Armilla (Granada), 5 de enero de 2016.
Dijo Henry David Thoreau en uno de sus primeras cartas a su amigo G. O. Blake que “cuando, en el transcurso de una vida, un hombre se desvía, aunque sólo sea en un ángulo infinitamente pequeño, de su propio camino asignado, entonces el drama de su vida se torna en tragedia, y se apresura a su quinto acto”.
Soy plenamente consciente de cuál es mi destino. Han sido muchas y muy claras las señales que me han indicado mi camino. Toda mi formación estuvo dirigida a conocer la historia de Ceuta y, a partir de un determinado momento, puse todo este conocimiento al servicio de la defensa, estudio y difusión de su patrimonio natural y cultural. Según avanzaba por este camino fue despertándose en mí nuevas inquietudes espirituales e intelectuales que me prepararon para mi propio renacimiento y el de la Gran Diosa. Ahora que ambos hechos han sucedido no puedo desviarme de mi camino. Tengo asignado un papel en el drama cósmico y si no lo desempeño con valentía y determinación este drama “se tornara en tragedia y se apresurara a su quinto acto”, o sea, a un su fatal desenlace.
Debo dejar atrás cualquier atisbo de prudencia y comedimiento y avanzar con decisión por mi verdadero camino. No puedo dudar del alcance y profundidad de mi visión. Veo de una manera integral y puede que este sea mi mayor mérito. Esta capacidad es posible que tenga algo de innata, pero ha sido sin duda desarrollada y perfeccionada gracias a la utilización de “la espiral de la vida” diseñada por Patrick Geddes. Esta máquina pensante, como le gustaba a llamarla el propio sabio escocés, me permite captar con mayor claridad el mundo de afuera y conectar las percepciones, experiencias y sentimientos que me inspiran el lugar que observo con mis pensamientos más profundos. De este modo, consigo enlazar mis ideales e ideas como mis emociones más íntimas. Mi visión me permite ver las cosas como son y también como podrían ser sin fundamentáramos nuestra vida en la búsqueda de la bondad, la verdad y la belleza. A través de mis escritos intento descubrir lo que veo y siento, al mismo tiempo que dibujo un futuro posible que tiene en cuenta tanto lo patente en el presente, como lo latente del pasado o lo nunca realizado, es decir, la eutopía.
Lograr hacer de la eutopía una realidad depende en gran medida de la fortaleza de las fuerzas morales de los ciudadanos, en especial de nuestros jóvenes. Una fuerza que adquieren en la escuela y en el seno de la propiedad sociedad, tal y como explica con extraordinaria clarividencia el pensador José Ingenieros en su obra “Las fuerzas morales”.
Los jóvenes deben dejar de ser cómplices de las instituciones del pasado y trabajar con entusiasmo y sin descanso en la consecución de nuevos y renovados ideales.
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