Ceuta, 1, 4 y 8 de febrero de 2020.
Intento encontrar una explicación a la ausencia de referencias en los trabajos de historiadores y arqueólogos sobe los mitos y las prácticas sagradas a autores como C.G.Jung, Mircea Eliade, Joseph Campbell o Jules Cashford, entre otros. Puede que la razón estribe en la consideración de los estudios de los mencionados investigadores como poco científicos, objetivos y fiables. Se prefiere acudir a la literalidad de los textos o a la interpretación tradicional de los vestigios arqueológicos.
A mí me interesa ir más allá de lo evidente -como hicieron Freud y Jung- para adentrarme en el complejo mundo del inconsciente por la puerta que han dejado entreabierta los mitos y los ritos sagrados y mágicos. Estoy dispuesto a servirme de lo aspectos irracionales de mi psique, de la intuición y de la emoción extática en mis investigaciones.
Fue el contacto directo que establecí con la naturaleza y el espíritu de Ceuta el que me permitió vivir una experiencia totalizadora y mística que activo en mí el quinto elemento. Muy interesante a este respecto es el trabajo de Rosario Scrimieri sobre los cuatro elementos en la Vita Nuova de Dante. Según este estudio, el agua de la vida habría que entenderla como una sustancia divina que purifica la parte oscura de la conciencia y facilita una renovación en la actitud y disposición ante la vida (Scrimieri, 2006: 225).
Saco como conclusión de mi lectura de la mencionada obra de R.Scrimieri que mis escritos corresponden a la etapa “agua en aire” que acontece cuando se logra la síntesis de la intuición, el pensamiento y el sentimiento. A partir de ese instante, suelen aparecer una serie de cualidades de las que antes carecíamos; “curso seguro y encauzado del componente emocional, afluencia de la palabra que en aquel momento todavía se regía por las pautas de lo colectivo. Ahora, en cambio, el curso del río claro y fluyente se asocia al encauzamiento consciente de las emociones y a la afluencia de la palabra según el impulso de la propia inspiración” (Scrimieri, 2006: 228).
El espíritu de Ceuta, encarnado en Sophia aeterna, ha ejercido el papel de Beatriz en la Vita Nuova de Dante. Los paisajes de Ceuta han pasado a ser para mí objeto de contemplación intelectual y estímulo de intuiciones. De alguna manera, he emprendido el camino que lleva a superar el conflicto entre la función superior (la trascendencia) y las inferiores (las sensaciones y los sentimientos) gracias al ejercicio de la imaginación y el poder de los símbolos. Me he elevado a un plano superior desde el que contemplo el significado más profundo de mi ser y de la vida. Veo con claridad que deseo llegar a la conjunción de opuestos y de los cuatro elementos que hace posible lograr la quinta esencia o agua de la vida.
La liberación del espíritu de Ceuta ha discurrido paralela a la de mi propia alma. En ambos casos, se trata de conseguir una síntesis de los cuatro elementos (tierra, agua, aire y fuego). Este proceso alquímico conlleva la liquefactio, es decir, “la conversión de algo en un líquido para liberar la prima materia, la cual a menudo se ha endurecido y solidificado en forma errónea provocando “una disolución de la personalidad en lágrimas y desesperación” (Von Franz, 1975: 172-173). En este sentido, mi propósito es devolver el agua de la vida a Ceuta para evitar la sequedad y el endurecimiento de su genius loci. Yo pretendo lograrlo vertiendo las aguas de mis percepciones y sentimientos en forma de escritos y libros (Pérez Rivera, 2019; 2020).
Si el nacimiento de mi alma ha dependiendo de la integración de mi cuerpo (instintos), del despertar de mis aletargados sentidos, de mis sentimientos, de la atención a las intuiciones y del cultivo del pensamiento y la imaginación, algo similar será necesario para revitalizar el espíritu de Ceuta. Puede que una cosa vaya unida a la otra. Según despertamos nuestras respectivas almas lo hace el de los lugares en el que vivimos y el de las personas que nos rodean. Nos necesitamos de manera mutua.
No cabe duda que el elemento que más me atrae es el agua. Según Jung, el agua desempeña un papel importante en el regreso del alma como “elemento vivificador” (Jung, 1993: 153; Scrimieri, 2006: 234-235). El día 21 de diciembre de este año 2020 entraremos de lleno en la era de Acuario. Las aguas de un inagotable cántaro se verterán sobre la tierra para nutrirla y alimentarla.
Yo he experimentado un proceso alquímico de sublimación. En esta fase se pasa, de manera directa, del estado sólido al aéreo sin pasar por el estado líquido intermedio. Esto se consigue aplicando el fuego violento de una voluntad y de una exigencia de cambio.
En definitiva, tal y como estipulaba la alquimia islámica, el primer paso en la obra alquimia es la disolutio o nigrero consistente ya sea en la destrucción de la estructura del mineral (el «sí mismo» o centro del ser en el caso del microcosmos humano) mediante disoluciones o destilaciones, o bien «afianzando esta estructura según el estado deseado (coagulaciones), hasta obtener un equilibrio óptimo. Pues lo que se pretende aquí no es la producción de una materia con el máximo de energía acumulada, sino formar una sustancia perfectamente equilibrada, una, en la cual las oposiciones entre Frío y Calor, Sequedad y Humedad, denso y sutil, potencialidad y actualización se confundan en una armonía inquebrantable. Una sustancia en la que la corrupción y la muerte, procedentes del desequilibrio de elementos y energías, no estarían presentes: la comunión del cuerpo y el espíritu en una única Piedra, perfectamente homogénea y coherente, es, por así decirlo, la manifestación de un «arquetipo sensible», de un ser divino en cierto modo, en el que lo múltiple se vuelve uno» (Lory, 2006: 30).
Hay que hacer conscientes los cuatros elementos de nuestra personalidad que podríamos describir, en términos junguianos, en valorar el peso que ejerce en nuestra personalidad las funciones psíquicas de pensamiento, intuición, sensación y sentimiento. A este labor alquimia Yabir la denominó la «Ciencia de la Balanza». Esta Balanza «es el principio que mide las cantidades de las naturalezas de que el alma se ha apropiado para formar con ellas los cuerpos» (Kraus, 1942: 187-188; Corbin, 2003: 63). H. Corbin hizo la importante advertencia de no tomar «la palabra medir en el sentido en que lo entiende la ciencia de nuestros días, para interpretar la ciencia de la Balanza como si tuviera como finalidad reducir todos los datos del conocimiento humano a un sistema de cantidades y medidas confiriéndole así un carácter de ciencia exacta» (Corbin, 2003: 64). Se trata, por el contrario, de una medición cualitativa de determina «la intensidad del deseo del Alma en su descenso a la materia» (Kraus, 1942: 187-188). Este medición del deseo del alma del Mundo consiste esencialmente en «liberar energías psicoespirituales transmutadoras; es transferir oro, como dice Jadalkî (siglo XIV), de su mina natural a la mina de los filósofos, dicho de otro modo, extrahere cogitationem, liberar el pensamiento, la energía espiritual, inmanente al metal» (Corbin, 2003: 64).
En la tradición oriental el símbolo más utilizado para representar el peso relativo de los cuatro elementos es el mándala. Carl Gustav identificó en este imagen arquetípica la representación de las cuatro funciones psicológicas que determinan nuestra manera de percibir y evaluar los hechos de nuestra vida. Estas cuatro funciones se pueden agrupar en dos parejas: las funciones aprehensivas (sensación e intuición) y las funciones del juicio y la evaluación (sentimiento y pensamiento). Estos nos conduce a un símbolo fundamental en la cultura occidental, el de la cruz (Campbell, 2019: 135). Gracias a este símbolo podemos visualizar la tensión de fuerzas opuestas que rigen y dibujan nuestra personalidad. En nuestra vida se oponen de manera constante el sentimiento y el pensamiento, como también lo hacen la sensación y la intuición.
Tal y como expusimos en nuestra obra «El Espíritu de Ceuta» (Pérez Rivera, 2019: 186-187), siguiendo el diagrama de la Espiral de la Vida de Patrick Geddes, las funciones aprehensivas (sensación e intuición) se desarrollan en el mundo de afuera, ya sea de forma pasiva (sensación o percepción) o activa (intuición). La función sensitiva la relacionamos, en nuestra particular interpretación del mandala, con el elemento tierra y la virtud de la paciencia, mientras que la función de la intuición la consideramos vinculada al elemento fuego y la virtud de la voluntad. De esta forma, pensamos que las principales virtudes para desenvolvernos en el mundo de afuera son la paciencia y la voluntad.
Por su parte, las funciones de juicio y evaluación (sentimiento y pensamiento) son propias del mundo de adentro. Aquí también podríamos hacer una distinción entre una función subjetiva pasiva (sentimiento) y una función subjetiva activa (pensamiento). El sentimiento lo relacionamos con el elemento agua y la virtud de la sensibilidad, al igual que el pensamiento/imaginación mantiene un estrecho vínculo con elemento aire y la virtud de la sabiduría.
En este cuaternario también se establece un centro que surge del equilibrio armónico de los cuatros elementos donde debemos situarnos para no «descentrarnos» y así no perder la orientación. No se trata de un propósito nada fácil de lograr. Tal y como nos advertía J.Campbell (2019: 138) tenemos que reconocer «que en nuestra vida, en nuestra vida temporal e histórica, estamos ligados a uno u otro de los términos opuestos de cada pareja, y por ello a un conocimiento o idea del bien y el mal que nos compromete con nuestra vida de seres humanos limitados. En consecuencia, para liberarnos de esta limitación debemos, en cierto sentido, morir para las leyes de la virtud y el pecado bajo las cuales vivimos en este mundo, y abrirnos a una circulación de energía y luz a través de las cuatro funciones, a la vez que permanecemos centrados en el medio, por así decir, como el Árbol de la Vida en el Jardín, donde los ríos fluyen en cuatro direcciones; o como el punto de intersección de las dos vigas de la cruz, detrás de la cabeza del Salvador, coronada con espinas».
Es importante resaltar el carácter dinámico del mándala cuaternario que rige nuestra de percibir y enjuiciar los objetos y los acontecimientos que marcan nuestra experiencia vital. Es por ello que Patrick Geddes relacionó el mándala con una espiral que se expanda según discurre nuestra existencia. De ahí que su lema fue «vivendo discimus» (aprendemos viviendo). O, como dijo en su folleto sobre Cooperación en 1888, «sólo pensando las cosas a medida que se las vive, y viviendo las cosas a medida que se las piensa, puede decirse de un hombre y de una sociedad que piensan o viven de verdad». Sin esta constante tejer entre la vida interior (sentimiento y pensamiento) y la exterior (sensación e intuición) la vida se detiene y, por tanto, no avanzamos en el proceso de individuación y en la superación de los grandes retos a los que se enfrenta la humanidad.
Patrick Geddes defendió con sus escritos y su ejemplo la necesario unificación de todos los procesos de la vida, los subjetivos y los objetivos, así como el cultivo igual de las ciencias, las artes y las humanidades. Geddes descubrió la importancia para un vida plena de la funciones que en las ciudades medievales ejercieron el claustro y la catedral. El primero, el claustro, surgió «de la necesidad de retiro, para la tranquila meditación, para un más profundo sondeo de la memoria y el estímulo de la imaginación que sólo se logra con el aislamiento. Así la celda, la torre, el huerto, el sendero, la alta montaña, eran formas de claustro, que habían sido empleados en una época u otra por los religiosos, los filósofos y los hombres de ciencia; el laboratorio era únicamente su última fase» (Mumford, 1948: 518). De todas estas formas de claustro la más integral y satisfactoria, desde mi punto de vista, es el bosque, el arroyo o el fondo del mar, ya que estos lugares permiten el cultivo de todas las funciones. En la naturaleza despertamos nuestros órganos sensitivos físicos y sutiles, se elevan los sentimientos hasta alcanzar las emociones extáticas, se enriquece el pensamiento y la imaginación y se proyectan con mayor facilidad las acciones futuras.
La catedral, por su parte, en opinión de L. Mumford (1948: 518), «era un nombre genérico para esa encarnación de objetivos e ideales comunes que une a los hombres en el sentimiento y la acción, no menos que el pensamiento en sorda fe animal y expresión racional: la acrópolis en una época, el templo en otra, el concierto sinfónico o el museo en una tercera. Geddes anticipó, sin duda, que el museo de arte y de historia natural harían un aporte no pequeño a una religión viviente de nuestro tiempo». En un museo de historia natural, como el Museo de Mar que soñamos para Ceuta, se puede mostrar la combinación de elementos naturales que conforman la personalidad de esta ciudad. En un sentido similar, un museo de la Ciudad serviría para expresar el genius loci mediante los restos arqueológicos y las obras de arte que contienen las claves de la epopeya ceutí.
Pienso que igual que el desigual peso que tienen las cuatro funciones de un sujeto (pensamiento, intuición, sensación y sentimiento) determinan su personalidad, algo similar ocurre con los lugares. La importancia relativa de los cuatros elementos -todos ellos correlacionados con los cuatro puntos cardinales- marcan el carácter y el genius loci de un determinado sitio o paisaje. La síntesis de estos componentes es la que genera el espíritu del lugar o quintaesencia (Pérez Rivera, 2019).
A los cuatro elementos se asocian las Cuatro Naturalezas o cualidades (calor, frío, sequedad, humedad). La clave para entender el discurso alquímico es el conocimiento de analogías. Por ejemplo, el cerebro gris-frío-húmedo, es pues de la misma naturaleza que el estaño o el mercurio y reacciona con la luna o Júpiter.
La pregunta que me planteo en la siguiente: ¿Es posible establecer una simbiosis entre el alma de una persona y el espíritu del lugar? Creo que se puede conseguir tal anhelo si se dedica el suficiente tiempo y esfuerzo. Así lo pensaba también Shitao, tal y como lo expuso en su obra “Las declaraciones sobre la pintura del monje Citrouille-Amère” (Hardot, 2015: 294).
“Hace cincuenta años, mi yo aún no había trabado conocimiento con los montes y ríos, no porque éstos fueron valores desdeñables, sino porque los dejaba existir por sí solos. Ahora los montes y los ríos me encargan que hable por ellos: han nacido en mí y yo en ellos. Busqué sin descanso cimas extraordinarias, hice bocetos de ellas: montañas y ríos se han encontrado con mi espíritu, y su huella se ha metamorfoseado en él, de manera que finalmente equivalen a mí”.
Según explica Pierry Lory en su obra “Alquimia y mística en el islam”, en la Gran Obra se considera que la energía primera se va densificando hasta llegar al mundo mineral. Entonces “se produce un retorno, un reflujo de energía que no puede descender más y va a remontar los niveles del ser en sentido inverso, ascendente hacia su origen, realizando el segundo gran movimiento del flujo de la vida” (Lory, 2005: 26). El objetivo de la alquimia consiste en liberar esta energía y así “participar en la reactivación del ciclo de la vida” (Lory, 2005: 29).
En los minerales “las energías “descendentes” del cosmos han alcanzado su puto de rebote y, por tanto, es el lugar donde viene a acumularse todo el potencial de los mundos superiores”. Esto encaja con mi propósito “alquímico” de liberar “El espíritu de Ceuta”. Para ello es importante identificar correctamente la sustancia o elixir vital.
En el conjunto de los minerales, el famoso alquimista árabe Yabir Ibn Hayyan estableció la distinción entre minerales muertos (mica y calcáreos); y los minerales vivos (los metales) que están situados en la fase ascendente de esta evolución. En los metales, el alquimista buscará el estado aún incipiente del mineral, el “esperma viviente”, que todavía no ha adoptado ninguna estructura mineral concreta, pero que potencialmente las contiene todas. Estos minerales son sometidos a un complejo proceso que pretende obtener una sustancia perfectamente equilibrada que se manifiesta en la piedra filosofal. No tardarán los alquimistas islámicos, en opinión de Pierre Lory, en identificar esta piedra negra de la Kaaba, “elegida por la Revelación para ser el recuerdo por excelencia de lo Divino, del polo y eje del universo, de la unión de todos los opuestos”.
La intención de los alquimistas en general, y en concreto de Yabir, no es solamente proponer otra lectura del mundo, una interpretación nueva de los hechos, sino suscitar la percepción directa. Su discurso no busca tanto describir como despertar el alma del lector y la percepción de esencias, es decir, “producir sus formas en el entendimiento” (Lory, 2005: 32).
El mar es el elemento natural predominante en Ceuta. Al igual que las lágrimas, le mar tiene un componente terrenal y otro aéreo (sal). Ambas aguas purifican y limpian la mirada a la vez que regeneran la vida. Precisamente en las agua de Ceuta el sol se hunde para renacer a la mañana siguiente.
Otro elemento importante en Ceuta es el aire. El cielo ceutí está lleno de vida debido al continuo paso de aves y a los constantes vientos. No obstante, del elemento aire la cualidad más destacada en Ceuta es la luz, símbolo del pensamiento, la imaginación y la sabiduría. La luminosidad de un lugar depende también del agua. Los sitios costeros son más luminosos, ya que el mar refleja la luz y no hay obstáculos, como montañas, que dificulten la llegada de los rayos solares.
El propio sol es el símbolo más importante del fuego. El mar y el viento en Ceuta atemperan su calor creando un microclima que hace la vida más confortable y placentera.
Si importante es la luz para la vida exterior no lo es menos para la interior. Nos volvemos ciegos, de manera metafórica y literal, “si carecemos del poder artístico y formativo de la imaginación” (Zajonc, 2015: 25). Todas las formas de visión, desde la común a la poética, requieren tanto de la luz exterior, como de la interior. La luz es sinónimo de sabiduría y de bienestar, al igual que la oscuridad lo es de la ignorancia y el malestar. En el juego entre la luz y la oscuridad se crean los colores. Los principales colores de Ceuta son el azul del agua del mar y del cielo, así como el verde de sus montes. Este mismo color simboliza el elixir vital o la quintaesencia que contiene la materia oscura, tal y como observamos en el betilo de la calle Galea y en las minas del Cardenillo en el Sarchal.
El objetivo de la Gran Obra alquímica consiste en liberar la substancia o elixir vital que ha quedado encerrado en la materia, ya sea en la corporal o en cualquier otra forma de materialización. Se trata “de captar la esencia, el germen de cada cosa. Tales consideraciones se dirigen a una actitud mental mucho más amplia que el mero razonamiento discursivo…Todo conocimiento implica una cualidad de intuición, de solidaridad entre el alquimista y el objeto de su trabajo. Para entender su Obra, trata de comprenderse a sí mismo y está comprensión íntima le desvelará la siguiente etapa de la Obra” (Lory, 2005).
En resumen, “la alquimia se propone comprender, para reproducirlas, las leyes (divinas) que engendran, ordenan y sustentan el mundo sublunar. Pero este saber, precisamente por su amplitud, obliga al adepto a ir más allá de la comprensión común de los hombres, a dar un «salto» mental para alcanzar y revivir el indecible secreto del descenso del espíritu a la materia muerta, despertando en sí facultades de percepción y de intuición que no habían sido utilizadas hasta ese momento, produciendo así la transmutación de todo su ser (Lory, 2005: 49).
En palabras de Henry Corbin «El sentido propio de la obra alquímica, es hacer que nazca el Corpus Glorificationis, el nuevo ser al que designan cientos de nombres e imágenes diferentes. Esta operación no se separa de las materias sensibles que trata […]; la alquimia es una forma de ascesis que proyecta su propósito en los cuerpos naturales para interiorizarla y después fundir y moldear simultáneamente, en lo íntimo del adepto, el cuerpo místico de la resurrección, exento de toda impureza» (Corbin, 123-124).
La última fase de la obra alquímica es la unidad de sujeto y objeto. En estos últimos meses he avanzado en esta fase al sentir que en mi templo interior se ha alojado Sophia aeterna, la encarnación sutil del espíritu de Ceuta. Siento cada vez con más fuerza que mi alma y la de Ceuta se ha unificado en una sola a partir de la liberación de ambas gracias a su exploración y permanente estudio.
BIBLIOGRAFÍA:
Corbin, H. (2001): L`alchimia come arte ieratica, Torino, editorial Aragno.
Corbin, H. (2003): Templo y contemplación. Ensayos sobre el Islam iranio, Madrid, Editorial Trotta.
Hardot, P. (2015): El velo de Isis. Ensayo sobre la historia de la idea de la Naturaleza, Barcelona, Alpha Decay.
Kraus, P. (1942): Jâbir ibn Hayyân. II: Jâbir et la science grecque, El Cairo.
Lory, P. (2005): Alquimia y mística en el islam, Barcelona, Mandala Ediciones.
Pérez Rivera, J.M. (2019): El Espíritu de Ceuta, Madrid, Editorial Avant.
Pérez Rivera, J.M. (2020): Arqueología del alma, Madrid, Editorial Avant.
Scrimieri, R. (2006): Despertar el alma: estudio junguiano de la «Vita Nova», Madrid, Editorial Complutense (disponible en https://eprints.ucm.es/48668/).
Zajonc, A. (2015): Capturar la luz. La historia entrelazada de la luz y la mente, Girona, Ediciones Atalanta.
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