querido dejar su cuerpo y su lado consciente abandonado, así que ha dejado que su padre lo custodie mientras él comienza a bucear en su mente.
Mi hijo ha tomado conciencia del que cuerpo y la mente son entidades distintas. Desea explorar en su inconsciente, su personalidad está emergiendo, pero deja su “ropaje corporal” al cuidado de su padre. Alejandro empieza a ser un pez que nada en el agua primordial.
Yo también he soñado con elementos relacionados con el agua. En mi caso ha adoptado un tono catastrófico. Estaba en la playa conversando con un grupo de personas y observé que el mar se levantó arrastrando enormes rocas. Di la voz de alarma, advirtiendo de que se acercaba un tsunami, y acto seguido comencé a correr subiendo por una empinada cuesta que me recuerda a la calle de la Legión de Ceuta. Mis piernas no me respondían como yo deseaba, de modo que tomé una calle que se abría a mi izquierda. Era una calle sin salida que terminaba en un edificio de estilo historicista. Con gran agilidad y rapidez trepé por la fachada sirviéndome de los huecos de las ventanas y los voladizos. En pocos segundos alcancé la terraza superior del edificio.
Las agitadas aguas de color verde ocuparon toda la calle y ascendieron por el interior del inmueble. Llegaron hasta una claraboya rectangular que había en el techo de la terraza y allí pararon. Inmediatamente, las aguas se retiraron y, desde la altura en la que me encontraba, divisé un paisaje de destrucción. Saqué mi móvil para tomar una foto, pero no conseguía un buen encuadre. MI preocupación estaba centrada en pensar sobre lo que le habría sucedido a los míos.
Este sueño me recuerda mi dimensión con activista medioambiental y patrimonial. Como si fuera la mismísima Casandra llevo años advirtiendo de las consecuencias que conlleva el continuo maltrato que le damos al patrimonio natural y cultural. Esta capacidad de anticipación resulta, en mi sueño, fundamental para salvar mi vida. Huyo por una empinada cuesta, que es un claro símbolo de las dificultades por las que atraviesa mi vida profesional. Mi fuerza física flaquea, como es normal con mis cuarenta y siete años. Aun así, mi instinto de supervivencia me permite ponerme a salvo gracias a la fachada de un edificio de interés patrimonial. De alguna manera, mi trabajo por la defensa del patrimonio cultural es lo que ha permitido salvarme del tsunami. He encontrado un motivo que me ha dado fuerza y agilidad para escabullirme de los peligros que me acechan.
Desde la altura del intelecto consigo una amplia perspectiva de la destrucción que han provocado los cambios tan profundos que afectan a la humanidad. Deseo analizar y documentar estos cambios con el objetivo de emprender cuanto antes la restauración de la ciudad.
En la altura donde me encuentro las aguas turbulentas no pueden alcanzarme. Al final salgo de este episodio ileso y con la ropa seca.
Para redactar este escrito me he venido hasta la barriada de Benzú. Tengo delante de mí la figura del Atlante dormido, una perfecta metáfora del soñador empedernido y del mágico mundo de los sueños. Su sonrisa transmite complicidad y sentido de la aventura. Su silueta, superpuesta sobre un extraordinario cielo celeste, me anima a perseguir mis propios sueños. Hay nubes que disimulan su cuerpo, como los acontecimientos de mi vida que me desvían de mi destino, pero todo se despejará en poco tiempo.
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